Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 28 de septiembre de 2011

JAVIER MARÍAS. LOS ENAMORAMIENTOS

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro. Hoy vengo con una recomendación espléndida, con un libro excelente de un autor que no había aparecido hasta ahora en nuestra sección pese a que se trata de uno de mis escritores favoritos. Hablo de Javier Marías, cuya última obra, Los enamoramientos, es, como casi siempre en las publicaciones del madrileño, genial. El libro lo presentó hace algunos meses Alfaguara y al igual que la mayor parte de los de Javier Marías ha conocido un extraordinario éxito de ventas.

Lo más singular en Los enamoramientos, el aspecto que destaca, a mi juicio, por encima de todos los demás es el estilo, más allá de la trama argumental, en este caso muy tenue, aunque intensa y envolvente, de la que luego os hablaré, e independientemente también del mayor o menor interés de los pensamientos, de las ideas, de los temas de reflexión que plantea la novela, siempre interesantes y sugestivos, siempre densos y originales, siempre profundos y muy ricos, aunque siempre discutibles, como en cualquier caso ocurre con la obra de Javier Marías, sin importar el género en el que se desenvuelva (sea éste el artículo periodístico, la reseña literaria o la obra de ficción), siendo irrelevante también el motivo sobre el que gire su escritura: la denuncia de la radical insustancialidad de los políticos, los atropellos a los que se ve sometido el ciudadano, el elogio de una obra maestra del cine clásico o sus diatribas furibundas contra todos y contra todo, por ceñirme a algunas de sus manifestaciones habituales como columnista en los periódicos, en un terreno por tanto más realista y apegado a la cotidianidad, o la imposibilidad de saber la verdad de las cosas, el enorme peso que para nosotros tiene lo dicho y escuchado, o el papel del secreto en nuestras vidas, la dificultad del olvido y la persistencia del recuerdo, la relevancia del azar, los afectos, los engaños, los sentimientos, por hablar de algunas de sus preocupaciones más abstractas o filosóficas, más conspicuas también.

Es, por el contrario, la potencia de su prosa torrencial lo que, una vez más, nos impresiona en sus libros. Marías empieza a escribir y abre la compuerta a un impetuoso manantial de palabras que fluyen sin fin, de modo imparable, en un discurso magnético, envolvente, seductor, musical, con un ritmo hecho de repeticiones y pautado por palabras y términos que aparecen una y otra vez, por expresiones recurrentes, que se reiteran con una cadencia que encanta y fascina y embelesa. Había empezado a mezclar tiempos verbales, presente de indicativo, pretérito indefinido e imperfecto, se dice en el libro, y esa mezcla de tiempos verbales, de frases encadenadas e interminables, ese portentoso juego con el lenguaje, llevado a sus últimas consecuencias para conformar una prosa densa y a la vez fluida, intrincada y como mágica, resulta deslumbrante y altamente adictivo. Y así, una tenue idea principal, tantas veces banal, se ve enriquecida por infinidad de enfoques, de precisiones, de digresiones, de matices, y el relato avanza y se desvía y se detiene interminablemente y deriva y se reanuda, y aparece un nuevo motivo y el autor lo desmenuza, lo analiza con minuciosidad casi científica, lo disecciona, y siguen corriendo las palabras, y ahora hay meandros e incisos y divagaciones, y surge un nuevo detalle menor, y en él se demora el escritor, y lo rodea y lo completa y juega con él y lo incorpora a la trama y vuelve a alejarse aparentemente de ella y la novela imperceptiblemente avanza y llevamos cincuenta páginas y ahora cien y doscientas y nada pasa, no hay acción, no parece haber siquiera evolución de los personajes, o si la hay, si lo hacen, si cambian, si crecen, es a través de las palabras, de esta interminable y fecunda e hipnótica y como imantada marea verbal. Habla Javier Marías en un momento del libro del vagaroso universo de las narraciones, con sus puntos ciegos y contradicciones y sombras y fallos, circundadas y envueltas todas en la penumbra o en la oscuridad, sin que importe lo exhaustivas o diáfanas que pretendan ser, pues nada de eso está a su alcance, la diafanidad o la exhaustividad. Es una novela -dice más adelante- y lo que ocurre en ellas da lo mismo y se olvida, una vez terminadas. Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios, se nos quedan con mayor nitidez que los sucesos reales y los tenemos más en cuenta.

Y así ocurre también en Los enamoramientos. María Dolz, la Joven Prudente como se la denomina en el libro, se desempeña profesionalmente en un sello editorial (lo cual es una excusa para que Javier Marías se despache a gusto sobre el medio y sus pobladores). En sus pausas laborales, su desayuno en un café cercano a su trabajo, observa cautivada a una pareja, Miguel Desvern o Deverne y su mujer Luisa, que parecen constituir el matrimonio ideal. Desde su posición de observadora anónima, María, narradora y principal protagonista del libro, manifiesta su encantamiento ante aquellos dos seres casi celestiales, angélicos en su inmaculada perfección. Un buen día, Miguel aparece salvajemente asesinado. María se adentrará entonces en la existencia de Luisa, y sobre todo de Javier, el buen amigo de la pareja, y la historia dará algunas vueltas inesperadas, nos toparemos con situaciones imprevistas y con acontecimientos que con benevolencia podremos llamar peripecias novelescas (aunque para conocerlas haya que esperar doscientas páginas), y a todo ello asistiremos desde la mirada de una perspicaz María, que indaga, penetra y elucubra sobre lo que fue y lo que pudo ser la vida de la atractiva pareja.

En el transcurso de las divagaciones de la protagonista, y mientras vamos descubriendo nuevos detalles de la leve trama, nos encontramos también, -la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, dice Marías por boca de uno de sus personajes-, con oportunas indagaciones sobre la pérdida de todos los códigos, lo que impide saber ya nunca a qué atenernos, sobre la verdad y la mentira y sobre el reconocimiento del engaño y lo inverosímil de la realidad, sobre el recuerdo y la imposibilidad de volver al pasado o de demorarse en él y sobre la conveniencia de dejarlo pasar sin retenerlo, y por supuesto sobre el enamoramiento y sus efectos, la revelación, la fragilidad, el contagio, el entusiasmo, el temor, la simpatía, la aversión, la obsesión, el dolor, la impaciencia, el arrebato, la ternura. Y también, como ha señalado la crítica, sobre la voluntad que ponemos en nuestros actos o la carencia absoluta de ella, sobre el azar y las circunstancias, sobre la lealtad y la amistad, sobre la vida y la muerte...

Y aparecen también las referencias literarias, en un rasgo típico de alta cultura característico de la obra de Javier Marías, pero que, pese a la presumible distancia que elementos así introducen entre el texto y el lector convencional y no especialmente formado, el autor logra que las citas y las envolventes reflexiones en torno a ellas, se integren con fluidez en la trama y no sólo no nos parezcan abstrusas ni pedantes, sino que nos resulten indispensables para la comprensión y el disfrute de la novela. Así, en Los enamoramientos se entretejen una enigmática frase del Macbeth de Shakespeare, debería haber muerto de ahora en adelante, la desoladora aventura del Coronel Chabert, un personaje de una novelita de Balzac (que ahora ha reeditado el propio Marías en su colección La lanza del tiempo), un terrible episodio de Los tres mosqueteros protagonizado por Athos y su joven esposa Anne de Breuil, o un medio verso de John Keats, se demoró pálidamente. Y sobre cada una de estas referencias, los personajes hablan y glosan y profundizan e inventan y así, una vez más, el libro sigue avanzando, en un encantador torrente de palabras, porque, insisto, sobrevolándolas todas, está el hechizo de la prosa del escritor, que logra que, aún sin interesarnos lo que pueda contarnos, desentendiéndonos, incluso, de la historia (no es el caso: en Los enamoramientos la historia también nos atrapa), no podamos dejar de leer. Tenía una fuerte tendencia a disertar y a discursear y a la digresión (...) me deleitaban su voz grave y como hacia dentro y su sintaxis de encadenamientos a menudo arbitrarios, el conjunto parecía provenir no de un ser humano sino de un instrumento musical que no transmite significados, quizá de un piano tocado con agilidad, se dice en un momento del libro, describiendo sin querer un aspecto principal de la escritura de Javier Marías:

¿Sin querer? Sinceramente, no lo creo, dada la extraordinaria inteligencia del autor, muy consciente de la necesidad de permear su obra con estas constantes metarreflexiones sobre la escritura y la ficción y sobre el valor de lo que se cuenta y escucha, de lo que se escribe y lee, en otro de los elementos interesantes del libro y muy definitorios del singular estilo Marías. Por ejemplo: Todo se convierte en relato y acaba flotando en la misma esfera, y apenas se diferencia entonces lo acontecido de lo inventado. Todo termina por ser narrativo y por tanto sonar igual, ficticio aunque sea verdad. Y aún otro más: Cuanto a uno se le cuenta se le queda incorporado y pasa a formar parte de su conciencia, incluso si no lo cree o le consta que jamás ha sucedido y que solamente es invención, como las novelas y las películas (...) Cuanto ha sido dicho se recupera y resuena, si no en la vigilia sí en la duermevela y los sueños, donde el orden no importa, y siempre permanece agitándose y latiendo.

En fin, se nos acaba el tiempo, no dejéis de leer esta espléndida novela, Los enamoramientos, de Javier Marías. La ha publicado Alfaguara, editorial en la que podréis encontrar el resto de la inmensa obra del madrileño. Como complemento musical de la recomendación de hoy, una canción de amor que forma parte de una película que cuenta un tierno enamoramiento. Se trata de If you want me y la cantan Glen Hansard y Marketa Irglova, intérpretes principales de Once, una muy recomendable película. Hasta la semana próxima.

El mundo es tan de los vivos, y tan poco en verdad de los muertos -aunque permanezcan en la tierra todos y sin duda serán muchos más-, que aquéllos tienden a pensar que la muerte de alguien querido es algo que les ha pasado a ellos más que al difunto, que es a quien de verdad le pasó. Es él quien hubo de despedirse, casi siempre contra su voluntad, es él quien se perdió cuanto estaba por venir (quien ya no vio crecer y cambiar a sus hijos, por ejemplo, en el caso de Deverne), quien tuvo que renunciar a su afán de saber o a su curiosidad, quien dejó proyectos sin cumplir y palabras sin pronunciar para las que siempre creyó que habría tiempo más tarde, quien ya no pudo asistir; es él, si era autor, quien no pudo completar un libro o una película o un cuadro o una composición, o quien no pudo terminar de leer lo primero o de ver lo segundo o de escuchar lo cuarto, si era sólo receptor. Basta con echar un vistazo a la habitación del desaparecido para darse cuenta de cuánto ha quedado interrumpido y en vacuo, de cuánto pasa en un instante a resultar inservible y sin función: sí, la novela con su señal que ya no avanzará más páginas, pero también los medicamentos que de repente se tornan lo más superfluo de todo y que pronto habrá que tirar, o la almohada y el colchón especiales sobre los que la cabeza y el cuerpo ya no van a reposar; el vaso de agua al que no dará ni una sorbo más, y el paquete de cigarrillos prohibidos al que restaban sólo tres, y los bombones que se le compraban y que nadie osará acabarse, como si hacerlo pareciera un robo o supusiera una profanación; las gafas que a nadie más servirán y las ropas expectantes que permanecerán en su armario durante días o durante años, hasta que se atreva alguien a descolgarlas, bien armado de valor; las plantas que la desaparecida cuidaba y regaba con esmero, quizá nadie querrá hacerse cargo, y la crema que se aplicaba de noche, las huellas de sus dedos suaves se verán aún en el tarro; sí querrá alguien heredar y llevarse el telescopio con el que se entretenía observando las cigüeñas que anidaban sobre una torre a distancia, pero lo utilizará para quién sabe qué, y la ventana por la que miraba cuando hacía un alto en el trabajo se quedará sin contemplador, o lo que es decir sin visión; la agenda en la que apuntaba sus citas y sus quehaceres no recorrerá ni una hoja más, y el día último carecerá de la anotación final, la que solía significar: ‘Ya he cumplido por hoy’. Todos los objetos que hablaban se quedan mudos y sin sentido, es como si les cayera un manto que los aquieta y acalla haciéndoles creer que la noche ha llegado, o como si también ellos lamentaran la pérdida de su dueño y se retrajeran instantáneamente con una extraña conciencia de su desempleo o inutilidad, y se preguntaran a coro: ‘¿Y ahora qué hacemos aquí? Nos toca ser retirados. Ya no tenemos amo. Nos esperan el exilio o la basura. Se nos ha acabado la misión’.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó muchísimo el libro. El párrafo elegido sobre la muerte de alguien querido.... La canción es maravillosa.

Alberto San Segundo dijo...

Es verdad, el libro es espléndido, el párrafo muy interesante y la canción preciosa.

Gracias por tu participación