Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 4 de marzo de 2015

GOLIARDA SAPIENZA. EL ARTE DEL PLACER; NACY HUSTON. MARCAS DE NACIMIENTO
 
Hola, buenas tardes, bienvenidos a Todos los libros un libro. En esta primera emisión del mes de marzo, y ante la cercanía del próximo Día Internacional de la Mujer, quiero aprovechar para salir al paso de algunos comentarios -siempre bienintencionados, pues provienen de amigas a las que guía la afabilidad- que llaman la atención sobre la escasa presencia de mujeres en nuestro espacio. Y aunque no creo en absoluto en las etiquetas reduccionistas; y aunque no sé si la expresión “literatura femenina” tiene sentido y se refiere a aquella escrita por mujeres o a la que ofrece una mirada y una temática o transmite unos valores específicamente femeninos (de existir estos) o, por el contrario, es un absurdo del estilo de “literatura comprometida” o “gastronómica” o “metrosexual”; y aunque cuando leo no me preocupa el género del autor de un libro, ni su origen, ni su raza, ni su ideología, ni su edad, ni ninguna otra condición personal; y aunque la corrección política no es una de mis debilidades (no en cualquier caso al elegir los libros con los que pretendo deleitarme o aprender o emocionarme); no dejo, sin embargo, de ser sensible a las apreciaciones de mis (escasos) seguidores (seguidoras, en esta ocasión) por lo que, puesto a reflexionar acerca de si esa al parecer notoria ausencia de escritoras en el programa obedece a un muy ostensible déficit psicológico de mi personalidad o a una evidente incapacidad para interesarme -y por tanto para comprender- el alma de las mujeres o es, simplemente y sin más complejidades, un mero azar intrascendente e inocuo, me he lanzado a contar, llevado por una suerte de sutil culpabilidad que reclamaría la dosis justa de “cuotas” -¡¡¡horror, el placer de la lectura confinado a vulgares estadísticas!!!- el número de escritoras que han protagonizado Todos los libros un libro en las doscientas dos emisiones habidas hasta hoy. Y una vez metidos en harina contable, no me queda más remedio que aceptar que treinta y seis libros escritos por mujeres, un tímido dieciocho por ciento del total, es -eso supongo- una cifra relativamente baja, que no sé si se corresponde -y no pienso mover un dedo para averiguarlo- con el índice de presencia femenina en nuestro mercado editorial, en los setenta mil títulos que ven la luz cada año en nuestro país.
 
En cualquier caso, y sin entrar en el fondo del asunto, que me parece -lo siento por mis detractoras, su juicio ahora sin duda más severo- irrelevante, he tomado la decisión -cobarde y puramente ornamental, pues las correspondientes reseñas, elaboradas ya hace tiempo, iban a ser radiadas, gradualmente, en los próximos meses- de concentrar, en este simbólico marzo, mis recomendaciones de una serie de libros que llevan la firma de una mujer para intentar paliar así -en el fondo débil y apocado, pusilánime y concesivo ante el diktat femenino- mi inevitable condición de macho insensible y discriminador, autoritario y patriarcal (hay adjetivos que pareciera que los carga el diablo: sueltas uno y comparecen los demás, en retahíla ominosa). Y sí, lo sé, excusatio non petita... etc., etc., etc... De modo que hoy abro esta serie marceña no con uno sino con dos libros (de perdidos al río... puestos a condescender, hagámoslo a lo grande), muy distintos entre sí aunque ambos extraordinariamente interesantes.
 
El primero de ellos es una novela voluminosa -más de setecientas cincuenta páginas-, de esas que exigen una entrega casi absoluta, de esas que nos muestran un universo, o como en este caso un personaje, con los que no hay más remedio que convivir durante semanas si queremos disfrutar del libro en todo su alcance, con toda su plenitud. Se trata de El arte del placer, escrita por la siciliana Goliarda Sapienza y publicada por la editorial Lumen en traducción de José Ramón Monreal.
 
Goliarda Sapienza fue una escritora no demasiado conocida, autora de una obra sin excesiva repercusión pública en vida, de hecho murió en 1996 sin haber conocido el éxito que luego acompañó a la publicación de esta El arte del placer, su novela póstuma. Había nacido en Catania en 1924 en el seno de una familia muy destacada e influyente en los ambientes de la izquierda italiana. Su padre, abogado socialista, y su madre, que llegó a ser secretaria general de ese partido en Turín, la educaron en casa, al margen de la enseñanza oficial, de clara influencia mussoliniana y fascista. Dotada de una personalidad artística y sensible, dedicó la mayor parte de su vida al teatro, ámbito en el que llegó a desenvolverse como una actriz de bastante éxito. Su existencia, no obstante, estuvo llena de avatares, llevó durante mucho tiempo una vida de glamour, se codeó con la intelectualidad e incluso la aristocracia italiana de la época, pasó por etapas de un acusado desorden sentimental y emocional, encadenando diversas tentativas de suicidio, publicó diversos libros, para extinguirse al fin sin dejar demasiada huella en el panorama literario de su país que, como digo, sólo la consagró como una excelente escritora tras su muerte y la posterior publicación del libro que hoy os presento.
 
El arte del placer gira en su integridad sobre un personaje, poderoso y sugestivo, una mujer de carácter que en cierto sentido es trasunto de la propia autora. Modesta, la protagonista, nace en una familia muy pobre y desarraigada en una pequeña aldea siciliana, el uno de enero de 1900. A lo largo de la amplia extensión de la novela Modesta recorre el siglo XX, y con ella los lectores asistimos a los principales acontecimientos que vive Italia y también el mundo desde hace cien años: la primera gran guerra, la aparición incipiente y larvada primero, abrumadora y ominosa luego, de los fascismos, la inevitable segunda guerra mundial… Modesta es violada por su padre a los nueve años, internada en un convento de monjas en su niñez, adoptada por una familia aristocrática, los Brandiforti, en su adolescencia, convertida en princesa en su juventud gracias al singular matrimonio con uno de los miembros menos conspicuos de la familia… y, ya dueña de su vida y de su destino en su edad adulta, entregada a la búsqueda del conocimiento, de la libertad, del placer. Modesta encamina su vida a la búsqueda de sensaciones placenteras, practica relaciones amorosas con infinidad de hombres y mujeres (en una dimensión, la vinculada al erotismo, muy notoria de la novela, explícita ya desde su título) siempre en procura de algo más, de su independencia, de su autonomía, de su, en definitiva, voluntad de poder.

La novela va avanzando con fluidez sobre todo a partir del recurso a los diálogos, que describen con precisión las relaciones de Modesta con los diversos personajes, también de las reflexiones introspectivas de la protagonista, que van punteando la acción para conformar un retrato plural y completo de su enérgica personalidad. Al término de esta reseña os ofrezco una de estas reflexiones de Modesta, para que, al menos de un modo tímido, podáis tener una primera impresión del tono del libro. Y junto a ella, Rosa Balistreri, una de las figuras más destacadas de la música folkólrica siciliana, nacida también en Catania, protagoniza nuestro vídeo final con su Vitti 'na bedda.
 
Mi segunda propuesta de esta tarde es otra excelente novela, muy premiada, con un extraordinario éxito entre los lectores y también entre los críticos. Marcas de nacimiento, pues ése es su título, la novela de la canadiense Nancy Huston, fue galardonada con el prestigioso Premio Femina de 2006, y dos años después vió la luz en nuestro país en la editorial Salamandra, en traducción del inglés de Eduardo Iriarte. Nancy Huston es, como os digo, canadiense, francófona, y ha escrito su novela originariamente en francés traduciéndola con posterioridad ella misma al inglés, idioma desde el que se ha vertido al castellano en la edición que os presento.
 
Como suele sucederme muy a menudo, me resulta difícil describiros lo esencial de la novela sin ‘destriparos’ demasiado su trama. El elemento más característico, a mi juicio, de Marcas de nacimiento es su estructura, muy poco convencional, pues los hechos narrados se relatan en orden cronológico inverso, del presente hacia el pasado. La novela da voz, en cuatro capítulos autónomos pero claramente enlazados en un sutilísimo hilo común, hecho de pequeñas referencias, de pistas más o menos veladas, de alusiones y de significativas elipsis, a cuatro niños de seis años, pertenecientes a una misma familia -a cuatro generaciones de una misma familia- de orígenes judíos. Desde 2004 hasta 1944, en una vuelta atrás en el tiempo, que se desliza de veinte en veinte años, la autora nos sitúa en los momentos decisivos de la infancia de esos niños, a los que determinados acontecimientos, a veces trágicos, a veces triviales, colocan de manera tan temprana, desconcertados, observándolo todo sin comprender nada, perdiendo la inocencia, a las puertas de la edad adulta. Cada uno de esos niños vive, como lo hizo la propia autora, en un aspecto de la novela con claro contenido autobiográfico, su inseguridad, sus miedos, su amenazador desconocimiento, sus infantiles preguntas sin respuesta, viven, en definitiva, su infancia, imbricados en una realidad social y política que no sólo es un mero marco de referencia de sus vidas, sino que las marca y condiciona. La narración de los niños nos da cuenta así, tanto de la siempre algo tormentosa infancia, como de la evolución del mundo y de las sociedades desarrolladas en estos últimos sesenta años.
 
En el primer capítulo el protagonista es Sol, un niño mimado y sobreprotegido por su madre que en el mundo globalizado del siglo XXI, en la deshumanizada sociedad moderna de la California de 2004, combate su soledad con la compulsiva frecuentación de vídeos pornográficos y violentos en YouTube y otros omnipresentes territorios de la red. En el segundo capítulo, veinte años antes, en 1982, su padre, el entonces niño Randall, vive en Nueva York y pasa algunos años infantiles en Israel, en Haifa, en donde se enamora, tan joven, de una niña árabe, con el trasfondo del conflicto árabe israelí como escenario de sus inocentes amores. En el tercer capítulo, volvemos a retroceder otros veinte años, y en el Toronto de 1962 nos encontramos a la pequeña Sadie, que ha aparecido en los capítulos anteriores como madre de Randall y por tanto abuela de Sol. Sadie vive con sus abuelos, aunque su consanguinidad se revelará ficticia, apuntando una de las líneas esenciales del libro, a la que aluden las ‘marcas de nacimiento’ de su título, una mancha cutánea que comparten todos los protagonistas: los distintos tipos de familia, la identidad de sangre y la buscada por la adscripción a una causa, a una raza, a una religión, lo que se entrega de una generación a otra, los valores que pasan de padres e hijos, la indagación de los orígenes, las auténticas fuentes de la vida, esas ‘fuentes de vida’, que dieron nombre a la organización con la que el nazismo intentó construir su fanático ideal de la raza aria, mediante el secuestro de niños en la Europa del Este y su posterior germanización. Porque en el cuarto y último capítulo de la novela, la barbarie nazi aflora con la historia, situada entre 1944 y 1945, de Erra, la asombrada y frágil Erra, una niñita que descubre sus confusos orígenes en una experiencia traumática que perdurará en su vida, su larga vida como madre de Sadie, abuela de Randall y bisabuela de Sol.
 
Resulta imposible, insisto, resumir los múltiples puntos de interés de esta formidable novela. Espero que las escasas y torpes palabras con las que he intentado presentársela puedan resultar suficientes, al menos, para que os sintáis atraídos por ella y decidáis leerla. De este modo cierro por hoy la primera emisión de la breve serie que Todos los libros un libro dedicará a las mujeres en este simbólico mes de marzo.
 
 
Cualquiera que haya tenido la ventura de doblar el cabo de los treinta años sabe cuán fatigoso, arduo y emocionante es escalar el monte que desde las pendientes de la infancia asciende hasta la cima de la juventud, y qué rápido, una cascada de agua, un vuelo geométrico de alas en la luz, unos pocos instantes y… ayer tenía las mejillas íntegras de los veinte años, hoy -¿en una noche?- me han rozado los tres dedos del Tiempo, un aviso del poco trecho que queda y de la última meta que aguarda inexorable… Primero, el engañoso terror de los treinta años.
 
¿Qué había hecho? ¿Había malgastado mis horas? ¿No disfrutaba lo bastante del sol y del mar? Sólo a continuación, en la edad de oro de los cincuenta, época muy vilipendiada por poetas y por el padrón municipal, sólo a continuación sabes cuánta riqueza hay en los oasis serenos de estar con uno mismo, solos. Pero esto viene después.
 
Entonces, la ansiedad de perder el ayer y el mañana me atenazó con fuerza: ¿qué hacía en aquel despacho? ¿Qué significado tenía aquella búsqueda de palabras y todos aquellos escritos, narraciones, apuntes? ¿No estaría, sin saberlo, a punto de caer en la condena mística de convertirme en una poetisa, en una artista? ¿Estaría acomodándome al modelo -como de estatua sagrada- de viuda inconsolable, bellísima y respetable? ¿No estaría levantando inconscientemente, con terribles implacabilidad y voluntad, un templo dentro de mí misma, y no moriría si continuaba con el veneno sutil de la tradición?
 
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Mientras se acaricia la marca de nacimiento en la cara interna del codo izquierdo, mami afina la voz haciendo escalas y arpegios, pero en su caso los ejercicios no suenan como si estuviera recitando el abecedario, sino que suenan a alegría, como correr descalza por la arena. Luego le hace un gesto con la cabeza a Peter. Tras varias notas breves en staccato, desemboca en un acorde, la voz de mami se introduce hasta el centro del acorde y se aferra a sus notas para luego salir disparada hacia el cielo, y allá van. Se desliza hacia un ritmo entrecortado desde unas notas agudas dolorosamente dulces tres octavas por encima del do hasta sumirse en las aguas oscuras y profundas de la clave de fa, donde gime con dulzura, anhelante, como si la vida se le estuviera escapando. A veces emite pequeños estallidos con los labios y otras veces se golpea el pecho con la mano para puntuar la música que fluye de su garganta. Parece estar contándome una historia, no sólo la historia de su vida sino la historia de toda la humanidad con sus guerras y hambrunas y luchas, sus triunfos y fracasos, ahora su voz se colma de densos murmullos amenazadores como si fuese el océano henchido con una tempestad, y ahora se convierte en una larga cascada de notas que se precipitan por un acantilado como si de una catarata se tratara, rebotando en las rocas, venga hacer espuma y borbotear y chorrear a medida que se precipita hacia el exuberante valle oscuro allá abajo. La voz describe círculos dorados en torno a mi cabeza como los anillos de Saturno, luego oscila arriba y abajo como una línea de coro de bailarinas de cancán, la voz se lamenta y se estremece, se enrosca en torno a un fa grave igual que hiedra ascendiendo por el tronco de un árbol, luego se sumerge profundamente en las aguas azul cristalino del acorde de sol mayor. Estoy embelesada. Nadie ha utilizado nunca así la voz.
 

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