Hola, buenas tardes, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. El pasado miércoles presentaba aquí un par de novelas de Michèle Audin, Una vida breve y La señorita Haas, ambas muy interesantes. Entonces apuntaba a la membresía de la escritora en el grupo de experimentación literaria Oulipo, al que ya me había referido en el espacio en reiteradas ocasiones, en todas las cuales prometía, una y otra vez, retrasando siempre el cumplimento de mi promesa, un programa monográfico dedicado a su singular propuesta. Ha llegado, por fin, ese momento que tanto se ha demorado y, por lo tanto, esta tarde y la de los dos próximos miércoles no centraré mi reseña en un libro en particular sino en todo un movimiento que cuenta con numerosos integrantes, autores de algunas obras especialmente valiosas, de las que, como es obvio, voy a dejar también unos breves comentarios. Empezaré por presentar, en un enfoque general, al grupo, su historia, sus planteamientos literarios y algunos ejemplos destacados de su particular modo de entender la literatura, para, a continuación, ofrecer, entre hoy y las dos emisiones venideras, esas muy breves reseñas sobre propuestas, textos y obras representativas del grupo, centradas, respectivamente en Raymond Queneau, esta semana, Georges Perec, la siguiente, y otros autores “oulipianos” (usaré indistintamente oulipiano y oulipista para referirme a los miembros y seguidores del grupo), la última.
Debo anticipar, en cualquier caso, que podéis obviar mis siempre limitadas apreciaciones y entregar vuestro valioso tiempo a curiosear -más aún, a adentraros con detenimiento- en la muy sugestiva página del Oulipo, en la que encontraréis infinidad de entradas con textos, juegos, notas históricas, datos, publicaciones, referencias de exposiciones, conferencias, congresos y encuentros, entre otras muchas informaciones que amenazan con desbordar una web que parece inagotable. En esa página, precisamente, nos topamos con una explicación del extraño nombre y del curioso propósito del grupo, tanto más relevante en cuanto que es obra de sus creadores (os la dejo en su versión original, en francés, y en una traducción más o menos aproximada; como veremos, las traslaciones a otros idiomas de los escritos del Oulipo son, casi siempre, imposibles):
Qu’est-ce que l’Oulipo?
par Marcel Bénabou & Jacques Roubaud
OULIPO? Qu’est ceci? Qu’est cela? Qu’est-ce que OU? Qu’est-ce que LI? Qu’est-ce que PO?
OU c’est OUVROIR, un atelier. Pour fabriquer quoi? De la LI.
LI c’est la littérature, ce qu’on lit et ce qu’on rature. Quelle sorte de LI? La LIPO.
PO signifie potentiel. De la littérature en quantité illimitée, potentiellement productible jusqu’à la fin des temps, en quantités énormes, infinies pour toutes fins pratiques.
QUI? Autrement dit qui est responsable de cette entreprise insensée? Raymond Queneau, dit RQ, un des pères fondateurs, et François Le Lionnais, dit FLL, co-père et compère fondateur, et premier président du groupe, son Fraisident-Pondateur.
Que font les OULIPIENS, les membres de l’OULIPO (Calvino, Perec, Marcel Duchamp, et autres, mathématiciens et littérateurs, littérateurs mathématiciens, et mathématiciens-littérateurs)? Ils travaillent.
Certes, mais à QUOI? A faire avancer la LIPO.
Certes, mais COMMENT?
En inventant des contraintes. Des contraintes nouvelles et anciennes, difficiles et moins diiffficiles et trop diiffiiciiiles. La Littérature Oulipienne est une LITTERATURE SOUS CONTRAINTES.
Et un AUTEUR oulipien, c’est quoi? C’est «un rat qui construit lui-même le labyrinthe dont il se propose de sortir».
Un labyrinthe de quoi? De mots, de sons, de phrases, de paragraphes, de chapitres, de livres, de bibliothèques, de prose, de poésie, et tout ça…
¿Qué es el Oulipo?
por Marcel Bénabou y Jacques Roubaud
¿OULIPO? ¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es OU? ¿Qué es LI? ¿Qué es PO?
OU es OUVROIR, un taller. ¿Para fabricar qué? LI.
LI es literatura, lo que leemos y lo que tachamos. ¿Qué tipo de LI? LIPO.
PO significa potencial. Literatura en cantidades ilimitadas, potencialmente producible hasta el fin de los tiempos, en cantidades enormes, infinitas para cualquier propósito práctico.
¿QUIÉN? En otras palabras, ¿quién es responsable de esta empresa insensata?
Raymond Queneau, conocido como RQ, uno de los padres fundadores, y François Le Lionnais, conocido como FLL, co-padre y socio fundador, y primer presidente del grupo, su Fraisident-Pondateur [juego de palabras intraducible; para el traductor de Google: Pagador de cuotas/Respondedor de pago].
¿Qué hacen los OULIPIANOS, los miembros del OULIPO (Calvino, Perec, Marcel Duchamp y otros, matemáticos y literatos, literatos-matemáticos y matemáticos-literatos)? Trabajan.
Ciertamente, pero ¿en QUÉ? Para avanzar en la LIPO.
Ciertamente, pero ¿CÓMO?
Inventando constricciones. Nuevas y viejas limitaciones, difíciles y menos difíciles y demasiado diifííciiiles. La literatura oulipiana es una LITERATURA BAJO CONSTRICCIONES.
¿Y qué es un AUTOR oulipiano? Es "una rata que construye ella misma el laberinto del que se propone escapar".
¿Un laberinto de qué? Palabras, sonidos, oraciones, párrafos, capítulos, libros, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso...
Sinteticemos el divertido manifiesto programático que acabo de presentaros. El Oulipo, acrónimo formado por las iniciales de Ouvroir de littérature potentielle (Taller -u Obrador- de Literatura Potencial), fue -es, pues sigue bien vivo- un movimiento que en los inicios de los años sesenta del pasado siglo centró la actividad literaria de sus componentes, muy marcada por las matemáticas y lo lúdico, en la creación basada en el concepto de contrainte, “constricción” o “restricción” (hay una interesante disquisición teórica que diferencia ambos términos mediante una sutil frontera, la que separa la escritura especulativa de la pura ficción). Sometiendo el lenguaje, de manera intencionada, a trabas, a limitaciones léxicas, verbales, fonéticas, sintácticas, ortográficas y hasta matemáticas, algorítmicas o combinatorias, al modo en que lo está, por ejemplo, un soneto (no hay nada más oulipiano que un soneto, como escribió uno de los más relevantes miembros del grupo; volveremos sobre esta particular composición poética al término de esta reseña), sus obras, experimentales, irreverentes frente a las convenciones literarias y muy singulares, más centradas en la forma que en el contenido, exploran las posibilidades expresivas del idioma, al que fuerzan, estiran y exprimen al máximo dentro de los obstáculos que sus autores voluntariamente se imponen (no se olvide que el autor oulipiano es “una rata que construye ella misma el laberinto del que se propone escapar”, en fórmula que acabamos de leer en la declaración de principios del grupo).
François Le Lionnais, Marcel Bénabou y Jacques Roubaud son tres de los “padres fundadores” de una corriente estilística cuyos nombres más destacados son Raymond Queneau, también presente desde su origen); Georges Perec (muy traducido en España y que acaba de ver publicada en nuestro país, Lugares, una obra muy póstuma -Perec murió en 1982-, ya que vio la luz en Francia en 2022); el italiano Italo Calvino; o, más recientemente, Hervé LeTellier (que “estuvo” en Todos los libros un libro con La anomalía) y el español Pablo Martín Sánchez (del que también hablé aquí hace diez años a propósito de su excelente El anarquista que se llamaba como yo). Todos ellos -y otros muchos- son, como señala la página referida, personalidades muy diversas (hombres o mujeres, jóvenes o viejos, franceses o extranjeros, escritores o matemáticos, conocidos o desconocidos), pero unidos por algunos rasgos comunes: un interés por escribir bajo coacción, un gusto por compartir y por la convivencia, y una cierta forma de humor. De los autores que han tenido presencia en Todos los libros un libro, dos de ellos, Michèle Audin y Pablo Martín Sánchez, son de incorporación relativamente tardía al grupo, en 2009 y en 2014 respectivamente; LeTellier lo hizo en 1992, y mucho antes, casi en los inicios del movimiento, Georges Perec, en 1967.
En su origen, en septiembre de 1960, un grupo de amantes de la literatura, reunidos en torno a la figura tutelar de Raymond Queneau, creó el Seminario de Literatura Experimental (llamado, inicialmente, Selitex), antes de adoptar el nombre hoy reconocido como Oulipo. Frente a las líneas entonces dominantes en el mundo literario francés, la de los herederos del surrealismo y la de los seguidores del compromiso sartriano, sus miembros se acogieron a los postulados establecidos desde el principio por Queneau: Llamamos literatura potencial a la búsqueda de nuevas formas, estructuras que puedan ser utilizadas por los escritores del modo en que deseen. A partir del liderazgo de sus fundadores principales, Raymond Queneau y François Le Lionnais, el grupo creció integrando una serie de personajes bastante excéntricos (aunque con una apariencia externa, en general, de formales y anodinos caballeros, como puede apreciarse en la foto que incorporo a esta reseña) que compartían la admiración por su maestro y, sobre todo, su voluntad de explorar las relaciones entre la literatura y las matemáticas. Ajenos a las vanguardias, rechazando la idea de movimiento institucionalizado (que siempre acaba por establecer jerarquías, imponer dogmas y crear listas de desafectos), se reunían una vez al mes, de manera discreta, en sesiones de mucho trabajo y grandes dosis de humor, guiados por un principio rector: un intento de exploración metódica y sistemática de las potencialidades de la literatura, o más generalmente del lenguaje, mediante la utilización de un instrumento estratégico privilegiado, la mencionada constricción. Y ello desde una doble vía: la invención de nuevas estructuras, formas o restricciones, que puedan permitir la producción de obras originales, y el trabajo sobre obras literarias preexistentes para encontrar en ellas las huellas, a veces obvias, a veces más difíciles de detectar, del uso de esos esquemas, exigencias o cortapisas.
Podría pensarse, examinado desde fuera, que el propósito del grupo, arbitrario y restrictivo, resultaría limitante y reduccionista, al fijar la obligación, castrante, de acomodarse a determinados corsés de férrea rigidez. Sin embargo, y de manera paradójica, esas constricciones, como luego veremos, lejos de bloquear la imaginación, la despiertan, la estimulan, permitiendo a sus usuarios ignorar todas las demás exigencias que, al no estar relacionadas con el lenguaje, escapan al control con más facilidad. Pese a lo singular, lo extravagante y hasta lo aparentemente marginal de su propuesta, el grupo ha ido creciendo, en miembros y en influencia, a lo largo de sus seis largas décadas de vida, y hoy sus figuras más destacadas gozan de un reconocimiento indudable en Francia, país al que pertenecen la mayoría de ellas, y en el que autores como Queneau o Perec -que son de los que yo tengo constancia- han aparecido en la editorial La Pléiade, reconocida por su prestigio y calidad, hasta el punto de que ser publicado en alguna de las colecciones del sello se considera una especie de consagración para un escritor (es por esa relevancia hoy incuestionable, junto al hecho de que llevo leyendo a ambos cerca de cuarenta años, por lo que estos dos primeros programas del ciclo oulipista se centran en cada uno de ellos, respectivamente). Además, hay traducciones de las obras más significativas del grupo a numerosas lenguas, proliferan los ensayos académicos y los trabajos universitarios, franceses o extranjeros, sobre sus miembros más relevantes, se multiplican las referencias críticas al enfoque y los postulados oulipianos sobre la actividad literaria, prosperan los talleres, asociaciones y clubes de escritura inspirados en el modelo del Oulipo y, por último, la asistencia a los coloquios, seminarios, conferencias, propuestas y actividades del grupo crece de un modo significativo, como puede deducirse con la mera consulta a la página del Ouvroir.
He señalado reiteradamente, quizá con un exceso de abstracción, que el núcleo central de la muy particular concepción literaria del Oulipo reside en la noción de restricción. Quiero ahora, para concretar con más detalle un concepto que puede haber resultado difuso para quien sigue mi reseña, exponer ahora algunas de las manifestaciones más destacadas -son decenas las “técnicas” que han explorado los miembros del grupo en sus sesenta y cinco años de existencia- de este excepcional y muy fecundo recurso. Una vez más, me remito a la mencionada página web, en la que puede encontrarse una inacabable Lista de constricciones oulipianas, con más de ciento cincuenta referencias, para agotar -si es posible ese verbo en un universo casi infinito como el del Oulipo- el análisis de esta interesante cuestión.
Por ejemplo, el Abecedario, que consiste en un texto en el que las iniciales de las palabras sucesivas siguen el orden alfabético (la primera empieza con la a, la segunda con la b, y así sucesivamente), como (cito en francés, pues en muchos de estos juegos es casi imposible la traducción si se pretende trasladar el sentido del texto preservando a la vez la correspondiente e inflexible regla restrictiva): A brader: cinq danseuses en froufrou (grassouillettes), huit ingénues (joueuses) kleptomanes le matin, neuf (onze peut-être) quadragénaires rabougries, six travailleuses, une valeureuse walkyrie, x yuppies (zélées). O, por poner un ejemplo en español, este otro que acabo de inventarme (yo me siento muy oulipiano en espíritu, y en más de una ocasión a lo largo de mi vida, en obra): Ayer bebí. Cantidades desmesuradas. Ebrio fatal, gangoso, hablando inconexo, juré -Kali los maldiga- nunca, ñores, obedecer principios que requieran seguir trasegando uvas venenosas, wasábicas, xéricas y zafias.
Fácilmente identificable es, también, el Acróstico, una palabra o una frase “escondidas” en una composición literaria -a menudo un poema- y que puede leerse reuniendo las letras que ocupan unas posiciones determinadas. Màrius Serra, un reconocido “ludólogo” español al que volveremos dentro de quince días, cuenta cómo Fernando de Rojas en el prólogo a La Celestina incluye un extenso acróstico donde él mismo se presenta como autor a partir de las iniciales de cada verso en once estrofas de ocho versos. El acróstico consta, por tanto, de ochenta y ocho letras: «EL BACHILLER FERNANDO DE ROIAS ACABO LA COMEDIA DE CALYSTO Y MELYVEA Y FVE NASCJDO EN LA PVEVLA DE MONTALVAN». Al final del libro, Alonso de Proaza, corrector de la impresión -y sobre el que se estableció una polémica crítica que le atribuía una parte de la autoría- revela el artificio al lector poco perspicaz:
Ni quiere mi pluma ni manda razón
que quede la fama de aqueste gran hombre,
ni su digna gloria, ni su claro nombre,
cubierto de olvido por nuestra ocasión.
Per ende juntemos de cada renglón
de sus once coplas la letra primera,
las cuales descubren por sabia manera
su nombre, su tierra, su clara nación.
El Lipograma es un texto en el que el autor se obliga a no utilizar nunca una determinada letra, e incluso varias, proscribiendo, por tanto, las palabras que contienen esa letra o letras. Aparte del muy descollante ejemplo de Perec, “nuestro” Enrique Jardiel Poncela también practicó el muy particular arte. Entre 1926 y 1927 publicó en la sección de cuentos del diario La Voz cinco relatos lipogramáticos en cada uno de los cuales prescindía de una de las cinco vocales. Los cuentos son de tono jocoso y, a modo de ejemplo, el escrito sin la E, Un marido sin vocación, empieza de esta manera:
Un otoño —muchos años atrás—, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
—¡Hay un matrimonio próximo, pollos! —advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al casino y toparon con los camaradas más íntimos.
—¿Un matrimonio?
—Un matrimonio, sí —corroboró Ramón.
—¿Tuyo?
—Mío.
—¿Con una muchacha?
—¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
—Y ¿cuándo ocurrirá la cosa?
—Lo ignoro.
—¿Cómo?
—No conozco a la novia. Ahora voy a buscarla…
Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.
Es muy conocido en el mundo entero, y popular casi, me atrevería a decir, el Palíndromo, un texto que se puede leer de izquierda a derecha y de derecha a izquierda con el mismo sentido y sin que varíe la grafía, como Roma y amor o Adán nada, por poner un par de ejemplos muy sencillos, o el más largo Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina. Muy famoso, y exigente también, pues incluye otra constricción, el Monovocalismo, que consiste en utilizar una sola vocal en todo el texto, el palíndromo que forman las palabras atribuidas al presidente Theodore Roosevelt en relación con el canal panameño: A man, a plan, a canal: Panamá. Hay un calendario catalán en el que su autor, Ramón Giné, incluye 365 palíndromos, uno para cada día del año. Cada uno de los once primeros meses del año está dedicado a uno de los autores más importantes de palíndromos en catalán, nutriendo los días correspondientes con ejemplos del escritor correspondiente. Los treinta y un días del mes de diciembre los adjudicó, en cambio, a otros tantos personajes famosos con apellido palindrómico, como la escritora Anaïs NIN, la actriz Daryl HANNAH, el director de cine Julio MEDEM, la tenista Mónica SELES o el filántropo húngaro George SOROS.
El método S+7, reemplaza cada sustantivo (S) de un texto dado con el séptimo que se encuentra después de él en un diccionario determinado (S+7). Hay, como es obvio, muchas variantes: sustituciones exclusivas de los verbos (V+7), adjetivos (A+7) o adverbios (Ad+7) de un texto hasta combinaciones múltiples (S+V+Ad+7). He aquí una de ellas, el S+12, A+5, V+7 aplicado a la primera frase del Quijote: En un lujo de la Mandarina, de cuyo nomo no raciono acotolarme, no heldea mucho tifus que vomitaba una hidrartrosis de las de laodicese en adefagia, astringencia antijurídica, rodaballo flamenco y galicinio correligionario.
El Sesquipedalismo consiste en la búsqueda de la palabra más larga de cada idioma, como anticostituzionalissimamente, en italiano, o el shakesperiano honorificabilitudinitatibus (en español, yo solo he logrado contrarrevolucionariamente, que no sé si es válido). La Banana es una limitación que consiste en buscar palabras o textos que alternen de manera regular consonantes y vocales, como en la frase la cara de la niña cubana de Copacabana no dice nada, una 21CV, veintiuna combinaciones consecutivas consonante/vocal; o esta mía, de nuevo, que la supera con creces, 71CV, aunque con alguna trampilla: Tu nariz enana se parece hoy a mi tomatito rojo; si mi mano mala te la tapa, como la boca, no hay agujero para recibir el oxígeno. Morada se pone. Roja ya. Pereces así, definitivo, kaput. Una Bola de nieve es un poema en el que el primer verso consta de una única palabra, el segundo de dos, el tercero de tres… y así hasta que se quiera. Una Bola de nieve de longitud 7, por ejemplo, consiste en siete versos construidos con esta lógica. La Avalancha, una variante aún más compleja, incluye una bola de nieve de longitud 1, seguida de otra de longitud 2, y así sucesivamente. La Bola de nieve derritiéndose funciona a la inversa de la Bola de nieve convencional, pues parte de una determinada longitud para ir “adelgazando” (derritiéndose) hasta llegar a una sola letra. El agregado de una Bola de nieve normal y una invertida es un Rombo, claramente perceptible en su representación gráfica, como en este caligrama, un poema, Liminal Poem, dedicado por Harry Mathews, uno de los miembros oulipianos, a Martin Gardner, el conocido divulgador científico y matemático:
El Ciclograma es un juego basado en la búsqueda de palabras que acaben tal como empiezan. Es decir, palabras con un determinado número de letras iniciales que se repiten al final en el mismo orden. Por ejemplo, Ámsterdam (AM AM) y Narbona (NANA) son ciclogramas de grado 2. El ciclograma más tautológico es aquel que no presenta ninguna letra sobrante: por ejemplo “adorador” (ADOR-ADOR),
Con una cierta semejanza con el palíndromo, el Bifronte es una palabra o frase que permite los dos sentidos de lectura, aunque, a diferencia de aquél, cambiando el significado, como en el ya citado ejemplo de “Roma” -que de derecha a izquierda se lee “amor”- o en la locución “la mina de sal”, que se convierte, leída al revés, en “la sed animal”. El Cuadrado mágico reúne cinco palabras de cinco letras dispuestas en forma cuadrangular que pueden ser leídas de derecha a izquierda, de arriba abajo y viceversa, en una muestra apoteósica de palíndromos y bifrontes. La estructura, con variantes muy diversas, ha aparecido en infinidad de hallazgos arqueológicos de diferentes culturas, siendo su manifestación más conocida esta latina: SATOR AREPO TENET OPERA ROTAS, de por ahora oscuro y en parte indescifrable significado (hay un libro de Umberto Eco y una película reciente, Tenet, que juegan con este recurso) y que en su configuración gráfica se muestra así:
La constricción del Prisionero se llama así porque parte de la base de una situación en la que alguien encerrado en su celda debe mandar un mensaje pero carece de papel suficiente, por lo que tiene que evitar el uso de las letras que sobrepasen, por arriba o por abajo, la altura básica de una línea; ello obliga a quien se somete a esta limitación a ingeniárselas para enviar su llamada de auxilio prescindiendo de todas estas letras: b, d, f, g, h, k, l, p, q, t e y. Un Texto creciente, es una frase en la que cada palabra tiene una letra más que la anterior: A mí, las vías rotas suelen hacerme incómodo frecuentar convencido ubicaciones ferroviarias (descabellada invención propia).
Otro artificio interesante es el Tautograma, que obliga al creador a construir sus frases con palabras que empiecen con la misma letra. Hay ejemplos magníficos en la historia de la literatura y otros, delirantes, de mi cosecha:
Papá, perdóname. Problemático parece perder paraguas: preocupa, provoca pesares, padecimientos. Pero pretendo, pensativo, paliar penosa pifia promoviendo plan plausible. Presento propuesta: procederé para provocarte profundo placer. Pensaré pasatiempos, propondré proyectos, plantearé periplos posibles, programaré pitanzas pletóricas, parrandas primorosas. Proporcionaré presentes, procuraré productiva prosperidad, persistentes períodos pacíficos, plácidos, pausados. Prestaré pingüe pecunio, proveeré patrimonio propio.
Pero, please, posterga puniciones pavorosas, prohíbe pesadas penitencias. Puedes presumir pronto pago, prescindible precio. Probablemente pueda permitirme prolíficos pluses. Pero, poderoso progenitor, prenda paterna, prodigioso procreador, ¿puedes prometerme perdón? ¿Perder paraguas puede portar penalización permanente? ¿Puede provocar partir, perenne peregrinaje? ¿Puede presuponer penumbrosa parca? Piedad, pródigo predecesor (Alberto 100, IA 0)
En el cruce entre lengua y aritmética hay invenciones ciertamente ingeniosas y, al margen de los textos que puedan permitir, de interesantes posibilidades, muy probablemente superadas por la acelerada potencia de la Inteligencia Artificial (luego hablaremos de ella), en el terreno de la criptografía. Es el caso de la Ludogematria, la relación entre cifras y letras que asigna un número a cada letra (por ejemplo, la a es el 1, la b el 2, y así en adelante) para “calcular” luego la cifra que define una palabra: Alberto, sería 1+12+2+5+19+21+16 = 76 (obviamente, he incluido la “ñ” en el cómputo del valor de cada letra). El juego consiste en construir frases cuyas palabras sumen lo mismo, o cualquier otra variación imaginativa que enlace dígitos y locuciones. En este ámbito de las relaciones entre números y signos alfabéticos, los Calculogramas, muy queridos por Perec, que los llamaba palíndromos verticales, consisten en formar palabras a partir de las cifras de una calculadora leídas al invertir el artilugio y admitiendo una traducción algo libre de dígitos a letras. Así 57388309, sería, invertido, GOEBBELS.
En otro orden de complejidad, hay exigencias autoimpuestas por sus creadores, de muy densa dificultad matemática, que involucran conceptos de álgebra, teoría de grafos, topología, códigos binarios, hipótesis combinatorias. Os dejo dos interesantes páginas que exploran los juegos matemáticos (la poligrafía del caballero del ajedrez, adaptada a un damero de 10×10; la pseudo-quenina de orden 10 y el bi-cuadrado latino ortogonal también de orden 10) en La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, y en la obra de Raymond Queneau. Ambas -junto a muchas otras- son responsabilidad de Marta Macho Stadler, una entusiasta (llega a escribir de alguno de los enrevesados juegos: ¡una auténtica belleza! y también: la prueba es sencilla y preciosa; dan ganas de hacerse matemático), divertida -aunque solo accesible a iniciados con un cierto dominio matemático- y sapientísima profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esa universidad.
En fin, hay decenas más de estas curiosas constricciones que, al margen de su eficacia lúdica, indiscutible, han servido a sus autores para “levantar” una obra literaria muy estimable. Veamos, someramente, algunos ejemplos, empezando por el gran referente oulipista, Raymond Queneau, con algún inciso añadido, y dejando para dentro de siete días al otro nombre esencial, Georges Perec, y para dentro de quince algunos otros autores y obras.
Entre los años 1942 y 1946, el escritor y matemático francés Raymond Queneau fue dando cuerpo, y publicando parcialmente en distintas revistas, a su idea de narrar un mismo asunto -un incidente real y absolutamente banal- a través de enfoques diferentes. Tenía en mente, según cuenta en el prólogo a la edición francesa de 1963 de lo que acabaría por ser un libro, el Arte de la Fuga, de Bach, que despertó en él el interés por llevar a cabo en el plano literario algo similar (la construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio). De este modo, en 1947 publicó Ejercicios de estilo, un clásico de la literatura experimental, un imaginativo y sorprendente libro en el que el autor, en efecto, recrea una anécdota trivial, un encuentro azaroso e insustancial en un autobús, para, con el referente de una primera y muy breve narración de ese soso suceso original, mostrárnoslo de noventa y nueve maneras distintas, fruto de las más inesperadas variaciones, construidas a partir de juegos verbales, efectos retóricos, transformaciones textuales, parodias idiomáticas, modalidades gramaticales y, en definitiva, registros comunicativos y enfoques literarios diversos, que incluyen variantes léxicas, ortográficas, estilísticas, semánticas y hasta matemáticas, muy curiosas y rezumando inventiva, originalidad y humor. El libro vio la luz en España en 1987 en una edición de Antonio Fernández Ferrer para la Editorial Cátedra, que ha alcanzado igualmente la categoría de clásica en la actualidad, por lo que tiene también de reto la traslación al castellano de los complejos matices de la obra original (que exige, en ocasiones, una completa invención del texto, como en este caso entre muchos otros: Quizás cosas así me permitirían conocer a los señores de la Real Academia, del Gijón y de la editorial Cátedra, podemos leer, optando el traductor por acercar a nuestra realidad las referencias a las que se alude del original, ajenas a nuestras circunstancias). He aquí la historia “base”, que se presenta bajo el título de Notaciones:
En el S [un autobús], a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo.” Le indica dónde (en el escote) y por qué.
Imposible dar cuenta en esta reseña de la totalidad de espléndidas reinterpretaciones de este hecho irrelevante. Por poner algún ejemplo, hay una versión “retrógrada” en la que el suceso se relata de atrás hacia adelante. Otra, “vacilaciones”, en la que el narrador duda de continuo sobre lo referido. Una más, “sorpresas”, que se distingue porque el texto fluye entre exclamaciones de estupefacción y pasmo. Hay recreaciones metafóricas; contadas desde un punto de vista subjetivo; redactadas como si se tratara de una carta oficial; con sintaxis y estructura telegráficas. La historia se nos da a conocer en forma de interrogatorio; trufada de aclaraciones e incisos; en tono insultante; incluyendo menciones a los colores del arco iris; con énfasis ampuloso; con perplejidad dubitativa e ignorante; con connotaciones gastronómicas; en pretérito perfecto; con prosa de propaganda editorial; transmitiendo impotencia; a través de onomatopeyas; con palabras compuestas y neologismos imposibles; en versos alejandrinos; usando la aféresis (suprimiendo algún sonido al principio de cada vocablo); con notación teatral; con lenguaje vulgar o paleto o amanerado; subrayando los aspectos olfativos, gustativos, visuales, auditivos o táctiles del lance; permutando las letras o las palabras; en lipograma de “e”; mediante anglicismos o galicismos; en latín macarrónico y con helenismos; con términos botánicos; entre otras muchas muestras llenas de creatividad.
Dejo aquí una de esas aproximaciones, Injurioso, de título inequívoco, como muestra del modo de proceder de Queneau:
Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infestado por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un viejo chocho le pisoteaba los pinreles con un furor senil; pero enseguida se arrugó largándose a un sitio vacío todavía húmedo del sudor de las nalgas de su anterior ocupante.
Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charla con otro imbécil delante de ese asqueroso monumento llamado la estación de Saint-Lazare. Parloteaban a propósito de un botón. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.
Hace varios lustros yo dediqué, en mi otro programa de Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes, un par de emisiones al libro, leyendo una veintena larga de esos “ejercicios de estilo” comenzando, claro está, por el texto inicial que “define” la situación, en una representación significativa -aunque forzosamente depurada en los ejemplos menos radiofónicos de la obra, los que incluyen elementos iconográficos no apreciables sin la visión del texto, los que resultan de muy difícil lectura o los consistentes en efectos lingüísticos de imposible comprensión en una mera escucha- del gran talento de su autor y del no menor de su traductor. Y como la de la repetición, la de las variaciones, era la idea fundamental que subyacía a mi propuesta literaria de esos dos programas, decidí entonces llevar al extremo tal enfoque ofreciéndoos también la misma canción, Les feuilles mortes -el gran referente, quizá, de la música francesa, la imperecedera obra de Jacques Prévert y Joseph Kosma con más de quinientas interpretaciones desde todos los ámbitos musicales del orbe- en más de dos decenas de versiones en estilos, géneros, lenguas, ritmos y planteamientos muy diferentes. Podéis localizar ambas emisiones en el blog del espacio para completar esta nota introductoria sobre el seminal libro de Queneau, objeto de traducciones a multitud de lenguas e inspirador no solo de programas radiofónicos, sino también de obras y espectáculos teatrales, discos, alguna película, infinidad de textos literarios y hasta de un cómic genial, prueba palpable de lo fecundo y universal de esta obra inaugural del francés.
Perteneciente, precisamente, a este último ámbito, el del cómic, quiero hacer un breve paréntesis en mis comentarios sobre el fundador del grupo para hablaros de Matt Madden, un historietista estadounidense, miembro del movimiento OuBaPo (Ouvroir de bande dessinée potentielle [Taller de cómic potencial]) que en 2005, y usando como referencia el libro de Queneau, publicó 99 ejercicios de estilo, en el que una misma historieta de una sola página, normalmente con ocho viñetas, que abre el volumen a modo de plantilla, se repite de 99 formas distintas cambiando el estilo, el grafismo, los colores, la perspectiva, los textos, los planos, la disposición, el número y el tamaño de las viñetas; modificando o haciendo desaparecer a los personajes; recreando los rasgos estilísticos de grandes autores del género, con homenajes explícitos (Scott McCloud, David Mazzucchelli, Ben Katchor, Chester Brown, Marc-Antoine Mathieu, Daniel Clowes, Art Spiegelman, Julie Doucet, Gary Panter, Rodolphe Töpffer, Richard F. Outcault, Winsor McCay, George Herriman, Jack Kirby, Kenneth Koch, Duane Michals) y referencias más o menos escondidas (Tintín, Crumb); explorando los temas más comunes del cómic y el diseño gráfico: el bélico, la fotonovela, el policial y detectivesco, el terror, el manga, el western (con Solo ante el peligro como base), los superhéroes, los tebeos de alienígenas, el gótico, la fantasía, las tiras cómicas de prensa, las viñetas políticas, los carteles publicitarios, los panfletos religiosos de tono apocalíptico; trasladando a imágenes algunos juegos literarios oulipianos: el palíndromo, el caligrama, la analepsis, el anagrama; introduciendo al propio Queneau como personaje en la escena del autobús, recreada ahora en la página dibujada; en una inagotable demostración de talento, ingenio e inspiración. En España, el libro apareció por primera vez en 2005 y se ha vuelto a reeditar -primer país del mundo que lo ha hecho- el pasado 2023 en la sección de cómic de la editorial Salamandra, con traducción de Carlos Mayor, que vierte a nuestro idioma las palabras de los bocadillos y los sustanciosos textos que completan un volumen muy atractivo: el prólogo a la edición de 2005, el epílogo dirigido a los lectores españoles de 2023, las notas aclaratorias de las claves de algunos de los ejercicios, en los que no resulta obvia la comprensión del “juego” que los inspira, y un desganado listado final de otros 99 posibles variantes (el perezoso adjetivo es debido a que el autor confiesa su escaso interés en acabar sacándolos adelante). Una maravilla de libro. No os lo perdáis.
Volviendo a Queneau, otra de sus obras representativas es Cent mille milliards de poèmes, que en puridad debiera ser traducido por Cien mil millardos de poemas, siendo el millardo para nosotros, en español, equivalente a mil millones (estaríamos hablando, pues, para dar cuenta de la magnitud a la que se refiere el título, de “cien mil miles de millones”, esto es, “cien billones” de poemas. Y, como ahora veremos, la cuestión numérica no resulta baladí. Estamos ante una obra muy interesante -aunque, siendo estrictos, de imposible lectura-, que puede ser definida de manera sintética como “un libro animado de poesía combinatoria”.
En él, un texto de una brevedad extrema (la edición original consta de dieciséis páginas), Queneau escribió “solo” diez sonetos distintos, cada uno en un página, con, como es obvio, catorce versos alejandrinos, endecasílabos pues, cada uno agrupado en dos cuartetos y dos tercetos, con, en este caso, rimas ABAB en los cuartetos, y CCD y EED en los tercetos. Transcribo aquí, para que pueda apreciarse la estructura base, el primero de los sonetos:
Le roi de la pampa retourne sa chemise
pour la mettre à sécher aux cornes des taureaux
le cornédbîf en boîte empeste la remise
et fermentent de même et les cuirs et les peaux
Je me souviens encore de cette heure exquise
les gauchos dans la plaine agitaient leurs drapeaux
nous avions aussi froids que nus sur la banquise
lorsque pur nous distraire y plantions nos tréteaux
Du pôle à Rosario fait une belle trotte
aventures on eut qui s’y pique s’y frotte
lorsqu’on boit du maté l’on devient argentin
L’Amérique du Sud séduit les équivoques
exaltent l’espagnol les oreilles baroques
si la cloche se tait et son terlintintin
La singularidad formal de la obra reside en que sus páginas aparecen troceadas, por decirlo así, en cintas, lengüetas o pestañas independientes, cada una de las cuales recoge un solo verso de cada uno de los sonetos. La combinación, el rompecabezas, la máquina de producir poemas que propone Queneau consiste en que el lector puede componer a su gusto sus propios poemas mezclando, casando e integrando los versos sueltos de cada soneto original, combinando las diferentes lengüetas. Como es obvio, los sonetos resultantes debieran ser legibles independientemente de la combinación elegida (cada soneto debía, si no ser perfectamente claro, tener al menos un tema y una continuidad, escribió Queneau en la introducción del libro). Confesaba también, en ese prólogo, haber tenido en mente, en la génesis de su idea, tanto los juegos surrealistas, literarios y visuales, de los cadáveres exquisitos (en los que, si se trata de textos, cada participante escribe una frase o párrafo en un papel, dobla la hoja para ocultar lo escrito y pasa el papel al siguiente, el cual solo ve el final del texto anterior y añade su parte, repitiendo el proceso hasta que la hoja se despliega revelando la obra completa. En las obras artísticas el proceso era idéntico, utilizándose un papel dividido en secciones que se van doblando para que cada artista solo pueda ver el final de la obra anterior pudiendo continuarla así a su antojo) como la inspiración que me produjo un libro para niños titulado Têtes de Rechange.
Como consecuencia de esta muy particular fórmula, cabe una lectura convencional del texto, que supone leer exclusivamente diez sonetos, uno por página, tal y como los recogería el libro si prescindimos de la fragmentación en tiras. Pero también puede cogerse el primer verso de cada soneto y continuar la lectura con cualquiera de los diez segundos versos. Y esa operación puede repetirse, en cada binomio de versos resultantes, con cualquiera de los terceros versos de los distintos sonetos. Y así, con los versos cuartos, quintos… hasta los décimos. Señala el propio Queneau en esas palabras preliminares: Hay diez opciones independientes para un primer verso. Para cada uno de estos, diez opciones independientes para un segundo verso; lo que da diez veces diez (100) posibilidades. Con el tercer verso, hay 1.000 opciones posibles; luego 10. 000, 100. 000 y, finalmente, cien mil millardos eligiendo el decimocuarto y último verso. 10 elevado a la 14, pues, cien billones de poemas. Con un humor bien oulipista, añade: Si lleva 45 segundos leer un soneto, y 15 segundos cambiar las cintas en que están impresos, a un ritmo de lectura de 8 horas por día, durante 200 días al año, se tarda más de un millón de siglos en agotar las posibilidades del libro, mientras que leyendo todo el día, los 365 días del año, lleva 190.258.751 años, más algunas horas y minutos (sin tomar en cuenta los años bisiestos y algún otro detalle).
Como podemos imaginar (¡estamos hablando del fundador del Oulipo!), en la composición de los sonetos, su autor se impuso numerosas trabas, exigencias o restricciones: no podía usar rimas demasiado comunes ni demasiado raras; se prohibía repetir palabras, de tal manera que era necesario que en los cuartetos hubiera al menos cuarenta palabras diferentes y en los tercetos, veinte; debía mantener el ritmo de cada verso y la rima del conjunto; la estructura gramatical debía ser la misma y mantenerse invariable en cada sustitución de versos; tampoco podía haber desacuerdos entre el género femenino y el masculino, o el número singular y el plural, de un verso a otro, en los diferentes sonetos.
Hay muchos temas de reflexión que suscita el muy lúdico experimento de Queneau. Por ejemplo, su carácter anticipatorio, pues el actual “hipertexto”, en el que un artículo, un reportaje, una crónica, un ensayo o una reseña se van abriendo, a través de enlaces, a otros documentos, no es más que una plasmación virtual, depurada, llevada al extremo y ciertamente infinita, gracias al desarrollo técnico, de la, en el fondo limitada -aunque sea a la extraordinaria magnitud de cien billones-, fórmula del francés. Igualmente, en la obra de Queneau está presente una sugestiva idea -que también internet ha permitido desarrollar casi sin límites- del lector como creador del libro, al que completa añadiendo, creando o compartiendo información, como ocurre en las “novelas interactivas”, la escritura colaborativa, la continuación de historias hoy frecuentes en la red (todo los cual ya estaba, en germen, en Rayuela o en la noción de “obra abierta” de Umberto Eco).
El formato de los cien billones de poemas refleja también la polémica, muy viva aún, en torno a si este tipo de planteamientos, en muchos casos de casi imposible lectura y que hacen muy complicada la plena intelección del sentido de un texto que, forzado por las restricciones, pierde gran parte -por no decir todas- de sus posibilidades de comunicación, pueden encajar, siendo estrictos, bajo la rúbrica de Literatura. El conflicto, como digo todavía vigente, se da entre quienes ven en la formidable, laboriosa y muy inteligente maquinaria oulipiana un mero artificio verbal, ingenioso y meritorio, pero en el fondo estéril, y quienes, por el contrario, sostienen que la literatura, la escritura -sin duda, en particular, la poesía-, suponen, por definición, el sometimiento a constricciones y que la función del escritor es exprimir al máximo esos condicionantes para incrementar las posibilidades expresivas de la lengua, aún a costa de obligar al lector a un esfuerzo inusual. En mis comentarios de los otros dos programas del ciclo volveré con alguna mayor profundidad sobre esta, a mi juicio, estimulante disputa.
En cualquier caso la obra del Oulipo sigue siendo muy influyente -como es obvio no de un modo multitudinario ni extraordinariamente popular- dando pie a estudios, debates, libros y, sobre todo, nuevas producciones marcadas por su ejemplo, su prestigio y lo innovador y sugestivo de sus propuestas. Quiero cerrar la reseña de esta tarde -dejando para dentro de siete días, como digo, otras muchas y valiosas manifestaciones del fenómeno oulipiano-, presentándoos un libro español, publicado por la editorial Demipage en 2011, al cumplirse los cincuenta años de la aparición del texto original del escritor francés. Se trata de Cien mil millones de poemas y en él, diez autores y poetas de nuestro país homenajean a Raymond Queneau creando cada uno un soneto en un volumen que, elaborado con el mismo juego de pestañas, permite las mismas casi infinitas posibilidades que el libro originario. Sus autores, todos seguidores confesos del “maestro” francés, son Jordi Doce, Rafael Reig, Fernando Aramburu, Francisco Javier Irazoki, Santiago Auserón, Pilar Adón, Javier Azpeitia, Marta Agudo, Julieta Valero y Vicente Molina Foix. El libro, de escasas cuarenta páginas, aunque abierto a una cifra descomunal de ellas, cuenta con las ilustraciones de Jean-François Martin y con un espacio en blanco final para que cada lector “construya” también su propia versión.
Apunto, ya como cierre, que al margen de estos dos textos emblemáticos de la literatura de Queneau, el escritor francés cuenta con una amplia obra que, sin obviar las restricciones y los juegos oulipianos, fueron en su momento -lo son ahora, por mucho que su difusión sea escasa- mucho más accesibles para el gran público. Yo leí hace casi cincuenta años Zazie en el metro, con una espléndida traslación al cine de Louis Malle, en 1960. Y en mi biblioteca están, perdidos en un vasto mar de olvido, títulos como Mi amigo Pierrot, Flores azules, La alegría de la vida, Siempre somos demasiado buenos con las mujeres (título que no se si se salvaría de la férrea dictadura de la actual corrección política), Diario íntimo de Sally Mara o Un duro invierno, de la mayor parte de los cuales, leídos hace décadas, no conservo un recuerdo apreciable.
En las dos semanas próximas seguiremos con más interesantes curiosidades surgidas del imaginativo taller de literatura potencial. Os dejo ahora con otro de los textos de Ejercicios de estilo, el titulado, de modo muy conveniente, Torpe. Tras él, una canción, Si tu t’imagines, que es una suerte de carpe diem escrito por el propio Queneau e interpretado por Juliette Gréco, la legendaria diva francesa.
Torpe
No tengo costumbre de escribir. No sé. Me gustaría escribir una tragedia o un soneto o una oda, pero están las reglas. Eso me corta. No son cosas para aficionados. Todo esto ya está muy mal escrito. En fin. En todo caso, hoy he visto algo que me gustaría mucho asentar por escrito. Asentar por escrito no me parece muy acertado. Debe de ser una de esas frases hechas que repelen a los lectores que leen para los editores que buscan la originalidad que les parece necesaria en los manuscritos que los editores publican cuando éstos han sido leídos por los lectores a quienes repelen las frases hechas del tipo «asentar por escrito» que es, sin embargo, lo que me gustaría hacer con una cosa que he visto hoy, aunque yo sólo soy un aficionado a quien cortan las reglas de la tragedia, del soneto o de la oda, porque no tengo costumbre de escribir. ¡Joder, no sé cómo me las he arreglado pero ya estoy otra vez al principio! No me vaya a aclarar nunca. Da igual. Cojamos el toro por los cuernos. Un tópico más. Y, además, el chico aquel de toro no tenía nada. Mira, eso no está mal. Si escribiese: cojamos al mequetrefe por el cordón de su sombrero de fieltro a un largo cuello pegado, a un cuello superlativo, tal vez eso seguramente sería original. Quizás cosas así me permitirían conocer a los señores de la Real Academia, del Gijón y de la editorial Cátedra. Al fin y al cabo, por qué no iba a hacer adelantos. La práctica de escritura hace maestro en literatura. Qué bien me ha salido eso. Aunque no hay que perder los estribos. El tipo de la plataforma sí que los perdió cuando se puso a insultar a su vecino con el pretexto de que este último le pisoteaba cada vez que se encogía para dejar subir o bajar a los viajeros. Lo mismo que cuando, después de haber protestado de aquella manera, se fue deprisa a sentarse en cuanto vio un sitio libre dentro, como si se oliese los palos. Mira, ya he contado la mitad de mi historia.
No sé cómo lo he hecho. Hasta es agradable esto de escribir. Aunque queda lo más difícil. Lo más duro. La transición. Y aún peor porque no hay transición. Mejor lo dejo.
Videoconferencia
Raymond Queneau. Ejercicios de estilo
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