Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 9 de octubre de 2013

CLARA USÓN. CORAZÓN DE NAPALM

Una gaviota se posó sobre la arena de la playa, a poca distancia de donde él se había echado. Se irguió y buscó con los ojos una piedra o un palo para tirárselo, pero a su alrededor sólo había arena, así que se levantó, hinchó el pecho y dio un par de pasos amenazadores en dirección al ave, que lo observaba con indiferencia, pero cuando Fede, acercándose más y envolviendo al pájaro en su sombra, apretó el puño e hizo ademán de propinarle un puñetazo, vaya si se asustó. La gaviota dio un salto hacia atrás, desplegó las alas mostrando toda su envergadura y se empìnó sobre sus finas patas, haciéndole frente en un falso desafío, pues en el instante en que Fede levantó un pie para darle una patada, alzó el vuelo y se alejó.
 
Él se dejó caer sobre la arena, las manos todavía crispadas y, rodeando las rodillas con sus brazos, se quedó mirando sin esperanza el mar de plomo de la playa de los Peligros. Todo era gris en Santander: el cielo, las gaviotas, el mar… Le dolía la cabeza y eso acentuó su mal humor. Para distraerse, decidió investigar el contenido de la bolsa de plástico verde de Mantequerías Rosario, que había usado como almohada el rato que se quedó dormido. El peso de su cabeza había chafado las bragas. Con una pulcritud en él insólita fue extrayéndolas de la bolsa, una a una; las desplegó ante sí sobre la arena y las ordenó en hileras como si fueran soldados en formación, dispuestos a la batalla.
 
 
Hola, buenas tardes. Así, con este fragmento de una novela, un fragmento muy significativo con el que da comienzo el libro, empezamos nosotros también, un miércoles más, Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca en el que semanalmente os ofrecemos una propuesta de lectura que creemos puede interesaros. El fragmento leído, como os digo muy representativo de la atmósfera que impregna el texto entero, pertenece a una novela española, Corazón de napalm es su título, escrita por Clara Usón y editada por Seix Barral. Corazón de napalm obtuvo el reconocido Premio Biblioteca Breve de novela correspondiente a 2009, otorgado por un jurado prestigioso del que formaban parte, entre otros escritores, Juan José Millás, Pere Gimferrer, Ángeles Caso o Manuel Longares, el cual, en particular, ha vertido en tertulias televisivas y artículos periodísticos multitud de elogios sobre la novela, ponderando su enorme interés humano y su excelente calidad literaria.
 
No quiero dejar pasar la ocasión, aprovechando este mi comentario a la penúltima novela de Clara Usón, de aconsejaros la por ahora postrera, un libro igualmente excepcional, La hija del Este, que publicó también Seix Barral el pasado 2012. Ya sabéis que en Todos los libros un libro sigo un precepto no rígido -lo que significa que cualquier día puedo transgredirlo; así lo he hecho recientemente- pero sí bastante firme: no presentar libros de un autor ya comentado en el programa. Es por ello que, teniendo escrita desde hace años mi reseña de Corazón de napalm, os la presento ahora, pese a que La hija del Este me parece un libro aun más interesante, más logrado, de más entidad. Soslayo, pues, con un par de frases, esta limitación autoimpuesta y paso ya al análisis de la novela que hoy me trae ante vosotros.
 
La hija del Este parte de un hecho real: Clara Usón -aunque en el texto se disimule bajo la apariencia de un mero personaje de novela- se encuentra un día en The Times con la noticia de la trágica muerte de Ana Mladić, una chica serbia de 23 años, atractiva, estudiosa y agradable, que a la vuelta de un viaje de fin de carrera a Moscú con sus compañeros de Medicina, el 24 de marzo de 1994, se disparó un tiro en la cabeza con la pistola “fetiche” de su padre, Ratko Mladić, el sanguinario genocida, el carnicero serbio de la guerra de los Balcanes, el despiadado responsable de la cruel matanza de Srebrenica. Impresionada por los hechos leídos, sintió curiosidad, indagó, investigó, buscó respuestas, aquilató rumores, compulsó datos, y con todo ello fabuló una explicación. En el libro -resultado último de su pesquisa, que se extendió a lo largo de tres años- Usón mezcla realidad y ficción -en un “juego” cada vez más frecuente en tantas novelas actuales, que saltan del periodismo a la literatura, del documento a la invención, de los datos objetivos, verídicos, a la libre capacidad de imaginación del autor-, y escribe, con una prosa magnética, de irresistible atracción, para indagar en la compleja personalidad de la joven e intentar averiguar cuáles fueron las causas que la llevaron al suicidio. En el camino de esa investigación, el texto nos deja una fascinante reflexión sobre la barbarie, el odio y la exclusión, la violencia, la inocencia y el fanatismo, la presencia del mal en nuestras vidas, la búsqueda de la verdad, la culpa, la integridad moral, todos esos aspectos esenciales, en fin, de la naturaleza humana, así como numerosa información -“real”, contrastada, conocida, publicada en su momento en los medios de comunicación, aunque, por desgracia, como tantas otras veces, olvidada en el curso de nuestro superficial y algo frívolo paso por el mundo- sobre acontecimientos, personajes, hechos, situaciones ocurridos en la inexplicable, la inconcebible, la inimaginable ola de violencia salvaje desatada en el centro de la Europa “civilizada” hace ahora veinte años. Un libro, pues, por muchos motivos, de lectura altamente recomendable.
 
Pero vayamos ya con la propuesta que constituye el centro de nuestra emisión de hoy. Corazón de napalm narra dos historias paralelas, que se van sucediendo en capítulos alternos y que, como es previsible ya desde el inicio, confluyen hacia el final, aunque no os desvelaré el sentido de esa confluencia, por lo demás sorprendente. Por un lado se nos cuenta la muy dura existencia de Fede, un adolescente de sólo trece años al que la vida, en los primeros años ochenta del pasado siglo, ha convertido en una especie de adulto prematuro, sin perder su condición de niño. Fede vive en Santander con su padre, el Chino, y su actual mujer, la algo pija Natalia, que cumple con Fede el papel que el tópico adjudica a las madrastras: fría, desapegada, ajena a los intereses auténticos del niño. Fede es hijo de Carmen, el gran amor de El Chino, con el que compartió vida y experiencias juveniles, el descenso a los abismos de la droga, una existencia al límite, desordenada, caótica. El chico, constreñido a la santanderina existencia burguesa que su padre ha adoptado tras su matrimonio con la niña bien Natalia, añora a su madre. Pero Fede ha sido educado -por decir algo- en la permisividad y el descontrol, en la ausencia de principios y la anárquica cotidianidad de la juventud de sus progenitores, en la falta de responsabilidades, en esa vida de excesos tan típica en determinados ambientes de esa década atrevida y frenética, disipada y libérrima, en la que eran normales el trapicheo, los chutes de heroína, la violencia larvada, los robos, las muertes por sobredosis, la enfermedad, el sida devastador, la promiscuidad más desatada, incluyendo, en el caso del protagonista, la permanente presencia de extraños en la casa y hasta en la cama de sus padres; como veis, la cara oscura, por así decirlo, de aquella movida que se vendió como repleta de encanto y glamour. Fede, pese a sus escasos trece años, idolatra a los Sex Pistols -de hecho, corazón de napalm es una frase que está en una canción del grupo-, adopta la estética punk (cabeza rapada, lenguaje obsceno, actitud chulesca en un alma infantil) por rebeldía, por necesidad de cariño, por la carencia y la añoranza del amor materno (Carmen, su madre, permanece en su Barcelona natal, desenganchándose de la droga, menos afortunada ella que su marido, que ese Chino capaz de rehabilitarse, de volver a la normalidad, de rehacer su vida a partir del deterioro juvenil). Esa necesidad de la madre le llevará, tras robar cuarenta mil pesetas a su madrastra y amenazar a su padre con una navaja, a escapar del hogar santanderino y llegarse a Barcelona en donde se encontrará con esa figura materna de la que con tanta intensidad depende emocionalmente.
 
Por otro lado, la novela cuenta la historia de Marta. Marta es una mujer joven que, nacida en Valladolid, vive en Barcelona, aunque se encuentra algo desubicada en la vida. Es pintora, pero su valía nunca ha sido reconocida. Ha sobrevivido profesionalmente en los ambientes artísticos haciendo el trabajo de ‘negro’ para el ya anciano y muy famoso pintor Maristany. Marta es la autora, en la sombra, de un modo anónimo, de los últimos cuadros del artista, a quien su edad le imposibilita para ejercer su maestría pictórica. Su indefinición profesional -la de Marta- corre pareja con una cierta inestabilidad sentimental y, en general, con la ausencia de un lugar en el mundo, de un sentido en su vida. Marta conoce, precisamente en una exposición de Maristany, a Juan, un joven y atractivo juez que pese a su posición y su vida de orden parece rodeado por algo de misterio, parece encerrar algún secreto, mostrando algunos atisbos de una personalidad no del todo estable. Marta y Juan empezarán una relación amorosa que se desarrollará en paralelo a algunas vicisitudes profesionales de la joven pintora.
 
Lamentablemente no puedo desvelaros, pues ello supondría ‘destripar’ el contenido final de la novela, el modo en que las dos narraciones van a acabar por imbricarse. Dejadme deciros, tan sólo, y para terminar, que más allá de la valoración de la crítica, que ha visto en Clara Usón una narradora formidable, en su novela una obra muy estimable y en el estilo literario de la escritora una reivindicación del realismo, Corazón de napalm puede interesaros porque describe con precisión la vida en una década, la de los ochenta del pasado siglo, no demasiado reflejada en la literatura, porque constituye una reflexión muy valiosa sobre el tema de la familia, porque las peripecias de los protagonistas están contadas de un modo muy ágil y fluido, que atrapa, y, sobre todo, porque la construcción de los personajes, fundamentalmente la del niño Fede, es magistral. No dejéis de leerla, pues.
 
Obviamente, Search of destroy, la canción de los Sex Pistols que incluye en su letra el título del libro (I'm a street walking cheater with a heart full of napalm), acompaña, en la interpretación llena de ruido y furia de Sid Vicious, esta reseña.


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