Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 9 de noviembre de 2016

FELIPE BENÍTEZ REYES. EL AZAR Y VICEVERSA

Hola, buenas tardes. Una semana más sale a vuestro encuentro en Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, el espacio en el que cada miércoles os ofrecemos una nueva recomendación de lectura, que os proponemos atendiendo siempre a criterios de calidad e interés de la obra escogida.

Hoy os traigo la última publicación de un escritor excelente, Felipe Benítez Reyes, que es también poeta y ensayista y al que yo he leído mucho, pese a lo cual no había aparecido aún en esta sección. Sí, en cambio, su presencia es habitual en Buscando leones en las nubes, mi otro programa en Radio Universidad, en donde sus versos y sus reflexiones han punteado nuestras emisiones desde su inicio, siendo además un fragmento de una de sus novelas (No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar) el encabezamiento del blog del programa. Os recomiendo sin excepciones cualquiera de sus libros, en particular sus primeras obras narrativas, Chistera de duende o Tratándose de ustedes, que me entusiasmaron a principios de los noventa, así como sus, a mi juicio, novelas mayores, La propiedad del paraíso, la genial El novio del mundo o el también espléndido Premio Nadal de 2007, Mercado de espejismos, libros con los que el que hoy os presento tiene muchas concomitancias. No deberíais dejar de lado tampoco su vertiente poética, de la que os aconsejo el doble número monográfico que le dedicó la siempre deslumbrante revista Litoral en 2001, o su más reciente (que yo sepa, cito de memoria) recopilación de poesía completa, Trama de niebla, que vio la luz en Tusquets hace ya varios años.

El libro del que hoy quiero hablaros es El azar y viceversa, una magnífica novela, género en el que el autor llevaba diez años sin publicar pero en el que se ha desenvuelto con brillantez desde hace veinticinco. Las más de quinientas páginas de El azar y viceversa (el autor confiesa que han sido siete los años en los que ha estado ocupado en la elaboración del libro, dato que no está solo relacionado con su extensión, sino con la profusión de personajes y las muchas vicisitudes de la trama, aparte de con la multiplicidad de frentes en que se desenvuelve el acontecer profesional del autor gaditano) narran la historia de Antonio Jesús Escribano Rangel, un tipo excéntrico, lúcido pero desastroso, esperanzado aunque melancólico, optimista pero escéptico, nacido en Rota en enero de 1958 y que atraviesa seis décadas de la vida de nuestro país transitando de un oficio a otro -a cual más menesteroso-, de un amo a otro -todos estrambóticos-, de una ciudad a otra -Sevilla, Jerez, la propia Rota-, e, incluso, de una identidad a otra: Antonio, Antoñito, Padilla, El Rányer o Toni son los nombres que rubrican sus distintos avatares.

Benítez Reyes se ha acogido al esquema -ya transitado por él mismo en otros libros anteriores- de la novela picaresca, y así su protagonista (que, con su padre muerto, tiene que buscarse la vida desde pequeño, ya a los trece años, abandonando muy pronto los estudios y pasando por muchas ocupaciones) vive infinidad de peripecias, deambulando con más pena que gloria entre una multitud de personajes marginales -muchos de ellos sus descabellados jefes- y dejándonos en cada nueva experiencia sus reflexiones acerca del sentido -o más bien del sinsentido- de la vida y de los azares y desventuras que siempre trae consigo.

Tres son, en un repaso a vuelapluma, los motivos principales de interés de la novela que quiero comentaros: la desbordante sucesión de vivencias (todo este rebujo de anécdotas) del melancólico Rányer, siempre disparatadas y estrafalarias; el planteamiento vital del descreído pícaro, que se podría resumir en unas no muy convencidas persecución de la felicidad y búsqueda de la propia identidad, aunque con infinidad de otros interesantes y muy ricos matices; y, por último, el acierto literario del formidable escritor que es Benítez Reyes, algo que se manifiesta en la propia estructura de la obra, en los muy notables rasgos de estilo de su escritura y, sobre todo, en la belleza de la prosa, tan lírica, de un escritor que a mi juicio es, fundamentalmente, un poeta.

Con respecto a la primera de esas vertientes, resulta de todo punto imposible resumir la sucesión de vicisitudes -todas algo difusas y volátiles- por las que atraviesa el personaje en los cincuenta largos años de los que da cuenta la narración de Benítez Reyes (Mi palacio está en el aire/y no tengo otro camino/que el que va a ninguna parte, canta el niño Reche, uno de los muchos frecuentadores de nuestro marginal narrador, en versos que acentúan estas connotaciones divagatorias de la existencia del pícaro), como imposible es, también, presentaros un mínimo elenco de los muchos extravagantes individuos con los que se topa en su convulso recorrido vital. Baste con decir que el libro se organiza en tres partes, la primera de las cuales se desarrolla en Rota -en donde nació el propio autor- y abarca los primeros veinte años de la vida de Antoñito, siendo, por tanto, la familia, los compañeros de colegio, la vida en el pueblo -marcada por la presencia de la base norteamericana-, los que centran el relato. En el segundo capítulo, que parte de 1978, el chico ya se ha convertido en El Rányer, y se brujulea por Cádiz suplantando en unos difusos estudios universitarios para los que no está acreditado -pues él no llegó a completar la enseñanza básica- a su amigo el Fiti, el desconcertante -y desconcertado- hijo de un notario del pueblo. En la tercera parte, por fin, nuestro “héroe” es ahora Padilla y ejerce como protegido de un no tan modesto mafioso local, en Sevilla, para, tras un discreto paso por Jerez de la Frontera, acabar volviendo -en un final algo precipitado, aunque muy emotivo e intenso- a su Rota natal, convertido ya en Toni, el nombre tan detestado.

En este recorrido, marcado casi siempre por el hambre y la necesidad, por la pobreza y la ausencia de horizontes, el autor nos relata infinidad de llamativos sucesos y notables acontecimientos, enlazando una historia tras otra, encadenando desatinos y situaciones absurdas (El gran teatro del mundo son muchísimos teatros, con predominio de los de guiñol, señala, significativamente, a propósito de la concatenación de desvaríos que constituye su vida); presentando, como ya se ha dicho, un elenco interminable y magistral de personajes marginales y descabellados (Siempre he tenido una especie de imán para la rareza ajena, vuelve a reconocer el narrador), entre los que se cuentan algunos reales, como los poetas Carlos Edmundo de Ory o Fernando Quiñones, entre otros; y mostrando, a través de esta amplia y significativa panoplia de incidentes chuscos y de sujetos no demasiado “ortodoxos” (La historia de la humanidad ha estado desde sus albores en manos de carajotes dedicados afanosamente a hacer lo que mejor saben: carajoterías. Desde el primer homínido que decidió ser jefe de la manada y arrogarse el privilegio de chingarse a todas las homínidas, de Alejandro a Tamerlán, de los profetas vociferantes a los papas susurrantes, de los senadores romanos a los caudillos vikingos, de los alcaldes ceporros a los emperadores ceporros, de los teólogos delicuescentes a los magnates omnipotentes, de los santos azucarados a los ministros y a los banqueros, todos carajotes. Esa es la gente que ha movido y mueve el mundo, cada cual en su parcela, y generalmente confabulados: los carajotes. Y los demás, que somos más carajotes que ellos, soportándolos mansamente cuando no encumbrándolos. Por cada lumbrera, calculo que nacerán algo así como diez millones de carajotes), un panorama muy completo y revelador de la España de estas últimas décadas, la que va desde el franquismo hasta hoy, pasando por los agitados y apasionantes días de la transición, sirviendo así El azar y viceversa, aunque no haya sido ese el afán primordial de su autor, como un espejo sociológico al borde del camino por el que ha avanzado nuestro país en el último medio siglo, en una muy holgada paráfrasis de Flaubert: desarrollo y bienestar pero también hipocresía y corrupción, crecimiento y riqueza, pero también inmoralidad y desigualdades.

Pero Antonio no vive su inusual vida de un modo pasivo o indiferente, muy al contrario, su inteligencia natural y sus azarosas lecturas (algunas de sus referencias: el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias, la Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell, y La proposición y el fundamento, de Heidegger, del que no entendí ni el título, apostilla; aunque hay citas de muchos otros autores, como esta de Edward Gibbon que constituye, en cierto modo, una de las claves del libro: las vicisitudes de la fortuna no perdonan a nadie ni a nada. Todo lo entierran en una fosa común), lo llevan a dotarse de un fondo teórico, de un pensamiento propio, bien nutrido de ideas y reflexiones no siempre convencionales, y del que nos deja abundantes ejemplos en el curso de su relato. Desde su infancia, el chico vive y piensa sobre su experiencia (en otro de los rasgos que emparenta el libro con el género picaresco), trufando su narración de sesudas, bienhumoradas e irreverentes disquisiciones sobre la identidad, sobre el amor y la felicidad, sobre la vida, sobre el azar, sobre las quimeras, los sueños, las fantasías y los mundos ideales que todos nos creamos, sobre la suerte y el infortunio, sobre la desgracia que siempre acompaña a los débiles y, en definitiva, sobre cualquier tema que el impetuoso ritmo de su relato ponga ante su imaginativa inteligencia. No me resisto a transcribiros, pese a su extensión, algunas significativas muestras del agudo, heterodoxo, lúcido y a menudo desconcertante pensamiento del genial personaje, en las que se concentra lo esencial de su penetrante y a la vez descabalada visión del mundo, con una sobresaliente presencia en todas ellas del azar y sus oscuros e inextricables designios: Creo que todos llevamos una triple vida, sustentada en tres pilares: lo que creemos ser, lo que quisiéramos ser y lo que en verdad somos. Y también: Me había guiado la casualidad, que suele ser la brújula de quienes carecen de brújula. O: He sido a partes casi iguales un afortunado y un desgraciado, con una existencia que forma menos un trazado coherente que un garabato aleatorio. E igualmente: Si le digo a usted la verdad, a estas alturas yo estaba predispuesto a no extrañarme de nada y a la vez a extrañarme de todo, supongo que en buena parte por haber llegado a la conclusión empírica de que todo es extraño, en especial lo que no lo parece. O esta otra manifestación de su peculiar ritmo de vida: En eso, en definitiva, andaba yo: en los pasatiempos sin aliciente, en los estudios oportunistas y en la pescadería de mi madre, birlándole monedas y dejándome llevar por el ritmo adormecido de los acontecimientos, en el caso de que el hecho de que no te pase nada, ni bueno ni malo, merezca la denominación de acontecimiento, que creo que no. Y esta otra sentencia, brillante y genial: Cualquier vida es la historia mal contada de alguien que da tumbos en un laberinto trazado por un demente, sin saber que el demente es él. Quien más y quien menos, en definitiva, tiene un pie en un escalofriante país imaginario, en un lugar que solo existe para él, en sus ofuscaciones, pero hay quien tiene los dos. Los dos pies asentados en la utopía escabrosa. Y esta sutil “filosofía”, repleta de ironía y escepticismo, se complementa con abundantes signos de esperanza y ternura, de sensibilidad y emoción, como, a modo de único pero relevante ejemplo, en esta conmovedora evocación de una escena de la infancia: Me asaltó una imagen: yo muy niño, y mis padres dándome los regalos de Reyes con una sonrisa precavida, una sonrisa de expectación y de miedo, esperando la mía, temiendo que no les devolviera la sonrisa: tres desdichados construyendo temblorosamente un ensueño, temerosos de que el ensueño se desplomase como se desplomaban las estructuras que levantaba yo con mi juego de construcción de piezas de madera.

A punto ya de cerrar mi comentario quiero detenerme brevemente en algunos aspectos literarios del libro que han merecido mi atención. El texto que leemos es el relato autobiográfico escrito en primera persona por su personaje principal, aunque en un inciso de poco más de veinte páginas en el último tercio de la novela pasa a la tercera y oímos la voz de un narrador omnisciente, como dice el protagonista con ironía. Pero hay un juego estructural que se revela en el tramo final del libro y que por ello no quiero desvelar del todo; diré tan solo que el propio Benítez Reyes “recibe” de su criatura el manuscrito en el que cuenta su vida, un documento que el escritor, supuestamente -en un artificio que pretende diluir los límites entre verdad real y ficción novelesca (Esas cosas son más propias de las novelas que de las autobiografías, intenta despistar el pícaro en un momento de su torrencial discurso)-, se limitará a transcribir para conformar con él este El azar y viceversa que el lector tiene entre manos (sembrando en él una mínima duda: ¿quién es el creador y quién el creado?).

Por otro lado, el libro se articula como un encadenamiento de historias (la historia de mis historias que vengo contándole, escribe el Rányer), que se suceden, se imbrican, se interrelacionan, con personajes que desaparecen y reaparecen más adelante, con abundantes digresiones (fruto, muchas de ellas, de la delirante inventiva del narrador, capaz de enlazar ideas y temas con enfebrecida desmesura), e, incluso, con relatos que interrumpen la acción principal, y se insertan artificialmente en ella, al modo cervantino, como en el caso de La durmiente que soñaba con un dragón que era esencialmente una palabra, una historia que se presenta en cierto modo “exenta” a la trama principal, aunque derivada del sueño de uno de sus personajes laterales (todos ellos, por cierto, magníficamente construidos, con hondura y verosimilitud).

A subrayar, también, como se ha dicho, el tono poético de la escritura, con un sinfín de evidencias del lirismo del autor desperdigadas por el texto, como en estos dos ejemplos: Septiembre llegaba como una cabalgata imposible de melancolía, o La muerte llega con pasos de cristal, entre decenas de ellos.

Por último, quizá el elemento más llamativo de la novela -que convierte su lectura en una experiencia gozosa- es el humor con el que el narrador envuelve su melancólica mirada sobre el mundo. Afirma el propio Benítez Reyes que el humor me sirve para poder escribir novelas muy tristes, y ello es así también en este caso -lo es igualmente en sus anteriores novelas-, en el que el relato de la sucesión de episodios en general muy tristes de la casi siempre afligida existencia por la que pena nuestro héroe acaba dejando un regusto sin embargo agridulce, por mor de la desbordante manifestación de ironía e ingenio, de agudeza y comicidad, de gracia y socarronería, de ocurrente inteligencia y chispeante salero andaluz. Quiero poner punto final a mi reseña con un listado, somero pero explícito, de algunas pruebas de esta hilarante cualidad del libro, con las que espero -aunque solo sea por ellas y no por el resto de mis palabras- que os animéis a comprarlo y leerlo. Tras ellas, Epitaph, un tema de King Crimson, un grupo que el Rányer escuchaba en las turbulentas noches de su juventud (y yo, sin turbulencias, también).

Las cabezas por dentro son, en definitiva, algo así como un bosque anochecido en el que aúlla una fiera difícil de identificar, sobre todo porque esa fiera no existe. Y mi sino parecía ser el de pastorear esa modalidad de cabezas: una especie de Sigmund Freud en versión lazarillo.

Para colmo, Isi Vergara, ciega y sorda a mis irradiaciones de admiración, empezó a salir con un botarate de segundo curso que era natural de Grazalema y más basto que un buey, por esa querencia tan rara que tienen las diosas de la mitología a liarse con animales.

De pelo muy rubio y muy lacio, herencia sin duda de sus ancestros finlandeses, Pitita Sánchez podía pecar de envarada y de cursi, de blanquecina y relamida, pero contrapesaba aquellos pecados veniales con una cara de ángel y una figura de actriz porno, que es una combinación a la que nadie ha tenido nunca nada que objetar, al menos que yo sepa.

Sanchís era lector asiduo de novelas de ciencia-ficción, imagino que para alejarse aún más de nuestro planeta y llevarse de paseo a su pensamiento a unas estratosferas habitadas por seres aguerridos de color verdoso. Y es que está visto que se le llama “vida” a cualquier cosa.

De haberme metido a filósofo profesional, supongo que hubiera tenido que aprender a distinguir a primera vista a un pensador escéptico de uno cínico, aunque en esa disciplina las distinciones tienen menos importancia, ya que al fin y al cabo todos los filósofos son unos embaucadores y unos muertos de hambre.

Cuando la realidad se pone un gorro con cascabeles, ríase usted de los manicomios.

Hay un par de factores que solemos subestimar: nuestra enorme capacidad de resistencia ante los desastres y nuestra facilidad desastrosa para echarnos a perder la vida.

El restaurante al que me llevó era de esos en que el agua tiene precio de vino y el vino tiene precio de elixir de la eterna juventud.

Hay dos tipos de personas: las de un tipo y las de otro.

No hay cosa más vehemente ni violenta que el estar enamorado de alguien no porque en realidad estés enamorado de ese alguien, sino porque te empecinas en la necesidad de estarlo, a la manera ilustre y virginal de Dante, de Garcilaso, de Petrarca y de otros prestigiosos pichaflojas de los siglos XV y XVI.

Yo estaba por entonces en esa fase en que los varones fantaseamos aún -por defecto de fábrica- con tener relaciones íntimas con aproximadamente un tercio de las mujeres de este mundo, incluidas la frutera del barrio, la extraterrestre de la película de extraterrestres y Miss Corea del Sur.


2 comentarios:

fbr dijo...

Estimado amigo, muchísimas gracias por su comentario, tan generoso como detallado.
Un saludo afectuoso.
Felipe Benítez Reyes

Alberto San Segundo dijo...

Al contrario, el agradecimiento es mío por los muchos momentos de placer y emoción que he vivido entre sus libros.

Un saludo cordial