Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 8 de mayo de 2013

PENÉLOPE FITZGERALD. LA LIBRERÍA

Hola, buenos días. Esta semana, en Todos los libros un libro hablamos, redundantemente, de libros. Diréis con razón que eso es lo que hacemos todos los miércoles, hablar de libros. Sin embargo, mi recomendación de hoy -recomendaciones, en plural, pues se trata de dos textos distintos, si bien vinculados por un nexo común- es, como veréis, algo especial, y es, además, redundante porque quiero aconsejaros un par de novelas en las que los libros son los protagonistas principales. Os anticipo, no obstante, que de esas dos novelas en cierto modo ‘gemelas’ hablaremos en dos semanas consecutivas, ésta y la próxima. Pero vayamos por partes: en primer lugar os traigo La librería, una breve novelita escrita por la inglesa Penélope Fitzgerald y publicada por la palentina editorial Impedimenta en traducción de Ana Bustelo. El segundo libro, en el que me detendré con detalle el miércoles próximo, se titula 84, Charing Cross Road, su autora es la norteamericana Helene Hanff, y del resto de los detalles de su edición me ocuparé dentro de siete días.
 
Ambas obras presentan muchas concomitancias, y esa sucesión de coincidencias, ese paralelismo, es lo que me ha llevado a haceros esta presentación conjunta. Se trata, en primer lugar, de dos libros no demasiado actuales; en cualquier caso muy alejados de la siempre algo agresiva novedad editorial. La librería vio la luz en Inglaterra en 1978, si bien en nuestro país no se publicó hasta el pasado 2010. 84, Charing Cross Road es aún más antigua, pues fue escrita originariamente en 1970, y editada por primera vez en España en 2002. Por otro lado, sus autoras, ya fallecidas, eran ciertamente maduras al escribir sus obras, 62 años Penélope Fitzgerald, que había nacido en 1916, y 52 Helene Hanff, nacida en 1918, una circunstancia aparentemente banal si no fuera porque la visión de la existencia que traslucen ambas novelas es deudora, yo así lo creo, de una cierta madurez, aún diría más, de un cierto anacronismo de sus creadoras, que muestran e incluso creo que reivindican en sus libros un mundo tranquilo, apacible, sosegado, por desgracia ya casi desaparecido. Además, el título de las respectivas novelas ofrece un elemento común adicional, pues en ambos casos se alude a las tiendas de libros, de un modo patente y notorio en el primero de los volúmenes, La librería, y de manera algo más escondida y disimulada en el segundo, al ser 84, Charing Cross Road la dirección, auténtica, real, de una conocida librería londinense hoy cerrada definitivamente. Por último, y ya podéis suponer que esos títulos son suficientemente indicativos de lo que ahora os apunto, en los dos textos la trama, si es que de trama puede hablarse, gira en torno a los libros, a la pasión lectora, y a una suerte de bibliofilia no compulsiva, no la siempre algo estéril del coleccionista, sino a una sana y estimulante devoción por el libro.
 
Pero vayamos ya con el comentario detallado de nuestra novela de hoy. La librería cuenta la aventura de una mujer madura, Florence Green, que contra toda lógica pretende abrir un pequeño negocio librero en Hardborough, un poblacho dejado de la mano de Dios en la costa este de las Islas Británicas, tan atrasado que en él no hay, como se señala en el texto, ni tintorería, ni cine, ni siquiera la posibilidad de... ¡tomarse una ración de fish and chips! En ese entorno inapropiado la empecinada voluntad librera de Florence se revela, de entrada, como algo absurda e insensata por más de una razón que apreciamos desde el comienzo de la obra. Por un lado, la ubicación del pueblo, alejado de toda ruta comercial, hace casi imposible el suministro de libros y muy dificultoso, por ello, el desarrollo de la incipiente y entusiasta iniciativa. Además estamos en 1959, el Reino Unido aún padece los efectos de la última contienda bélica, por lo que las apreturas y restricciones de la posguerra limitan aún más las posibilidades de los lugareños de efectuar dispendios en la, en esas circunstancias, superflua lectura. Por otro lado, la señora Green, que ha enviudado de su marido hace ocho años y subsiste de modo austero con una pequeña cantidad de dinero dejada por aquel al morir, no tiene recursos para afrontar su negocio. Por si fuera poco, el local en el que ha puesto sus ojos para constituir la sede de su negocio, una vieja casona, Old House, con su cobertizo anexo en primera línea de playa, es, en efecto, un espacio destartalado y casi en ruinas. Un sótano que se inunda con la crecida de las mareas, una estructura antiquísima y lamentable, hecha de paja, tierra, palos y vigas de roble, unas cañerías quejumbrosas, una humedad rezumando por suelos y paredes, por techos y habitaciones, no son, obviamente, las mejores condiciones para el establecimiento de una librería. Y por si no resultara suficiente tal cúmulo de inconveniencias, la casa está embrujada, un poltergeist, el fantasma de una mujer que espera el regreso de su hijo, ahogado hace más de cien años, campa a sus anchas, juguetón, haciendo travesuras por entre las desvencijadas dependencias.
 
Empero, el obstáculo más importante con el que se topará nuestra arriscada heroína en su incipiente y atrevida experiencia empresarial, es el de la oposición primero y la manifiesta hostilidad al fin de las fuerzas vivas del lugar, encabezadas por Violeta Gamart, la esposa del Coronel, la dama de The Stead. The Stead es la mansión principal del lugar y desde allí la distinguida dama dirige los designios de los habitantes del pueblo, controlando a los lugareños, comprando voluntades, manipulando al director del banco y a los abogados locales, influyendo incluso sobre los políticos regionales para lograr la aprobación de las leyes que favorezcan sus intereses. La señora Gamart no desea que la librería se instale en el pueblo, y la novela nos narrará los esfuerzos de la protagonista por persistir en su intento frente a la cerrada animadversión de sus poderosos oponentes. Y con el fondo último del relato de esa lucha a la postre impotente, asistiremos a las bienintencionadas iniciativas culturales de Florence, al trato de ésta con diversos habitantes del lugar, a la conmoción provocada en el pueblo por la aparición en los estantes de la librería de algunos ejemplares de la provocadora Lolita de Nabokov, el mayor éxito de ventas en la historia del modesto negocio, y, entre otras muchas peripecias, a la contratación como improvisada ayudante de la conflictiva niña Christine, con sus escasos pero belicosos diez años. Christine es una niña pálida y delgada, también solitaria y aparentemente indefensa como la señora Green. Su aparición propicia una suerte de frágil comunión de almas sensibles frente a las poderosas fuerzas de sus implacables enemigos. Se dice en el libro, en una situación vinculada a la aparición del fantasma de Old House, pero que, a mi juicio puede extrapolarse a la relación entera entre la mujer y la niña: ninguna de las dos estaba preparada para reconocer que le gustaría proteger a la otra. Habría sido como permitir que el miedo entrara en la habitación.
 
La bondad, la testaruda fragilidad, el coraje, el tenaz amor por los libros de la desvalida señora Green se ponen en cuestión frente a las muchas dificultades que encuentra en su tarea, y su animosa voluntad llegará a flaquear, tal y como se refleja en otro momento del libro: Se había engañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienden a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden. La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado. Y la suya estaba en unos niveles tan bajos que ya no era capaz de darle las instrucciones necesarias para poder sobrevivir.
 
No quiero desvelaros el desenlace de la valiente experiencia de Florence Green, si su ánimo decaerá por fin o si sus afanes se verán definitivamente recompensados, deberéis leer el libro y dejaros llevar hasta el final por el entusiasta ímpetu de la buena mujer. Os recuerdo ahora, antes de la despedida, que para dentro de siete días tenemos un libro pendiente como corolario y continuación del comentado esta mañana.
 
Put a penny in the slot, del genial Fionn Regan, es una canción que se desenvuelve entre menciones de libros y escritores. Con ella me despido hasta la semana próxima.
 
 
Las camionetas y furgones que traían a los vendedores de las editoriales empezaron a aparecer con más frecuencia por el brillante horizonte de los pantanos, hundiéndose de vez en cuando en el lodo a la altura del cruce, y siempre, sin remedio, cuando intentaban dar la vuelta en la orilla. Incluso en verano se trataba de un viaje complicado. Los que lograban llegar sanos y salvos eran un poco reacios a desprenderse de las novelas románticas y los libros de noviazgos, que eran los que Florence quería realmente, a no ser que accediera a quedarse también con un montón de esas novelas de cubiertas ligeramente envejecidas, que tenían el aire de una mujer a la que nadie ha solicitado nunca su favor. Su solidaridad tanto con los vendedores como con los libros que envejecían irremediablemente, la convertían en una compradora algo imprudente. Además, los vendedores llegaban de tan lejos que ella no tenía más remedio que llevarles a la cocina y ofrecerles un té. Allí, con la esperanza de que tardarían todavía un tiempo en regresar a ese agujero dejado de la mano de Dios, los vendedores se podían permitir el lujo de revolver el azúcar y relajarse un poco.
 
-Una cosa es cierta: la competencia no le supondrá un problema. No hay otro punto de venta entre este páramo y Flintmarket.
 
A todos se les había caído el alma a los pies cuando se dieron cuenta de que no había servicio ferroviario, lo que obligaría a que todos los pedidos tuvieran que llegar por carretera. Para cuando empezaban a sentir que había llegado el momento de ponerse en marcha, se había levantado el viento, y sus furgonetas, sin la carga que las había mantenido estables, se bamboleaban de un lado para otro, incapaces de ceñirse al eje de la carretera. Los jóvenes novillos, los animales más inquisitivos de todos, se acercaban por la hierba para mirarles apaciblemente.


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