Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 13 de febrero de 2013

ANDREW MILLER. LOS OPTIMISTAS

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Como cada miércoles, aquí, en Radio Universidad de Salamanca, os ofrecemos una sugerencia semanal de lectura con la intención de descubriros una novela, un libro de poemas, una colección de cuentos, un texto ensayístico que a mi juicio puedan resultaros de vuestro agrado e interés. Esta semana os traigo una novela, una muy interesante novela. Se trata de Los optimistas, su autor es el inglés Andrew Miller, que pese a no ser demasiado conocido en España, ya ha logrado algunos premios literarios de importancia en el Reino Unido. La obra ha sido publicada en este 2007 por la editorial Salamandra en traducción de Luis Murillo Fort.
 
Los optimistas es una novela psicológica, introspectiva. Con ello quiero decir que se trata de una narración en la que los hechos que se cuentan importan menos que el discurrir interno de la mente de sus protagonistas, que su íntima peripecia intelectual, sentimental y, sobre todo, emocional. La novela gira sobre un personaje principal, Clem Glass, un fotógrafo profesional que acaba de volver a su Inglaterra natal desde África, en particular desde Ruanda, en donde ha vivido en primera persona los escalofriantes episodios del brutal genocidio perpetrado en 1994 por los hutus ruandeses. Aunque el mundo entero permaneció casi impasible ante un acontecimiento tan dramático que puso de nuevo en nuestros ojos imágenes, que creíamos para siempre desterradas, idénticas a las del holocausto judío a manos de los nazis, quizá recordaréis como, en una masacre programada y sistemática, trágica y salvaje, los hutus radicales violaron, mutilaron, asesinaron, aniquilaron y, en definitiva, exterminaron a los tutsis, una etnia rival, pero que nutría gran parte de la población ruandesa, y con la que, al margen de una ancestral enemistad histórica, habían convivido de modo más o menos pacífico hasta entonces. Entre ochocientos mil y un millón de tutsis fueron eliminados en lo que constituye, quizá, el genocidio más sangriento y aberrante -todos los son- desde la segunda guerra mundial.

Pues bien, Clem Glass, el protagonista de la novela, vuelve a Londres con la retina y, sobre todo, con el cerebro, inflamados por el horror vivido, con el alma enferma por el impacto emocional de las escenas de las que ha sido testigo, unas escenas que, además, en el ejercicio de su profesión, ha fotografiado. Clem vive, en particular, obsesionado por una matanza que ha presenciado en una pequeña iglesia de un poblado ruandés. El responsable de la cruel carnicería, un militar llamado Ruzindana, ha logrado escapar de la persecución de las autoridades y, al parecer, se refugia en Europa. Clem intentará localizar al culpable, por un ideal de justicia, pero también por lograr así una cura para su espíritu dañado.

En su vuelta a Inglaterra, Clem se reencuentra con su padre que, viudo, vive recluido en una especie de monasterio laico; con su hermana, que tras diversas estancias en sanatorios mentales, intenta recuperar su equilibrio; con su tía y sus primos, gente solitaria y algo desajustada, con los que revive los felices días, el inocente territorio de la infancia. Son seres heridos, dolientes, que sufren, más allá de las enfermedades físicas, el dolor del alma.

Los optimistas habla de este daño emocional, del dolor, de la culpa, de la reparación, de la inutilidad de la venganza, de la tragedia humana, pero no sólo de las grandes tragedias colectivas, las guerras, las torturas, las injusticias, sino de los dramas íntimos, los desmoronamientos personales, de la dificultad de vivir, del sentido o el sinsentido de la vida.

Muy bien escrita, con un ritmo vivo que se sigue con facilidad, Los optimistas es una novela notable, que os va a permitir, si os decidís a adentraros en sus páginas, no sólo conocer uno de los episodios más espeluznantes de una historia de una humanidad por lo demás repleta de ellos, sino, sobre todo, e insisto, éste es para mí el principal interés de la novela, sobre todo os va a permitir acercaros al interior de unos seres humanos sufrientes. Y no penséis, a partir de mis palabras, que el mensaje último de la novela es negativo o descorazonador, que, leyéndola, os acometerá el desaliento. Pensad tan sólo en su título y comprenderéis que para el autor, pese a todo, pese a la tragedia y el drama, pese al dolor y la barbarie, pese a la mezquindad y la brutal inhumanidad que a veces rebosa la existencia, la vida merece la pena.

Dorothee Munyaneza, cantante ruandesa, interpreta, en el vídeo que completa esta reseña, Mama Ararira, una pieza presente en la banda sonora de Hotel Rwanda, la película sobre la terrible masacre que dirigió en 2004 Terry George.


De repente, Clem se encontró entre escenas, aromas, acentos que había dejado atrás en mayo, aunque entonces había sido en un escenario muy distinto, con comercios vacíos y mercado silenciosos y en el suelo una alfombra de cristales rotos y cartuchos de bala. Allí en Matongé las tiendas tenían sacos de boniatos, maíz, chiles, caña de azúcar, langostas secas, hojas de palmera, pescado desecado que parecía suela de sandalia vieja. Había rollos de telas teñidas de vivos colores, trenzas de pelo falso, gruesas alhajas de oro o de imitación oro. Por las aceras circulaban hombres con pantalón holgado y camisa safari, algunos con rastas en el pelo, otros con túnicas de algodón fino largas hasta los tobillos; conversaban animadamente en corro, estrechándose o cogiéndose de las manos, riendo a mandíbula batiente las anécdotas que se contaban. Durante una hora se dedicó a explorar el barrio, a recorrer sus desvencijados bazares, perdiéndose y orientándose de nuevo en las esquinas. Entró en un bar, pidió una cerveza, y le sirvieron una botella cuya etiqueta llevaba el logo de un elefante. Hojeó un periódico africano, escuchó por la radio música soukous y juju. Todo el barrio tenía algo de exuberante e inverosímil, como esas flores duras y relucientes que se aferran a los muros negros de hollín de una vía soterrada. Era una comunidad llegada del sur por etapas en vuelos baratos, y que se había ido adaptando a la realidad inmobiliaria del Bruselas decimonónico. Pidió otra cerveza. La camarera que le sirvió era obesa y risueña, de dientes amarillentos y con un turbante violeta y dorado en la cabeza. Le guiñó un ojo. Clem se preguntó qué pasaría si mencionaba el nombre Ruzindana. ¿Lo conocería ella? ¿Lo conocerían todos? ¿Lo veía ella pasar por la mañana, un desgraciado a quien más valía no mirar?

No hay comentarios: