Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 1 de mayo de 2013

JUAN COBOS WILKINS. EL CORAZÓN DE LA TIERRA

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro, que esta semana se ofrece en una edición comprometida, podríamos decir, militante incluso, en la que voy a aprovechar la celebración, hoy mismo, de la festividad del uno de mayo, día del trabajo, para recomendaros un libro relacionado con el mundo laboral. Como quizá sabéis, pese a que no soy yo muy dado a las confidencias radiofónicas -esta sección es un espacio de propuestas literarias más o menos objetivas, no demasiado teñidas por mi peripecia personal-, como sabéis, digo, porque quizá ha sido comentado aquí en alguna otra ocasión, mi acontecer profesional no se desarrolla, contra lo que algún desavisado pudiera deducir, en el terreno de la Literatura, que sólo es para mí una afición, aunque importantísima, sino en el del Derecho, y más exactamente en el del Derecho Laboral. Como además soy profesor, y modestamente enseño a serlo, y además me gustan el cine y la literatura, he intentado en mis clases conciliar todos estos ámbitos tan aparentemente -sólo aparentemente- ajenos. De modo que me he interesado por la presencia del trabajo en el cine, y utilizo en mis clases películas que a vosotros os sonarán -otras no tanto- y que reflejan la problemática, las duras condiciones de vida, la lucha por sus derechos de los trabajadores. Desde que los Lumière filmaron a los obreros (título, por cierto, de un libro altamente recomendable del profesor Sánchez Noriega, que recorre la historia entera del séptimo arte rastreando en ella la presencia de lo que en términos genéricos podríamos llamar el mundo del trabajo), desde esa primera película ‘laboral’ que recogía la salida de la fábrica de los obreros el universo cinematográfico ha estado poblado de huelgas, manifestaciones, desempleados, explotación laboral, reivindicaciones obreras, conflictos profesionales, empresarios, sindicatos, accidentes de trabajo, y demás elementos significativos de la realidad social, aunque todo ello no coincida con la versión, obviamente más “glamourosa”, del prototipo cinematográfico hollywoodiense. Tiempos modernos, Germinal, Riff-Raff, Erin Brocovich, Las uvas de la ira, por poner sólo algunos ejemplos, de distinto tipo, de diversas épocas, de diferente calidad, de propósitos y altura y profundidad muy disímiles, son películas estupendas -algunas, auténticos clásicos- con temática laboral. Pues bien, del mismo modo, en la literatura universal existen grandes obras que, aparte de su mayor o menor valor literario, me interesan -interesan, en general- porque constituyen documentos fidedignos para conocer la realidad de las condiciones de vida y de trabajo de las gentes en los últimos cien años. Los escritores realistas y naturalistas franceses del XIX, Galdós o Baroja, la novela social española de principios del siglo XX son algunas destacadas manifestaciones de ese fenómeno tan bien estudiado por Rafael Sastre Ibarreche, Profesor Titular de Derecho del Trabajo en nuestra Universidad y, entre otras muchas destacadas capacidades, excelente conocedor del tema -buscad sus trabajos sobre la materia-, de ese fenómeno, digo, que podemos llamar “el reflejo de la cuestión social u obrera en la literatura”.
 
Desde ese punto de vista hoy quiero hablaros brevemente de un libro relativamente actual, escrito por un autor contemporáneo, que teniendo muy presente ese trasfondo social o laboral es, además, una excelente novela, de una calidad literaria más que estimable, por lo que si os decidís a leerla, aparte de conocer un episodio no demasiado divulgado de la historia de nuestra clase trabajadora y por extensión de la historia de España, disfrutaréis de unas horas de muy placentera lectura... Un libro que, por otro lado, tiene también su correlato cinematográfico, lo que me permite, de este modo, enlazar con mis palabras introductorias sobre el cine.
 
El corazón de la tierra, escrita por el onubense Juan Cobos Wilkins y editada por Plaza y Janés, desarrolla su trama novelística con el telón de fondo de un hecho real, la gran huelga laboral, en realidad una multitudinaria revuelta popular, que tuvo lugar en 1888 en la comarca de Riotinto, en reivindicación de mejoras salariales y de trabajo para los mineros del cobre y en exigencia de unas condiciones de vida digna para la zona entera, envenenada -y no me freno al utilizar con dureza el término- por la impune política industrial, por la asesina calcinación del mineral al aire libre en las llamadas teleras por parte de la Rio Tinto Company Limited, el consorcio británico que en 1873 compró al gobierno español, por tres millones y medio de libras esterlinas, los legendarios yacimientos de cobre, plata y oro del suroeste andaluz, la más impresionante explotación minera en la Europa de finales del XIX, el penúltimo estertor de la Gran Bretaña victoriana, una estampa de la Inglaterra de Dickens en el paupérrimo sur de España.
 
Como en sordina, en un segundo plano, aunque sin ahorrar la nítida toma de postura sobre los dramáticos acontecimientos, saldados con la carga armada y balloneta en ristre de los soldados del Regimiento de Pavía contra una multitud indefensa, en la novela se muestran todos los aspectos destacados del sórdido panorama laboral de la época, las jornadas interminables, los sueldos míseros, el inhumano trabajo de los niños, las tareas accesorias pero igualmente brutales de las mujeres, la deprimente prostitución asociada a la masiva concentración de hombres en el tajo, la precariedad en el trabajo y en la vida de aquellos miles de desheredados, la contaminación tóxica a la que se sometían inexorablemente los obreros y, por extensión, la comarca entera, víctima de los vapores mefíticos de la mina, de las nubes sulfurosas que agostaban la vida, humana, mineral y vegetal en miles de kilómetros cuadrados, la indefensión de la clase trabajadora frente a la abusiva explotación de los patronos, la culpable connivencia de los poderes establecidos con los dirigentes empresariales.
 
Pero como os digo, siendo importante este marco de referencia en el que la novela se desenvuelve, no representa más que un plano subsidario, trascendental pero de segundo orden, con respecto a otros aspectos del libro. Lo esencial de la novela gira en torno a las conversaciones, que se desarrollan en abril de 1952 en la casa de Blanca Bosco, en Riotinto, entre ésta, una frágil y encantadora anciana que cuando sólo era una niña vivió con intensidad los trágicos episodios, y Katherine, la nieta de John Francis White, médico de la Compañía, en aquellos años prestando servicios en las minas andaluzas. Intercalando el diálogo entre ambas mujeres con frecuentes y bien engarzadas calas en los recuerdos de la anciana y los sucesos de la época, con la correspondencia de la joven inglesa, alternando los puntos de vista de una a otra, del presente al pasado, de la memoria a la realidad actual, con el desfile de innumerables personajes: directivos de la Compañía, sus mujeres ociosas, autoridades locales, líderes obreros, anarquistas, mujeres del pueblo, trabajadores, la novela va transcurriendo de un modo fluído y va dando cuenta de los hechos acaecidos con un lenguaje impregnado de lirismo en el que se percibe la condición de excelente poeta del autor; lo que no impide, dicho sea entre paréntesis, la presencia de algunas inconcebibles faltas de ortografía, unas “bravuconerías” con dos bes, un “infringe” por “inflige”, un “granjearse” con dos ges, un “fogueo” sin u, entre otras.
 
Una excelente novela, no obstante estos detalles menores, que habla del amor, de la memoria, de la amistad, de causas nobles, de la justicia, del paso del tiempo, de la ética, de nuestra historia más desconocida y casi oculta. Leed este El corazón de la tierra de Juan Cobos Wilkins publicado por Plaza y Janés, estoy seguro de que os entusiasmará. Hay también, como digo, una versión cinematográfica del libro, la película del mismo título dirigida en 2007 por Antonio Cuadri que, siendo sincero, no he tenido ocasión de ver.
 
Como complemento musical al libro os ofrezco un tema vinculado también al mundo del trabajo. Un clásico de la canción social, Woody Guthrie, intepreta Union burying ground, un combativo alegato en defensa de los derechos de los trabajadores, con un fondo de fotografías significativas de la historia de la lucha y el movimiento obreros.
 
 
Cuando regresé a Riotinto, a morir… no pongas esa cara, sí, hija, a morir. A qué si no. A mis años no hay que tenerle miedo a las palabras: vida, amor, soledad, muerte… pues cuando esa cosa extraña de la que había oído hablar pero en la que no creía, la llamada de la tierra, golpeó con sus nudillos en mi puerta y me dijo “vuelve, vuelve”, y yo, igual que el animal que escucha la voz antigua de la especie y la sigue, sin pensármelo más, obedecí. A mi regreso, el pueblo había cambiado, porque aquí las casas, las calles, como si estuviesen vivas, se desplazan en función de la mina. De los intereses de los dueños y señores de la mina. Y por el temor de todos a quedarse sin trabajo. Preferible es, se piensa, enterrar el alma que el cuerpo. No, yo no lo critico, me hago cargo, lo comprendo, pero me produce una pena profunda, como si me fuesen arrancando trocitos hasta sacarme entero el corazón. Si hay que derribar un barrio porque bajo él las prospecciones anuncian un nuevo filón, la tierra abre su boca y lo succiona. Se levanta uno nuevo en otra parte y santas pascuas. Eso es todo. La memoria va quedando sepultada, soterrada bajo escombros. En 1908, la Corta Sur se tragó el antiguo municipio. El primitivo enclave de Minas de Riotinto, engullido, sin más: casas, calles, el pueblo entero… el viejo león se hundió en una de esas trampas ocultas con ramaje. El banco, la plazoleta, la esquina en la que unos novios se besaron furtivamente por primera vez no la verán sus nietos, acaso ni sus hijos. Aquí los mayores no podemos reconocernos en lo que nos rodea: ¿dónde está aquel algarrobo que alfombraba el suelo con sus vainas oscuras?, ¿y el casino?, ¿y la fuente? Bajo tierra. Todo bajo tierra. Manda la tierra, impone. Se devora a sí misma. A cambio de los brillos ocultos, exige su tributo: desenraíza a los seres. Y señalando, agradeciendo, premiando, castigando, decidiendo, manejando los hilos hay una informe y lejana mano, una mano enguantada: La Compañía.


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