Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

JOHANN WOLFGANG GOETHE. LAS AFINIDADES ELECTIVAS

Hola, buenos días. Con ocasión de la reseña número cincuenta de las aquí publicadas vuelven los clásicos a Todos los libros un libro. ¡Y qué vuelta! Ni más ni menos que con una auténtica obra maestra, una de esas referencias indispensables (o casi) en cualquier historia de la Literatura universal. Se trata de Las afinidades electivas, una de las obras mayores de Johann Wolfgang Goethe, el genio alemán, y la publica, en un excepcional volumen que merece la pena y exige un comentario por sí mismo, incluso al margen del texto, La Oficina Ediciones, que recoge la antigua traducción de Helena Cortés Gabaudan para Alianza Editorial y que además, en una afortunadísima opción editorial, encomienda a la propia traductora la edición, una decisión con un resultado espléndido como tendréis ocasión de comprobar por mis palabras dentro de un momento. Pero permitidme que os hable primero y brevemente de la novela, que imagino por otro lado suficientemente conocida, para centrarme luego en la primorosa edición que multiplica los motivos de interés de un libro ya de por sí extraordinariamente sugestivo.

Las afinidades electivas es, como sabéis, el paradigma de la novela romántica, de la que ya otra obra de Goethe, Las desventuras del joven Werther, se presentaba como destacado antecedente. Escrita a principios del siglo XIX, la novela recoge los conflictos entre el amor sosegado, razonable y sólido, maduro, fecundo, equilibrado que se desenvuelve en el seno de un matrimonio feliz, y la enloquecedora presencia del amor pasión, el desatado torrente de emociones y sentimientos, la locura irrefrenable, el torbellino de plenitud e intensidad que siempre suponen los enamoramientos arrebatados y febriles. Eduardo y Carlota son ese matrimonio armonioso y estable. Amantes desde la infancia, casados en segundas nupcias tras haber soportado, en ambos casos, sendos matrimonios de conveniencia afortunadamente extinguidos, su unión es tranquila y plácida, cómoda, placentera e incluso estimulante, y se desenvuelve en su rica mansión campestre con una satisfacción y una confortabilidad envidiables. La llegada a la residencia de Otilia, la joven hija adoptiva de Carlota, y del capitán, un viejo amigo de Eduardo, removerá los cimientos de la vida conyugal y constituirá el inicio de una pasión que, como exigen las normas ímplicitas en estas narraciones románticas, se revelará a la postre trágica. Eduardo, impulsivo, débil, algo infantil, se enamora irremisiblemente de Otilia y está dispuesto a arriesgar su existencia entera por tenerla. El Capitán y Carlota, ésta más reflexiva y sensata, se aman igualmente, pero son capaces de refrenar sus impulsos.

Pero más allá de esta en cierto modo consabida trama argumental la novela se abre a infinidad de subtemas, de reflexiones filosóficas, morales y hasta científicas (las afinidades electivas del título aluden a ciertas cualidades de los compuestos químicos que los asemejan en su comportamiento a los cuerpos e incluso a las almas humanas y que Goethe, con su vastísima cultura, con su proverbial inteligencia capaz de llegar al extremo de cuantas materias le interesen, vincula, en una lectura simbólica, al destino de sus protagonistas). Y así, los dilemas que plantea el adulterio, la presión de las convenciones morales, el desmesurado y casi siempre frustrado anhelo de totalidad, de libertad en el hombre, los deleites pero también las muchas desgracias que acarrea la exaltada vivencia de la pasión, el horizonte inexcusable de la muerte, aparecen como temas de fondo de una novela que se presenta revestida de toda la parafernalia romántica: cementerios y capillas, la naturaleza incontrolable, las oscuras aguas de los lagos, los bosques ominosos, la luna encantadora y sin embargo amenazante, los arroyos caudalosos y las colinas arboladas, las escarpadas rocas y los pavorosos abismos en las hondonadas, los senderos que se pierden sin destino, los parterres y los jardines, los viveros e invernaderos, los arbustos y la multiplicidad de variedades florales, los crisantemos como presagio oculto del trágico final, la muerte inesperada, la sombra del suicidio, la muerte, la muerte, siempre la muerte.

Y es en este terreno de los símbolos donde cobra importancia, tanta que se conforma como uno de los encantos esenciales del libro, la maravilla de la edición que nos ofrece Helena Cortés. Por de pronto, el texto se presenta acompañado de varias decenas de reproducciones de cuadros (óleos, dibujos, acuarelas) de Caspar David Friedrich, el visionario pintor romántico alemán, uno de mis favoritos ya desde mi lejana etapa de estudiante. Y he dicho ‘acompañado’ y pienso que la expresión es correcta porque la inteligente aportación de la editora consiste, aparte de en la propia y excelente labor de traducción, en establecer un diálogo, muy fecundo, entre la obra del pintor y el mismo texto de la novela. Es tan extraordinario el trabajo, están tan bien buscadas las ilustraciones, se ajustan de un modo tan adecuado al texto literario, que a lo largo de su lectura uno tiene la impresión de que los cuadros se hubieran pintado expresamente para completar el texto, para dotar de presencia física a unos parajes, a unas situaciones, a unos personajes, que las palabras, pese a su precisión, pese a su capacidad de evocación, no logran plasmar del todo.

El libro, pues, ya resultaría una delicia por el doble motivo de la mera belleza del texto y de la deslumbrante maravilla de los cuadros representados en él. Además, ese juego de imbricaciones recíprocas, tan sugerentes y tan bien apuntadas por la editora, entre el argumento de la obra de Goethe y su representación pictórica en los cuadros de Friedrich, multiplica las posibilidades de disfrutar de un volumen indispensable. Pero aún hay más, hay todavía un cuarto elemento para el goce entusiasta, para la lectura exaltada, y es el penetrante estudio introductorio de Helena Cortés (un análisis que, a mi juicio, debe ser leído después de haberlo hecho con el libro, pues gana entonces en hondura y significatividad, engrandeciendo y mejorando la interpretación del texto). En este revelador preámbulo, la editora desmenuza con criterio y rigor, con profundidad y acierto, con irresistible argumentación, las interrelaciones entre la novela y la pintura de ambos maestros alemanes y con ellas el conjunto de símbolos, los signos, las claves, la multiplicidad de planos ocultos en la obra. Partiendo de la base, incuestionable, tras los lúcidos razonamientos de Helena Cortés, de que la Naturaleza constituye el elemento central de Las afinidades electivas y de la mayoría de los cuadros de Friedrich, se presentan las conexiones entre los personajes de la novela, los distintos estamentos sociales (aristocracia, alta burguesía y joven burguesía) y los diferentes tipos de naturaleza reflejados en la obra (el jardín francés, el inglés y la naturaleza salvaje y romántica), por un lado, con un tipo de ideología (la ilustración, el clasicismo y el romanticismo) y una forma de entender las relaciones sentimentales, los matrimonios de conveniencia, los matrimonios elegidos y las relaciones adúlteras, por otro.

No puedo daros cuenta de las muchas líneas de análisis, de muy atractivo y aun fascinante análisis, que se recogen en este excelente estudio introductorio del libro Las afinidades electivas, de Johann Wolfgang Goethe, ilustrado con los magníficos cuadros de Caspar David Friedrich que, por tantos motivos, os recomiendo. Como acompañamiento musical al romanticismo de mi propuesta literaria de hoy os ofrezco el Nocturno op. 9 número 1 en si bemol menor, una pieza de Frédéric Chopin interpretada -cre- por el pianista chileno Claudio Arrau, en un vídeo que recoge numerosos cuadros de Friedrich. Hasta la semana que viene.


Pero Mittler sabía muy bien que un corazón enamorado siente la necesidad imperiosa de desahogarse y de contarle a un amigo todo lo que siente, así que, tras varios intentos fallidos, permitió por una vez que le sacaran de su papel de mediador para hacer de simple confidente.

Cuando, después de escucharle, criticó amistosamente a Eduardo por la vida solitaria que llevaba en aquel lugar, éste le respondió:

-¡Oh, no sabría pasar el tiempo de modo más agradable! Siempre estoy pensando en ella, siempre estoy a su lado. Tengo la ventaja inestimable de poder imaginar dónde se encuentra, qué hace, a dónde va, dónde descansa. La veo delante de mí, actuando y haciendo sus cosas del modo acostumbrado, aunque bien es verdad que la imagino sobre todo ocupándose de las cosas que más me halagan. Pero no para ahí la cosa, pues ¡cómo podría ser feliz lejos de ella! Así que mi fantasía trabaja imaginando lo que debería hacer Otilia para aproximarse a mí. Escribo en su nombre cartas para mí, dulces y llenas de íntima confianza, a las que también respondo para luego juntarlas todas. He prometido no dar ni un paso para tratar de verla y quiero mantener mi promesa. ¿Pero qué promesa la vincula a ella, qué le impide dirigirse a mí? ¿Acaso Carlota ha tenido la crueldad de exigirle la promesa y el juramento de no escribirme ni darme noticia alguna? Parece natural y probable y sin embargo me parece inaudito e insoportable. Si me ama, como creo, ¿por qué no se decide, por qué no se atreve a huir y a arrojarse en mis brazos? A veces pienso que debería hacerlo, que podría hacerlo. Cuando noto que algo se mueve en la entrada, miro hacia las puertas y pienso ¡va a entrar! Eso pienso, eso espero. ¡Ay! Y como lo posible es imposible, me imagino que lo imposible acabará siendo posible. Cuando despierto por la noche y la lámpara arroja una sombra incierta por el dormitorio, pienso que su figura, su espíritu, algún efluvio de ella tienen que pasar ante mí, tienen que entrar y hacer presa en mí, sólo un instante, lo suficiente para que yo tenga una suerte de seguridad de que ella piensa en mí, de que es mía.

-Sólo una alegría me queda. Cuando estaba a su lado no soñaba con ella, pero ahora que estoy lejos estamos juntos en sueños y lo que es más raro: desde que he conocido a otras amables personas en el vecindario su imagen se me aparece en sueños como si quisiera decirme: "¡Mira a tu alrededor! No verás a nadie más hermoso ni más digno de amor que yo". Y así es como su imagen se mezcla en todos mis sueños. Todo lo que de algún modo la vincula a mí, se entrecruza y se superpone. Unas veces escribimos un contrato y aparecen su escritura y la mía, su nombre y el mío; después se borran mutuamente y se confunden. Pero estos juegos de la fantasía también provocan dolor. A veces ella hace algo que ofende la pura idea que me he forjado de ella y entonces es cuando siento cuánto la amo, porque me siento angustiado hasta un punto que no se deja describir. A veces ella me pincha y me atormenta, justo al revés de como es ella realmente, pero entonces se transforma su imagen y su bella carita redonda y celestial se alarga: es otra. Y, sin embargo, me siento atormentado, descontento y destrozado.

-¡No se sonría, mi querido Mittler, o sonríase si quiere! No me avergüenzo de mi amor, de esta inclinación que tal vez le parezca insensata y furiosa. No, hasta ahora nunca había amado; sólo ahora me doy cuenta de lo que esto significa. Todo lo que había vivido hasta ahora era tan sólo un preludio, un compás de espera, tiempo pasado y tiempo perdido hasta que la conocí, hasta que la amé y la amé por completo y de verdad. Aunque nunca me lo han dicho a la cara, sé que han murmurado a mis espaldas reprochándome que siempre estropeo todo porque todo lo hago a medias. Es posible. Pero es que todavía no había encontrado aquello en lo que podía demostrar mi maestría. Ahora me gustaría ver quién me supera en el talento de amar.

-Puede que sea un talento lamentable, lleno de sufrimiento y de lágrimas, pero me doy cuenta de que me resulta tan natural, tan propio, que seguramente me será difícil volver a renunciar a él.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Los respingos de la pasión,la salvaje negativa a los compromisos,a las renuncias,el hambre animal del deseo,de la libertad,y la vida es tan cruel..."

Primero habrá que terminar "En manos del diablo",pero ya estoy deseando empezar a leerlo.

Un saludo!!

Alberto San Segundo dijo...

¡¡Qué bien!! ¡¡Hay alguien que lee los libros que recomiendo!! ¡¡Qué contento me deja el saberlo!!

Gracias

Anónimo dijo...

Y, aunque te cueste creerlo, también hay hasta quien se los recomienda a los conocidos.

Alberto San Segundo dijo...

Lo creo, lo creo... y me gusta mucho que así sea. La razón última del programa y del blog es transmitir a cuanta más gente sea posible el placer y el entusiasmo que ciertos libros y algunas músicas me provocan... de modo que... ¡¡fantástico!!

Un saludo