Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 3 de febrero de 2021

MISCELÁNEA ENERO 2021. VARIOS

Hola, buenas tardes. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Hoy cerramos esta atípica serie, que ha venido emitiéndose desde comienzos de año, en la que he abandonado el formato monográfico convencional de nuestro programa, en el que cada edición se centra, normalmente, en un solo libro. Como sabéis nuestros oyentes habituales, en las dos últimas semanas, tres contando con la actual, mis propuestas han sido plurales, presentando cada miércoles una muestra variada de libros, todos interesantes por uno u otro motivo, que he leído a lo largo del ya afortunadamente extinto 2020 y que no han tenido cabida en las emisiones convencionales de Todos los libros un libro. En las entregas precedentes de este ciclo os ofrecí una selección de novelas, el 13 de enero, de clásicos, títulos “mayores” de la literatura, el pasado 20, y de libros de poesía, hace solo una semana. Le toca el turno ahora a un repertorio variopinto de libros, pertenecientes, como veréis, a géneros muy diversos, con los que pretendo abrir el programa a nuevas expectativas -no consabidas, no previsibles- que puedan interesar a nuestra también heterogénea, pese a su reducido número, audiencia. 

En 2012, la editorial Siruela presentó, con un extraordinario éxito de ventas -a estas alturas el libro supera con creces las veinte ediciones, en los diferentes formatos en que se ha publicado-, Biografía del silencio, un libro excelente de un escritor magnífico, Pablo D’Ors. Hace ahora cinco años, a finales de 2015, os ofrecí aquí mi reseña de ese y otros títulos, igualmente atractivos, de D’Ors. Poco tiempo después, en enero de 2016, aparecían en mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca tres programas dedicados al libro, en el que se presentaban cerca de cuarenta fragmentos escogidos de entre sus páginas y arropados por otros tantos temas musicales, todos instrumentales y todos muy recogidos e intimistas, acordes con el “silencioso” motivo principal del muy estimulante ensayo que nace como un intento de describir la experiencia de la meditación, en la que D’Ors se inició años atrás y en la que persiste desde entonces. En cuarenta y nueve muy breves capítulos, el libro nos introduce en los pormenores de ese hábito, pero, más allá de la “técnica”, nos habla -con el sustrato de su propia vivencia- de las muchas e interesantes repercusiones físicas y de índole práctica, pero sobre todo religiosas, filosóficas, espirituales, morales y hasta místicas de la meditación. Os remito a los respectivos blogs de ambos espacios para completar la información sobre la obra.

Hoy quiero, sin embargo, traer de nuevo al programa esa apasionante Biografía del silencio, con ocasión, cierto que algo demorada, de su relativamente reciente reaparición, en noviembre de 2019, en el sello Galaxia Gutemberg. Con el subtítulo de Breve ensayo sobre meditación, el libro se presenta en una edición bellísima, en gran formato, con pastas duras, papel satinado e ilustrada con unas curiosas y a mi juicio algo anodinas acuarelas de un Miquel Barceló que, casi siempre, me interesa como creador. Sea en su versión original, muy acogedora y que cabe en un bolsillo, como un breviario (lo que en cierto modo es), sea en esta más reciente, magnífica, os recomiendo vivamente la lectura de este ensayo luminoso, positivo, entusiasta, optimista, repleto de gozosas afirmaciones de la vida que postula, en estos nuestros acelerados y superficiales tiempos, la búsqueda del despojamiento y la quietud, en un inteligente alegato contra la abundancia de experiencias que sólo pueden aturdirnos, contra el ofuscante espejismo de los sueños, contra el desmedido afán por poseer, contra la irrefrenable pulsión de los deseos que nos encarcelan, contra esa interminable búsqueda de lo que “nos gusta” que acaba por imponer su dictatorial exigencia a nuestras vidas, contra el exceso paralizante de las “cábalas mentales”, contra nuestro mundo demasiado lleno de palabras, demasiado intelectualizante, contra nuestra cobarde huida del dolor, contra lo caprichoso, lo ilusorio y lo ficticio de nuestro siempre desmesurado ego, contra la compulsiva necesidad de vivencias, de emociones, de experiencias y sobresaltos supuestamente intensos, contra las fantasías, las elucubraciones y los problemas, meras distracciones repletas de miedos, enfados y nervios que nos alejan de lo auténtico y primordial, contra la seriedad enfática y pretenciosa, contra la demasía de pensamientos y sentimientos, de imágenes, conceptos e ideas que nos ocultan la verdad más genuina, contra las quimeras que con frecuencia nos hacen vivir en la impostura, contra la felicidad y los enamoramientos, a menudo engañosos, contra el deseo, las aspiraciones y los proyectos, todos ellos “infectados” de irrealidad, ajenos, falsos, contra el pavor a la muerte, contra la posesión y el apego, tal y como escribía hace un lustro -perdonad la autocita- en este mismo blog. 

Yo conocí a Inés Martín Rodrigo, que cuenta con una sucinta obra a sus espaldas, en la que destaca la novela Azules son las horas, a través del suplemento cultural del diario ABC, que yo leo puntualmente cada sábado desde hace ya muchos años. Coordinadora de la sección de libros del periódico, en su faceta periodística, que se corresponde con su formación, son notables sus entrevistas a escritores, en las que destaca por su conocimiento, su talento, su inteligencia y su capacidad para diseccionar la obra de sus interlocutores, a la que se acerca con agudeza e inusual capacidad de penetración. En junio de este pasado 2020, Martín Rodrigo publicó en la editorial Debate una selección de esos encuentros con dos criterios unificadores: el primero, explícito, es la condición de mujer de todas las entrevistadas; el segundo, no expreso pero sí notorio, es el enfoque feminista que guía la obra, una reivindicación de la voz femenina en la literatura y, por extensión, en la vida social en su conjunto. El libro se presenta bajo el título de Una habitación compartida, una inequívoca referencia a Una habitación propia de Virginia Woolf, un texto seminal (¿se me admitirá la connotación masculina del adjetivo?) que desde 1929 ha sido la inspiración de tantas escritoras -de tantas mujeres- en la procura de un espacio literario autónomo y libre. Los muy estimulantes diálogos, que se agrupan bajo la rúbrica Conversaciones con grandes escritoras, cuentan con un entregado prólogo de un cada vez más autorreferencial Enrique Vila-Matas, muy alejado, a mi juicio, de sus mejores logros como escritor. 

Son una treintena las autoras “repertoriadas”, todas muy interesantes, ordenadas según un criterio cronológico que va de la más joven, Carmen Maria Machado, nacida en 1986, a la más mayor, Ida Vitale, de 1923. Entre ambas un amplio elenco de la literatura femenina actual: Zadie Smith, Siri Hustvedt, Vivian Gornick, Margaret Atwood, Gloria Steinem, Nicole Krauss, Cynthia Ozick, Elena Poniatowska, Samantha Schweblin, Svetlana Alexiévich, Julia Navarro, Rosa Montero, Edna O’Brien, Maryse Condé, Anne Tyler, Lydia Davis, algunas de las cuales ha aparecido -o lo harán en los próximos meses- en nuestro espacio. 

Más allá de sus reflexiones sobre el hecho literario, la condición femenina, las trayectorias personales y las vicisitudes de sus carreras profesionales, el libro es interesante -lo ha sido para mí- porque permite descubrir y acercarse a la obra de algunas escritoras que, en el actual maremágnum editorial, poblado de miles de títulos cada año, podrían haber pasado relativamente desapercibidas. Es el caso, singularmente, de Renata Adler, cuya novela Oscuridad total, una obra maestra absoluta, cuya lectura yo había omitido en su momento y ahora, inducido por su conversación con Inés Martín Rodrigo, he leído con alborozo. 

Mi tercera propuesta de esta tarde es un librito -por su tamaño, en octavo; y su extensión, algo más de cien recortadas páginas- que apareció hace un par de años en el sello 5W y que permite al lector adentrarse con provecho en el a menudo conflictivo, con frecuencia desconocido y siempre fascinante universo del continente africano. La barcelonesa 5W es una revista de periodismo narrativo y fotografía lanzada en 2015 por un grupo de periodistas independientes. Con especial interés en temas de contenido social y cultural (Conflictos, Cultura Derechos humanos, Género, Migraciones, Movimientos sociales, Planeta, Poder y Salud) no circunscritos a nuestro entorno más inmediato, pues su red de colaboradores lanza sus “tentáculos” por África, América, Asia, Europa y Oriente Medio, para contar lo que pasa en todo el mundo, las intenciones de sus responsables son evidentes a partir, ya, de las cinco W a las que alude la denominación bajo la que se presentan, que se refieren a Who, what, when, where, why (Quién, qué, cuándo, dónde, por qué), en una explícita declaración de principios: Las 5W son la base del reporterismo: preguntas que no admiten un sí o un no, sino una explicación

Aparte de la publicación periódica -una revista-libro cada año-, el singular proyecto periodístico catalán es responsable también de una interesante colección, Voces 5W, con cinco títulos publicados hasta la fecha, que recogen sendos diálogos entre personajes de diferentes generaciones que intercambian sus opiniones sobre distintos temas muy relevantes en este convulso siglo XXI, aunque -ya se ha dicho- algo alejados del primer plano mediático. La tercera entrega de esta serie, que vio la luz en 2018 con el título de África adentro, ofrece una apasionante y exhaustiva conversación entre Xavier Aldekoa y Alfonso Armada, dos muy buenos conocedores de África. 

Armada, el más veterano de ambos, nacido en Vigo en 1958, es periodista -pero no solo, también ha publicado poesía y teatro- y cuenta con una amplia carrera en los medios, entre ellos El País y el ABC, en los que fue, respectivamente, corresponsal en África y en Nueva York. Su trayectoria como escritor incluye, sobre todo, un buen número de libros de “viajes”, de los cuales son sus Cuadernos africanos, que vieron la luz en 1999, los que han gozado de una mayor repercusión. Xavier Aldekoa, que, pese a su larga experiencia viajera y periodística, no llega a los cuarenta años, es, además de colaborador habitual de La Vanguardia, autor de algunos libros imprescindibles sobre el continente negro, como Océano África, Hijos del Nilo o Indestructibles. En 2010, cuando se cumplieron los cincuenta años de la independencia de un gran número de países africanos, dediqué dos programas al gozoso aniversario, con textos, precisamente, de Aldekoa, en Buscando leones en las nubes, mi otro espacio de Radio Universidad ya mencionado. Y así ocurrirá también con las cuatro emisiones que aparecerán en los próximos meses, centradas en este África adentro que ahora presento. 

Con sucintas, algo conceptuales y anecdóticas ilustraciones de Cintia Fosch, el libro recorre el pasado, el presente y el futuro de África, con reflexiones sobre el olvido al que “Occidente” condena a esa vasta región del mundo; sobre los estereotipos que limitan nuestra comprensión de su realidad; sobre los movimientos sociales emergentes; sobre el impacto de las nuevas tecnologías; sobre las consecuencias del cambio climático y la consiguiente desertificación acelerada de gran parte de su territorio; sobre las potencias emergentes en la zona; sobre las migraciones, internas y externas; sobre el papel de las organizaciones humanitarias; sobre el feminismo y la novedosa aparición de un liderazgo femenino; sobre su belleza y sus contradicciones; sobre las grandes crisis del continente, con mención expresa al genocidio de Ruanda y a las guerras en la República Democrática del Congo, motivo especial de interés y preocupación para el vigués y el catalán, respectivamente; sobre el modo en el que el periodismo cuenta la realidad africana, con el recuerdo inevitable de Ryszard Kapuściński, entre otros temas muy sugerentes para quienes estén interesados en conocer esas muy atrayentes sociedades. 

En las Navidades de 2019 la editorial Salamandra presentó un libro entrañable, muy adecuado para el regalo, bajo una rúbrica muy significativa, como se verá, 100 años, y con un subtítulo también sugestivo, Lo que la vida te enseña. Escrito por una periodista alemana de, que yo sepa, nula trayectoria literaria, Heike Faller, e ilustrado con primorosas estampas del italiano Valerio Vidali, el libro, que se ofrece en traducción del alemán de Susana Andrés, es una delicia, una maravilla delicada y sensible que, pese a carecer de pretensiones literarias, proporciona al lector una experiencia muy grata y emotiva, reveladora y luminosa. 

En un centenar largo de capítulos (uno por cada año de vida hasta los cien, más algunos adicionales intercalados entremedias), Faller y Vidali repasan los grandes hitos -grandes en su significado profundo, íntimo, más allá de su, en el fondo irrelevante, trascendencia “objetiva”- de cualquier existencia humana, resolviendo en un par de frases, que brotan como esclarecedores aforismos, como revelaciones deslumbrantes, como fogonazos extraordinariamente evocadores, las vivencias comunes a todos los seres humanos que se concretan en algunos momentos sustanciales de nuestro breve, intenso, doloroso, emocionante, hermoso, sorprendente, milagroso y estimulante avanzar por la vida. Sonríes por primera vez en tu vida, y los demás te devuelven la sonrisa. Así empieza, con esa “instantánea” del recién nacido, el recorrido, entre poético y filosófico, sencillo y a la vez profundo, que nos proponen los autores por el itinerario “biográfico” de cada uno de nosotros, un camino repleto de experiencias en el que se suceden los descubrimientos, los motivos para la admiración, el aprendizaje, los enamoramientos, decepciones, cambios, logros, propósitos, confidencias, enseñanzas, placeres, sueños, sufrimientos, ilusiones, pérdidas, ocasiones para las pequeñas (y alguna grande) felicidades, afectos, costumbres, hallazgos, recuerdos, sorpresas, renuncias, complicaciones, arrepentimientos… Con su planteamiento en apariencia simple, de una inocente candidez, 100 años provoca en el lector, que avanza por las páginas del libro con la sonrisa en la boca, embargado de nostalgia y una dulce melancolía, una cascada de emociones y un cúmulo de reflexiones sobre el crecimiento y el paso del tiempo, la soledad, la identidad, el amor, la aceptación, la pareja, la paternidad, la familia, el asombro, la amistad, la vejez, la muerte. 

La idea de escribir este libro surgió al observar a mi sobrina recién nacida arropadita en su cuna y mirando al mundo que la rodeaba, confiesa la autora en las palabras finales del libro, en las que explica el origen, la intención y el proceso de creación de su obra. Y añade, dirigiéndose a la pequeña: Qué viaje tan peculiar te espera. Y eso es 100 años, un mágico viaje, lleno de curiosidad, encanto y sensibilidad, por el desbordante proceso de aprendizaje en que consiste nuestro vivir. Para nutrirse de “material” para su libro se entrevistó con infinidad de personas, de edades distintas, de toda clase y condición, desde un antiguo director general de un grupo de empresas de la República Democrática Alemana, con el que habló, en el jardín de su casa, sobre la necesidad de arriesgarse en la vida, hasta la madre de familia de inmigrantes sirios, con seis hijos, con la que conversa en el suelo de cemento de un sótano de Estambul que han convertido en su vivienda, y en el que sobreviven a la triste pérdida de dos sobrinos; desde un joven estudiante nigeriano en Lagos, voluntarioso y motivado en sus estudios, hasta una profesora en la Alta Baviera que había encontrado a su media naranja a los sesenta y cuatro años; desde una pintora berlinesa, muy afectada por la demencia senil de su marido, hasta una escritora de Londres de noventa y cuatro años, que recuerda su infancia con escéptica nostalgia, o una pareja de ancianos, también nonagenarios, que convierten la elaboración y el envasado artesanal de la mermelada de mora un motivo para “filosofar”, de un modo muy bello y sereno, sobre el sentido de la vida. A todos ellos les formuló la misma pregunta: ¿Qué te ha enseñado la vida?, y con sus respuestas, que en ocasiones trasladó íntegramente al texto, y con sus propias ideas y las del ilustrador (a veces el dibujo que le enviaba Vidali era el desencadenante de los pensamientos de Heike), construyó este cautivador y emocionante libro. 

Con mi quinta propuesta de hoy cambio radicalmente de tercio para adentrarme en un universo, el cinematográfico, que a partir de la semana próxima va a protagonizar las emisiones de Todos los libros un libro durante todo el mes de febrero, en esta época del año en que, normalmente se celebran las ceremonias de entrega de los más prestigiosos premios del mundo del cine (este año, la destructiva pandemia ha trastocado también estos rituales consolidados desde hace décadas, y tanto los Oscar como lo Bafta se han pospuesto hasta abril). Quiero hablaros de un espléndido libro, una completísima enciclopedia sobre el tema, que en una edición de Paul Duncan y Jürgen Müller, presentó en 2017, con el título Cine Negro, la editorial Taschen. Con traducción del inglés de Mariona Gratacòs i Grau, la voluminosa obra -más de seiscientas páginas profusa y brillantemente ilustradas- repasa la historia entera del cine policiaco en una oferta desbordante de consulta indispensable para cualquier amante del género. Un libro, por lo demás, capaz por si solo de sembrar en el lector la pasión por las películas policiacas, induciendo en él la urgente necesidad -y no exagero- de hacerse con los DVDs de los filmes y lanzarse a la aventura de verlos, uno tras otro, disfrutándolos en una visión enriquecida por los valiosos análisis del texto. 

La sola enumeración de los títulos de los distintos capítulos ya resulta muy atrayente. Tras una introducción que se presenta bajo la rúbrica ¿Qué es el cine negro?, nos encontramos con secciones llamadas El crimen perfecto, La pesadilla fatalista, La carga del pasado, Las películas sobe grandes golpes, El docu-noir, Amor a la fuga, Violencia masculina, La mujer en el cine negro, El detective privado, Oscuridad y corrupción; y con una coda “final” (que ocupa más de cuatrocientas páginas del volumen) que incluye los cincuenta mejores filmes del cine negro según los autores. Cada apartado cuenta con un breve comentario que sitúa el tema respectivo y, sobre todo, con una desbordante profusión de imágenes, fotogramas, fotos fijas, carteles originales, todos ellos de una extraordinaria calidad, conformando una obra magnífica, predominantemente visual. La misma estructura -análisis sucinto, imágenes clave, pósteres, líneas de diálogo, información sobre actores, directores y guionistas- se sigue en la presentación de cada una de las películas seleccionadas, entre las que están, obviamente, todas las grandes del género, clásicos indiscutibles de la historia del cine en general: Rebeca, El último refugio, El halcón maltés, La sombra de una duda, Obsesión, La dama desconocida, Perdición, Luz que agoniza, Laura, La mujer del cuadro, Historia de un detective, Concierto macabro, Alma en suplicio, El desvío, Que el cielo la juzgue, Gilda, El cartero siempre llama dos veces, El sueño eterno, Forajidos, El callejón de las almas perdidas, Retorno al pasado, La brigada suicida, La dama de Shanghai, Yo creo en ti, Los amantes de la noche, La fuerza del destino, El tercer hombre, Al rojo vivo, El demonio de las armas , Noche en la ciudad, En un lugar solitario, La jungla de asfalto, El crepúsculo de los dioses, Manos peligrosas, La ventana indiscreta, Las diabólicas, Agente especial, Rififi, El beso mortal, La noche del cazador, Atraco perfecto, Chantaje en Broadway, Sed de mal, Vértigo (De entre los muertos), El cebo, Asesinato por contrato, Apuestas contra el mañana, El fotógrafo del pánico, Psicosis y Tirad sobre el pianista

La lista de directores es también inmejorable y aparece encabezada por Alfred Hitchcock, director de hasta cinco títulos de entre los elegidos, seguido por, con dos menciones cada uno, John Huston, Orson Welles, Billy Wilder, Raoul Walsh, Robert Siodmak, Nicholas Ray y Jules Dassin, y, a continuación, por una larga serie que incluye a Luchino Visconti, George Cukor, Otto Preminger, Fritz Lang, Edward Dmytryk, John Brahm, Michael Curtiz, Edgar G. Ulmer, John M. Stahl, Charles Vidor, Tay Garnett, Howard Hawks, Edmund Goulding, Jacques Tourneur, Anthony Mann, Henry Hathaway, Abraham Polonsky, Carol Reed, Joseph H. Lewis, Samuel Fuller, H.G. Clouzot, Joseph H. Lewis, Robert Aldrich, Charles Laughton, Stanley Kubrick, Alexander Mackendrick, “nuestro” Ladislao Vajda, Irving Lerner, Robert Wise, Michael Powell y François Truffaut, grandes nombres todos, en su mayoría con sus películas más representativas estrenadas entre 1940 y 1960, la época dorada del género. 

Los textos corresponden a autores diferentes, citados en el colofón de la obra, bajo la supervisión de Alain Silver, productor, crítico e historiador de cine, con una veintena de libros relacionados con el séptimo arte, y de James Ursini, doctorado en cine y profesor de la materia en universidades americanas, además de colaborador y coeditor de hasta once libros de cine con Alain Silver. Los editores de Cine negro, Paul Duncan y Jürgen Müller, son también, respectivamente, historiador de cine e historiador y crítico de arte, y ambos cuentan con una larga trayectoria de publicaciones para Taschen. 

Mi última referencia de esta semana es un librito delicioso, un clásico menor, pero que hubiera podido aparecer sin desdoro en la anterior emisión del programa. Se trata de Los diarios de Adán y Eva, una obra breve, aunque preciosa, de un Mark Twain más conocido por sus grandes novelas, Huckleberry Finn o Tom Sawyer, que de chicos tanto placer nos proporcionaron a muchos. El libro ha conocido en nuestro país infinidad de ediciones, lo cual no es raro dado que cuenta con más de cien años a sus espaldas, pero la versión que ahora os presento es una relativamente reciente, publicada por la editorial Impedimenta por primera vez en mayo de 2015 y en una segunda reedición a finales de 2019. La obra se ofrece con una nueva traducción a cargo de Gabriela Bustelo Tortella, que cuenta con una amplia y reconocida experiencia profesional, y complementada con magníficas estampas de Sara Morante, artista multipremiada y con una trayectoria consolidada en la ilustración de obras literarias; unos dibujos que, por sí solos, merecen la compra del libro. 


Traduje parte de estos diarios hace años, y un amigo mío imprimió unos cuantos ejemplares, incompletos, que nunca llegaron a ponerse a la venta. Desde entonces, he conseguido descifrar algo más de los jeroglíficos de Adán, y me da la sensación de que ahora, finalmente, se ha convertido en una figura pública de relevancia suficiente para justificar la publicación de este libro. Así, con esta nota introductoria en la que aflora ya la ironía del autor, que impregnará el libro entero, se abre Los diarios de Adán y Eva. Con el conocido recurso del manuscrito encontrado, forzado hasta el límite al ser nuestros “padres primigenios” los supuestos autores de los fragmentos dados a conocer por Mark Twain, en apenas setenta páginas, de las que casi la mitad corresponden a las ilustraciones, nos adentramos en una muestra de breves textos que recogen las ingenuas reflexiones de unos seres que contemplan el mundo que les rodea con una mirada inocente, a caballo de la perplejidad y el entusiasmo, de la admiración y el desconcierto. 

Las notas con las que ese hombre y esa mujer primordiales reflejan los modestos y a la vez sorprendentes avatares de una existencia en la que cada objeto, cada animal, cada planta, cada fenómeno, cada situación, cada nueva experiencia vivida, constituyen un milagro maravilloso y como mágico, se presentan con una prosa sencilla y sin pretensiones, muy simple y, sin embargo, llena de dulzura y sensibilidad, de humildad e inteligencia. Adán, en la parte de los diarios en la que él es el narrador, vive relativamente tranquilo en lo que él mismo ha denominado “El jardín del Edén” hasta la llegada de Eva. La súbita irrupción de ese extraño ser lo desazona: Esta nueva criatura de pelo largo es un verdadero estorbo. Siempre anda merodeando a mi alrededor y me sigue a todas partes. No me gusta nada, porque no estoy acostumbrado a la compañía. Ojalá se fuera a pasar el rato con los otros animales… A partir de ese descubrimiento inaugural, su mundo cambia, ya no hay un yo que mira el mundo, independiente y solitario: Hoy está nublado y el viento sopla del Este. Me da la sensación de que tendremos lluvia… ¡Un momento! ¿Quiénes tendremos lluvia? ¿Nosotros? ¿De dónde habré sacado esa palabra? ¡Ah, sí! La usa la criatura nueva. Twain reescribe su historia con sarcasmo y mordacidad, con emoción y ternura, en un relato que no resistiría el análisis de la corrección política actual (esperemos que a nadie le dé por “cancelarlo). 

Adán se agobia, ve invadido su espacio, desbordado por la actividad de Eva, que lo sigue a todas partes, hablando sin parar -yo adoro hablar-, empieza a poner nombres a los animales y a los lugares (“parque de las cataratas del Niágara”, impondrá, como nueva denominación del “paraíso”), establece reglas -no pisar el césped-. En su relato lo vemos refunfuñar, quiere cambiar de aires, se sube a los árboles para huir de la enojosa presencia de su compañera, acaba por odiar los domingos -Ya pasó, por suerte, es su única anotación en esos días de la semana- desde que ella los ha convertido en jornada de descanso obligatorio, no entiende las absurdas preocupaciones de la mujer por cambiar el estado natural de las cosas. Además, en su afán por experimentar el mundo que la rodea, Eva caerá en la trampa de la serpiente -hilarante el episodio del engaño, el reptil aludiendo a la castaña como fruto prohibido y, en consecuencia, la mujer comiendo la apetitosa manzana- y traerá la muerte a aquel idílico universo (Eva había probado el fruto de ese árbol y la muerte había llegado al mundo). 

Eva, en las páginas que ella misma “escribe”, muestra su distinta visión de los hechos. Frente al pragmatismo de Adán, a su fría practicidad, se preocupa de la belleza, se mira arrobada en el espejo de las aguas, llora y se conmueve, es sensible, contempla extasiada la luna, las estrellas, juega con los animales, admira las plantas, ama las flores, vive en una exaltación permanente: La esencia y el núcleo de mi carácter lo constituye el amor por la belleza, la pasión por la belleza, anotará. 

Y aparece Caín, y más tarde Abel, ella los cuida tierna y maternal, Adán se extraña de su insólita presencia, se asusta, teme por el peligro que puedan representar -¿serán peces, canguros, osos?-. Y pasan los días, los meses, los años, Adán acaba por acostumbrarse a Eva, la echa en falta, la necesita. Y Eva lo extraña, lo echa en falta, lo necesita. Y poco a poco va apareciendo, escondido, sin apenas formularse, el amor, con su misterio, la turbación, la necesidad, el ansia de compañía y el consuelo frente a la soledad, el cariño y la alegría, la nostalgia de la ausencia, el deseo. Vivir sin él no sería vida, escribirá ella, cuarenta años después. Y Adán, en la tumba de ella: Dondequiera que ella estuviera, allí se hallaba el Paraíso

Una obrita inolvidable, deliciosa, un gozo de lectura, una belleza que no deberíais perderos. Os dejo ahora con un emotivo fragmento del diario de Eva, en el que habla, en términos conmovedores, de su sentimiento hacia Adán. Después, y conectando con el libro de Aldekoa y Armada, un tema de una cantante maliense que me entusiasma, Fatoumata Diawara. Kanou es su título. 


Al volver la vista atrás, el jardín me parece un lugar de ensueño. su belleza era para mí insuperable, arrebatadora, y duele saber que jamás volveré a posar mis ojos sobre él. 

He perdido el jardín, pero me siento afortunada de haberlo encontrado a él. Me quiere en la medida en que sabe querer, y yo le quiero a él con toda la fuerza de un carácter apasionado, propio de mi juventud y de mi feminidad, creo yo. Pero si me pregunto por qué le amo, me encuentro con que no sé dar razones, y lo cierto es que me importa bien poco conocerlas. En mi opinión, esta clase de amor no es producto de la razón y de las estadísticas, como lo es el amor por los reptiles y los animales. Y así ha de ser. Adoro a ciertos pájaros por su bello canto, pero a Adán no lo adoro por su manera de cantar, ni mucho menos. Cuanto más canta, menos me acostumbro a oírle. Sin embargo, le pido que cante, porque quiero llegar a apreciar todo lo que a él le interesa. Estoy segura de que eso mismo sucederá con su modo de cantar, porque al principio me resultaba insoportable, pero ahora, al menos, lo aguanto. Su canto agría la leche, pero no importa, me acostumbraré a la leche agria. 

No le amo por su inteligencia, no, se trata de algo bien distinto. A él no se le puede hacer responsable de su cerebro, ni para bien ni para mal, pues no fue cosa suya. Todo él es obra de Dios, y con eso basta. A mi parecer, su existencia obedece a un propósito sabio que se definirá con el tiempo, aunque no creo que se manifieste de golpe. Además, no hay prisa alguna. Por ahora, él está bien como está. 

No le amo porque sus costumbres sean nobles y consideradas. No, porque en cuestión de modales falla bastante, pero está bien como está, y, además, va mejorando con el tiempo. 

No le amo por su destreza manual, no, se trata de algo bien distinto. Creo que la tiene, y no entiendo por qué me la oculta. Me produce un enorme pesar. Por lo demás, ahora se muestra franco y sincero conmigo. Tengo la convicción de que este talento suyo es lo único que me oculta. Me duele que se guarde un secreto, y hay noches en que la idea me quita el sueño, pero estoy resuelta a dejarlo pasar. No será esto lo que enturbie siquiera mi felicidad, que, por lo demás, es completa. 

No le amo porque sea instruido, no, se trata de algo bien distinto. Él ha estudiado por su cuenta y sabe infinidad de cosas, pero ninguna de ellas es correcta. 

No le profeso amor por su caballerosidad, no, se trata de algo bien distinto. Me delató, pero no le culpo. Es una característica típica de los hombres, según creo, y no fue precisamente él quien creó al género masculino. Es evidente que yo no le hubiera delatado, antes me habría dejado matar; pero esta es una característica típica de las mujeres y no puedo presumir de ella, porque tampoco yo creé al género femenino. 

Entonces, ¿por qué le amo? Pues sencillamente porque es masculino, creo. En el fondo es una buena persona, y por eso le quiero, pero, aunque no lo fuese, también sería capaz de quererle. Incluso aunque me pegara o me insultara, seguiría queriéndole. Lo sé. Sospecho que todo gira en torno al sexo, a decir verdad. 

Es fuerte y guapo, y por eso le quiero. Le admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarle aunque no tuviera ninguna de esas cualidades. Si fuese feo, también le amaría. Si fuese un desastre absoluto, le amaría, y trabajaría para él y le atendería con devoción, y rezaría por él y velaría junto a su lecho hasta que muriese. 

Sí. Creo que le amo simplemente porque es mío y porque es masculino. No parece existir otra razón. Por tanto, viene a ser lo que dije al principio: esta clase de amor no es producto de la razón ni de las estadísticas. Simplemente sucede -sin que nadie sepa cómo- y no tiene explicación posible. Ni la necesita. Esto es mi opinión. Pero tan solo soy una jovenzuela, la primera que se dedica a estudiar esta materia, y podría ser que, debido a mi ignorancia e inexperiencia, no haya acertado en mis conclusiones.
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Miscelánea enero 2021. Varios

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