Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 15 de diciembre de 2010


JOSÉ MARÍA EÇA DE QUEIROZ. LOS MAIA


Hola, buenos días, buenas tardes. Un miércoles o un viernes más, en Todos los libros un libro, sale a vuestro encuentro en Radio Universidad de Salamanca la literatura, con una propuesta de lectura que espero pueda interesaros. Hoy os traigo un clásico, un tipo de libro que, por un desafortunado y continuado olvido por mi parte, no hace acto de presencia habitualmente en nuestra sección, demasiado ceñida, por desgracia, en numerosas ocasiones, a un presente inmediato y exigente, a una actualidad devoradora que nos hace olvidar que hay grandes obras de la literatura que pese a haber sido escritas hace dos, tres, cinco o incluso más siglos, continúan proporcionando reveladoras claves de nuestra existencia, que constituyen por lo tanto una inapreciable fuente de conocimiento y sabiduría y cuya lectura sigue ofreciéndonos innumerables motivos de disfrute y de placer. Prometo reincidir con más frecuencia en los clásicos en posteriores entregas de Todos los libros un libro.

El de hoy es un libro voluminoso y extraordinario, una excepcional novela, escrita en el siglo XIX por el portugués Eça de Queirós, Los Maia, su obra maestra indiscutible y una de las cimas de la literatura portuguesa de todos los tiempos. Camoens, Pessoa y Eça de Queirós son, probablemente, los tres grandes de nombres de la historia literaria de nuestro país vecino. El libro, publicado en 2001 en una edición primorosa por la editorial Pretextos, cuenta con un ilustrativo prólogo, una esmerada traducción y unas esclarecedoras notas de Jorge Gimeno.

Los Maia cuenta la historia de la progresiva decadencia de una gran familia portuguesa de ese nombre a lo largo de los siglos, aunque lo esencial de la novela se centra en las tres últimas generaciones, encarnadas en don Afonso, don Pedro y don Carlos da Maia. Es la vida de este último, sobre todo los acontecimientos que se producen en torno al año 1875, la que ocupa un lugar predominante en el texto, aunque como os digo, las referencias al pasado, incluso remoto, de la saga familiar, son constantes. Carlos da Maia forma parte de una familia de la alta burguesía, rozando la aristocracia, en el Portugal del siglo XIX. En él vemos reflejados todos los logros y todas las miserias de su clase, todas las costumbres, todos los hábitos, todos los tics de ese segmento social, ocioso y culto, refinado y snob, irresponsable y estéril, innovador y diletante, que, en la época, ve resquebrajarse su mundo, sus modos de vida, en una sociedad que cambia, que abandona paulatinamente una organización casi feudal y se adentra con timidez en un moderno siglo XX que ya se anticipa en el horizonte. Todo parece morir en este desgraciado país, dice uno de los personajes. La historia de amor entre don Carlos da Maia y doña María Castro Neves, una historia que se acomoda y desarrolla con brillantez todas las pautas de las grandes novelas decimonónicas, Anna Karenina y Madame Bovary están obviamente presentes en el texto, aunque sea de modo inconsciente, esa magnífica e intensa historia de amor que arrasadoramente inunda gran parte de las páginas de la obra, permite además, gracias al magistral talento del autor, constituirse en soporte de la historia de todo Portugal y por extensión, en un plano todavía superior, en el relato de las grandes preocupaciones de la existencia humana. Como toda obra maestra, y Los Maia sin duda lo es, el texto de abre a múltiples lecturas, y si los que lo leyeron en el 1888 de su publicación pudieron encontrar en él referencias actualísimas a episodios y personajes de la época, ciento veinte años más tarde el libro continúa vigente por esa capacidad de recrear la condición humana con solvencia y precisión y acierto, y sobre todo con extraordinaria belleza e inmensa calidad literaria.

Porque, y este hecho debe ser destacado, más allá de la potencia expresiva de la historia narrada o de la capacidad su autor de evocar todo un mundo en sus palabras, los aspectos meramente literarios de Los Maia son también dignos de mención. El estilo portentoso, que hace fluir la narración de un modo elegante y ligero, de tal modo que las casi novecientas páginas del libro se nos pasan en un suspiro; el voluntario afán, muy logrado, de superación de todos los ‘ismos’: psicologismo, realismo, naturalismo, romanticismo, que impregnaban la novela de la época; la profundidad, la hondura, la riqueza de matices con los que se presenta a los personajes; el muy acertado retrato de todas las clases sociales, de todos los ambientes, con un lenguaje adecuado a cada caso, recogiendo fielmente las distintas variantes del habla de cada sector social. Encontraréis un breve pero muy penetrante e iluminador análisis de todos estos aspectos destacados de la obra en el magnífico prólogo de Jorge Gimeno, que yo os recomiendo leer tras haber acabado el libro, y no antes.

En fin, una obra espléndida, inagotable, muy fecunda, llena de enseñanzas todavía vigentes sobre el alma humana y que, además, y sobre todo, se lee con extraordinarios placer y agrado. Reservad unas cuantas semanas de vuestras vidas para este monumental libro, Los Maia, del portugués Eça de Queirós y publicado por Pre-Textos, no os arrepentiréis de la experiencia. Os dejo ya con un fragmento del libro, tras el que sonará O sonho, una estupenda canción de Madredeus, uno de los máximos exponentes de la música portuguesa. Hasta la semana próxima.

De repente Sintra se le antojó intolerablemente desierta y triste. La faltaron fuerzas para volver al palacio, para salir de allí. Quitándose los guantes, dando vueltas alrededor de la mesa del comedor, en la que se marchitaban los ramos de la víspera, sintió un deseo desesperado de lanzarse al galope hacia Lisboa, de plantarse en el Hotel Central, de invadir su habitación, de verla y saciar los ojos en ella... ¡Porque nada le irritaba tanto como no poder encontrar, en la apretura de Lisboa, donde uno se iba dando codazos con todo el mundo, a aquella mujer a la que buscaba desesperadamente! Hacía dos semanas que recorría el Aterro como un perro vagabundo. Había peregrinado ridículamente de teatro en teatro. ¡Incluso una mañana de domingo la había buscado por las iglesias! Pero no había vuelto a verla. Se había enterado de que estaba en Sintra, y hasta Sintra se había llegado, pero nada. Ella se había cruzado con él una tarde, bella como una diosa caída del cielo sobre el Aterro, le había dedicado una de sus miradas negras, y después había desaparecido, se había evaporado, como si hubiera regresado a los cielos, de ahora en adelante invisible y sobrenatural. Y allí se había quedado él, con aquella mirada en el corazón, que perturbaba todo su ser, orientando sordamente sus pensamientos, sus deseos, su curiosidad, toda su vida interior, hacia una adorable desconocida de la que no sabía sino que era alta y rubia y que tenía una perrita escocesa... ¡Es lo que sucede con las estrellas fugaces! No son de una esencia diferente ni contienen más luz que las demás, pero al pasar veloces y desvanecerse, el deslumbramiento que originan es mayor y más duradero.


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