Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 24 de octubre de 2012

MARIE NDIAYE. TRES MUJERES FUERTES

Hola, buenos días. Sed bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, fiel a su cita con todos vosotros y fiel también a nuestra voluntad de recomendaros un libro cada semana con la intención de facilitaros la elección en el pobladísimo universo de las novedades editoriales. Hoy os traigo una novela de una escritora de origen africano, aunque nacida y residente en Francia. Se trata de Marie NDiaye, premio Goncourt en 2009 por este Tres mujeres fuertes del que esta mañana quiero hablaros. El libro, publicado por la editorial Acantilado, aparece en castellano en la traducción de José Ramón Monreal.
 
En las últimas décadas, literaturas como la inglesa, la norteamericana y también la francesa han visto aflorar entre las filas de sus practicantes infinidad de excelentes escritores surgidos, en primera o como mucho segunda generación, de ámbitos geográficos ajenos a la respectiva metrópoli. Estamos ante casos, es evidente, de sociedades plurales, mestizas, cosmopolitas, fieles reflejos de la universalidad, del carácter global del mundo en el que nos movemos en este comienzo de siglo. Kazuo Ishiguro, Vikram Seth, Hanif Kureishi o Zadie Smith en Inglaterra, Jhumpa Labari, Óscar Hijuelos o Junot Díaz, en Estados Unidos, o Assia Djebar, Amin Malouf o Calixthe Beyala en Francia, son algunas muestras muy destacadas de la excelente literatura que las antiguas colonias europeas están dando al mundo a través de escritores que pese a estar radicados en Londres o Miami, París o Nueva York, no abandonan sus raíces, no se alejan de sus culturas de procedencia y, muy al contrario, las recrean en sus obras, enriqueciendo el acervo literario de sus lenguas y, en definitiva, el de la literatura universal.
 
A esta misma tradición multicultural ya consolidada en medio mundo pertenece Marie NDiaye. De padre senegalés y madre francesa, se trata de una escritora bien asentada en nuestro país vecino en el que ha publicado numerosas obras de teatro así como bastantes novelas, pese a su relativa juventud, poco más de cuarenta años. Tres mujeres fuertes es, creo, su único libro publicado en España. La novela presenta, en otros tantos capítulos, tres historias aparentemente autónomas, pues sus personajes principales, las tres mujeres del título, no tienen en principio ningún punto en común, al menos de una manera ostensible. Son, por tanto, relatos bien diferentes entre sí, en los que se narran peripecias vitales muy distintas, aunque punteados por algunos muy sutiles rasgos que les dan continuidad y que, a la postre, proporcionan a la obra una unicidad que es la que permite que la tratemos como un todo indiscernible y la podamos presentar bajo la rúbrica de novela. Por de pronto, las protagonistas directas de los capítulos primero y tercero, y también de un modo más lateral la de la segunda historia, son mujeres africanas. Mujeres que viven una cierta forma de extrañamiento, de expatriación, podríamos decir, que se mueven a caballo de los dos mundos a los que pertenece también la autora, la modernidad de la metrópoli y las costumbres en muchos casos ancladas en el pasado de sus pueblos de origen.
 
Pero más allá de esa confluencia en unas comunes raíces africanas, las respectivas vidas de las tres mujeres son, como os digo, muy distintas. Hay, sin embargo, en las tres historias, y ésta es ya una característica estrictamente literaria, que tiene que ver con los recursos narrativos de la autora, ciertos nexos casi imperceptibles: un nombre vinculado a uno de las relatos que aparece fugazmente en otro; un personaje principal en un capítulo que se desliza, de modo oscuro, como mero figurante, en otro; algún lazo ligero, levísimo, del que apenas somos conscientes pero que nos hace evocar en cada existencia narrada las otras dos, y que conecta una vida con las demás. Hay también un cierto aire mágico en las narraciones, algunos elementos tenuemente esotéricos, oníricos, que apuntan a la tradición africana, aves ominosas, árboles de poderosa presencia, con una exhalación que resulta casi humana, hay también ciertas impalpables muestras, apenas perceptibles, de la religiosidad pagana, del rico mundo de creencias sagradas que acompaña a los ciudadanos africanos.
 
En la primera historia la protagonista es Norah, una mujer joven que vive en París con su pareja y con las dos hijas que aportan ambos, una cada uno, de anteriores relaciones. Norah viaja a Senegal atendiendo la urgente llamada de su padre, y en su deambular por el hogar familiar va hilando sus reflexiones en torno a su propia vida, a su trato con su hija y su pareja, pero sobre todo, es la figura de ese padre, autoritario, intransigente, frío, inhumano, despótico, que somete a su familia a una tiranía asfixiante, el objeto principal de sus meditaciones.
 
En el segundo relato, la mujer, Fanta, sólo se muestra de un modo tangencial, indirecto, porque la voz que habla es la de su marido, un profesor francés, blanco, que se ve sumido en un delirio psicológico como consecuencia de la pérdida de su trabajo que le lleva a enfrentarse al mundo menospreciando a su mujer africana.
 
Por último, en la tercera historia, la más escalofriante y conmovedora, a mi juicio, y de la que he extraído el fragmento con el que os dejaré al término de mi reseña, el hilo del relato se anuda en torno a Khady Demba, una pobre mujer que sufre incontables desventuras, padecimientos sin límite e innumerables vejaciones, desde su inicialmente plácida vida conyugal en tierras senegalesas hasta, tras la muerte de su marido, la huida desesperada en busca del paraíso de Europa, del espejismo de Europa, que se muestra, tentador e inaccesible, tras las espinosas alambradas que protegen el paso del estrecho de Gibraltar.
 
En las tres mujeres hay orgullo, hay resistencia a la humillación, hay rebelión frente a un destino injusto. Su lucha, su noble lucha, denuncia el racismo, la discriminación al inmigrante de nuestras sociedades supuestamente libres y democráticas. Pero en ellas hay, sobre todo, y a ello alude el título de la novela, fortaleza, dignidad, autoestima, esperanza, pese a la dificultad e incluso la hostilidad que les manifiesta la existencia.
 
Debéis leer este Tres mujeres fuertes de Marie NDiaye, publicado por la editorial Acantilado, un libro intenso y ejemplar, con un último capítulo, pese a su crudeza, auténticamente memorable. Os dejo ya con un fragmento terrible pero muy significativo de esa última historia del libro. Antes, y como resulta exigible dada las peculiaridades de la obra, música africana: Kumu neexul, interpretada -cómo no- por una mujer africana, senegalesa, Viviane N’Dour, hermana del genial Youssou.
 
 
Caminaron largo rato, en silencio, a través del bosque y luego por unos terrenos pedregosos por los que Khady varias veces trastabilló y se cayó, y volvió a levantarse y a ocupar su sitio en el grupo, ella, que se sentía que no era más que un ínfimo desplazamiento de aire, una sutileza glacial de la atmósfera, tenía tanto frío, tanto, en todo el cuerpo.
 
Por fin llegaron a una zona desierta iluminada por unas luces blancas como un resplandor lunar llevado a la incandescencia, y Khady percibió la verja de la que todos hablaban.
 
Y unos perros se pusieron a ladrar a medida que ellos avanzaban y resonaban detonaciones que se perdían en el cielo y Khady oyó: Disparan al aire, enunciado por una voz que la ansiedad volvía estridente, desigual, luego la misma voz quizá lanzó el grito convenido, una sola interjección, y todo el mundo echó a correr hacia delante.
 
También ella corría, con la boca abierta pero incapaz de inspirar, los ojos fijos, la garganta obturada, y ya la verja estaba allí y ella apoyaba su escalera en ella, y hela aquí que subía barrote tras barrote hasta que, alcanzado el último, se agarraba a la verja.
 
Y podía oír en torno a sí el percutir de las balas y gritos de dolor y de pavor, sin saber si también ella gritaba o si era el martilleo de la sangre en su cráneo el que la rodeaba de ese quejido continuo, y quería seguir subiendo y se acordaba de que un chico le había dicho que no había que dejar de subir nunca, nunca antes de haber ganado lo alto de la verja, pero las alambradas de espino arrancaban la piel de sus manos y de sus pies y ahora podía oírse gritar y sentir chorrear la sangre por sus brazos, sus hombros, diciéndose nunca dejar de subir, nunca, repitiendo las palabras sin comprenderlas ya y luego abandonando, cediendo, cayendo hacia atrás y pensando en ese momento que lo propio de Kadhy Demba, menos que un soplo, apenas un movimiento del aire, era ciertamente no tocar tierra, flotar eternamente, inconsútil, demasiado volátil para estrellarse jamás, en la claridad cegadora y glacial de los proyectores.
 
Soy yo, Khady Demba, pensaba de nuevo en el momento en que su cráneo golpeó contra el suelo y en el que, con los ojos abiertos de par en par, veía planear lentamente por encima de la verja un ave de largas alas grises. Soy yo, Khady Demba, pensó en el deslumbramiento de esa revelación, sabiendo que era esa ave y que el ave lo sabía.

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