Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 16 de marzo de 2016

NELL LEYSHON. DEL COLOR DE LA LECHE
Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro. Hoy, continuando con la lógica que he seguido aquí las dos últimas semanas, regidas por la constricción que voluntariamente me he impuesto y que consiste en hacer coincidir este mes con las recomendaciones de obras escritas y protagonizadas por mujeres, en atención a la celebración el pasado 8 de marzo del Día Internacional de la Mujer, quiero ofreceros una novela “femenina” de muy escasa extensión pero de una intensidad, una sensibilidad y una belleza ciertamente extraordinarias. Del color de la leche, escrita por la inglesa Nell Leyshon y presentada en nuestra lengua por la editorial Sexto Piso en una primera edición de 2013, es una auténtica joya literaria cuya lectura será para vosotros apasionante y conmovedora, como lo ha sido para mí, que la he devorado en un rapto de emoción en una tarde feliz; una maravilla deslumbrante que estoy seguro que os va a entusiasmar si hacéis caso a mi sugerencia y os decidís a adentraros en sus páginas duras y violentas y hasta terribles pero llenas de encanto y dulzura y verdad. El libro cuenta con un interesante prólogo de Valeria Luiselli, cuyas palabras -como las mías ahora- rezuman admiración y fervorosa entrega a la particular y estremecedora propuesta de la autora, y se presenta con una traducción de Mariano Peyrou a la que sólo se le puede achacar (aunque quizá el fallo no sea del traductor sino más probablemente de la autora, desconozco el texto original) un a mi juicio poco ajustado uso, en la página 120, de la expresión “nuevas tecnologías” que emplea uno de los personajes para referirse a una trilladora, una opción léxica que chirría en un relato ambientado en 1830, por más que la entonces moderna herramienta fuera novedosa en los días de aquella incipiente Revolución Industrial.
 
La historia que nos cuenta la novela transcurre entre la primavera de ese año y la de 1831. Mary, una chica de quince años, analfabeta, con el pelo color de la leche -albina, pues, aunque el vocablo no aparece nunca en el texto- y una pierna torcida de nacimiento -rasgos ambos que la dotan de una cierta condición de extrañeza o singularidad en su mundo-, malvive en la granja familiar en la que comparte afanes y sufrimientos con su abuelo, sus ásperos progenitores y sus tres poco afables hermanas, mayores que ella: Beatrice, muy irracionalmente religiosa (valga la redundancia), que necesita tener la Biblia en la mano, pese a que, como ella misma, no sabe leer; Violet, ajena a cuanto no afecte a sus furtivos escarceos amorosos con un misterioso chico del lugar; y Hope, dotada de un insoportable carácter podrido, como señala la propia Mary. La niña -como sus hermanas; o en mayor medida al ser la pequeña- se ve obligada a trabajar de sol a sol por la disciplina férrea que impone su brutal padre, que rumia permanentemente la decepción -que vuelca con más intensidad sobre su hija menor- que le supone no haber concebido un varón que pudiera ayudarle en las múltiples faenas de la granja. Su vida, que se desarrolla en un ambiente de extrema pobreza y muchas carencias, es tosca, rudimentaria, muy sufrida, sin alicientes ni expectativas, y debe soportarla rodeada de sus desabridos familiares de los que sólo el abuelo, que comparte con ella la limitación física, pues está postrado en una silla con las piernas muertas tras una caída desde un almiar, le ofrece risas, alegría, complicidad, cariño y algo parecido a la ternura. Necesitado de dinero e incapaz de alimentar tantas bocas, el padre, primitivo y cruel, “cede” a la joven -a cambio de algún dinero- al señor Graham, vicario de un pueblo cercano, que necesita a la chica para cuidar de su mujer enferma, languideciente sin energía ni ánimo en su lecho a la postre mortal. En su nuevo hogar, Mary encontrará un mayor confort material, unas mejores condiciones de vida y en la figura de la señora, afable y cariñosa, una compañía acogedora y grata. Tras el fallecimiento de esta, despedida Edna, la otra sirvienta de la casa, y ausente Ralph, el único hijo, desplazado a Oxford a completar sus estudios en la Universidad, Mary queda en la casa en la sola compañía del señor Graham (está también Harry, el callado jardinero, pero su presencia es fantasmal, merodeando enfrascado en sus tareas en los alrededores de la vivienda), aprendiendo con él a leer y escribir -algo inusual en esa época para alguien de su clase social-, aunque el precio que deba pagar por ello, por su elemental aunque valioso aprendizaje, un precio de violencia y sujeción, de sometimiento y dominación, de sufrimiento y dolor, a partir de unos hechos que no quiero desvelaros, acabe siendo tan terrible como el precario universo que deja a sus espaldas. Su recién adquirida capacidad para la lectura y la escritura la lleva a confiar a una especie de diario (aunque la chica parece dirigir sus palabras a un destinatario: quiero contarte lo que ha pasado, escribe ya en su primera “entrada”) los acontecimientos que vivirá entre las dos primaveras que enmarcan la narración. Son las páginas de ese diario lo que leemos en Del color de la leche.
 
El libro interesa -y el verbo quizá no sea el más conveniente pues apela, de entrada, a una apreciación racional, cuando Del color de la leche toca, sobre todo, nuestra emoción- por cuatro razones fundamentales. Intentaré proporcionar aquí algunas pinceladas acerca de cada una de ellas. En primer lugar, y con una importancia en la valoración de la obra que aunque no sea desechable es, a mi juicio, menor, la autora dosifica con maestría los elementos de intriga que contiene su historia, de manera que la lectura avanza mientras en el lector crece la inquietud por conocer los principales extremos de la trama: ¿a quién escribe la chica? (pues no parece plausible que su recién adquirida alfabetización le permita conocer el artificio literario que sostiene muchos textos diarísticos y que lleva a sus autores a considerar al depositario de sus confidencias como interlocutor), ¿cuál es el porqué de la urgencia a la que alude una y otra vez, tengo que escribir rápido porque no tengo mucho tiempo?, ¿qué experiencias dramáticas ha podido vivir para que su traslado al papel resulte doloroso, no me gusta contarte todo esto, hay cosas que no quiero decir? La sutil graduación (hay una razón para que te cuente todo esto. ya lo entenderás, escribe con su desmañada ortografía) de estos elementos levemente enigmáticos -llamémoslos así- proporciona una inquietud y una tensión a la novela que potencian la intensidad y el placer de su lectura.
 
Pero si Del color de la leche es un libro especial, distinto, inolvidable, es sobre todo por otros dos elementos fundamentales, vinculados entre sí, como son la poderosa personalidad de Mary, que resulta una creación literaria de primera magnitud, y la voz que la sustenta, una voz que el buen hacer -el buen gusto- y la excepcional sabiduría estilística de la autora, nos hacen oír de un modo singularísimo, delicado y sensible, muy creíble, profundo y brillante. Mary es una chica ingenua y sin desbastar pero, a la vez, inteligente; inocente (la blancura de su cabello opera como metáfora de la pureza y la bondad naturales) y carente de formación pero con un buen juicio innato. Es lúcida y descarada, sensata e irreverente, sencilla y sincera (no puedo esconder nada en mi voz... no creo que pudiera mentir ni aunque me ordenara que mintiera), respondona y deslenguada. Pese al mucho sufrimiento y las incontables desgracias que padece es alegre (¿Alguna vez ves lo malo de la vida?, le pregunta el jardinero, y responde: Ya tendré tiempo de pensar en eso cuando me muera) y transmite felicidad: (bonito día, exclama ante un cielo nublado, hay sol, sólo que está escondido detrás de una nube). Su sentido común, su ausencia de filtros racionales (parece que dices lo que se te ocurre, la reprende el vicario, a lo que contesta, en una prueba de su espontáneo ingenio: no puedo decir lo que no se me ocurre), le permiten sorprender a sus interlocutores al mostrar la verdad oculta de las cosas que los prejuicios o las convenciones sociales disfrazan o edulcoran (yo sólo creo que digo la verdad [...] sólo que la gente no quiere oírla). Se muestra, así, como un ser primitivo y algo salvaje, simple, siempre activo y muy elemental (si me canso, me voy a dormir, afirma con obvia rotundidad cuando la señora le pregunta si está cansada), que se manifiesta de modo directo y nada complaciente aunque entrañable, pues no tiene conciencia de la abrupta ironía o la rebeldía iconoclasta que evidencian sus palabras.
 
Un pobre animalito sufriente, que no ha vivido más que dolor en su vida, eso es también Mary, que añora los pocos instantes de felicidad -incluso la palabra pueda ser desmesurada en este caso- que ha experimentado en sus pesarosos quince años, como el fugacísimo cariño que recibió de la esposa del vicario (y pensé en la señora y me acordé de cuando me apoyaba la mano en la cabeza y me acariciaba el pelo) o los momentos compartidos con el abuelo, riendo ambos hasta que se les humedecen los ojos, diciendo palabrotas, quejándose de la insensibilidad del resto de la familia y conspirando impotentes aunque gozosos, cómplices alegres, contra el mundo inclemente y hostil que los maltrata.
 
Y encadenada a ese destino de padecimiento y amargor, aparece la escritura como liberación (que alcanza su máximo valor simbólico en el entonces ya seré libre que cierra el libro), un ilusionado descubrimiento que aflora desde las primeras palabras de la novela y que no me resisto a transcribir:
 
éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.
en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. veo los árboles y veo las hojas.
y cada hoja tiene venas que la recorren.
y la corteza de cada árbol tiene grietas.
no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche.
me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega.
así es como se escribe.
quiero contarte lo que ha pasado pero tengo que tener cuidado de no apresurarme como hacen las vaquillas en la entrada, porque entonces iré por delante de mí misma y puedo tropezarme y caerme y de todas maneras tú querrás que empiece por donde se debe empezar.
y eso es por el principio.
 
Y en su texto, en el que la niña recuerda y da cuenta de ese año de vida lleno de espanto y pesar (A veces tener memoria es una buena cosa, porque ahí está la historia de tu vida y sin ella no habría nada, pero otras veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber nunca y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza, siempre vuelven), es notorio, como ya puede apreciarse en el fragmento que acabo de ofreceros, lo peculiar del estilo que impregna y define la novela. Porque siendo sugestiva la historia y formidable el “dibujo” de su personaje principal, la clave de Del color de la leche es el modo en el que se hace oír la voz de Mary, hasta el punto de que no importa tanto lo que se cuenta como la poesía que encierra esa voz, la belleza, la delicadeza, la ternura, la emoción que logra transmitir gracias no sólo a lo convincente de su relato y a la verdad con que refleja la realidad que presenta, sino también a la llamémosla “rareza” formal del libro. Y es que Nell Leyshon ha acertado al establecer un convincente paralelismo entre el tratamiento gramatical, léxico, sintáctico y ortográfico del texto y la condición de su protagonista, analfabeta de origen, recién iniciada en la escritura y sin más lecturas que algún versículo bíblico deletreado de modo torpe y balbuceante. Y así, por tanto, su puntuación es imprecisa, sin apenas comas y con puntos muchas veces extemporáneos; el léxico sencillo, carente de rebuscadas sofisticaciones; las mayúsculas inexistentes; la sintaxis básica, con oraciones que describen los hechos desnudos sin necesidad de florituras, sin apenas adjetivación, en frases descriptivas y concisas que aparecen casi siempre a través de diálogos -de los que la autora hace un uso magistral- y que no profundizan expresamente en la interpretación de lo narrado sino que se limitan a dar cuenta de las acciones, de los acontecimientos y los sucesos, dejando, pues, que el lector “intervenga”, que complete lo meramente sugerido, que desarrolle lo que sólo se esboza o alude, en consonancia con el propósito explícito de la autora, manifestado en alguna entrevista que he leído tras la publicación de su libro: Deseo que el lector pueda agregar algo a la historia. Como cuando estamos en el teatro y observamos cómo se desarrolla el drama, las acciones de los personajes dan la posibilidad de interpretar sus intenciones profundas. Así escribo novelas, dejando ese espacio al lector para la interpretación. Y resulta curioso, y hasta paradójico, que esta apuesta por la modestia, por recrear la voz inocente y simple de una niña iletrada, haya sido vista por cierta crítica como una muestra de experimentalismo posmoderno, tan complejo y autorreferencial y tan lleno de capas y niveles de lectura, tan abigarrado y presuntuoso e intelectual (en el peor sentido del término), tan, en definitiva, alejado de la sencilla naturalidad de esta joven Mary, pequeña escritora incipiente.
 
Por último, y ya apenas sin tiempo, como cuarto elemento destacado del libro, quiero subrayar la vigencia de su “mensaje” en nuestros días, la cercanía que sus temas y su realidad tienen -por desgracia- con algunos de los problemas o conflictos que vivimos en las sociedades desarrolladas contemporáneas, la extraordinaria potencia metafórica que encierra la historia que describe, un significativo valor simbólico que hace de Del color de la leche un texto absolutamente actual. Y así, el libro nos habla de la violencia que se ejerce -y sigue ejerciéndose- sobre los seres más indefensos, los marginados, los humildes, los desfavorecidos de la fortuna; los insoportables abusos y la cruel explotación -también sexual, aunque no solo- que acompañan tan a menudo al poder (un elemento que emparienta la novela con Intemperie, de la que os hablé hace unos meses en estas páginas); el tantas veces inicuo papel de la Iglesia como apuntaladora de un injusto orden social; la dominación y el sojuzgamiento (Mientras escribo estas palabras no puedo respirar y me acerco a la ventana y trato de abrirla para que entre el aire, pero no puedo, así que apoyo la cabeza en las manos y encima de mis papeles. me permito descansar con un sueño corto y oscuro. pero después me despierto y tengo que seguir) que sufren millones de mujeres en el mundo (los personajes femeninos son esenciales en el libro, más allá del papel protagonista de Mary, y representan diversas formas de esa opresión milenaria: las tres hermanas, la melancólica señora Graham, la triste Edna, la arisca madre); el valor emancipador de la cultura, de la formación, de la lectura, como casi única vía para escapar de la miseria, de todas las miserias.
 
En fin, hasta aquí la enumeración, forzosamente superficial, de los muchos motivos de interés de una novela excelente, esta Del color de la leche, escrita por Nell Leyshon, que os recomiendo con pasión.
 
Os dejo, como cierre de mi comentario e intentando encajar en la ambientación de la novela, con una canción folklórica inglesa, la tradicional Greensleeves, en la interpretación de Jordi Savall.
 
 
me daba miedo dormir por si me despertaba tarde y ya había amanecido el nuevo día y me lo perdía.
       tuve que calcular cuándo era la hora de salir y entonces salí de la cama sin hacer ruido y me puse el vestido y el chal. empecé a caminar hacia la puerta, pero entonces beatrice despertó y me dijo: ¿qué estás haciendo? Nunca te quedas quieta.
       yo le dije: voy a subir a la colina para ver cómo sale el sol, porque me va a dar suerte, y no me digas que me quede en la cama, porque tengo demasiada energía y mis piernas se van a poner a saltar si me quedo tumbada quieta y entonces tengo que hacer algo.
       estamos en medio de la noche, dijo ella.
       pero, dije yo, es domingo de pascua, así que tengo que ir.
       entonces vas a tener que esperarme, dijo ella.
      entonces la esperé mientras se ponía la falda y cogía su chal y abrimos la puerta en silencio. tanteé con el brazo y encontré la barandilla para guiarme escaleras abajo y ella me siguió. cuando estábamos al pie de las escaleras oí una puerta que se abría y las dos nos quedamos quietas y sin respirar. esperé a que la voz de padre nos llamara, pero oí unos pies que salían y supe que no era padre, porque él ya nos habría gritado y ya nos habría hecho sangre, y entonces esperamos. era hope que bajaba y entre susurros le dijimos dónde íbamos y ella volvió a buscar a violet, que también salió en silencio, y las cuatro bajamos y nos pusimos las botas y salimos por la puerta y atravesamos el patio. entonces subimos por el camino y cuando ya estábamos bastante lejos supimos que estábamos a salvo. y entonces todos empezamos a reírnos y a saltar porque nos dábamos cuenta de que estábamos haciendo algo malo, pero éramos muchas. ¿y qué podía hacernos él?
      entonces subimos por el camino y giramos por el sendero hacia la colina, y estaba lleno de barro y de plantas, así que las espinas se nos enganchaban a las faldas, y todavía estaba oscuro, aunque yo veía algo de luz que empujaba las nubes y trataba de separarlas.
      violet iba la primera como siempre, porque tiene las piernas muy largas, y después la seguía beatrice y después hope. yo iba detrás de todas ellas porque no podía ir tan rápido, pero no me importaba porque miraba a mi alrededor y estaba conmigo misma y oía a algún pájaro nocturno que cantaba y pensé que era un chotacabras, pero entonces hizo otro ruido y me di cuenta de que era una lechuza.
      y entonces oí algo en uno de los setos y pensé que podía ser un conejo o podía ser un tejón, porque les gusta la ladera de la colina y la dejan toda destrozada cuando cavan sus madrigueras.
     llamé a mis hermanas para pedirles que fueran más despacio o incluso que se pararan a esperarme hasta que llegara hasta donde estaban ellas, pero no me contestaron y habían subido mucho, así que seguí por el sendero y después trepé por encima de la puerta para ir a través de la colina.
     el cielo estaba empezando a ponerse más claro y seguí aunque ya estaba un poco cansada, porque iba lo más rápido que podía.
     las tres ya habían llegado a la cima y yo fui y me encontré con ellas. miramos todo el paisaje alrededor. mires hacia donde mires puedes ver el paisaje, porque no hay árboles y no hay nada en medio y puedes ver el mundo entero.
      y cuando yo estaba en la cima y mis hermanas estaban en la cima y todas estábamos ahí, el cielo empezó a levantarse por encima de nosotras y las nubes se volvieron pequeñas y se fueron y el cielo se puso más claro y las estrellas se apagaron.
     entonces el sol salió por encima de la tierra y el nuevo día había llegado.
     yo me daba la vuelta una y otra vez y miraba el paisaje. enfrente. atrás. por todas partes. y unos pájaros pasaron volando y entonces giraron por encima de nosotras. se turnaban para ir el primero y después se volvían a poner detrás.
     violet fue la primera que se sentó mirando hacia el este y el nuevo sol. las otras se sentaron a su lado, y yo también me senté.
     entonces si pudierais soñar algo hoy y que se convirtiera en realidad, dijo violet, ¿qué sería?
     yo me tumbé hacia atrás y apoyé la cabeza en la hierba y el frío me llegó al cuello y me pasó por el pelo.
    ¿beatrice?, dijo violet. tú tienes que contestar la primera.
     beatrice respiró hondo y soltó un suspiro.
     vamos, dijo violet.
     ¿cualquier cosa?
     cualquier cosa.
     tiene que ser conocer al señor.
     hope dio un respingo. bueno, eso es un desperdicio de sueño, dijo. Vas a conocerlo de todos modos cuando pases las puertas.
     has dicho que podía decir cualquier cosa que quisiera, dijo beatrice, y eso es lo que quiero.  
     bueno, dijo violet. ¿hope?, ¿y tú qué dices?
     yo quisiera una vida distinta, dijo hope, que yo fuera la única de la casa y tuviera una cama para mí sola y que hiciera calor todo el año y nunca tuviera que salir en la oscuridad y poner la cabeza al lado de una vaca y tuviera agua caliente todo el día y gente que me trajera la comida que yo quiero comer.
     violet se rio. ¿eso es todo?
    hay más, dijo hope. quiero no tener nunca hambre y no tener nunca sed y no estar nunca tan cansada que me quedo dormida mientras voy caminando.
     más te vale que te busques un marido rico, dijo violet, sólo que ¿cómo va a hacer para aguantar tu mal carácter?
     todas nos reímos y entonces vimos que dos conejos salieron y nos miraron y luego se fueron corriendo. el cielo se abrió un poco más y el sol iba subiendo poco a poco.
     ¿sabéis lo que soñaría yo?, dijo violet. yo soñaría que tengo un colegio al que todos los niños van todos los días.
     ¿y quién sería la profesora?, preguntó beatrice.
      yo, dijo violet.
     hope se rio. tú no podrías enseñarles nada, dijo, no sabes leer, ni escribir, ni nada.
     cállate, dijo violet.
     ése es un sueño idiota, dijo hope.
     el tuyo sí que es idiota, dijo violet.
     basta de pelear, dijo beatrice. más nos vale que bajemos. padre estará despierto y buscándonos.
     las tres se levantaron y se cepillaron las faldas con la mano. se pusieron sus chales.
     violet me dio un empujoncito con la bota. vamos, mary, dijo.
     respiré hondo y el aire fresco me entró en los pulmones. parecía nuevo y distinto del aire que había ahí abajo.
     violet volvió a decir mi nombre, pero yo miré hacia arriba al cielo y vi los pájaros y las nubes que se movían.
     vamos, dijo beatrice. tenemos que ir a ordeñar las vacas.
     ahora baja, dijo hope.
     empezaron a correr colina abajo y yo las oía a las tres. se reían. gritaban. se llamaban unas a otras.
      me quedé sentada y las miré hasta que ya no las veía.
      y entonces me volví a tumbar encima de la hierba nueva, aunque el frío ya me había atravesado la falda. miré cómo el cielo cambiaba de colores y el sol iba subiendo.
      cuando me puse de pie vi la granja y la forma de la casa y el camino y los prados.
      ¿qué soñaría yo si pudiera soñar algo y que se convirtiera en realidad?
      ¿qué diría yo si alguien me lo preguntara alguna vez?
       no lo sabía. sabía que tenía sueños, pero no sabía qué era lo que soñaba.

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