Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de junio de 2018

PHILIP KERR. MERCADO DE INVIERNO. LA MANO DE DIOS. FALSO NUEVE

Hola, buenas tardes. Sed bienvenidos, un miércoles más, a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca que hoy llega a su última edición radiada -en julio habrá otros consejos de lectura, aunque sólo en el blog del programa- por este curso.

Y este cierre de temporada se hace a partir de tres “perchas” -en el lenguaje periodístico-, tres excusas o desencadenantes que justifican la propuesta elegida para la despedida. Por un lado, continuamos con la breve serie, iniciada hace quince días, de libros relacionados con el universo del fútbol, que aparecen aquí al calor de la celebración en Rusia de los campeonatos mundiales de este deporte. Tras las obras de Toni Padilla, Atlas de una pasión esférica, y de Simon Critchley, En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, y J.L. Carr, Cómo llegamos a la final de Wembley, de las que os hablé en los miércoles precedentes, hoy os traigo otros tres libros en los que el fútbol es, sin ninguna duda, el protagonista principal. Su autor, Philip Kerr -y ésta es la segunda razón de mi elección, pues el escritor escocés falleció el pasado 23 de marzo con sesenta y dos años recién cumplidos, de modo que “traerlo” al programa obedece a mi deseo de dedicarle una suerte de humilde homenaje-, fue un destacado autor de novela negra, responsable de una larga obra literaria con más de treinta publicaciones en su haber, entre las que destaca la serie, con una docena de títulos editados, protagonizada por Bernie Gunther, el detective alemán que se desenvuelve en los ambientes del nazismo durante la Segunda guerra mundial y sus coletazos posteriores. En este mismo blog podéis recuperar mi reseña de esa muy reconocida y premiada colección policiaca, de la que os hablé hace unos años en este espacio. Y es precisamente el thriller el tercer elemento que motiva mi sugerencia de esta tarde, pues perteneciendo también a este género las tres obras que a continuación os comentaré, con ellas anticipo lo que será el elemento común a mis propuestas del próximo mes, todas unidas por el hilo conductor del “noir”, unas lecturas que sin carecer de calidad e interés literarios son quizá también más ligeras y propicias para el tiempo vacacional.

El fútbol, pues, lo policíaco y Philip Kerr confluyen en Mercado de invierno, La mano de Dios y Falso nueve, las tres novelas, publicadas por RBA en, respectivamente, 2015, 2016 y 2018, en traducción de V.M. García de Isusi (con la colaboración de Efrén del Valle en la primera de ellas), cuya lectura os recomiendo ahora vivamente. Los tres libros comparten el protagonismo de un personaje muy atractivo y singular, Scott Manson, entrenador de un equipo, el London City, que no tiene un correlato en la vida real siendo fruto exclusivo de la imaginación del escritor, aunque muy impregnada ésta por infinidad de referentes fácilmente constatables en el específico dominio del fútbol británico: estadios, futbolistas, entrenadores, árbitros, periodistas y directivos “verdaderamente” existentes pueblan las páginas de los tres libros. Manson es, como digo, una figura literaria muy interesante. A punto de cumplir cuarenta años en la primera entrega, este exfubolista cuenta ya con una trayectoria previa como aprendiz de Guardiola en el Barça y de Jupp Heynckes en el Bayern (en uno de los muchos guiños de Philip Kerr, excelente conocedor de los ambientes futbolísticos, al universo de ese deporte). Segundo entrenador del portugués Joâo Gonzales Zarco (un personaje que debe mucho al controvertido Mourinho), accederá, tras la muerte trágica de éste que estará en el origen de la trama de la novela que inicia el ciclo, a la condición de primer entrenador del equipo londinense. Su peculiaridad procede, no obstante, no sólo de su cualificación o su trayectoria profesional sino de su origen, peripecia vital y personalidad. Es fruto del matrimonio entre un exjugador escocés y una exatleta alemana, hija a su vez de un alto mando afroamericano de las Fuerzas Aéreas estadounidenses destinado en Alemania tras la contienda mundial. Scott es, pues, medio negro, una circunstancia relevante en un ambiente, el futbolístico, tan marcado por el racismo. Su situación económica es muy desahogada, no tanto por los sustanciosos emolumentos que percibe como responsable deportivo de un equipo de tan alto nivel como por dirigir la empresa de su padre, una exitosa marca de calzado deportivo, por lo que sobrevuela la vida con una holgura que le permite una radical independencia. Además, en un rasgo relativamente insólito en los ambientes del deporte del balón, tendentes al analfabetismo funcional (hecho sobre el que el personaje ironiza reiteradamente en las “aventuras” que vive en la serie), es Diplomado en Lenguas Modernas por la Universidad de Birmingham y Máster de la London Business School, desenvolviéndose con soltura en cuatro idiomas aparte de su inglés nativo: español, alemán, italiano y francés (confiesa también un ligero conocimiento del catalán). Su formación y su cultura aflorarán de continuo en las tramas de las novelas, en las que son frecuentes las citas (algunas, irónicas y reveladoras, de Aristóteles “explican” ciertas claves de sus libros, en particular del primero), provocando los comentarios sarcásticos y a menudo admirativos de compañeros y amigos: El único entrenador de fútbol que ha leído a Aldous Huxley. Para completar este retrato de un individuo poco convencional y aparentemente favorecido por la fortuna, y contrarrestando en parte la tópica imagen de deportista “triunfador” que parece deducirse de él (es también muy atractivo y con un irresistible “gancho” con las mujeres), hay que mencionar que el 23 de diciembre de 2004, una década antes, más o menos, de iniciarse el desarrollo de la “acción” de la serie, un tribunal lo condenará -erróneamente- a ocho años de cárcel como culpable de una violación, tiempo del que acabará por cumplir en prisión dieciocho meses antes de que se pueda probar su inocencia. Manson odia por ello a la policía, lo que constituirá otro elemento decisivo en las investigaciones que nuestro improvisado detective llevará a cabo en las tres obras que protagoniza.

Porque, en efecto, Scott Manson, en paralelo a su actividad principal en los estadios, vestuarios, despachos y campos de entrenamiento, ejerce de investigador privado, aprovechando, entre competición y competición, entre partido y partido, para resolver distintos asesinatos que, inesperadamente, van surgiendo a su paso; crímenes que permiten al autor revelar a quienes le leemos algunos de los turbios asuntos y oscuros entresijos que ensucian el cada vez más mercantilizado mundo del fútbol.

Tres son los aspectos que, a mi juicio, convierten estas novelas de Philip Kerr en altamente recomendables -dentro de su modestia: no dejan de constituir una lectura “menor”, aunque, como ya he señalado, muy propicia para estas fechas vacacionales ya inminentes-: el propio interés de las tramas detectivescas, que se narran con fluidez y solvencia provocando en el lector un entusiasmo fuertemente adictivo; la muy creíble ambientación -clichés incluidos- en un entorno, el futbolístico, que el autor conoce muy bien; y, en último pero en absoluto menor grado, el convincente acercamiento “sentimental” a los grandes tópicos del deporte rey, esa sucesión de anécdotas épicas, historias ejemplares, hitos legendarios, personajes míticos, frases y reflexiones normalmente apócrifas que operan como mantras consabidos de la religión balompédica, y, en definitiva, lugares comunes, que cualquier aficionado -y entre ellos, de modo destacado, el propio escritor- comparte y repite y disfruta, dotándolos de un aura mágica, intemporal, como sagrada, para conformar un espacio de leyenda, en cierto modo exento de la vida real, que constituye uno de los mayores atractivos por los que el fútbol apasiona en el mundo entero.

Las historias que se desarrollan en la serie participan de los rasgos más comunes en numerosas obras del género negro más popular: crímenes inexplicados, profusión de sospechosos, tramas enrevesadas, pruebas ocultas, testigos renuentes, aviesos interrogatorios, hallazgos inesperados, intereses económicos subyacentes, magnates avariciosos, oficiales de policía obtusos y torpes, investigadores privados -Scott Manson en nuestro caso- sagaces e inteligentes, íntegros e insobornables, y -¡cómo no!- oportunas y atrevidas dosis de sexo. Todos estos elementos comparecen en unas tramas en las que, sin embargo, es la recreación de los escenarios del deporte del balón lo que nos resulta -a quienes somos aficionados- más convincente. En Mercado de invierno -la expresión con la que en nuestro país se conoce lo que los británicos denominan January window, la breve etapa en que los clubes pueden realizar fichajes, con la temporada ya iniciada, entre diciembre y enero- el ya mencionado asesinato de Zarco es la excusa para que el detective se vea envuelto en una sucesión de peripecias que se producen mientras su equipo debe disputar una decisiva eliminatoria de la FA Cup, una de las competiciones de mayor tradición en el Reino Unido, con casi ciento cincuenta años de existencia, tal y como ya comenté hace siete días. En un simpático guiño a sí mismo, el propio Kerr se hace aparecer como redactor de una exitosa biografía del entrenador portugués fallecido. En La mano de Dios el decorado deportivo se traslada a la Champions League, en la que participa el London City. Un jugador del equipo inglés cae fulminado al suelo, falleciendo en pocos minutos, mientras disputa un partido en Atenas contra el temible -sobre todo por la agresividad de sus hinchas- Olympiacos. Las sospechas de que la muerte pueda no ser accidental obligan a la plantilla entera del club británico a permanecer en una capital helena asediada por la crisis en la que Scott Manson deberá -de nuevo adelantándose a la ineficiente policía griega- indagar también en las circunstancias del asesinato de una prostituta, aparecida con una pesa en los pies en las inmundas aguas del puerto de El Pireo. La investigación permitirá al entrenador pasearse por los escenarios de una Grecia devastada social y económicamente con una mirada tan ciertamente prejuiciosa que supongo habrá tenido un negativo impacto en las ventas de la novela en dicho país. Por fin, Falso nueve lleva a Manson a Guadalupe y la isla de Antigua -aunque hay episodios ambientados en los entornos futbolísticos de Edimburgo, Shanghái, París o una Barcelona marcada por el independentismo catalán, del que la institución futbolística de la ciudad se ha erigido en portavoz y que el detective aborrece- en una pesquisa promovida por un grupo de directivos del Barça y del PSG que le encomiendan la misión de esclarecer la extraña desaparición de una joven promesa recién traspasada por el club parisino al equipo español.

Pero más allá de la solidez argumental o de las bien trabadas (aunque siempre con algún “fleco” suelto, solventado de modo urgente, algo azaroso y poco consistente) indagaciones detectivescas, la serie interesa por la muy verosímil descripción de las muchas oscuras “subtramas” que enturbian en nuestros días los escenarios del fútbol, al margen de la ya nada inocente competición que se desarrolla en el césped: los a menudo ocultos y poco lícitos intereses de los patrocinadores; los leoninos contratos publicitarios; las estrategias de marketing que “justifican” -más allá de la lógica meramente deportiva- los traspasos y los fichajes; los negocios fraudulentos de los agentes e intermediarios; la omnipresente corrupción entre directivos y autoridades, entre responsables y altos ejecutivos de las organizaciones futbolísticas europeas y mundiales; la venalidad de los periodistas; las estafas de las casas de apuestas que se lucran ilegalmente en un marco global imposible de controlar; el “desembarco” en los palcos de los clubes de magnates árabes, rusos o chinos que con sus inversiones desorbitadas -en ocasiones cortinas de humo para disimular y esconder operaciones financieras dolosas- han revolucionado en la última década estadios y vestuarios, competiciones y derechos televisivos; los problemas fiscales de esos niños malcriados, millonarios e ignorantes que son tantas veces los jugadores, que atraviesan su juventud encaramados a sus costosos bólidos deportivos, cegados por la incondicional admiración de los forofos y la embobada entrega de modelos y actrices despampanantes; la irracional actitud de los hinchas, con su expresión más exaltada y fanática: la brutalidad de los grupos mafiosos de hooligans, las facciones más salvajes -criminales en sentido estricto- de las bandas de seguidores que semanalmente protagonizan vandálicas peleas en las gradas de los estadios y sus calles aledañas; el racismo y la homofobia latentes -y a veces explícitos- en un universo aún predominantemente masculino; la absoluta mercantilización del deporte, sometido al dinero, al beneficio económico, a la eficiencia, siendo el resultado -y no ya el ilusionado placer del juego- el único parámetro válido incluso en las categorías inferiores, con esas insensatas peleas de padres en los campeonatos infantiles o escolares como manifestación extrema de esa concepción utilitarista y comercial del fútbol en la actualidad. En definitiva, la exacerbación del capitalismo: el fuerte sobrevive y el débil es relegado, como menciona el narrador, resignado. Esa dimensión, siniestra y alejada del sentir del verdadero aficionado, pero muy presente en el “submundo” futbolístico actual, aparece reflejada de un modo fidedigno en las tres novelas de la serie dotándolas de una autenticidad y una verosimilitud -también de una capacidad, aunque no demasiado subrayada, para la denuncia- propias casi de un documental.

Empero, para quien disfruta con el fútbol, quien “ama” -y no le temo al verbo en este contexto- el muy atractivo deporte, el motivo principal para gozar de la lectura de la faceta futbolística de Philip Kerr es su notable talento para transportarnos al entorno más “íntimo” del balompié, permitiéndonos conocer incluso la atmósfera de los vestuarios, el olor del césped, el ambiente de los partidos, los nervios de las competiciones, la emoción de los goles, las consideraciones tácticas de los entrenadores, la tensión en los banquillos, los titulares de los periódicos, la entrevistas a pie de campo de los reporteros, los insoportables egos de los futbolistas, la soledad y el sufrimiento de los lesionados en sus dolorosas rehabilitaciones, sus efímeras carreras, el miedo a no poder volver a jugar, el terror a envejecer, a arruinarse, a la vida tras el fútbol, a la vida en general.

Kerr es -me resulta difícil resignarme al uso del pasado- un muy notable aficionado de este deporte y también un riguroso conocedor de sus entresijos, así como de los grandes “topos” de su ya centenaria historia, de lo que podríamos llamar los “básicos” del fútbol, y trufa sus novelas de anécdotas, de dichos, de máximas, de la infinidad de reflexiones casi aforísticas -todas tantas veces repetidas- que constituyen el acervo legendario de la imaginación colectiva de los apasionados del ya ancestral juego. El fútbol es un club internacional, una fraternidad; El fútbol es la lengua franca del planeta; Inglaterra le ha dado muchas cosas buenas al mundo, pero el fútbol es el mayor regalo de todos; Ningún hincha es tan sentimental como el hincha de fútbol; Ganar y tener buen aspecto es la esencia del deporte moderno; El fútbol es lo primero. Siempre lo es. Sin fútbol, la vida no tendría sentido. Todos estos apotegmas, con su indudable carga sentimental, enriquecen el texto y lo hacen elevarse, con su poesía y su lirismo algo ingenuos, con su romanticismo y su fervorosa emoción, por encima de las simples tramas policiacas o la comprometida crítica de los amaños y corrupciones del deporte. Dos de estas sentencias, que Manson menciona recordando a sus autores, sirven como cierre a esta reseña a modo de emblema de la extraordinaria carga simbólica de ese fútbol cuyo universo, metafórico y real, tan bien retrata el infortunado novelista escocés: Intentar explicar cómo o por qué ver a una serie de hombres jugar con un balón puede cautivar a incontables millones de personas desde que son niños hasta que chochean es una tarea para la que no sirven argumentos racionales (cita de Hugh McIlvanney, periodista y escritor especializado en deportes, un clásico retirado hace un par de años con 82 a sus espaldas). O el imperecedero dictamen del legendario entrenador Bill Shankly: Hay gente que piensa que el fútbol es una cuestión de vida o muerte… Puedo aseguraros que es muchísimo más importante que eso.

Abide with me, el himno religioso de mediados del siglo XIX, adoptado como cántico oficial de la FA Cup, la histórica competición británica, disputada por primera vez en la temporada 1871/1872 y que tiene un especial protagonismo en la primera novela de la serie, acompaña hoy musicalmente a mi comentario, en la interpretación -para la emisión radiada- de Ella Fitzgerald, escogida entre la infinidad de versiones que se han hecho en sus ciento cincuenta años de vida. En el vídeo que dejo aquí, en el blog, la música se superpone a un emotivo montaje hecho por la BBC para la final del año 2000.


Cuando salí de prisión, una de las primeras cosas que hice fue ir de vacaciones a Nîmes, en Francia, y allí asistí a una corrida de toros en el anfiteatro romano de la ciudad. La disfruté de principio a fin. Y no solo yo. Nunca había visto un estadio tan abarrotado, un público tan enfervorizado, cegado por la emoción y las lágrimas de alegría. Cuando volví se lo conté a alguien, a algunos gilipollas de la BBC, y se mostraron muy críticos, como casi todo el mundo con este tema. Defendían que no es un deporte y yo les decía que tenían razón, que no lo es, que no es algo que se vea o se disfrute, como un puto partido de tenis. No, muy al contrario, es algo que sientes en cada fibra del cuerpo porque sabes que, en cualquier momento, el torero puede resbalar o cometer un fallo y que el miura negro, con su media tonelada de peso, intentará clavarle sus pitones astifinos en el muslo. «Por supuesto que no es un puto deporte», les respondí. «Es muchísimo más. Es vivir el momento, porque nadie tiene asegurado el futuro».

Con el fútbol pasa lo mismo, chicos. Actuamos como si no fuera más que un puto deporte para no asustar a las mujeres con la pasión que sentimos por esto a lo que nos dedicamos. Lo cierto es que el deporte es para los niños en verano, o para las idiotas con tocados estúpidos a las que les gusta flirtear con tipos sin personalidad que visten de etiqueta y puede que también ver caballos maravillosos. Porque si salierais al campo y le preguntaseis a cualquiera de nuestros hinchas si han venido para entretenerse o para ver algo estético, os aseguro que os miraría como si estuvierais mal de la puta cabeza. Y tendrían derecho a hacerlo. Os dirían que no han pagado setenta y cinco libras para que los entretengáis. Algunos de vosotros ganáis cien mil libras a la semana pero, para nuestra afición, el fútbol vale mucho más que eso. Muchísimo más. Para la mayoría de esos hombres y mujeres, este equipo es su puta vida y el resultado de cualquier partido lo significa todo para ellos. Todo.

Así que permitidme que os lo deje bien claro, caballeros: en este equipo nadie juega para ganar cien mil libras a la semana. Aquí se juega para que, al día siguiente, nuestros seguidores vayan al trabajo llenos de orgullo porque su equipo ganó con estilo la noche anterior. Y todo el que no piense así debería pedir ahora mismo que lo traspasemos, porque en Silvertown Dock no le queremos. Me da igual lo que sean, jugadores o aficionados: aquí queremos creyentes. Es para los creyentes para quienes jugamos, caballeros. Eso es lo que somos. Somos creyentes.

Si todo esto os suena un tanto religioso se debe a que lo es. El fútbol es una religión. No exagero. La religión oficial de este país no es ni el cristianismo, ni el islam, sino el fútbol. La gente ya no va a la iglesia a rezar. Al menos, no los domingos. Porque lo hace en el fútbol. Dad un paseo por el estadio en cualquier momento y escuchad las plegarias de nuestros creyentes. En efecto, esta es su catedral. Este es su lugar de culto. Este equipo es su credo. Pido disculpas si a alguien le parece que estoy blasfemando, pero es la verdad. Aquí es adonde los creyentes vienen a comulgar con sus dioses.

 

Philip Kerr. Mercado de invierno

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