Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 14 de septiembre de 2011

HARRY THOMPSON. HACIA LOS CONFINES DEL MUNDO

Hola, buenos días. Seguimos, en estas entregas aún veraniegas de Todos los libros un libro, con recomendaciones propicias para este tiempo de descanso (afortunados quienes todavía podáis disfrutar de él). La que hoy os ofrezco se acomoda de un doble modo a la estación estival. En primer lugar porque se trata, como comentaré más adelante, de un novelón de 832 páginas que en condiciones normales, rodeados como estamos de obligaciones laborales, exigencias familiares, ritmos de vida acelerados, casi hacen imposible la misión -pues así llegará a antojársenos la tarea- de distraer algunas horas para encarar su lectura, mientras que ahora, a la acogedora sombra de nuestro árbol favorito en el jardín o en el campo, en un fresco banco en un parque, protegidos por la sombrilla al borde del mar, bajo el ventilador en la cama, tras la preceptiva e inevitable siesta, uno difícilmente imagina experiencia más atractiva (creedme, no la hay) que adentrarse con pasión en un libro arrebatador y convivir con sus personajes algunas semanas. Por otro lado, al ser la obra recomendada una novela de viajes, pues eso es en esencia más allá de sus múltiples planos, podemos cultivar también, mientras leemos, esa vertiente aventurera presente en mayor o menor medida en casi todos, pues sin duda el libro despertará en nosotros el ansia, la fiebre incluso, de conocer mundo, de lanzarnos al camino, de dejar atrás, viajando, los estrechos límites de nuestra pobre vida.

El libro del que hoy quiero hablaros y que acabo de presentaros con una predisposición tan favorable es, en efecto, una novela excepcional que me ha deparado unos extraordinarios momentos de placer y diversión, de aventuras apasionantes, de reflexión intelectual, de emociones sin cuento, de penetrante indagación psicológica, de saber y erudición nada vanos, nada pedantes, al contrario, muy sugestivos e interesantes. Se trata de la excepcional Hacia los confines del mundo; su autor, el londinense Harry Thompson, fallecido en 2005 a unos cuarenta y tres jovencísimos años y fue  publicado hace unos años por mi muy querida editorial Salamandra en traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

Hacia los confines del mundo gira sobre la existencia de un personaje principal, el capitán de la muy afamada y poderosa marina británica, Robert Fitzroy, y cuenta con otro protagonista aparentemente secundario, pero de igual o mayor trascendencia, al menos en relación al poso que ha dejado en las generaciones venideras, el naturalista Charles Darwin. En la novela, extensísima novela, como os digo con más de ochocientas páginas, pero que se lee en un suspiro arrebatado, se narran las expediciones de FitzRoy a la Patagonia, a la Tierra del Fuego, al mando de un barco de resonancias míticas, el Beagle. En una de ellas, cuyo relato ocupa la mayor parte del libro, FitzRoy se hace acompañar por Darwin para, desde diciembre de 1831 y durante cinco años, cartografiar las costas suramericanas, investigar la flora y la fauna de esas tierras australes, tomar posesión, en nombre de la Gran Bretaña, de aquellos territorios desérticos, dar nombre a cientos de parajes ignotos, aventurarse entre primitivas poblaciones aborígenes, siempre misteriosas y, en muchos casos, hostiles, con la intención de colonizarlas e intentar ganarlas para la causa de la religión cristiana. La expedición es fascinante y en ella, FitzRoy, Darwin y los diversos miembros de la tripulación, personajes de un coraje, una entereza, una nobleza y una dignidad humana encomiables, ejercen de conquistadores iluminados, de arriscados aventureros en lucha contra los elementos, los fríos polares, las tempestades marinas, el ominoso silencio de un mundo fuera del mundo; ejercen de colonizadores algo despóticos y llenos de prejuicios en relación a los “salvajes”, a los muchas veces pobres fueguinos, araucanos y patagones; ejercen de predicadores cegados por una fe irracional que pretenden contagiosa, de fieles cronistas de un mundo que se extingue y de otro que nace pujante; y sobre todo, ejercen de minuciosos biólogos, de investigadores entregados a la noble causa del conocimiento y el saber; ejercen de geólogos en busca de fósiles, de minerales desconocidos; ejercen de agudos antropólogos, de científicos ejemplares. El lector tiene siempre la sensación de hallarse ante personalidades arrebatadoras, excepcionales, ante adalides del progreso, ante algunas de esas pocas personas que han logrado el avance de la Humanidad. El libro rezuma fuerza, pasión, contagioso espíritu emprendedor, algo como una fiebre vital, genesíaca, que anima a crear, que empuja a ir más allá, y por ello la experiencia lectora se vive de un modo eufórico, entusiasta e inolvidable.

Pero en la novela hay muchos otros elementos de interés. Está la descripción de la vida en una Inglaterra en la que la Revolución Industrial está cambiando los cimientos de una civilización, hay páginas que evocan el mundo dickensiano, los pobres, el hambre, las débiles víctimas de la tiranía fabril. Está también el relato de las peripecias de los viajes marinos, y la crítica ha citado las concomitancias con los libros marineros de Patrick O’Brian, aunque yo he pensado, en muchos episodios, en el cine del mar, en Capitanes intrépidos o en Lord Jim o en Moby Dick. Está también, y sobre todo, el debate intelectual entre la visión tradicional de FitzRoy, su creencia a pies juntillas en los dictados bíblicos, en particular en una creación divina del mundo conforme a los literales postulados del Génesis y en un diluvio universal del que busca pruebas en sus viajes y, por otro lado, la visión más moderna, revolucionaria, de un clérigo Darwin que, progresivamente, pone en cuestión las irracionales premisas teóricas sobre las que se sustenta el saber de su época y va abriéndose a las interpretaciones que sus hallazgos, sus investigaciones, su inteligencia le van mostrando: la realidad del origen de las especies, la teoría de la evolución.

Y hay, todavía, mucho más, pero ya apenas dispongo de tiempo para apuntar otros temas: la evolución psicológica de dos muy complejas personalidades, desde su juventud (Darwin y FitzRoy inician su viaje cuando el primero tiene 20 años y el segundo 26) hasta su edad adulta; las peculiares relaciones de ambos con las mujeres, inexistentes durante sus muchos años embarcados, fraguándose luego en matrimonios y en hijos y en familias más o menos convencionales; las grandezas y las miserias de la acción de las potencias coloniales en relación con los pueblos colonizados; y tantos otros.

En fin, no hay tiempo para más. Leed este Hacia los confines del mundo de Harry Thompson que publica Salamandra. Recrearos en sus páginas, disfrutad de una fantástica experiencia de lectura. Os dejo ya con un significativo fragmento del libro, que espero que pueda interesaros. Después de él, y como siempre, una breve pista musical. Una maravilla de canción, Orinoco flow, de Enya, que exalta el viaje y la aventura, la navegación hacia todos los confines del mundo. Vivir no es necesario, navegar sí, rezaba la divisa de las naves griegas. Sail away...

Capitán FitzRoy, tengo el mecanismo, ahora tengo el mecanismo. Leí el Ensayo sobre el principio de la población de Malthus, y entonces se me ocurrió, está claro como el agua. ¿Por qué el mundo no está plagado de conejos, o de moscas, siendo como son capaces de reproducirse a una velocidad tan increíble? ¿Por qué el mundo no está abarrotado de gente pobre? La respuesta es: los débiles mueren. La muerte, la enfermedad, el hambre les afecta a ellos más que al resto de la población. Sólo los mejor adaptados sobreviven. Ésa es la razón por la que las razas inferiores, como los fueguinos y los araucanos, serán eliminadas, y por la que las civilizaciones del hombre blanco, más desarrolladas, acabarán por ocupar su territorio. Por ese motivo el cristianismo derrota al paganismo, porque se enfrenta mejor a las exigencias de la vida. La muerte es una entidad creativa. Preserva las adaptaciones más efectivas de animales, plantas y personas, y elimina las menos efectivas. De modo que las adaptaciones favorables se vuelven fijas. Así es como se adapta una especie.

Supongamos que nacen seis cachorros. Dos tienen las patas más largas, por lo que podrán correr más deprisa. Son los únicos de la camada que sobrevivirán. En la siguiente generación, todos los cachorros tendrán las patas largas. Las especies se adaptan produciendo variaciones al azar, un proceso de ir probando y cometiendo errores, que persisten si son ventajosas. Es la misma naturaleza, si lo prefiere, quien las selecciona, distinguiendo entre las ganadoras y las perdedoras.


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