Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 15 de diciembre de 2021

MARINA AMARAL Y DAN JONES. EL COLOR DEL TIEMPOHANS-MICHAEL KOETZLE. 50 FOTOGRAFÍAS MÍTICAS

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Como sabéis nuestros seguidores habituales, la cercanía de las fiestas navideñas me ha llevado a ofreceros, en estas semanas postreras del año y antes de las vacaciones, un ciclo de recomendaciones de lectura centrado en los que en el mundo anglosajón vienen llamándose, de un modo significativo aunque algo ambiguo, coffee table books, libros que, en principio, no interesarían tanto por su contenido como por su continente, volúmenes de exquisita presentación formal, de dimensiones habitualmente considerables, ideales para “depositar” sobre las mesitas bajas de nuestras salas de estar, en donde languidecerán como objetos decorativos que solo de manera ocasional se abrirán para su consulta o, algo mucho más improbable, su lectura. Libros que, por ello, por su condición en cierto modo “ornamental”, pueden resultar un excelente regalo para encargar a Papá Noel o los Reyes Magos, ya que con ellos hay una casi total seguridad de “acertar”, pues sin duda el encanto y la belleza que encierran pueden ser apreciados por cualquier destinatario, incluso aunque no se trate de un inveterado lector. No obstante, las obras que os quiero presentar en esta serie no encajan del todo en esa reduccionista y algo caricaturesca caracterización, pues, siendo, en efecto, libros de edición muy cuidada y, en general, bellísimos, capaces de estimular nuestros sentidos -el tacto, la vista- por la calidad de sus imágenes, lo precioso de sus reproducciones, lo esmerado de su acabado y la delicia que se deriva de su manejo, resultan atractivos también por las propuestas de lectura que contienen, con textos sugestivos que inducen a la reflexión, amplían nuestros conocimientos y despiertan el interés por los temas de los que se ocupan. 

Hace quince días comparecía aquí una novela de culto, Seda, de Alessandro Baricco, en su brillante edición de Edelvives, con las magníficas ilustraciones de Rébecca Dautremer. Esta semana, llevado por un afán personal de mostraros, a través de los libros, manifestaciones diferentes del arte, la cultura y la literatura, el territorio a explorar será el de la fotografía, con algunos libros muy interesantes sobre la materia. El programa se articula sobre un eje central, para cuya ilustración os traigo dos títulos, cada uno de los cuales recoge sendas antologías de lo más destacado de la historia del arte fotográfico. 

El desencadenante de mi propuesta de esta tarde surge con la publicación, hace escasos meses, de El color del tiempo, un soberbio volumen, a cargo de Marina Amaral y Dan Jones, presentado, como digo, en este 2021 por Desperta Ferro Ediciones. El libro, más de cuatrocientas páginas bellamente ilustradas y con textos traducidos por Jorge García Cardiel, recoge en once capítulos los sucesos más destacados de otras tantas décadas, las que van desde 1850 a 1960, a través de doscientas imágenes significativas -muchas de ellas emblemáticas, convertidas ya en iconos culturales e incorporadas por derecho propio al inconsciente colectivo de la humanidad entera- del recorrido del ser humano por nuestro pasado reciente. No es casual, pues, que el subtítulo con el que se presenta la obra sea Una historia visual del mundo, pues en ello precisamente consiste la propuesta de Amaral y Jones, en una formidable lección de historia que se construye a partir de ciertos episodios escogidos fijados en la imperecedera instantaneidad de unas fotografías de una calidad, un simbolismo y una representatividad excepcionales. Pero El color del tiempo contiene aún, más allá del interés intrínseco que encierra ese deslumbrante paseo por la Historia, otro aliciente que lo hace único y que tiene que ver, de nuevo, con un elemento al que apunta su título: el color. Y es que el libro narra esta singular historia del mundo contemporáneo a través de unas fotografías que, tomadas originariamente en blanco y negro -los tonos en los que nos representamos el pasado-, han sido coloreadas, con mimo y precisión, tras un arduo trabajo de investigación y documentación y con un soberbio uso de la tecnología digital, por Marina Amaral, una muy creativa y cuidadosa artista brasileña, y complementadas después por los breves textos, sustanciosos y muy explicativos, de Dan Jones, historiador británico. Este libro constituye un intento de retornar el brillo a un mundo desaturado. La muestra es una historia en color. Las páginas siguientes páginas reúnen doscientas fotografías (…) En origen, todas eran monocromas, pero se han coloreado digitalmente para permitirnos contemplar con una nueva luz una época sensacional y transformadora de la historia humana, podemos leer en el texto introductorio. 

Conocida esta circunstancia, esta insólita y admirable peculiaridad “colorista” del libro, no puede sorprender lo, por otro lado, aparentemente arbitrario del marco temporal en el que se inscribe el itinerario histórico del que da cuenta la obra. Y es que 1850-1960 es la “horquilla” (“distancia o espacio entre dos magnitudes dadas”, como reza la decimoprimera acepción del término en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua) que media entre el nacimiento de la fotografía y la popularización de la imagen en color. La, podríamos decir, apagada grisura de esas imágenes pretéritas, que, en virtud de un elemental y conocido proceso psicológico, quedaban reducidas en nuestra mente a una muestra fría, neutra y aséptica de un pasado percibido, por mor de ese blanco y negro distanciador, como lejano y ajeno, se reconvierte, en la fascinante propuesta que ahora os comento, en un testimonio brillante, revelador, cálido y palpitante de unos años, no tan remotos en el tiempo, que reviven, resucitan casi, gracias a la técnica y el talento, a la creatividad y el genio de los dos responsables de este formidable libro. Una obra, por cierto, que tiene su continuidad en otro volumen excepcional, El mundo en llamas. La larga guerra 1914-1945, que con los mismos autores, similar planteamiento e idéntica presentación formal, acaba de aparecer, también en el sello Desperta Ferro. Altamente recomendable, no hay espacio ya, en esta reseña, para comentar sus muchas virtudes, entre las que la variedad, la representatividad, el dramatismo y la emoción que encierran sus imágenes son, quizá, las más relevantes. 

Marina Amaral es una especialista en colorear fotografías en blanco y negro con la finalidad de “dotar de vida al pasado”. Autodidacta y jovencísima, la brasileña ha llegado a convertirse en el principal referente mundial en ese peculiar dominio (con 27 años está en la lista de Forbes de los más influyentes jóvenes menores de treinta) y su obra aparece en los más relevantes medios de comunicación mundiales -la BBC, el Washington Post o Le Figaro, entre otros muchos-, habiendo colaborado igualmente con empresas, museos e instituciones sobresalientes, como, el Canal Historia, People Magazine, New Regency Films, el English Heritage, el New York Times, el Museo de Auschwitz-Birkenau y el National Memorial for Peace and Justice de Alabama. También es la fundadora de Faces of Auschwitz, con una sobrecogedora página web a la que os recomiendo el acceso. Igualmente, ha participado con éxito, en 2018 y 2019, en el Festival Lions de Cannes, el, quizá, más importante certamen de mundo sobre creatividad, diseño y publicidad. Con El color del tiempo, que vio la luz originariamente en agosto de 2018, ha obtenido infinidad de premios, siendo “Libro del año” para distintos periódicos y revistas, entre ellos el Mail on Sunday, el Times o el Daily Mail, que la incluyó entre los Coffee Table Books of The Year, y preseleccionado para el Waterstones Books of The Year y los British Book Awards). 

Por otra parte, Dan Jones es un historiador, locutor y periodista de éxito, con varios libros de repercusión internacional en su haber. Ha escrito y presentado decenas de programas de televisión, entre ellos la aclamada serie de Netflix / Channel 5 Secrets of Great British Castles. Redacta una columna semanal para el London Evening Standard y sus escritos también aparecen en periódicos y revistas como The Sunday Times, The Daily Telegraph, The Wall Street Journal, GQ y The Spectator

El libro es fruto de dos años de trabajo, en los que sus autores estudiaron cerca de diez mil fotografías. Para seleccionar las doscientas elegidas siguieron un criterio muy abierto, que los llevó a alternar personajes famosos y gentes desconocidas, a mostrar distintos continentes y culturas, huyendo de una mirada eurocéntrica, a privilegiar, dentro de los hechos destacados de la historia, los registros de causas nobles, de injusticias, la voluntad de “honrar a los muertos”. Las fuentes son también muy diversas: algunas fotos eran, en origen, copias en albúmina, que exigían un largo proceso de exposición, placas de vidrio al colodión, clara de huevo y nitrato de plata; otras se registraron sobre rollos de película de 35 mm. Hay fotos sacadas para el disfrute personal y otras para su distribución comercial como postales. Hay fotografías que se han conservado en un estado impecable y otras que nos han llegado muy deterioradas por el tiempo. Hay retratos de personajes históricos e imágenes de gentes anónimas. 

El hilo conductor que las une es el cronológico, de modo que el libro propone una narración continua, de la Guerra de Crimea a la Guerra Fría, de la era del vapor a la era espacial, de la época de los imperios a la de las superpotencias. Y todas ellas componiendo un escenario sobre el que danzan titanes y tiranos, asesinos y mártires, genios, inventores y potenciales destructores de mundos. En este sentido, al comienzo de cada capítulo -uno para cada una de las once décadas- se presenta un breve calendario con los principales acontecimientos del período. Acompañando a cada fotografía se adjuntan las sucintas notas explicativas de Dan Jones, que comentan la imagen e informan de su contexto. 

Agrupada cada década bajo explicativos y evocadores títulos -Un mundo de imperios (1850), Insurrección (1860), La era de los problemas (1870), La era de los prodigios (1880), El ocaso de un siglo (1890), Penumbras al amanecer (1900), Guerra y revolución (1910), Los felices años veinte (1920), El camino a la guerra (1930), Destrucción y salvación (1940) y Tiempo de cambios (1950)-, y a partir de la imagen inicial del británico Roger Fenton, uno de los primeros fotógrafos de guerra, llegando a Balaclava, en la península de Crimea, a orillas del mar Negro, en su destartalado carro, repleto de cámaras, placas de vidrio y pertrechos domésticos y profesionales varios, para documentar, con evidente afán de propaganda, el conflicto entre Gran Bretaña, Francia y el Imperio otomano, por un lado, y Rusia por otro, en el libro comparecen, siguiendo el referido itinerario histórico, “detenido” en algunas fotografías memorables, el desmoronamiento de los imperios, Napoleón III, la reconstrucción de París, la Reina Victoria, el SS Great Eastern -el gran buque, uno de los emblemas de la Revolución Industrial, creado para llevar a cabo las singladuras entre la Inglaterra victoriana y las factorías comerciales británicas en la India-, Charles Darwin, el zar Alejandro II, Estambul y el imperio otomano, la mencionada guerra de Crimea y la carga de la brigada ligera en Balaclava, el motín de la India, las guerras del opio, la expansión de los Estados Unidos de América y el exterminio de los nativos, la fiebre del oro, la conexión ferroviaria con Canadá, Garibaldi y la unificación de Italia, Bismarck, el inaccesible imperio del Sol Naciente, Karl Marx, El Capital y la emancipación de la servidumbre, Abraham Lincoln y la abolición de la esclavitud, la batalla de Gettysburg, la más sangrienta de la Guerra de Secesión, la derrota de los confederados sureños, la creación de Liberia como estado africano libre que acogería a los esclavos norteamericanos de vuelta a su “hogar”, Australia y el canal de Suez, la Comuna de París, las Guerras Carlistas, la Guerra Ruso-Turca, Tolstoi, Porfirio Díaz antes de la revolución mexicana, la Larga Depresión de la década de los setenta del siglo XIX, Custer, Stanley, Edison, el rey zulú Cetivayo, las Guerras Anglo-Afganas, el papa Pío Nono, los primeros tranvías eléctricos en Berlín, la Estatua de la Libertad y la Torre Eiffel, el magnate Rockefeller y el primer rascacielos en Chicago, los prodigios de la Exposición universal parisina de 1889, el cruel Leopoldo II de Bélgica, el Sultán de Zanzíbar y el Káiser Guillermo II, las grandes heladas de principios de los años ochenta, la erupción del Krakatoa, Clara Barton, creadora de la Cruz Roja americana, Sarah Bernhardt y los hermanos Lumière, el nuevo olimpismo a partir de los Juegos de Atenas en 1896, los automóviles, el caso Dreyfus, el hundimiento del Maine y las pérdidas de las últimas colonias españolas en 1898, las guerras chino-japonesas y la ítalo-etíope, el Jubileo del Diamante, la celebración de los sesenta años en el trono de la reina Victoria, Mata Hari, los hermanos Wright, Marie Curie, Albert Einstein, el gramófono, la isla de Ellis y sus selectivos reconocimientos médicos, de terribles consecuencias, Butch Cassidy, el terremoto de San Francisco, la construcción del canal de Panamá y la puesta en marcha del Transiberiano, la Guerra ruso-japonesa y la de los Bóer, los Jóvenes Turcos, la muerte de Eduardo VII de Inglaterra y la presencia de nueve reyes en su funeral, Pancho Villa y la revolución mexicana, la revolución china, la expedición de Scott, el hundimiento del Titanic, el estreno de La consagración de la primavera, de Igor Stravinski, las sufragistas, el archiduque Francisco Fernando, cuyo asesinato desencadenaría la Primera Guerra mundial, los diversos frentes de la brutal contienda -el occidental, Gallípoli, el oriental, el Somme, la guerra en el mar, la intervención norteamericana, las mujeres enfermeras en los hospitales de campaña, la deseada firma del armisticio-, Rasputín, el asesinato de los Románov, la gripe española, Lenin y Stalin, el Ejército Rojo, la Gran Hambruna rusa, la Internacional comunista, la división de Irlanda, la hiperinflación alemana, Hitler, el frustrado golpe de estado de Múnich, Mussolini, Libia, Siria, el Rey Faisal y los conflictos en el noreste de África, el cine mudo y el “hombre mosca” de Harold Lloyd, las flappers, los locos años veinte, Louis Armstrong, la Ley Seca, el Ku Klux Klan, los retos geográficos, el Everest, Lindbergh y la travesía del Atlántico, Amelia Earhart, el crack de Wall Street, la Gran Depresión con la imperecedera imagen de la madre inmigrante, en foto de Dorothea Lange, el New Deal, la conversión de Hitler en Führer, la Noche de los cristales rotos, el ascenso del nazismo, Leni Riefenstahl, Abisinia, nuestra Guerra civil, el Cristo Redentor erigido en Río, la guerra del Chaco, Mao, Manchuria y la enésima guerra chino-japonesa, Oriente Medio, Gandhi y la marcha de la sal, la colectivización soviética, la invasión de Polonia por los nazis, la Segunda Guerra mundial y sus escenarios -el norte de África, el frente oriental, Stalingrado, Dunkerke, los bombardeos de Londres, Pearl Harbor, Guadalcanal, los kamikazes, el Día D-, Chamberlain y Churchill, el gueto de Varsovia, la liberación de los campos, la muerte de Mussolini y su amante, Clara Petacci, la Conferencia de Postdam, Hiroshima, el Día de la Victoria -con la icónica foto, que ocupa la portada del libro, del beso del marinero y su chica en Times Square-, la partición de la India, la guerra árabe-israelí, Elvis, Jrushchov, Mao y Ho Chi Minh, la Guerra de Corea, Fidel y el Che, los Duvalier y Haití, Marilyn Monroe, Isabel II, la revolución húngara, la guerra argelina, la rebelión de los Mau Mau, Mandela, la carrera nuclear y la espacial. 

Bastantes de estas fotos están presentes también en 50 Fotografías míticas. Su historia al descubierto, otro espléndido libro, que en edición de Hans-Michael Koetzle presentó en 2011 la alemana Editorial Taschen, paradigma de este tipo de publicaciones y que tendrá un destacado protagonismo en nuestro espacio en las próximas semanas. Hay una edición más reciente del libro en la que se ha cambiado ligeramente el título: Fotografías míticas. 50 fotografías emblemáticas y su historia. Hans-Michael Koetzle es un escritor y periodista freelance establecido en Munich, que se centra, principalmente, en la historia y la estética de la fotografía. Ha publicado numerosos libros sobre fotografía, y en el que ahora os presento nos muestra, aparte de las cinco decenas de imágenes emblemáticas de nuestro tiempo (con solo cinco en color), “las historias detrás de las fotografías más extraordinarias de la historia”, tal y como sugiere el subtítulo del libro. En cada caso, la ilustración gráfica -en reproducciones de un amplio tamaño y una gran calidad- se acompaña de interesantes textos que inciden en la intrahistoria de cada imagen y en, por llamarlo así, su “contenido”, pero son comunes también las reflexiones de índole técnica sobre las aportaciones que supusieron, cada una en su momento, desde el punto de vista de los procesos tecnológicos implicados en su realización y de sus repercusiones estéticas, culturales y en los usos sociales. Además, cada comentario incorpora otras imágenes, documentos, páginas de periódicos y revistas, que ayudan a contextualizar la obra analizada en su espacio y tiempo “reales”. 

El desbordante volumen se articula también, como en la obra anteriormente reseñada, a través de un orden cronológico, aunque esta vez hilado por la poderosa presencia de los autores de las fotos, algunos de los más destacados nombres de este arte. Así, el recorrido que nos propone Koetzle, que va desde 1827 a 2001, constituye más una historia de la fotografía que, en puridad, una historia de nuestra contemporaneidad, aunque, como es obvio, los principales hitos en ambos itinerarios son, en muchos casos, coincidentes. Así aparecen, en una enumeración a vuela pluma que respeta el fluir de los años, las primeras vistas “documentalistas” de Niépce y Daguerre (los daguerrotipos le deben su nombre), que en 1827 y 1838, fotografiaron el panorama desde el estudio y el Boulevard du Temple, respectivamente; las primeras muestras de fotografía no estrictamente realista (y este juego entre la realidad y la fantasía, entre la fiel traslación de “lo que hay” y la fecunda invención de lo imaginado o soñado, aparece, desde el primer momento en el arte fotográfico, al igual que ocurrirá con el cinematográfico, con los Lumière y Mélies, como destacados representantes de ambos enfoques y, en el fondo, de ambas visiones de la vida), las fotos, con un aire onírico, de Hippolyte Bayard, en su Autorretrato como ahogado, de 1840, y Löcherer, que diez años después, recrearía entre evanescentes neblinas la construcción de la gigantesca estatua de Bavaria, en Múnich; los desnudos fruto de la colaboración de Eugène Durieu y Eugène Delacroix; los abracadabrantes experimentos médicos recogidos en 1856 por Duchenne de Boulogne en sus Contracciones musculares; el elogio del desarrollo industrial que subyace al retrato que hace Robert Howlett del ingeniero Isambard Kingdom Brunel, que posa ante un engranaje de recias cadenas del Great Eastern, uno de los mayores barcos de vapor del siglo XIX, que ya había sido coloreado por Marina Amaral; la impresionante foto de la ascensión al Mont Blanc, obra de 1862 de Auguste Rosalie Bisson, que, participando de ese espíritu pionero, innovador y aventurero de la época, refleja también el creciente interés por la naturaleza; el retrato de Sarah Bernhardt, una mujer sin corsés, la gran actriz que pasaría a la historia por su genialidad artística pero también por la legendaria foto, con solo veinte años, del no menos mítico Nadar. Y en el repertorio seleccionado hay un lugar también, cómo no, para la muerte, soslayada en sobrecogedora elipsis en la camisa del archiduque austrohúngaro y emperador de México, Maximiliano de Habsburgo-Lorena, ejecutado por un pelotón de fusilamiento en Querétaro, en 1867; François Aubert fotografía su camisa ensangrentada, atravesada por los disparos (Maximiliano había entregado una onza de oro a cada integrante del pelotón rogándoles que no le dispararan a la cabeza). Pero explícita aparece la parca, un tema “tentador” para el naciente universo de la fotografía, en la imagen de André Adolphe Eugène Disdéri que muestra los cadáveres de una docena de comuneros muertos en los levantamientos parisinos de 1871, así como en la tétrica foto de 1898 en la que Max Priester y Willy Wilcke, que lograron la imagen de modo secreto e ilegal, exponen sin paliativos al fallecido canciller Bismarck en su lecho de muerte. Vida hay, por el contrario, y rebosante de carnal sensualidad, en el retrato de Toulouse-Lautrec en su estudio, obra de Maurice Guibert. 

El cambio de siglo lo protagoniza Karl Blossfeldt, cuyos preciosistas estudios botánicos, muy vinculados al auge de las artes decorativas, encuentran su representación más destacada en la formidable Adianto, bien conocida por el público en general, pues fue la foto en las que se basó una no muy lejana campaña publicitaria de la línea de perfumes de la firma Loewe. Tres sobresalientes dimensiones de la vida social de comienzos del siglo XX, los viajes trasatlánticos, la acelerada velocidad del mundo tecnológico y las inhumanas condiciones laborales, ejemplificada en el trabajo infantil, tienen su cabida en el libro en las fotografías de Alfred Stieglitz, del que ya hablamos aquí a propósito de su relación con Georgia O’Keeffe, que recoge la abarrotada cubierta de un vapor que hace la travesía entre Nueva York y El Havre; Jacques-Henri Lartigue, en una cinética instantánea tomada en el Gran Premio del Automóvil Club de Francia, en 1912; y la pequeña trabajadora de una hilandería en California, una significativa imagen de Lewis W. Hine, el fotógrafo, con manifiesta vocación moral y combativa implicación social, conocido, sobre todo, por sus series sobre la construcción del Empire State Building neoyorquino. Esta dimensión realista y comprometida está presente también en otra imagen icónica, la de los jóvenes granjeros del alemán August Sander, responsable en su obra de infinidad de retratos de sus compatriotas de toda edad y condición. Lo esencial de su propuesta artística se concentraría en un libro, El rostro de nuestro tiempo, prohibido décadas más tarde por los nazis. Y ese tono documental y de denuncia aflora en la mujer ciega retratada por el norteamericano Paul Strand, del que os hablé hace un año en Todos los libros un libro, también en relación con Georgia O’ Keeffe. 

Tras ellos, y en un interesante cambio de tercio, las fotografías seleccionadas en el libro pasan a centrarse en el mundo artístico, con la mil veces reproducida Negra y blanca, el juego de contrastes entre el rostro de una mujer y una máscara africana, en la obra del innovador surrealista (valga la redundancia) Man Ray; el distendido retrato de 1927 de Bertolt Brecht a cargo de Konrad Ressler; y una muestra de la enorme producción de André Kertész, el creador húngaro radicado en París, con tantos vínculos, personales y artísticos, con el cubismo y las vanguardias y que apareció en este mismo espacio en 2017 a propósito de un librito, Leer, que recogía algunas decenas de sus fotos con la lectura y los libros como tema. 

De 1936 son dos de las más representativas y reproducidas imágenes de la historia de la fotografía, que se estudian a continuación, en una nueva vuelta de tuerca al “tono” de libro. En primer lugar, el miliciano abatido en el cordobés Cerro Muriano, la instantánea de Robert Capa, de controvertida ejecución y sobre cuya autenticidad han corrido ríos de tinta (estudios recientes parecen alimentar la tesis de que se trató, en realidad, de un montaje, urdido por el fotógrafo y un soldado de la República). Tras ella, nos “asalta” en el libro, tocando nuestra sensibilidad, la madre emigrante, registrada por Dorothea Lange en un campo de refugiados en Nipomo, California, y cuyo gesto de tristeza, desolación y desesperanza rodeada de sus hijos, míseros y hambrientos, no sólo constituye la representación más fidedigna de los terribles efectos de la Gran Depresión que tan bien recogieron en Las uvas de la ira, John Steinbeck, el Nobel autor de la novela, y John Ford, responsable de su magistral traslación al cine, sino una imperecedera evidencia gráfica del insoportable sufrimiento humano y de la más intolerable injusticia social. 

Otro relevante hito histórico, la explosión en 1937 del Hindenburg, el impresionante zepelín emblema del progresos y orgullo de la técnica nazi, se revela en la impresionante fotografía de Sam Shere. A continuación, y en un radical cambio de registro, apreciamos otra fotografía memorable, mil veces reproducida, la del corsé Mainbocher, que porta, de espaldas, una seductora joven, captada por Horst P. Horst en los estudios de la revista Vogue en París. La imagen, plena de erotismo y seducción, elegancia y provocación, sensualidad y belleza, supone un contrapunto exquisito al comienzo de la segunda guerra mundial que, en esos días de 1939, está a punto de desencadenarse. Y símbolo bélico -a contrario sensu, pues representa el fin de la guerra- es la imagen que capta Alfred Eisenstaedt en su Día de la Victoria. El marinero y la joven que se besan en Times Square, protagonizan una foto que es también la portada del libro, como ocurría en el caso, ya comentado, del de Marina Amaral. La terrible contienda está presente, de modo elíptico, en otra instantánea de 1945, Alemania, del maestro Henri Cartier-Bresson, en la que una víctima del terror nazi reconoce, en un campo de internamiento y a poco de terminada la guerra, a una confidente de la Gestapo; y en una más, formidable y espeluznante, de Richard Peter, la Vista desde la torre del ayuntamiento de Dresde hacia el sur, en la que podemos apreciar la devastación de la ciudad alemana tras los bombardeos aliados. De 1947, aún en la posguerra, es Viena, de Ernst Haas, que recoge un dramático momento en la liberación de soldados alemanes encarcelados por su participación en episodios bélicos. Una madre muestra, con un gesto en el que se aúnan la esperanza y la angustia, la foto de su hijo, militar, confiando en alguien pueda reconocerlo y dar noticia de su improbable paradero. 

Otro beso, y no menos icónico, es el que captó en 1950 otro fotógrafo de leyenda, Robert Doisneau, frente al ayuntamiento de París. En el libro se nos informa de su extraordinaria repercusión popular: más de dos millones y medio de postales y de medio millón de carteles vendidos. La despreocupada felicidad de la pareja se constituyó desde muy pronto en representación de la exultante alegría de la posguerra. 

Siguiendo con el recorrido temporal, Koetzle nos ofrece ahora siete fotografías espléndidas, conjugando escenas comunes protagonizadas por gentes anónimas y personajes y acontecimientos históricos. Así, vemos pasear a James Dean en Times Square, en otra imagen clásica de Dennis Stock. Contemplamos a Barbara embarazada con Shawn, el retrato que Will McBride hace de su esposa con el pantalón vaquero entreabierto para permitir la expansión de su vientre, un escándalo para la Alemania de 1960; Nos sorprendemos con la foto, plena de simbolismo, de Robert Lebeck en que captura el insólito momento en que un joven africano se hace con el sable del rey Balduino de Bélgica, en un desfile militar con el que se celebraba la independencia del Congo. Similar apelación a la libertad se encuentra en la magnífica instantánea de Peter Leibing, un prodigio de oportunidad, en que un soldado del Este salta, uniformado y con el fusil al hombro, la valla de alambre de espino que lo separa del deseado Oeste, en el Berlín de principios de los sesenta. Y libre aparece también, apenas cubierta por un vaporoso velo que no oculta, antes bien, subraya su bellísimo cuerpo, Marilyn Monroe, en la foto, parte de la última serie que la retrataría pocos días antes de su muerte, de Bert Stern. Otro icono, el Che Guevara, queda fijado en una de sus más reconocibles representaciones, obra de René Burri, registrada en el curso de un reportaje en Cuba en 1963, Y mitos son también, en otro ámbito quizás más minoritario, Andy Warhol y The Velvet Underground de Lou Reed y John Cale, a los que fotografió Gerard Malanga a mediados de los sesenta. 

La década siguiente se abre con otra foto de inolvidable y trágico recuerdo, la de Nick Ut, Napalm contra civiles, recogiendo la angustiosa huida de la niña Phan Thi Kim Phúc, corriendo desnuda hacia la cámara, con el cuerpo quemado por el letal combustible, en la interminable guerra del Vietnam. Ejemplificando otros momentos históricos de los setenta, el libro presenta dos fotos, la de Barbara Klemm que muestra a Leónidas Brezhnev y Willy Brandt, en la primera visita de un dirigente soviético a Alemania, tras años de guerra fría, y la sobrecogedora del empresario industrial Hanns Martin Schleyer, secuestrado por el Ejército Rojo, el grupo terrorista germano, en una Polaroid, tomada por los propios terroristas el 6 de septiembre de 1977 y ofrecida al mundo como prueba de vida -y amenaza y chantaje y ultimátum- pocas semanas antes de su asesinato. 

Los motivos, los estilos, los planteamientos y los propósitos que reflejan las ocho últimas imágenes del libro son bien distintos. Está la resplandeciente e inaccesible belleza de las cuatro mujeres que, enfrentadas a sí mismas en una imagen especular, con y sin ropa, “imponen” su poderosa desnudez -eso sí es -empoderamiento”- en una foto “canónica” (en varios sentidos) de Helmut Newton, cuya obra entera, probablemente, sería “cancelada” de vivir estos tiempos de desquiciada corrección política. Radicalmente distinta es La venganza de los peces de colores, una foto “construida”, artificial, escenográfica, de Sandy Skoglund, con una significativa presencia de lo onírico y un tratamiento cercano al mundo publicitario. Y no podía faltar la ambigüedad sexual de Robert Mapplethorpe, sugerida en su imagen de Lisa Lyon, la primera campeona mundial de culturismo femenino. Y comparece lo escatológico, lo perverso, lo excesivo y lo deforme, el horror, la transgresión y el escándalo, elementos todos del inquietante universo de Joel-Peter Witkin, un fotógrafo desasosegante. Y también hay espacio para uno de los más importantes fotógrafos contemporáneos, el brasileño Sebastião Salgado, con una muestra, Kuwait, de su muy ilustrativa serie sobre el trabajo en el mundo. Y en el otro extremo de la vida social, el que representan el ocio y el turismo, el británico Martin Parr ha dedicado toda su carrera artística a reflejar la ordinariez del masivo fenómeno del viaje, las hordas turísticas, los aceitosos cuerpos de las clases media y baja rebosando sordidez en mil y una playas atiborradas. Las ineludibles fotos de grupo, en este caso ante la Acrópolis helena, son una de las manifestaciones destacadas de este aborrecible signo de nuestro tiempo. Los controvertidos desnudos de Bettina Rheims, en su serie Chambre Close, provocan, por su frialdad “deserotizada”, al espectador, más allá del escándalo que suscitaron en 1992. 

El largo viaje de casi dos siglos se cierra con otra imagen que trasciende los límites de la representación para erigirse en símbolo, en esta ocasión de una época que se llega abruptamente a su fin. El 11 de septiembre de 2001 Thomas Hoepker fotografió las Torres Gemelas ardiendo en su Vista de Manhattan desde Williamsburg, Brooklyn. Cinco jóvenes, tranquilos, desenfadados, charlan relajados, sus bicicletas y sus mochilas en el suelo, ajenos a la terrible masacre que, al otro lado del río, el humo que brota de los edificios permite suponer. Como señala Koetzle, el Apocalipsis y el Desayuno sobre la hierba, juntos en una escena de un alto valor representativo. 

En fin, dos muy sobresalientes libros, interesantes tanto en su condición de indispensables documentos históricos como por su calidad formal y su atractivo estético. Dos muy bellos recorridos por la historia de la humanidad en los siglos XIX y XX. Para complementar musicalmente mi propuesta de esta tarde, una canción de Tom Waits, uno de mis artistas favoritos. Picture in a frame es una maravilla que, más allá de la referencia a la fotografía, encierra una muy bella historia de amor.  


“¡A mamá le han pegado un tiro!”, chilló uno de los muchos hijos de Florence Owens cuando estos vieron la fotografía de su madre en el
San Francisco News del 11 de marzo de 1936. Florence, que por entonces contaba 32 años, no había recibido ningún disparo. En realidad, lo que había ocurrido era que un borrón de tinta que parecía un agujero de bala manchaba la frente de su imagen en aquel ejemplar del periódico. Pero aquel retrato, tomado unos pocos días antes en un campamento de migrantes temporeros establecido junto a la Autopista 101, en California, convertiría a la mujer en todo un símbolo. 

Poca gente conocería nunca el nombre de Florence, pero su mirada perdida en la distancia, conjugada con la aparente desesperación de sus hijas sin rostro Katherine y Norma, sintetizaron los peores miedos de los ciudadanos de a pie de Estado Unidos y del mundo entero durante la década de 1930. 

El trabajo escaseaba. Las familias se veían abocadas a la indigencia. La severa recesión económica se había cebado con todos los estadounidenses. En las grandes praderas, unos mil kilómetros al este de California, las sucesivas sequías habían convertido millones de hectáreas de tierra de cultivo en un páramo casi desértico que sería conocido como el Dust Bowl (Cuenca de Polvo). El futuro, si es que había alguno, se presentaba terriblemente desolador. 

La instantánea fue tomada por Dorothea Lange, de cuarenta años de edad. Lange era una fotógrafa comisionada para recorrer el interior del país por la Administración para el Reasentamiento, la agencia federal instituida por el presidente Franklin D. Roosevelt para ofrecer apoyo y compensaciones a quienes habían perdido sus casas y empleos durante la terrible recesión económica desatada por el crac de Wall Street de 1929. 

Florence Owens fue una mujer típica de su tiempo. Descendía de nativos americanos desplazados y se había pasado buena parte de su vida adulta criando diez hijos de cuatro hombres diferentes y viajando con ellos por el país para tratar de ganarse la vida como jornalera. El día en que se topó con Lange, su familia se había detenido en aquel campamento de migrantes temporeros porque el automóvil de la pareja de Florence, un Hudson sedán, se había averiado (y no, como Lange apuntaría en sus notas, porque habían tenido que vender los neumáticos). Al igual que millones de estadounidenses, estaban sucios, hambrientos y exhaustos. 

Es posible, quizás, que no se sintieran tan desesperados como su imagen daba a entender; tiempo después, de hecho, Owens y sus hijos expresarían un cierto resentimiento por la historia que se quiso vender valiéndose de sus rostros. Sin embargo, para el gran público, aquella imagen (que formaba parte de un conjunto de seis, disparadas rápidamente con una cámara Graflex) decía mucho de una sociedad en la que el sueño americano parecía a punto de desmoronarse. 

El propio jefe de Lange, Roy Emerson Stryker, la describió como la fotografía “definitiva” de la época. Esta época de la que hablaba Stryker era un período de creciente oscuridad. La política internacional del momento estaba protagonizada por dos temas gemelos: crisis y catástrofes. El crac de Wall Street había causado estragos por todas América, empujando a la economía global a una Gran Depresión que iba a ser aún peor que la Larga Depresión que había marchitado las economías y las sociedades de todo el mundo a finales del siglo anterior. Pero la severidad de la recesión en términos puramente económicos no fue tan grave como sus efectos sobre las relaciones nacionales e internacionales. En Europa Occidental, el fascismo estaba ya en marcha desde los años veinte, pero para el fin de la década de 1930 se había apoderado de los gobiernos de Alemania, Italia y España. De todos estos países, la situación alemana era la más alarmante. El Partido Nazi de Adolf Hitler, aupado al poder en 1933, comenzó a rearmar Alemania en previsión de una nueva guerra europea, al tiempo que se afanaba en avivar los peores instintos del pueblo alemán en respaldo de sus políticas opresivas y, más tarde, de exterminio contra judíos y otras minorías. 

En el Lejano Oriente, la contienda civil en China quedó interrumpida solo cuando el país entró en guerra con Japón por el control de la disputa región de Manchuria. En la Unión Soviética, el ruinoso programa de colectivización de Stalin condenó a millones de personas a la muerte por inanición. Sudamérica continuaba atenazada por guerras y revoluciones, y en la India las protestas pacíficas contra el gobierno británico se encontraron con represalias en ocasiones brutales. La cuestión de su alguno de estos procesos hubiera acaecido aunque el mercado bursátil estadounidense no se hubiera desplomado en 1929 es discutible e imposible de saber. Pero lo que es seguro es que, durante la década de 1930, el mundo se encamino hacia una ordalía que superaría incluso los horrores de veinte años atrás. 

Es probable que Florence Owens no pensara en nada de todo esto mientras mantenía la mirada perdida más allá de las lentes de la Graflex de Lange. Sus preocupaciones inmediatas consistían en alimentar a sus hijos mayores, amamantar al bebé que sostenía contra su pecho y conseguir que alguien reparara el radiador de su Hudson. Pero, desde el momento en que el obturador de la cámara de Lange se disparó, millones de personas pudieron contemplar su rostro turbado y vieron en él sus propias dudas, tormentos y preocupaciones.
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