Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 4 de febrero de 2015

JAVIER CERCAS. EL IMPOSTOR
 
Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias en Radio Universidad de Salamanca. Esta semana mi propuesta es un tanto superflua, pues se centra en un libro que ha sido tan publicitado, tan vendido, sobre el que se ha escrito tanto, tantas reseñas, tantos artículos, tantos reportajes televisivos, tantas crónicas en otras emisiones radiofónicas que, a estas alturas, no sólo no queda nada por decir de él sino que incluso cualquier nueva mención a su particular planteamiento literario, a las conexiones e interdependencias con otras obras de otros autores, a los entresijos de su interesante estructura, a los detalles de su trama argumental o siquiera a su título puede resultar consabida y hasta enojosa por la sobresaturación a que nos hemos visto condenados hace unos meses, cuando se publicó en nuestro país. Con estos antecedentes tan disuasorios, os diré que me permito, sin embargo, afrontar esta reseña y aconsejaros su lectura (la del libro; mi comentario podéis obviarlo) porque, al margen del interés intrínseco de la obra -ya suficientemente ponderado en tantos ámbitos-, mis palabras sobre él me darán la ocasión de hablaros además de algunos otros títulos con los que guarda muchos paralelismos y que son también excelentes. Pero vayamos ya con la referencia, pues se está haciendo de rogar con tanta introducción. Se trata -quizá lo habéis adivinado- de El impostor, la por ahora última publicación de un Javier Cercas de cuya exitosa trayectoria literaria destacan la “inaugural” Soldados de Salamina y la muy vendida Anatomía de un instante, dos novelas -¿lo son?- con muchas concomitancias con esta de la que ahora os hablo.
 
La historia que se cuenta en El impostor es bien conocida. Cercas nos relata la insólita trayectoria vital de Enric Marco, el anciano español que durante tres décadas en las que en infinidad de congresos, conferencias, entrevistas, apariciones televisivas, presentaciones en medios de comunicación, comparecencias ante organismos públicos e instituciones había paseado por el mundo entero su condición de deportado en la Alemania de Hitler, de superviviente de los campos de concentración nazis (esta reseña aparece, además, muy oportunamente, pocos días después de que se hayan conmemorado, en Auschwitz, los setenta años de la liberación de este otro siniestro territorio del horror), de presidente -durante tres años- de la gran asociación española de los supervivientes, la Amical de Mauthausen, fue desenmascarado en 2005, gracias a la labor comprometida y paciente del historiador Benito Bermejo que reveló no solo su inventada estancia en los campos sino la completa fabulación, el enorme fraude en que había consistido su vida entera. Javier Cercas, interesado en el personaje desde que se divulgó su singular experiencia y lo falso de su imagen real, ya había escrito algún artículo sobre él y, ahora, con una mezcla de curiosidad y escepticismo, de interés y rechazo, de fascinación y repulsa, se adentra en El impostor en la investigación del enigma de su compleja y aparentemente inconcebible personalidad.
 
A partir del desvelamiento público de su notoria y principal mentira, la indagación en la vida del octogenario comienza a revelar infinidad de otras invenciones, embustes, engaños y simulaciones (Marco es básicamente un pícaro, un charlatán desaforado, un liante único, maestro en generar confusión y en manejarse dentro de ella). Enric Marco miente hasta en la fecha de su nacimiento (el 12 y no el 14 de abril de 1921, cifra que elige para dotar a su biografía, ab initio, de una casual pero significativa pátina republicana), miente en su nombre, que cambia varias veces a lo largo de su existencia, miente en el hecho de su deportación a Alemania tras la guerra civil, miente en lo referido a su detención por las autoridades de Hitler, miente en su supuesto confinamiento en los campos, miente en su pasado de comprometido militante antifranquista, miente a sus mujeres, a sus amigos, a sus allegados, a sus supuestos compañeros de padecimientos en la forzada -e inexistente en lo que a él respecta- esclavitud nazi, miente al resto de españoles, miente al mundo entero. La historia entera de Marco es inventada o, siendo más preciso, parcialmente recreada a partir de su vida real, cuyos datos se entreveran con la ficción de su relato de modo que contribuyan a reforzar la verosimilitud de su versión impostada. Y así, su vida imaginaria, según la cual había escapado clandestinamente a Francia al final de la guerra civil, había sido detenido en Marsella por la policía de Pétain y luego entregado a la Gestapo, había sido deportado a Alemania y confinado en el campo de Flossenbürg, cerca de Múnich- [se entrelaza] con la historia verdadera -según la cual había ido a Alemania, sí, aunque como trabajador voluntario en el marco de un convenio entre Hitler y Franco, y había pasado varios meses encarcelado, sí, aunque en un penal común y corriente de Kiel, al norte del país. O como más abiertamente señala Cercas en otro momento del libro: Para ocultar su propia realidad (o para ocultarse a sí mismo), a lo largo de su vida Marco se reinventó muchas veces, pero sobre todo dos. La primera vez lo hizo a mediados de los años cincuenta y lo hizo a la fuerza: entonces cambió de oficio y de ciudad, cambió de mujer y de familia y hasta de nombre; dejó de ser viajante y recuperó su empleo de mecánico, abandonó Barcelona por Hospitalet, dejó a Anita Beltrán y los Beltrán por María Belver y los Belver, dejó de ser Enrique Marco y se convirtió en Enrique Durruti o Enrique el mecánico. La segunda gran reinvención de Marco se produjo a mediados de los años setenta, cuando Franco acababa de morir y empezaba a abrirse paso la democracia, pero esta vez Marco se reinventó porque quiso y sobre todo se reinventó mejor. La razón fundamental es que descubrió el poder del pasado: descubrió que el pasado no pasa nunca o que por lo menos el suyo y el de su país no habían pasado, y descubrió que quien domina el pasado domina el presente y domina el futuro; así que, además de cambiar de nuevo y por completo todas las cosas que había cambiado durante su primera gran reinvención (su oficio y su ciudad y su mujer y su familia y hasta su nombre), decidió cambiar también su pasado.
 
Como puede suponerse a partir de esta somera aproximación a la excepcional existencia de Enric Marco, el personaje, por sí solo, es lo suficientemente poliédrico y ambiguo, complejo y subyugante, como para que la mera transcripción -aun aséptica y neutra- de sus “peripecias” revistiera una innegable y poderosa fuerza literaria. Sin embargo, el principal interés del libro no reside tanto, a mi juicio, en la propia historia, sin duda apasionante, del impostor cuanto en la “construcción” que a partir de ella elabora un inspirado Javier Cercas.
 
Al igual que hiciera en sus dos anteriores libros mencionados, Soldados de Salamina y Anatomía de un instante (que también os recomiendo fervientemente), el autor mezcla realidad y ficción, combina experiencia personal y datos objetivos, inserta a familiares, amigos y conocidos entre el elenco de personajes de sus libros, se inmiscuye él mismo en la novela como un protagonista más, utiliza recursos literarios y enfoques narrativos de géneros diversos, levanta una extensa trama de relaciones y vínculos entre el objeto de su estudio y otros libros, otros autores, otros personajes literarios, y todo ello para -con las mentiras de Enric Marco como potente metáfora- reflexionar acerca de la impostura, la aberración moral y la necesidad de comprender el mal, las relaciones entre verdad y literatura, la finalidad, el objeto y el sentido de la escritura, la memoria histórica, nuestra transición, el estado de la democracia, el narcisismo, individual y colectivo, como signo de los tiempos y su correlato natural, la funesta prevalencia de lo kitsch, de la falsificación en las sociedades contemporáneas, hasta llegar, incluso, a explicar la convulsa situación actual de este nuestro país sumido en una crisis institucional y de identidad -de consecuencias más graves que la meramente económica- sin precedentes. Y es todo este juego de conexiones e interdependencias, de planos y frentes y enfoques diversos por los que se desarrolla el libro, lo que -en una enésima y consabida ya, aunque pese a ello interesante, ampliación del territorio de la novela- convierte a El impostor en una brillante muestra de las enormes posibilidades que ofrece el género, en estos días un verdadero “contenedor” capaz de acoger en su seno infinidad de propuestas disímiles y heterogéneas, colindantes -como demuestra singularmente el libro de Cercas- con la historia, el documento periodístico, la biografía, la autobiografía, el ensayo, la investigación de corte detectivesco y, por supuesto, la pura ficción.
 
Aunque no se trata, tan sólo, del planteamiento teórico desde que el autor encara su obra, porque esta opción “rompedora” del esquema convencional de la novela -que por un lado la diluye en otros géneros y a la vez amplía sus fronteras hacia ellos- es también una cuestión de estilo. Frente al modelo canónico -si es que tal estricto e incontaminado concepto ha existido alguna vez- de la novela tradicional del siglo XIX, con su narrador omnisciente, la trama fluyendo nítida desde la libérrima creación de su autor, los personajes como marionetas en sus manos, Cercas maneja un estilo que acentúa esta sensación de ruptura de la novela convencional, un estilo en el que sobresalen las repeticiones, los recursos para poner distancia entre el narrador y lo que se cuenta, los “dice” constantes que denotan de manera simultánea el alejamiento del narrador de la voz de su protagonista y la permanente duda acerca de la verosimilitud de sus palabras, los frecuentes cambios en el plano temporal, la disposición alternativa de los capítulos (aunque sólo en la primera parte de la obra): los pares dando cuenta de la vida “histórica” de su personaje y los impares en los que el propio Cercas relata su trayectoria en la escritura del libro.
 
Pero la peculiar apuesta novelística de Javier Cercas se fundamenta sobre todo, como digo, en la permanente imbricación entre realidad y ficción. Y así, el relato de la vida de Enric Marco va avanzando entre constantes “apariciones” de Vargas Llosa, Fernando Arrabal o Claudio Magris (que aparecen en el espíritu de sus obras literarias y en sus palabras y su “encarnación” reales), citas y glosas del Quijote, menciones a Primo Levi o Tristan Todorov, referencias a Emmanuel Carrère o Truman Capote, autores que en su obra han ilustrado la confrontación entre la rígida -y en el fondo imposible- sujeción a la verdad histórica y la libre invención de la “mentira” literaria, convirtiendo sus libros -algunos también “biografías”- en un permanente juego de espejos entre la realidad y ficción. Pienso -y aprovecho mi reflexión para recomendaros también todos estos otros títulos- en Limonov (ya comentado aquí) o El adversario de Carrére; pienso en A sangre fría de Capote; pienso en las tres breves -y geniales- aproximaciones biográficas que hace Jean Echenoz a las vidas de Maurice Ravel (Ravel), el atleta Emil Zátopek (Correr) o el ingeniero e inventor Nikola Tesla (Relámpagos); pienso en la reciente -y espléndida- última novela, Como la sombra que se va, que escribe Antonio Muñoz Molina, a partir -entre otros motores de su libro- de la peripecia vital de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King; pienso también -aunque el planteamiento es algo distinto- en Marcos Ordóñez y su Big time: La gran vida de Perico Vidal, del que os hablaré dentro de algunas semanas.
 
Y si abrimos la lista de influencias e interdependencias de la obra de Cercas a aquellos autores que se han colocado ellos mismos como personajes de sus propios libros, dando cuenta en ellos -a la vez que del avance de la trama que narran- del desarrollo de su proceso creador, nos encontramos con más de un nombre esencial en el fecundo crecimiento de la novela -frente a quien se obstina en darla por muerta- en los últimos tiempos: la formidable saga autobiográfica de Karl Ove Knausgård, seis libros (de los cuales los dos primeros, Mi padre y Un hombre enamorado, ya se han publicado en nuestro país y serán objeto de una de mis reseñas en los próximos meses); El balcón en invierno, de Luis Landero, que también aparecerá aquí próximamente; el propio Marcos Ordóñez, con su formidable Un jardín abandonado por los pájaros; la recreación de la infancia, adolescencia y juventud de Coetzee en su trilogía sudafricana, Infancia, Juventud y Verano; la obra entera de Sebald, impregnada de su poderosa e inteligente presencia; y hasta el último Javier Marías, insertando episodios de la vida de su propio padre en su más reciente novela, Así empieza lo malo.
 
En fin, no hay ya tiempo para más. Cierro aquí mi comentario de esta semana recomendándoos con pasión no sólo El impostor, el inteligente -y controvertido (no dejéis de leer la demoledora crítica de José Luis García Martín en su blog)- texto de Javier Cercas, sino la obra de los muchos autores citados -y tantos otros que no he podido mencionar- que con sus novelas se replantean y cuestionan la naturaleza del género, contribuyendo a expandir sus límites de una manera muy sugestiva y fecunda. Os dejo con una pieza musical, muy ajustada al tema del libro reseñado, Everybody lies a little, Todo el mundo miente un poco, de B.B.King.
 
 
¿Qué es entonces Enric Marco? ¿Quién es Enric Marco? ¿Cuál es su enigma último?
 
En las charlas y entrevistas de su época de la Amical, mientras contaba su falsa vida heroica, emocionante y aventurera, Marco se presentaba a sí mismo como una encarnación de la historia de su país, como un símbolo o un compendio o, mejor, como un reflejo exacto de la historia de su país; tenía razón, aunque por razones exactamente opuestas a lo que él pensaba.
 
Marco fue un joven obrero anarquista en la Barcelona de la Segunda República, cuando la mayor parte de los jóvenes obreros de Barcelona eran anarquistas, y siguió siéndolo en la Barcelona del principio de la guerra, cuando triunfó en la ciudad una revolución anarquista. Marco fue un soldado cuando la mayoría de los jóvenes españoles eran soldados, durante la guerra civil. Marco fue al final de la guerra civil un perdedor que, como la inmensa mayoría de los perdedores, aceptó a la fuerza la derrota y trató de escapar a sus consecuencias disolviéndose en la multitud, escondiendo o enterrando su pasado bélico y anarquista y sus ideales juveniles. Marco escapó al servicio militar, que era lo que casi todos los jóvenes de su edad deseaban hacer, y durante la segunda guerra mundial se marchó a Alemania, que por entonces era un país de oportunidades, el país que, según decía todo el mundo en aquellos años, iba a ganar la guerra. Marco volvió de Alemania cuando ya todo el mundo estaba seguro de que Alemania iba a perder la guerra. Marco vivió el franquismo como lo vivió la inmensa mayoría de los españoles, creyendo que el pasado había pasado, sin rebelarse contra la dictadura, aceptándola implícita o explícitamente, aprovechándose en lo posible de ella para llevar una vida lo mejor posible, a ratos la vida de un marido y padre de familia común y corriente, a ratos la vida de un pícaro y un vividor, a ratos pasando apuros económicos y a ratos, sobre todo a partir de los años sesenta, disfrutando de la prosperidad burguesa de coche, casa propia y apartamento en la playa de la que entonces tanta gente empezó a disfrutar. Como casi todo el mundo, Marco comprendió en los años sesenta que el franquismo no iba a ser eterno y que el pasado no había pasado del todo, y empezó a explotar, inventándola, su olvidada o aparcada o enterrada juventud republicana, y a la muerte de Franco, cuando rondaba los cincuenta años de Alonso Quijano, celebró como la mayoría de la gente el retorno de la libertad y se dispuso a disfrutar de ella y se politizó a fondo y se reinventó por completo falsificando o maquillando o adornando su pasado, se dio un nuevo nombre y una nueva mujer y una nueva ciudad y un nuevo trabajo y una vida nueva. Y en los años ochenta, como tanta gente una vez pasada la transición de la dictadura a la democracia, Marco se despolitizó y sintió de nuevo que el pasado había pasado y que ya no podía explotar el suyo y, mientras la democracia se asentaba y se institucionalizaba, regresó como tanta gente a la vida privada y canalizó su actividad o sus inquietudes sociales y políticas no a través de un partido político sino de una organización cívica. Por fin, en la primera década del siglo, el pasado volvió con más fuerza que nunca, o al menos lo pareció, y, como mucha gente, Marco se lanzó a la llamada recuperación de la llamada memoria histórica, se sumó con entusiasmo a ese gran movimiento, usó la industria de la memoria y la fomentó y se dejó usar por ella, buscando en apariencia afrontar su propio pasado y el de su país, exigiéndolo en realidad, cuando en realidad no estaban haciendo, él y su país, más que afrontarlo sólo en parte, lo justo para poder dominarlo y no afrontarlo de verdad y poder usarlo con otros fines. Así que, en el fondo, Marco tenía razón al decir en sus charlas que la historia de su vida era un reflejo de la historia de su país, pero no la tenía porque la historia de su vida guardara la más mínima relación con la historia que él contaba —una historia poética y rutilante, llena de heroísmo, de dignidad y de grandes emociones—, sino porque era sobre todo la historia que él ocultaba —una historia prosaica y vulgar, llena de fracasos, indignidades y cobardías—. O, dicho de otro modo, si Marco hubiera contado en sus charlas su historia verdadera, en vez de contar una historia ficticia, narcisista y kitsch, hubiera podido contar con ella una historia mucho menos halagadora que la que contaba, pero también mucho más interesante: la verdadera historia de España.
 
Así que eso es lo que es Marco: el hombre de la mayoría, el hombre de la muchedumbre, el hombre que, aunque sea un solitario o precisamente porque lo es, se niega por principio a estar solo y siempre está donde están todos, que nunca dice No porque quiere caer bien y ser amado y respetado y aceptado, y de ahí su mediopatía y su feroz afán de salir en la foto, el hombre que miente para esconder lo que le avergüenza y le hace distinto de los demás (o lo que él piensa que le hace distinto de los demás), el hombre del profundo crimen de siempre decir Sí. De modo que el enigma final de Marco es su absoluta normalidad; también su excepcionalidad absoluta: Marco es lo que todos los hombres somos, sólo que de una forma exagerada, más grande, más intensa y más visible, o quizás es todos los hombres, o quizá no es nadie, un gran contenedor, un conjunto vacío, una cebolla a la que se le han quitado todas las capas de piel y ya no es nada, un lugar donde confluyen todos los significados, un punto ciego a través del cual se ve todo, una oscuridad que todo lo ilumina, un gran silencio elocuente, un vidrio que refleja el universo, un hueco que posee nuestra forma, un enigma cuya solución última es que no tiene solución, un misterio transparente que sin embargo es imposible descifrar, y que quizás es mejor no descifrar.

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