Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 15 de julio de 2015

PATRICK DEVILLE. PESTE & CÓLERA

Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro que como todas las semanas os trae una propuesta de lectura recomendada con la absoluta convicción de que podrá interesaros. No tengo demasiadas dudas acerca de esa optimista creencia en lo que se refiere a mi consejo de esta tarde, porque Peste & Cólera, que así se llama el libro del que hoy voy a hablaros, es una novela formidable que ha conocido un extraordinario éxito en su país de origen, Francia, y que ha deparado a su autor, Patrick Deville, numerosos reconocimientos y premios varios. El libro ha visto la luz en España en la editorial Anagrama en traducción de José Manuel Fajardo. Hace unos meses ha aparecido, también en Anagrama, también espléndida, Ecuatoria, la más reciente obra de Deville.

La novela nos narra la vida -la apasionante vida- de Alexandre Yersin, un personaje realmente existente, nacido en Suiza en 1863 y muerto ochenta años después en la antigua Indochina; un epidemiólogo -pero no sólo, como más adelante podréis comprobar- con una trayectoria muy destacada en el ámbito científico y cuya obra, descubrimientos e investigaciones han tenido una extraordinaria repercusión en los avances de la medicina, singularmente en la lucha contra la peste y otras infecciones, pese a lo cual hoy día resulta un gran desconocido para el gran público (entre el que obviamente me cuento), sobre todo en nuestro país, algo menos en Francia y en su país natal… y siendo venerado en el actual Vietnam en el que pasó -en la ya mencionada Indochina bajo el protectorado francés- gran parte de su fecunda existencia.

El libro, con ese referente real, histórico, parte de una base documental muy sólida y rigurosa a la que Deville da forma novelesca, “ficcionando” determinados episodios, adentrándose en la mente, en los pensamientos, en la sensibilidad y las emociones de su protagonista, jugando con continuos saltos en tiempo, moviéndose -él mismo, en el presente actual: el “fantasma del futuro” se autodenomina- de uno a otro escenario en los que Yersin vivió, siguiendo los pasos de su personaje. Pero esa construcción literaria, que es el modo en que el científico llega al lector, no hubiera necesitado, a mi juicio, demasiada elaboración por parte del autor, pues la biografía de este excepcional Alexandre Yersin merece por si sola -por su complejidad, por su riqueza, por su intensidad, por su singularidad-, sin necesidad de aditamentos o invenciones literarias, la condición de novelesca.

Cuatro son los planos que, desde mi punto de vista, hacen sumamente interesante este Peste & Cólera del que hoy os hablo: el relato de la fascinante carrera científica de Yersin; la narración de su excepcional y desbordante espíritu “aventurero” (aunque en una acepción de aventura algo alejada del convencional y algo trillado modelo “Indiana Jones” y más próxima a unas desmedidas pasión, curiosidad e inquietud intelectuales, no exentas de significativas dosis de acción); la indagación psicológica en los entresijos de una personalidad como mínimo peculiar; y la acertada recreación -a partir de las experiencias del epidemiólogo- de los grandes acontecimientos vividos por la humanidad en esos años: el paradójicamente esperanzado fin de un siglo y el convulso comienzo de otro, con las dos grandes guerras como paradigma de la devastadora locura a la que en ocasiones nos abocamos los humanos.

Hay un fragmento del libro que resume de modo significativo -aunque apretado- estos cuatro enfoques reseñados, la muy singular y deslumbrante peripecia vital de nuestro protagonista. Se trata de un episodio en el que dos jóvenes científicos preguntan a Yersin -cercano ya a su muerte- por los acontecimientos más destacados de su biografía; y así, en la conversación con el maestro afloran cómo descubrió y venció al bacilo de la peste. Su abandono de Suiza por Alemania, del Instituto Pasteur por las Mensajerías Marítimas, de la medicina por la etnología, de ésta por la agricultura y la arboricultura. Cómo se hizo en Indochina un aventurero de la bacteriología, un explorador y un cartógrafo. Cómo recorrió durante dos años el país de los mois, antes de llegar al de los sedangs. Los dos científicos le interrogan sobre sus caprichos y sus inventos, la horticultura y la cría de ganado, la mecánica y la física, la electricidad y la astronomía, la aviación y la fotografía. Sobre cómo se convirtió en rey del caucho y de la quinina, y cómo llegó a pie desde Nha Trang hasta el Mekong y luego a Pnom Penh, para vivir finalmente cincuenta años en una aldea al borde del mar de China. Como puede comprobarse a partir de este retrato somero el personaje es muy atractivo, y su existencia intensa y rozando lo prodigioso.

La mera trayectoria científica de Alexandre Yersin resultaría en sí misma -al margen de otras manifestaciones de su arrolladora personalidad- sumamente interesante. Desde muy joven, con unos escasos veintidós años, abandona su pueblo suizo para incorporarse al equipo de trabajo de Louis Pasteur, que acaba de descubrir la vacuna contra la rabia y que dirige en París un incipiente centro de investigación en biología. Inteligente y capaz, singularmente dotado para los estudios científicos, Yersin se integra en la banda de los pasteurianos en la que sobresale por su espíritu inquieto y su proceder concienzudo y riguroso, aunque un carácter libre y de una irreductible independencia le impide sentirse cómodo en ninguna “camarilla”. Disfruta con el trabajo de laboratorio, seleccionando ratones y gallinas, inoculando bacilos, manipulando probetas, enfocando con su microscopio organismos mínimos. Pronto empiezan los logros, que se multiplicarán a lo largo de su carrera: descubre la tuberculosis tibofacilar de los conejos y, ya en Asia, a donde lo llevará su ánimo aventurero, continuará con sus hallazgos valiosos sobre la difteria, la peste bubónica o el cólera, el tifus y el paludismo. Décadas después, acabará por desvelar los enigmas del bacilo de la peste e “inventará” el suero que combatirá la peste bovina. Nacionalizado francés, colaborador de Robert Koch en Alemania, se hace doctor en Medicina a los veinticinco años, aunque aún escribirá posteriormente dos tesis, en química (sobre la capacidad de saturación del ácido arsénico) y física (en torno a la polarización rotatoria de los líquidos). Su excelencia investigadora no agota, sin embargo, su curiosidad. Sus conocimientos exhaustivos en medicina le han valido el título de doctor. Su futuro como sabio habría sido brillante, pero de golpe, después de numerosas lecturas, le embargó la pasión por los viajes y nada pudo retenerlo entre nosotros, escribe de él su mentor, el afamado y genial Pasteur.

Y así fue, en efecto. Al poco tiempo -estamos en la última década del siglo XIX- Yersin cambia su prometedor futuro como científico, abandona Europa, y viaja a Asia, a las colonias francesas en el extremo oriente, en donde empezará a desempeñarse como médico en las Mensajerías Marítimas, a bordo de un buque que hace la línea regular Saigón-Manila, y luego Saigón-Haiphong. Sabido es que la ciencia, como la poesía, está a un paso de la locura, escribió Leonardo Sciascia en una cita que recoge Deville en el libro. Y es que ese cambio de rumbo vital da comienzo a una existencia desmesurada que roza en más de una ocasión las fronteras del delirio.

Yersin es un aventurero y encuentra en el mar una pasión irrefrenable (Se acabaron la microbiología y la investigación, ha cambiado de vida, ha escogido el mar, ha conocido la dicha de los muelles y las grúas, de embarcar al alba, del movimiento de los navíos y el canto del atardecer sobre las olas suaves y amarillas de Asia), pero tras un par de años también abandonará la navegación marítima al descubrir en uno de sus viajes Nha Trang, un pequeño poblado de pescadores que será su refugio hasta su muerte. Desde allí, desde su voluntario retiro asiático, y movido por su curiosidad insaciable -enciclopédica, afirma Deville-, llevará a cabo infinidad de proyectos y extenderá el dominio de su conocimiento y su actividad hasta extremos inusitados. Es -se dice de él en el libro- un especialista en agronomía tropical y un bacteriólogo, un etnólogo y un fotógrafo. Ha publicado al más alto nivel sobre microbiología y botánica. En una enumeración apresurada y algo caótica de sus ocupaciones (similar al desorden de sus variopintos intereses) Yersin estudia arquitectura y se hace constructor; edifica su propia casa, diseñando también las de los veterinarios y los ayudantes de laboratorio que trabajan con él; aprende física, mecánica, electricidad, agronomía y química; amplía sus conocimientos de enfermedades de la piel, de oftalmología, de cirugía menor, de fotografía, de microbiología; planta cafetos, caucho; cataloga cientos de especies vegetales; importa muchas otras de Europa, aunque bastantes de ellas no llegan a aclimatarse; prepara injertos; cultiva tabaco; realiza anotaciones etnológicas sobre los mois, la etnia originaria de las tierras bajo el dominio colonial francés; fabrica cometas; escribe tratados de mecánica, manuales de excavación; se interesa por la mineralogía, la trigonometría, la hidráulica y la astronomía; crea en su pequeña aldea asiática una explotación agrícola, cinco hectáreas de monte que crecen y acaban siendo veinte mil; se hace con una ganadería de centenares de bueyes, búfalos, caballos, más de trescientos borregos y otras tantas cabras, importa vacas normandas; redacta centenares de sesudos cuadernos personales sobre agricultura, epizootias, avicultura y tantos otros diversos conocimientos más; investiga sobre la producción de leche; aprende técnicas de incubación para su investigación con pollos, diseña pajareras, se hace llevar a Asia conejos holandeses, gallos indios, pollos leghorn; estudia veterinaria, botánica, agronomía, ornitología, horticultura; se apasiona por las flores e profundiza en los dominios de la floricultura; se lanza al negocio del caucho e inventa el picno-dilamómetro para medir la densidad del látex y su contenido en goma; compra elefantes y caballos para adentrarse en la selva en sus expediciones investigadoras; fantasea con la idea de comprarse un avión y construir una pista de aterrizaje en Nha Trang; ya limitado por sus ochenta años, sentado ante el mar, al que observa con sus prismáticos, en la mecedora de la terraza de su refugio, estudia las mareas, consigna las referencias lunares, mide el estiaje y los coeficientes, las subidas del agua, fabrica escalas graduadas; se consagra a la meteorología, la observación de las estrellas, la astronomía, publicando sus hallazgos en revistas especializadas; cultiva la coca para crear cocaína e inventa la Cola-Canela, que hubiera podido llegar a ser -si su poderoso espíritu creador se hubiera sido complementado con más elevadas dosis de ambición y realismo- la Coca-Cola; introduce el primer automóvil en Hanói; colabora en la construcción de una línea de ferrocarril; tiene ideas sobre aeronáutica (Con diez años de antelación a Yersin le hubiera gustado fundar Air France). Incluso “practica” la literatura -el último enigma de la vida de Yersin, descubierto tras su muerte, cuando se clasifiquen sus archivos-dedicando parte de sus últimos años de vida al estudio y traducción del latín y el griego, las obras de Fedro, Virgilio, Horacio, Salustio, Cicerón, Platón, Demóstenes.

El furor por el conocimiento de Yersin se fundamenta en una necesidad casi obsesiva de saberlo todo. Su memoria de lugares y de nombres, al igual que la de los números, es insaciable. En un viaje en avión apunta los horarios, los apellidos del piloto y del oficial mecánico, el estado del cielo y los fenómenos atmosféricos. Su pasión desbordante por el saber aflora de continuo: Quiero el conjunto de lo mejor que se fabrica en Francia (o en el extranjero) en instrumentos de matemática, óptica, astronomía, electricidad, meteorología, neumática, mecánica, hidráulica y mineralogía, escribe, y así desarrolla sus múltiples actividades rodeado de instrumentos científicos, un sextante, un teodolito, un barómetro aneroide, un telescopio de tránsitos, una lancha a vapor Serpollet, un fonógrafo, un cronómetro registrador, un electrómetro fibrilar de Wulf, entre otros muchos citados en el libro.

Aunque su centro de operaciones es Vietnam, desde donde envía sus estudios y el resultado de sus investigaciones a revistas médicas e instituciones científicas, en su azarosa vida viaja por por China, Hong Kong, India, Madrás, Tamil Nadu, Bombay, Hanói, Saigón, provocando en el autor del libro esta afirmación de perplejidad: Uno se asombra de que el viejo Julio Verne, autor de una biografía de Livingstone, no consagre una novela a las trepidantes y rocambolescas aventuras de Yersin.

Su fecundidad creadora es tal que aunque hubiera vivido sólo treinta años, edad a la que fue víctima de un ataque casi mortal de un bandolero en Asia, su vida -escribe Patrick Deville- se resumiría en la historia de la medicina y la geografía a esto: haber descubierto la toxina diftérica, haber logrado en un conejo una tuberculosis experimental, haber trazado el camino desde Annam a Camboya y haber encontrado un lindo rincón en Asia donde levantar una ciudad balneario helvética.

El tercer aspecto destacado del libro lo constituye el penetrante análisis que hace su autor en las interioridades de una personalidad de psicología muy compleja y poco convencional. La correspondencia de Yersin con su madre y su hermana, con sus maestros, colegas y discípulos, encontrada por azar por uno de sus “pupilos” y entregada a los archivos del Instituto Pasteur, permitirá a Deville adentrarse en los misterios de un alma singular y construir de paso el entramado “real” que sirve de base a su novela. Yersin -leemos en un momento del libro- es un genio y quizá, en el fondo, un enfermo mental. Dotado de un agudo sentido de la observación, amante de la precisión extrema, con un apasionado gusto por las cifras y una puntualidad maniaca, es un hombre meticuloso y de un rigor desmesurado. De una exigencia sin límite (cuando se mete en algo, nunca deja las cosas a la mitad (…) siempre tiene que saberlo todo), es, también, un hiperactivo, salta de un tema a otro, no conoce el descanso, hace suyo el pensamiento de Pasteur, su maestro: Si pasara un día sin trabajar, me sentiría como si hubiera cometido un robo. Imbuido de la trascendencia de su misión como sabio supremo, multiplicador del progreso, es un hombre muy serio, de una honestidad a toda prueba, de un coraje extraordinario.

Tal grado de perfeccionismo, tal agudo sentido de la obligación, tal lúcido distanciamiento de los mezquinos asuntos terrenales (ajeno a ellos no patenta sus descubrimientos, aunque vive holgadamente por la venta masiva de algunos de sus hallazgos, sobre todo la quinina, el látex, el suero de la peste ovina, pese a haber cedido sus beneficios al Instituto Pasteur) lo convierten, claro, en un solitario, un solitario irreductible que detesta el grupo, pues sabe que la inteligencia, la lucidez, el genio, son siempre únicos.

Y así, su natural tendencia a la soledad acaba encontrando su entorno natural en Nha Trang, su sueño edénico, su comuna: Esta especie de libertad salvaje que uno disfruta no puede ser comprendida en Europa, donde todo está tan regulado por la civilización, escribe a su madre. Lo esencial de su vida y de sus logros se producirán en esta comunidad anarquista (una comunidad que se va cerrando con el paso del tiempo, convirtiéndose en una “célula unipersonal”), una especie de monasterio laico, una colonia anarquizante, un falansterio fourieriano en el paraíso de un perdida aldea de pescadores, en el que Yersin desarrollará su vida casi salvaje, un joven sabio sin aspiraciones personales, únicamente poseído por su obra que escoge una hermosa soledad propicia a la indagación poética y científica.

Atraído por la fascinación de los solitarios irreductibles ante la vida en comunidad, ante el igualitarismo del comunismo primitivo y la ausencia de moneda, nuestro protagonista volverá una y otra vez, a lo largo de cincuenta años, a Nha Trang, es ahí donde quiere morir, y ahí es donde, en efecto, morirá y donde acabará modestamente enterrado en su paraíso particular.

Decidido a protegerse del mundo y aislarse en su propio lazareto, un jardín separado del mundo, de los virus, de la política, del sexo y de la guerra, encerrarse en la cuarentena de sus cuarenta años con las chifladuras que persigue, Yersin está cada vez más solo, con más frecuencia y durante más tiempo: Siempre ha querido lavarse las manos en política, ignorar la Historia y sus repugnantes festines. Es un individualista, como suelen serlo los altruistas. Sólo más tarde, a fuerza de tanto amar a los hombres, uno termina por convertirse en un misántropo.

Los tabiques de su razón son desde la infancia impermeables a la pasión, escribe de él Patrick Deville. En su progresivo alejamiento del mundo ha decidido no reproducirse nunca, y no hay en el libro referencias a su vida sexual, ni apenas a la amorosa (un episodio aislado, en su juventud, en el que deja pasar -por cómoda desidia y fría racionalidad- la ocasión de un contacto con una joven.

Todos estos rasgos excéntricos provocan, en consecuencia, su leyenda negra: el viejo célibe, frugal, solitario y de espíritu extraviado oculto en su remota aldea de pescadores indochina, el sabio loco perdido en la jungla, el demente salvaje de barbas blancas aislado del mundo en su inhumanidad cercana a lo animal. De nuevo Deville: se podría escribir una Vida de Yersin como una vida de santo. Un anacoreta retirado al fondo de un chalet en la jungla fría, reacio a toda obligación social, una vida de eremita, de oso, de salvaje, un genio original, un auténtico extravagante.

El relato de la excepcional vida de este extravagante personaje permite al autor, y este es la cuarta y última vertiente del libro que quiero resaltaros, contarnos también el desarrollo y la evolución del mundo en los ochenta años de la existencia de su protagonista. Novela de un siglo, la última mitad del XIX y la primera del XX, Peste & Cólera nos permite conocer las estrategias de los imperios coloniales para disputarse las fronteras por todo el orbe, asistir al desencadenamiento y terrible explosión de las dos guerras mundiales y también, de un modo más local, conocer las vicisitudes de la presencia francesa en el sudeste asiático, la invasión japonesa y la revolución comunista en China, la presencia americana y la guerra del Vietnam.

El libro está plagado de referencias a personajes clave de la vida cultural, literaria, política, científica, empresarial de la época: Dreyfus, Livingstone, Conrad, Verne, Kypling, Renault, Peugeot, Michelin, Dunlop, Picasso, Miró, los poetas del fin de siglo, estando la novela trufada de citas de Proust, Joyce, Céline y tantos otros. Muchas de estas menciones tienen un especial sentido en relación con la sociedad francesa, sin tanto alcance universal, como la del también muy excéntrico Marie-Charles David de Mayrena, aventurero francés que llegó a ser rey de los sédangs, en Indochina, consiguiendo con plomo lo que Yersin logra con pomadas y quinina.

Especialmente destacado el paralelismo que el autor establece con Blaise Cendrars y, sobre todo, con Arthur Rimbaud, presente en muchos momentos del texto: Uno vivió desde el Segundo Imperio hasta la segunda Guerra Mundial, el otro se cayó de un caballo a los treinta y siete años. En ambos, el mismo afán de saber y de partir, de abandonar las pequeñas bandas de los pasteurianos o de los parnasianos. Y el gusto por los amaneceres soleados y la navegación marítima, por la botánica y la fotografía (…). A los dos, cada cual en un extremo del mundo, se ocurre una idea cada cinco minutos. O en otro fragmento significativo de esta “correlación”: Tienen eso en común, la soledad y el irse a ver otros lugares y avanzar a la cabeza de caravanas, intentando hacer más y hacerlo mejor que sus padres ausentes. Ir más lejos, en la ciencia y en la geografía, de lo que fueron esos padres a los que no conocieron. Uno con el microscopio y el bisturí encontrados en el granero de Morges. El otro con el Corán y la gramática árabe encontrados en el granero de Roche.

En fin, no hay tiempo ya para más comentarios, espero que mi exaltada reseña de hoy despierte vuestro interés por leer este Peste & Cólera por tantos motivos magnífico. Os dejo ya con una canción, Nine million bicycles in Beijing, el éxito de Katie Melua que, en realidad, sólo comparte con el libro una muy vaga atmósfera asiática.
 

Cuando al fin Tersin llega a Nha Trang, en esta primavera del 40, de regreso a la Punta de los Pescadores, Xom Con, después de ocho días de viaje, una docena de despegues y aterrizajes y el adiós a la pequeña ballena blanca de duraluminio anodizado, varada en el aeropuerto de Saigón, lo hace apeándose en la estación de ferrocarriles porque es en tren como el anciano de barba blanca regresa a la grandiosa y apacible bahía. Camina con paso lento por el espigón y los pescadores le saludan. Éstos son los nietos de los pescadores que lo acogieron antaño. Es el último regreso del buen doctor Nam, así le llaman aquí, o del tío Cinco, como le dicen en honor de los cinco galones dorados del uniforme, aunque no haya vuelto a ponérselo desde el siglo pasado, desde el tiempo en que él era un apuesto marino, de barba negra y ojos azules, que curaba a sus abuelos.

Yersin entra en su gran casa cuadrada situada al borde del agua. Él fue quien la diseñó, hace mucho tiempo. Un cubo, racional. Sobre el tejado, la cúpula de su observatorio astronómico. Cada uno de los tres pisos está ceñido por una galería de columnas cubierta. Esta vez habían temido no volver a verle nunca. Él vacía su maleta y ordena los productos farmacéuticos, que tendrá que economizar. Está sentado en su mecedora al amparo de la veranda y mira el mar, el resplandor del sol entre las palmas y sobre la bahía suntuosa. Cerca de él están las pajareras ruidosas y multicolores y su loro. Por la mañana escucha las noticias de la noche de París. La voz del Mariscal que se sacrifica por Francia y se apresta a firmar un armisticio. Francia, derrotada. Suiza, neutral. Alemania, victoriosa. La campaña de Francia ha causado en pocos días doscientos mil muertos, el balance de una epidemia, la de la peste parda. Sabe perfectamente que la guerra, dado que es mundial, acabará por alcanzar Nha Trang. Los japoneses, aliados de los alemanes, desembarcarán un día en la Punta de los Pescadores. Como viejo epidemiólogo, Yersin no olvida que lo peor es siempre lo más probable.

Envejecer es muy peligroso.

No está mal, para algunos, morir joven y hermoso. Arthur Rimbaud, si no hubiera sido por la gangrena, tendría dos años menos que el anciano mariscal Philippe Pétain. Yersin tiene setenta y siete. En Nha Trang retoma su vida monástica. No se moverá más de su gran casa cuadrada hasta la muerte, y eso va a tardar lo que tenga que tardar. Por primera vez, duda un poco. A qué aventura lanzarse con esta edad canónica. Sabe bien que tiene los días contados. Desde hace mucho tiempo le apremian para que escriba sus memorias. La banda de Pasteur. Sin aplicarse realmente a ello, pone un poco de orden en sus archivos, abre los viejos baúles. Pero no relee más que sus cuadernos de explorador, cuando una vez más lo que quisieran que contase es la gran historia de la peste.

Yersini pestis.

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