Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 4 de julio de 2018

JAMES ELLROY Y OTTO PENZLER. AMERICAN NOIR

La palabra francesa noir (que significa negro) se relacionó por primera vez con la palabra “cine” gracias a un crítico francés en 1946, y desde entonces se ha convertido en un término prodigiosamente manido para describir un cierto tipo de película u obra literaria. Curiosamente, la categoría de lo noir no difiere mucho de la de lo pornográfico, en el sentido de que ambas resultan virtualmente imposibles de definir, pero todo el mundo cree saber reconocerlas cuando las ve. Como tantas otras certezas, ésta resulta a menudo francamente inadecuada. 

Este volumen está dedicado a la narrativa breve de género negro del siglo pasado, pero resulta imposible divorciar el género literario por completo de su contrapartida fílmica. Sin duda, la evocación más común que provoca lo noir son las grandes películas del cine negro de los años 40 y 50, filmadas en blanco y negro con una estética ampliamente influenciada por el expresionismo alemán de principios del siglo XX: líneas rectas (persianas, ventanas, vías de tren) y fuertes contrastes de luz, La mayor parte de nosotros conservamos la impresión de que el cine negro tenía algunos elementos esenciales: la femme fatale, algunos criminales duros y un policía o detective tan duro como ellos, ambiente urbano y la noche…, la noche interminable. Hay bares, clubs nocturnos, callejones amenazantes y sórdidos cuartos de hotel. 

Aunque resulte reconfortante reconocer esos elementos como la mismísima definición de film noir, es un punto de vista tan simplista como el que limita el género a la ficción detectivesca, dejando así fuera de la definición genérica otros muchos elementos de esta rica literatura, como la novela criminal y las historias de suspense. 

Ciertamente, la era dorada del cine negro transcurrió en esas décadas, los 40 y los 50, pero ya había ejemplos soberbios en los 30, como M (1931), en la que Peter Lorre debutó como protagonista, y Freaks (1932) el biopic inolvidable de Tod Browning, en el que los actores principales eran auténticas “curiosidades humanas” de carnaval. Y lo más probable es que nadie discuta que el cine negro siguió hasta los 60 y más adelante, como ponen de evidencia clásicos como El candidato de Manchuria (1962), Taxi Driver (1976), Fuego en el cuerpo (1981) y L.A. Confidencial (1997). 

En la mayor parte del cine negro no aparecen todos los referentes visuales preestablecidos del género, por supuesto (o incluso a veces ninguno de ellos), pero esos elementos dominadores que se asocian con las películas no son tan evidentes en la literatura, que confía más en la trama, el tono y el tema que en los efectos de claroscuro coreografiados por directores y cámaras. 

Más allá de las diferencias entre estos dos medios, también creo que la mayor parte de los críticos de cine y literatura se equivocan por completo en sus definiciones de lo negro, un género cuyas raíces suelen ubicarse -con insistencia clásica, aunque errónea- en las novelas de detectives hard-boiled escritas en Estados Unidos. De hecho, las dos subcategorías del género de misterio -narrativa negra e historias de detectives- son diametralmente opuestas, con premisas filosóficas recíprocamente excluyentes. 

Las obras del género negro, ya sean películas, novelas o relatos breves, son historias existenciales, pesimistas, sobre gente con graves carencias, gente moralmente cuestionable, incluidos (especialmente) sus protagonistas. El tono suele ser árido y nihilista, con personajes que -por codicia, lujuria, celos o enajenación- caen en una espiral descendente a medida que sus planes y argucias van fallando. 

Tanto si su motivación es tan transparente como un atraco a un banco o tan sutil como la voluntad de renunciar a la integridad a cambio de algún beneficio, las figuras centrales de las historias negras están condenadas a la desesperanza. Quizá los motive la persecución de un dinero aparentemente fácil, o el amor -o más frecuente, el deseo físico-, proyectado casi con certeza en la persona menos indicada del sexo contrario. Las maquinaciones de su lujuria implacable les llevarán a mentir, robar, engañar y hasta matar a medida que se vean cada vez más atrapados en una red de la que les resulta imposible escapar. Y mientras se ven comprometidos en esa persecución desesperada, se verán traicionados, engañados y, en última instancia, destrozados. La posibilidad de encontrar un final feliz en una historia negra es remota, incluso si definimos “feliz” a partir de los criterios establecidos por el propio protagonista para una resolución satisfactoria. No, ha de acabar mal porque la corrupción de los personajes es inherente y ése es el destino inevitable que les espera. 

La historia de detectives privados es un asunto distinto por completo. Es célebre la asociación establecida por Raymond Chandler entre el detective privado y el caballero andante, un hombre que podía recorrer las calles de la maldad sin ser él mismo malvado, lo cual resulta cierta en una abrumadora mayoría de héroes al uso. Pueden verse inmersos en una situación exageradamente oscura y enfrentarse a personajes engañosos, violentos, paranoides, carentes de consistencia moral, pero el detective privado a la americana conserva su sentido del honor frente a toda adversidad y duplicidad a que se enfrenta. Sam Spade vengó la muerte de un compañero porque sabía que “se suponía que debía hacer algo al respecto”. A Mike Hammer le resultaba fácil matar a una mujer por la que sentía cierta atracción, porque se había enterado de que ella había matado a su amigo. Lew Archer, Spenser, Elvis Cole y otros detectives privados ya icónicos, así como algunos policías que -como en el caso de Harry Bosch y Dave Robicheaux- a menudo actúan como si su cargo oficial no supusiera una limitación, pueden forzar (o hasta quebrantar) la ley, pero su sentido de la moral actuará siempre en pos de la justicia. Aunque no todos sus casos lleguen a una conclusión feliz, el héroe saldrá de ellos, en cualquier caso, con su historial ético intacto. 

El cine negro difumina la distinción entre el detective privado hard-boiled y las historias de género estrictamente negro al emplear estilos y tratamientos de cámara similares para ambos, aunque el espectador informado reconocerá fácilmente los puntos de vista opuestos entre un detective moral, incluso heroico y a menudo romántico, y los personajes perdidos en la negrura, atrapados en las prisiones infranqueables de sus propias estratagemas, encerrados para siempre en el aislamiento que los aleja de sus almas al mismo tiempo que de la sociedad y de las restricciones morales que permiten considerarla civilizada. 

Esta colección apenas se permite excepción alguna a esos principios fundamentales del género negro. Sus historias son oscuras y a menudo opresivas, y no suelen redimir a la mayor parte de la gente que habita en su mundo triste violento y amoral. Los planes tramados con todo cuidado se desmoronan, los amantes se engañan, la normalidad se transmuta en decadencia y la decencia resulta escasa, amén de no merecer premio alguno. No obstante, los escritores que trabajan duro en este paisaje opresivo han creado historias de tan implacable fascinación que se cuentan entre los gigantes del mundo literario. Algunos, como David Goodis y Jim Thompson, fueron prolíficos, pero apenas produjeron nada fuera de la categoría negra, que reflejaba con exactitud sus propias vidas, trágicas y conflictivas. Otros, como Elmore Leonard y Lawrence Block, han probado un espectro más variado dentro del género criminal, de lo oscuro a lo luminoso, de lo taciturno a lo cómico. Pero no en esta antología. Si usted encuentra algo de luminosidad o comicidad en estas páginas, insistiré en recomendarle que acuda a la consulta de algún especialista en trastornos mentales. 


Hola, buenas tardes, bienvenidos a una edición un tanto singular de Todos los libros un libro, cuya excepcionalidad radica en que hoy he cedido mi voz y una parte importante del tiempo de la emisión a uno de los prologuistas de la obra que quiero presentaros. Y lo he hecho, como habréis podido constatar por vosotros mismos, por la muy evidente razón de que el texto que acabo de transcribir ilustra mucho mejor que cualquier torpe intento de glosa por mi parte el contenido, el planteamiento y el propósito de este American noir, la interesantísima selección de relatos del género negro escritos por autores norteamericanos que presentó en 2014 la Editorial Navona (en una edición algo descuidada, con numerosas erratas y fallos tipográficos) en traducción de Enrique de Hériz. Con un primer prólogo -el que ha abierto el espacio esta tarde- de Otto Penzler y un segundo preámbulo también sugerente y esclarecedor, del otro antologuista, James Ellroy, American Noir recoge diez cuentos pertenecientes a la narrativa criminal, relatos policiacos, detectivescos, de suspense o como prefiráis denominarlos conforme a las taxonomías que tan bien disecciona el breve estudio introductorio, escritos por otros tantos grandes nombres del género, en una antología indispensable tanto para el conocedor como para el mero lector ajeno a los muchos atractivos de la literatura y el cine negros. Con ella abrimos, además, una serie de cuatro programas, que no serán radiados, dedicados al “noir”, un género muy propicio para la lectura veraniega. 

Cada uno de los diez relatos se presenta precedido de una semblanza biográfica y literaria, sucinta pero significativa, de los autores de las respectivas historias. Unos textos, los que la estupenda edición nos ofrece, que, moviéndose sin duda dentro de los parámetros del género, son, sin embargo, muy variados y se desenvuelven en los distintos escenarios, ámbitos narrativos, tramas argumentales, épocas históricas (los cuentos se ordenan cronológicamente, desde el primero, Pastorale, de James M. Cain, publicado en 1928, hasta el último, Cuando las mujeres salen a bailar, de Elmore Leonard, que es de 2002), planteamientos estilísticos y registros expresivos de una literatura negra que más allá de unos rasgos comunes muy claramente identificables es, como recoge el propio preámbulo que acabo de ofreceros, plural y heterogénea, poliédrica y extraordinariamente rica y diversa. 

Y así, el primer cuento, debido a James M. Cain (que pasará a la historia del cine y la literatura aunque sólo sea por su autoría de las novelas que dieron lugar a esas dos obras maestras cinematográficas como El cartero siempre llama dos veces y Perdición), se desarrolla en un mundo rural, con una ambientación que recuerda los tópicos del western, en una historia macabra pero no exenta de humor. Mickey Spillane, creador del famoso detective Mike Hammer (al que muchos recordaréis por la serie televisiva de los ochenta), presenta ¡Muere, dijo la dama!, una historia de misterio, con un interesante tono enigmático y algunos otros elementos relevantes, resuelta en un final sorprendente, aunque en conjunto floja y poco convincente; quizá la, a mi juicio, menos lograda de las piezas del libro. Otro escritor cuyas obras fueron “muy llevadas” al cine, David Goodis, es el autor de Un profesional, que refleja todas las claves del género, un cuento intenso, oscuro, descarnado, austero, medido, sin una sola frase superflua, excelente, tristísimo. Otro de los nombres mayores de la literatura y el cine negros, Jim Thompson, autor de La huída, 1.280 almas o Los timadores, entre otros muchos títulos, y guionista de dos grandes películas de Stanley Kubrick, la estupenda e inaugural Atraco perfecto y la excepcional Senderos de gloria que presenté aquí hace años, firma Para siempre jamás, en donde el marco más reconocible de las historias noir se abre a otras dimensiones menos “terrenales”, en una pirueta final inesperada y muy imaginativa. Patricia Highsmith, también con una importante presencia en las pantallas, una muestra más -y muy relevante- de la fecunda colaboración entre ambos mundos, literario y cinematográfico, impregna Lenta, lentamente al viento de su habitual tono inquietante, con las consabidas dosis de misterio y un regusto final -algo previsible- escalofriante y siniestro. 

El sexto relato se debe a James Ellroy que, como ya he señalado, es uno de los responsables de la antología y uno de los grandes autores del género (¡¡quién no recuerda La Dalia negra o L.A. Confidencial!!). Desde que no te tengo se mueve en el más típico ambiente negro: la noche, clubes clandestinos, callejones oscuros, cadáveres, mujeres que llevan irremisiblemente al abismo, prostitutas y policías, lealtades y traiciones... Joyce Carol Oates, la muy prolífica escritora, eterna candidata al Nobel, capaz de desenvolverse con acierto y éxito en cualquier ámbito literario, ensayo, periodismo y crítica, novela y cuento, teatro y literatura infantil y juvenil, nos ofrece en Infiel una historia familiar, opresiva, que se desenvuelve a lo largo de décadas en un pequeño pueblo, cerrado y agobiante, de la zona rural cercana a Nueva York, escenario de la infancia de la propia autora-, en la que la huída de una joven esposa sume a su marido y sus dos hijas en un abandono poblado de desconcierto y perplejidad, de dudas y especulaciones, de rumores e infundios, de silencios y traumas, de tristeza y pesar y rencor, que se resolverá décadas después con un giro argumental postrero no por esperado menos dramático. El autor menos conocido de la serie -al menos para mí- es Lawrence Block, quien a lo largo de las poco más de treinta páginas de Como un hueso en la garganta nos arrastra a una historia tortuosa, retorcida, sinuosa, maquiavélica, de una perversidad odiosa y ruin, casi diabólica, insoportable en su maligna crueldad, pero que se ofrece envuelta, sin embargo, en una muy nítida trama, aparentemente limpia, incluso inocua y “normal”, que se va volviendo despreciable y amenazadora con el discurrir de los hechos. Con Dennis Lehane, que ya ha comparecido en nuestro espacio y que está también muy presente en el cine y la televisión (sus libros Mystic River o Shutter Island llamaron la atención de Clint Eastwood y Martin Scorsese, respectivamente, para su traslación a las pantallas), volvemos al entorno rural, un perdido pueblo sureño dejado de la mano de Dios, en Quedarse sin perros, una historia de perdedores, sofocante y claustrofóbica, con la sombra de Vietnam como trasfondo último de la cruda violencia que subyace en el relato. Por fin, el último de los cuentos se debe a Elmore Leonard, que en Cuando las mujeres salen a bailar narra la historia de una joven que cae en la tentación de transitar un camino rápido -y obviamente delictivo- para acceder a la riqueza y el ascenso social; un camino de deslealtad, maquinaciones criminales y asesinato que -también de manera obvia- acaba por atrapar en la irremisible trampa que tantas veces encierran los atajos fáciles. 

En fin, una estupenda ocasión para disfrute esta magnífica colección de relatos, American noir, con lo mejor del género negro. Play a simple melody, una pieza del musical Wacht your step, de Irving Berlin, que se menciona en el cuento de Joyce Carol Oates, cierra esta reseña en la voz de Jo Stafford.

 

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