Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 17 de octubre de 2012

ATIQ RAHIMI. LA PIEDRA DE LA PACIENCIA

Hola, buenos días. ¿Os acordáis de Cinco horas con Mario? Como sabéis, con ese título el vallisoletano Miguel Delibes publicó en 1966 una magnífica novela que logró un merecido reconocimiento y que se convirtió pocos años después en lectura obligada en la asignatura de Lengua y Literatura en todos los planes de estudios de nuestro país, formando parte desde entonces del acervo cultural de varias generaciones. En 1979, la novela llegó a los escenarios, en una adaptación teatral, y la actriz Lola Herrera recorrió España en infinidad de representaciones que se prolongaron durante diez años. A principios de los ochenta Josefina Molina rodó una película, Función de noche, que tenía a la propia Lola Herrera y a las implicaciones que sobre su vida personal tuvo la obra como motivo central y que obtuvo un extraordinario éxito. De modo que durante treinta años, el libro, por una u otra vía, ha llegado a todos los españoles, y resulta difícil que haya alguno de vosotros que no recuerde aquella historia de la mujer de clase media que durante las cinco horas que se mencionan en el título vela el cadáver de su marido recién fallecido y aprovecha, entre los recuerdos de su vida con el difunto, para hacer una especie de ajuste de cuentas moral con él, vertiendo, en un monólogo implacable, emotivo y a veces desgarrador, numerosos reproches y críticas por su comportamiento cuando vivía, convirtiéndose su soliloquio liberador en una metáfora de la época de cambio que vivía España en esos días.
 
En fin, sirva este largo preámbulo para presentaros el libro que hoy quiero recomendaros, una suerte de Cinco horas con Mario, con el que como veréis dentro de unos momentos guarda muchas concomitancias, con la gran diferencia de que se trata de una novela de un autor afgano y ambientada en la devastada geografía de Afganistán. Espero que no os parezca demasiado forzado el paralelismo que me ha parecido encontrar entre ambas obras, una semejanza en la que he pensado -que, os aseguro, me ha asaltado- a lo largo de toda la lectura de este La piedra de la paciencia del que quiero hablaros. La piedra de la paciencia, o Sangue sabur, como reza su subtítulo, se debe a la pluma de Atiq Rahimi, nacido en Kabul en 1962, pero que vive en Francia en donde ha publicado su novela, galardonada en 2008 en el país vecino con el prestigioso premio Goncourt. La editorial Siruela presentó el libro en España en traducción del francés de Elena García-Aranda. A comienzos de este verano Atiq Rahimi ha visto publicada, también en Siruela, su última novela, Maldito sea Dostoievski, que, también ambientada en su país natal, parece tan interesante como el libro que ahora os aconsejo.
 
En algún lugar de Afganistán, en una habitación vacía, despojada, con tan sólo unos cuantos muebles austeros, algunas alfombras gastadas, yace durante semanas, sobre un colchón mugriento, un hombre que agoniza con una bala alojada en su nuca. En un estado vegetativo, inmóvil, el hombre, un fanático guerrero islamista, permanece impasible, a la espera de la muerte, en la compañía de su mujer que lo cuida en esos sus últimos momentos. Con un fondo sonoro de disparos y explosiones, con la presencia continua de carros de combate, de soldados, algunos de los cuales llegan a adentrarse en el desolado reducto de la pareja, la mujer desgrana, al igual que la protagonista de Delibes, sus quejas, sus deseos incumplidos, sus frustraciones, el eterno lamento de las mujeres por la incomprensión, la falta de amor y el egoísmo de los hombres. Repleta de amor, también de culpabilidad; rezumando deseo y cariño, también despecho; envolviendo el enjuto cuerpo agonizante de su hombre en dulzura y caricias, en cuidados y besos, pero también en lágrimas e insultos, el discurso bellísimo, poético, lleno de vida y sensibilidad, de la mujer representa la siempre postergada voz de todo el sexo femenino ante su injusta esclavitud de siglos, una voz noble, verdadera, humana, que se alza en esta novela magnífica frente a todos los fanatismos, todas las opresiones, todas las injusticias.
 
En el libro se intercalan dos voces, la del narrador, en tercera persona, y la primera de la propia mujer, logrando en esa imbricación de puntos de vista un efecto de intensidad que enriquece la obra, una intensidad que espero pueda trasladaros en la lectura de un fragmento muy revelador con el que cerraré mi reseña de esta mañana, ya que como veréis no resulta fácil diferenciar ambas voces con los únicos recursos vocales (algo, por otro lado, elemental si el texto, como ahora ocurre, se presenta por escrito).
 
En fin, leed esta impresionante La piedra de la paciencia, Sangue sabur en su subtítulo, que ha escrito el afgano Atiq Rahimi y que publica Siruela. Como complemento musical a mi recomendación de lectura y reconociendo mi profundo desconocimiento de la música afgana os dejo, en cambio, una pieza espléndida de un músico de Pakistán, un país tan cercano a Afganistán, y tan vinculado a sus conflictos. Se trata del legendario Nusrat Fateh Alí Khan y su memorable ya, una especie de himno, Mustt mustt. Hasta la semana que viene.
 
 
 
Regresa para llenar la bolsa de suero. Ahora, finalmente comprendo lo que decía tu padre sobre una piedra sagrada. Era al final de su vida. Tú estabas ausente, te habías ido a la guerra una vez más. Hace algunos meses, justo antes de que recibieses este disparo, tu padre estaba enfermo; sólo me tenía a mí para ocuparse de él. Estaba obsesionado con una piedra mágica, una piedra negra. Hablaba de ella sin parar, ¿cómo la llamaba, a esa piedra? Busca la palabra. A los amigos que venían a visitarle, siempre les pedía que le llevasen esa piedra, una piedra negra, preciosa. Introduce el tubo en la garganta del hombre. Sabes, una piedra que pones delante de ti, ante la cual te lamentas de todas tus desgracias, todos tus sufrimientos, todos tus dolores, todas tus miserias, a la que confías todo lo que llevas en el corazón y que no te atreves a confesar a los demás. Regula el gotero. Tú le hablas, le hablas, y la piedra te escucha, absorbe todas tus palabras, tus secretos, hasta que un buen día explota, se hace pedazos. Limpia y humedece los ojos al hombre. Y ese día quedas liberado de todos tus sufrimientos, de todas tus penas, ¿cómo se llama la piedra? Antes de recoger su velo, le vienen las palabras. ¡Sangue sabur! Se sobresalta. Ése es el nombre de la piedra. Sangue sabur, la piedra de la paciencia, la piedra mágica. Se acuclilla al lado del hombre. Sí, tú, tú eres mi sangue sabur. Le roza el rostro delicadamente, como si realmente estuviese tocando una piedra preciosa. Voy a contártelo todo, mi sangue sabur, todo. Hasta que me deshaga de mis sufrimientos, de mis desgracias, hasta que tú, tú... Calla el resto, lo deja a la imaginación del hombre.

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