Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 5 de febrero de 2014

MARTIN AMIS. LA CASA DE LOS ENCUENTROS

Hola, buenas tardes. Aquí estamos una semana más, como todos los miércoles, en Todos los libros un libro, ofreciéndoos desde Radio Universidad de Salamanca una nueva recomendación de lectura. Hoy os traigo una novela de un autor magnífico, uno de los grandes escritores británicos contemporáneos que, sin embargo, nunca había aparecido en nuestro programa. Se trata de Martin Amis, cuya obra es muy conocida en España, publicada casi íntegramente en la editorial Anagrama. Una editorial que presentó también, en 2008, esta interesante novela, la muy atractiva y polémica, como lo es su autor, La casa de los encuentros, en traducción de Jesús Zulaika. En el mismo sello editorial vieron la luz, en 2011, La viuda embarazada, que a mí me pareció decepcionante, y Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, que llega estos días a las librerías y que, obviamente, no he podido leer aún.
 
La casa de los encuentros debe su carácter controvertido a que en ella, como en otro de sus libros anteriores, Kobe el temible, Martin Amis describe, analiza y ofrece sus reflexiones sobre los últimos setenta años de la historia de Rusia, presentándonos su visión, además, sin ningún tipo de prejuicio o de anteojeras ideológicas, como tan habitual ha sido desde ámbitos presuntamente de izquierdas pero a menudo conniventes con los aspectos más terroríficos del socialismo real. A casi nadie le cabe duda alguna, sea cual sea la opción ideológica o política que uno elija para situarse en la vida, cuando se trata de repudiar la experiencia nacionalsocialista hitleriana, hasta el punto de que hoy en día existe una absoluta unanimidad sobre la indiscutible realidad del horror nazi, sin que quepa debate sobre el asunto en los ámbitos científico, académico o teórico, en los que se acepta como incontrovertible la verdad de un genocidio suficientemente probado, con evidencias, testigos, documentos que dan fe y acreditan la horrenda realidad de los inhumanos campos de concentración; una unanimidad que no desmiente sino que confirman algunos minoritarios y extremistas grupúsculos de entidad escasamente relevante. Sin embargo, no ocurre otro tanto con la experiencia estalinista de la Unión soviética. Todavía el marxismo, dice Martin Amis, citando con distancia y evidente desprecio a José Saramago, sigue gozando de un inexplicable prestigio intelectual, incompatible con la devastación y el horror y la abyección y la tortura y las violaciones y los asesinatos y los millones de muertos debidos a Stalin y su frío terror organizado. Unos episodios todavía no suficientemente descritos en la literatura, un silencio sorprendente, y sospechoso, dada la magnitud de la aberración y la barbarie.
 
Pues bien, uno de los planos esenciales de La casa de los encuentros es este que nos adentra en la realidad de los campos de internamiento soviéticos, en los más sórdidos y fríos sótanos del gulag. El telón de fondo de la historia de Rusia durante y a partir de la segunda guerra mundial, constituye uno de los elementos destacados de la novela, que trasciende así su condición de mera ficción para convertirse en un documento, en un texto de historia, una historia nada complaciente, como os digo, nada sumisa, y por ello polémica y hasta denostada, con las mentiras del poder.
 
Con ese telón de fondo, sobre ese telón cuya intensa presencia impregna la novela, Martin Amis construye el triángulo amoroso que configura la trama central de La casa de los encuentros. A lo largo de varias décadas, el narrador sin nombre, que cuenta desde el presente y en retrospectiva la historia a su hijastra Venus, una joven norteamericana, y su hermano Lev; uno orgulloso, enfermo moral, despiadado, brutal, demente casi, veterano de guerra, criminal, eterno superviviente, y el otro tímido, sencillo, inocente poeta, frágil, se disputan el amor de Zoya, una chica judía. Llegados en distintos momentos y encerrados en el campo de concentración de Norlag en Siberia, un verdadero campo de esclavos, que Amis describe con detalle, con precisión y verosimilitud, los hermanos sobreviven a aquel mundo sin alma, entre sevicias continuas y torturas sin cuento.
 
El título de la novela, La casa de los encuentros, alude al lugar, dentro del campo de concentración, en el que, en ocasiones, eran toleradas las visitas conyugales a los presos. Unas visitas que suponían desplazamientos de las mujeres durante semanas, en condiciones durísimas, con un clima inclemente, con unas circunstancias personales, económicas y sociales muy difíciles, sometidas a vejámenes; una humillación más, también para los propios presos, a la que doblegarse por el dudoso privilegio de un encuentro de una noche al cabo de años de separación, de dolor, de olvido, de miseria.
 
Leed esta impresionante novela; impresionante es la historia personal de sus protagonistas, impresionante también y no demasiado conocida, la barbarie estalinista que con rigor de historiador nos cuenta Martin Amis. Os dejo ya con dos extractos de la obra: su introducción, que centra el contexto del libro, y un significativo fragmento que concentra el significado esencial de La casa de los encuentros.
 
En el apartado musical, la obra de un compositor exiliado del estalinismo, Igor Stravinsky. Una pieza, La adoración de la tierra, de su obra mayor, La consagración de la primavera, en versión de la Verbier Festival Orchestra, dirigida por Kent Nagano.
 
 
Querida Venus:
 
Si lo que dicen es cierto y mi país está agonizando, tal vez yo pueda decirles por qué. Ya ves, chiquilla, la conciencia es un órgano vital, y no un aditamento como las amígdalas o las vegetaciones.
 
Mientras tanto, mi enhorabuena. Ahora te unes a un numeroso contingente de jóvenes: el de todos aquellos condenados a ofrecer a la venta las purulentas memorias de un viejo familiar. Pero tú no tendrás que ir lejos: sólo hasta Gagarin Press, en Jones Street. Y preguntar por el señor Nosrin. No te preocupes: no voy a hacer lo que aquel pobre tarado del que leímos que mandó a revelar a One Hour Photo carretes enteros de sus trabajos manuales. Lo he arreglado con Nosrin: no se le debe nada, todo está pagado. Además, es compatriota mío, así que lo entenderá. Quiero una tirada de un solo ejemplar. Y es tuyo.
 
Siempre me has preguntado por qué nunca "me abría", por qué me resultaba tan difícil "dar salida" y "liberar presión" y ese tipo de cosas. Bien, con un pasado como el mío, vives en gran medida para esos ratos en que no estás pensando en ello -y está claro que el tiempo que pasas hablando de ello no es de ningún modo uno de esos momentos. Y había una inhibición aún más oscura: el miedo abiertamente neurótico de que no me creyeras. Imaginé que me dabas la espalda, imaginé que apartabas la cara y sacudías despacio la cabeza agachada. Y la perspectiva me resultaba insoportable. He dicho que este miedo era neurótico, pero sé que lo comparten muchos hombres con historias parecidas. Son neurosis compartidas, ansiedades compartidas. Emoción de masas: tendremos que volver una y otra vez al tema de la emoción de masas.
 
Al principio, cuando empecé a juntar los hechos ante mí, palabras negras sobre una hoja blanca, me sorprendí mirando fijamente a un pequeño montón informe de degradación y de horror. Así que he tratado de darle a todo esto un poco de estructura. Ya que cuando lograba darle cierta apariencia de pauta o forma me sentía menos aislado y podía percibir la ayuda de fuerzas impersonales (algo que necesitaba de forma imperiosa). Esta impresión de unidad era quizá engañosa. La patria es eternamente pródiga en antiiluminaciones, en epifanías negativas, pero no en unidad. En mi país no hay unidades.
 
En la década de 1930 hubo un minero llamado Alexéi Stajánov que -según algunos- sacaba más de cien toneladas de carbón -la cuota era de siete- en un solo turno de trabajo. De ahí el culto a los estajanovistas, o trabajadores "de choque": llenadores de barrancos, aplanadores de montañas, bulldozers y excavadoras humanas. Los estajanovistas, con mucha frecuencia, eran obvios fraudes; con mucha frecuencia, también, eran colgados por sus compañeros, que odiaban las normas sobre altos rendimientos... Había también escritores "de choque": los sacaban de las fábricas a millares y los ponían a escribir propaganda disfrazada de narrativa. Mi objetivo es diferente, pero será mejor que me veas de ese modo: como un escritor estajanovista o "de choque" que está diciendo la verdad.
 
La verdad va a resultarte dolorosa. Me viene a las mientes una vez más (en forma de laceración sutil, como cuando te cortas con un papel) que el acto más deshonroso lo perpetré no en el pasado remoto, como casi todos los demás, sino en el espacio de tu vida, y unos cuantos meses antes de que me presentaran a tu madre. Mi fantasma espera censura. Pero que sea personal, Venus; que sea tu reprobación y no la de tu grupo y tu ideología. Sí, me estás oyendo, joven dama: tu ideología. Ya, es una ideología suave, estoy de acuerdo (la suavidad es su única idea). Nadie se va a hacer saltar en pedazos por ella.
 
Tu asimilación de lo que hice va a exigirte, en cualquier caso, una gran dosis de valor y generosidad. Pero creo que hasta una retribucionista estricta (que no eres) se sentiría razonablemente feliz con la forma en que las cosas acabaron resolviéndose. Podría objetarse -y yo no lo discutiría- que no merecía a tu madre. Tampoco he merecido tenerte en casa durante casi veinte años. Y tampoco es que ahora tenga un miedo enorme a que me excomulgues de tu memoria. No creo que vayas a hacerlo. Porque entiendes lo que significa ser un esclavo.
 
Venus, siento que te fueras preocupada por que no te hubiera dejado que me llevaras a O'Hare. "Es lo que siempre hacemos", me dijiste: "Nos llevamos y nos traemos del aeropuerto." ¿Te das cuenta de lo raro que es eso? Ya nadie lo hace. Ni siquiera los recién casados. De acuerdo: fue egoísta por mi parte no dejarte que lo hicieras. Dije que era porque no quería decirte adiós en un sitio público. Pero creo que lo que me mortificaba realmente era la asimetría del asunto. Tú y yo siempre nos hemos llevado al y nos hemos traído del aeropuerto. Y no quería ese al cuando sabía que ya no iba a haber un del.
 
Estás tan preparada como cualquier joven occidental podría soñar estarlo, y no te falta de nada: una buena dieta, un generoso seguro médico, dos licenciaturas, viajes internacionales, idiomas, ortodoncia, psicoterapia, propiedades y capital. Y tu piel es de un color precioso. Mírate..., mira el bruñido de tu tez.
 
 
 
 
Teniendo en cuenta la variedad e intensidad del sufrimiento que casi siempre causaba, me dejaba perplejo cuán anhelada y perseguida seguía siendo aquella casita de la colina. Yo fui un estudioso atento de aquel rito de paso (aunque bastante irreflexivo, he de admitir, sobre todo al principio). Para los maridos, la visita conyugal significaba el afeitado de cabeza, la desinfección, el largo chorro con la manguera de incendios. Salían de las duchas irreconociblemente restregados, escocidos, alertados, con ropas tiesas no por la suciedad sino por el efecto de los detergentes feroces. Luego, como la viva estampa del apetito y el brío, flanqueados por una pequeña escolta, se encaminaban con prisa hacia La Casa de los Encuentros. Y al día siguiente, viéndolos bajar uno por uno, tambaleantes, hechos auténticas ruinas o apariciones, yo solía sorprenderme pensando: lo pedíais a gritos, luchamos por ello, ¿qué os pasa ahora?
 

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