Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 8 de diciembre de 2010


JAVIER GOMÁ. EJEMPLARIDAD PÚBLICA

Hola, buenos días, buenas tardes. Permitidme que antes de presentaros mi recomendación de hoy os haga una confidencia. He dudado mucho sobre si el libro del que esta mañana quiero hablaros era el más adecuado para un consejo radiofónico destinado, por definición, a un público indiscriminado y general y por tanto no específicamente versado en cuestiones literarias o culturales, no especialmente provisto de unos referentes académicos, de un lenguaje científico, de un método de análisis particularmente elevado. Y me he vuelto a plantear la pregunta central sobre la que se construye mi presencia aquí, en Radio Universidad, todas las mañanas de los miércoles: ¿cuál es el propósito último de Todos los libros un libro? ¿Presentar libros por los que cualquiera, al margen de su formación, al margen de sus intereses, al margen de su cultura, al margen de su capacidad, pueda disfrutar? Sin duda. ¿Sugerir textos que sólo los iniciados, las personas dotadas de un determinado y suficiente bagaje intelectual, los universitarios, por ejemplo, puedan valorar? No tanto. Es verdad que estamos en Radio Universidad, que el perfil del destinatario natural de estas emisiones es el de un joven universitario. Yo mismo lo soy, universitario quiero decir, joven ya no; soy profesor, es cierto, y por ello, quizá (y reparad en que ofrezco mi reflexión con toda la prudencia y todas las cautelas posibles), los libros que a mí me gustan puedan necesitar (y yo, por costumbre, por rutina, no sea del todo consciente de ello) una cierta experiencia lectora, una especial predisposición, un entramado previo de conocimientos, de saberes, de prácticas y hábitos intelectuales. Pero, sobre todo, más que nada, soy un lector común, alguien a quien le entusiasma leer y por ello creo, sinceramente, que aquellos libros con los que yo disfruto pueden también provocar idénticos efectos en cualquiera que posea sensibilidad, inquietud y voluntad suficientes. En cualquier caso, lo cierto es que la elección de mi propuesta de hoy me ha planteado problemas, porque siendo un libro magnífico, el ensayo más sugestivo, más intelectualmente provocador, más apasionante, mejor escrito de los que he leído en muchos años, es también un texto de lectura ardua y difícil, repleto de citas y referencias filosóficas, un texto complejo y a veces abstruso, que obliga a un avance demorado y exigente, lento e intrincado, que exige relecturas continuas, que requiere pausas reflexivas que permitan digerir las atrevidas propuestas, los laberínticos razonamientos, los enrevesados lazos argumentales del autor, para, al término de tan arduo proceso, acabar aprendiendo y disfrutando enormemente... y digo bien, disfrute, placer, entusiasmo contagioso son algunas de las benéficas consecuencias que provoca la lectura de este Ejemplaridad pública, el libro del que por fin me decido a hablaros.

Ejemplaridad pública es un ensayo filosófico debido a la pluma, espléndida pluma, a la excelente escritura, diáfana, de gran riqueza léxica, a la magnífica literatura en suma, de Javier Gomá, licenciado en Filología Clásica y en Derecho, doctor en Filosofía, Letrado del Consejo de Estado en excedencia, y actualmente Director de la Fundación Juan March, un cerebro privilegiado, un pensador extremadamente inteligente, una inteligencia, una mente, una lucidez, un pensamiento creativo como pocas veces me ha sido dado reconocer en un escritor. Y esa brillantez del autor impregna todas y cada una de las páginas del libro, caracterizadas, más allá de la muy interesante propuesta que contiene el texto, por un extraordinario resplandor, podríamos decir, que emana de sus reflexiones, que se encadenan con una subyugante limpidez argumental, con un depurado preciosismo en la expresión, un preciosismo con sentido, debo decir, nada más alejado de la prosa barroca y vacua de tantos discursos, no sólo los políticos, también los literarios y los filosóficos.

La tesis básica que sostiene Javier Gomá en este magnífico ensayo podría formularse en pocas palabras como un intento de construir un espacio público habitable, una república virtuosa, una democracia cívica y moralmente estimable en un mundo en el que la liberación del yo que se ha venido produciendo desde el romanticismo hasta nuestros días, impide todo tipo de constricción, de exigencia impositiva, de coacción siquiera benévola. La sociedad en la que vivimos es una sociedad emancipada, el ser humano se ha desprendido de todas las referencias externas constrictivas, ya no hay maestros, ni teorías, ni dogmas, ni concepciones globales del mundo, no hay autoridad, no hay religión, no hay ideologías que atemperen el libre fluir de nuestras personalidades desatadas, no hay, pues, justificación externa, inmutable y trascendente, que sustente nuestros actos, que los dirija, los frene, los encauce. Y ese individuo que fundamenta en sí mismo, sin ninguna instancia exterior moderadora, toda su vida, construye con su desprejuiciado deambular vital una sociedad de egoístas, de personalidades excéntricas, originales, desinhibidas, vulgares, desprovistas de toda pauta o referencia moral más allá de sus propias apetencias, más allá de su libertad tan difícilmente conquistada en tanto derecho y, sin embargo, tan malgastada en su utilización. ¿Cómo conseguir que los seres humanos de nuestras sociedades occidentales, acostumbrados ya, definitiva e irremisiblemente, por fortuna, a esa libertad, acepten en uso de esa misma libertad imponerse restricciones voluntarias a su ejercicio, en el afán de instaurar un orden democrático más igualitario, más justo, más humano?

Y ahí es donde surge la noción de ejemplaridad, la piedra angular del libro de Gomá: el individuo que asume un estilo de vida privada ejemplar es también, por ello, un ejemplo público y la fuerza de ese ejemplo puede cambiar las costumbres sociales de un modo no autoritario, no por la fuerza de la coacción, sino por el estimulante influjo de la persuasión. Ser ejemplar, cuidar la casa y el oficio con la diligencia debida, la que en el Derecho clásico se condensaba en expresiones como la propia del buen padre de familia, la del honrado comerciante, es decir, aceptar voluntariamente no dejarse llevar hasta el extremo por la pulsión liberadora de la propia personalidad, sino, antes al contrario, consentir de buen grado limitaciones a esa libertad como fórmula idónea para el más feliz encuentro entre individuo y sociedad, es la clave de la propuesta de este libro extraordinario que, como es obvio, no agota sus planteamientos en mensajes reduccionistas, sino que se abre a multitud de ideas renovadoras y fecundas.

Por ello no debéis dejar de leerlo, más allá del aviso, superando el aviso acerca de su dificultad que os he hecho al comenzar esta reseña. Javier Gomá, Ejemplaridad pública, editorial Taurus. Para cerrar musicalmente la emisión he elegido, el himno Heroes, de David Bowie, porque su estribillo, todos podemos ser héroes, al menos por un día, condensa de modo sucinto y significativo uno de los rasgos esenciales de esa sociedad actual que Javier Gomá tan bien analiza. Pasad una buena semana. Adiós.

Una teoría de la ejemplaridad pública de base igualitaria se opone al presupuesto, hoy corriente, que reserva el monopolio de lo público a una elite de políticos profesionales y a determinadas celebridades, los cuales son consideradas personas públicas por ocupar un lugar en el espacio público, tener una voz o un nombre conocidos en la opinión pública o disfrutar de alguna notoriedad pública aireada por los medios de comunicación social. Para una teoría igualitaria, esta suposición no es admisible; para ella, por el contrario, todo yo es potencial y vocacionalmente persona pública en la medida en que, sosteniendo una casa y ejerciendo un oficio, se abre a lo público de la polis. Contemplamos a ese yo cotidiano -ese cabeza de familia responsable y profesional competente- que envejece cumpliendo con su deber sin extravagancias y retorna cada día a su casa al final de una jornada monótona y previsible pero útil para la colectividad genérica de la polis, y en ese yo del montón, de una ejemplaridad sin relieve, se nos revela un tipo eminente de persona pública.



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