Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 22 de diciembre de 2021

GAY TALESE. FRANK SINATRA HAS A COLD  

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a la última emisión de Todos los libros un libro por este año 2021. Con la excusa de las fiestas navideñas, ahora ya a la vuelta de la esquina, nuestro espacio lleva algunas semanas ofreciéndoos recomendaciones que no solo constituyen interesantes propuestas de lectura, sino que encierran además otros “encantos”, visuales y hasta táctiles, pues desde el pasado 1 de diciembre estoy trayendo aquí libros que de un modo más o menos directo encajan en esa difusa categoría que ha dado en llamarse coffee table books, libros de mesa de café, obras que conjugan textos sugerentes, literarios o no, abundante aparato iconográfico -fotografías, reproducciones de cuadros, imágenes varias- y ediciones muy cuidadas, en volúmenes normalmente de gran tamaño, con primorosas presentaciones formales, papel de calidad, encuadernaciones consistentes, cintas separadoras y otros aditamentos de diseño que convierten a dichas publicaciones en objetos de una extraordinaria belleza, apreciables por su exquisito continente, más allá de su siempre apreciable contenido. 

En el caso de esta tarde, y para cerrar de manera sobresaliente esta larga serie de obras que, en otra dimensión no menor, común a este tipo de libros, pueden resultar un formidable regalo en estas dadivosas jornadas de Navidad que se avecinan, os traigo varias sugerencias que se encuadran en la categoría antedicha y que giran sobre un mismo personaje, el ya legendario Frank Sinatra. 

La primera de ellas -y la más relevante- es una nueva edición de Frank Sinatra has a cold, Frank Sinatra está resfriado, la muy conocida crónica, ya legendaria en el género, escrita por el no menos mítico periodista norteamericano Gay Talese. La siempre magnífica editorial Taschen, quizá el sello más representativo de estos coffee table books, presentó hace pocos meses, en este 2021, un volumen deslumbrante que recoge el texto íntegro originario (que se publicó por primera vez en el número de abril de 1966 de la revista Esquire; un artículo que pasa por ser una de las obras más famosas del “nuevo periodismo” del que su autor es un destacado representante) y que incluye además una introducción del propio Talese, reproducciones de páginas manuscritas, correspondencia diversa, documentos varios, imperecederas fotografías de Phil Stern, el único fotógrafo que tuvo acceso a Sinatra a lo largo de cuatro décadas, así como otras imágenes de algunos de los mejores fotoperiodistas de la década de 1960, como John Bryson, John Dominis y Terry O’Neill. El libro, sólo disponible en sus versiones inglesa y francesa, es la edición asequible y “barata” -“sólo cincuenta euros”- de un anterior volumen de coleccionista, también en Taschen, con escasos cinco mil ejemplares numerados, de muchísima mayor calidad (tapa dura con estuche, impresión tipográfica, dos tipos de papel, con encartes y un desplegable) y con un astronómico precio de mil euros. 

La ausencia de traducción al español en la publicación de la editorial alemana puede suplirse por otras vías, porque el texto del artículo está disponible en nuestro idioma en al menos, que yo conozca, dos versiones. La revista mexicana de literatura Letras Libres recogió, en un número de agosto de 2007, la crónica íntegra en castellano con estupendas ilustraciones de Ulises Culebro, aunque sin que conste en ella la referencia del traductor (“Traducción cedida por la revista Gatopardo”, reza la nota que figura al término del artículo). Por otro lado, la editorial Alfaguara recopiló en 2010 algunas de las más destacadas crónicas de Talese en un libro de título Retratos y encuentros, entre las que se ofrece la que ahora nos ocupa. En él, y con la traducción de Carlos José Restrepo, aparecen, además del “retrato” de Sinatra, jugosas aproximaciones a las personalidades de otras figuras emblemáticas de la cultura norteamericana como Ernest Hemingway, Peter O'Toole, el presidente Kennedy, Joe DiMaggio, Muhammad Alí, Floyd Patterson, Joe Louis o, incluso, el cubano Fidel Castro, junto a reportajes sobre sus propios orígenes y su trayectoria profesional, sobre la dificultad creciente de mantener su hábito de fumar cigarros, sobre las interioridades de la revista Vogue, o sobre la fascinante historia de Alden Withman, redactor de necrológicas para el New York Times

Hay, todavía, una nueva referencia “sinatriana” en el espacio de esta tarde. Se trata de una sucinta biografía del cantante que con el título de Frank Sinatra. La Voz y la autoría de Michael Heatley y Mike Gent, publicó en 2012 la editorial Libros Cúpula, uno de los muchos sellos de Planeta. 

En fin, de esta inabarcable -al menos en un espacio que pretende ceñirse a unos limitados treinta minutos- colección de propuestas voy a hablaros en esta postrera emisión del año. Y quiero empezar, como parece razonable, comentando el texto en sí, ese Frank Sinatra está resfriado que pasa por ser uno de los grandes reportajes periodísticos de todos los tiempos (la mejor historia jamás publicada, asegura, con categórico y algo sospechoso énfasis, el equipo de Esquire), no sin antes aportar algunos datos sobre la personalidad de su autor. Quiero comentar también que en mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes, presenté en mayo de 2013, con ocasión del decimoquinto aniversario de la muerte de Frank Sinatra, una emisión en la que seleccionaba algunos fragmentos del reportaje a partir de la versión de Letras Libres, unos textos que aparecían acompañados de una muestra representativa del inagotable repertorio del italoamericano. Anteayer, día 20 de diciembre, recuperé ese programa, con las mismas canciones, pero con el texto traducido por Carlos José Restrepo para Alfaguara. Os remito al blog del espacio para que podáis tener, a partir de él, una idea más completa del planteamiento y el tono del artículo. 

Gay Talese, nacido en 1932 en Nueva Jersey, vive en Nueva York. Colaborador de The New York Times, The Times, Esquire, The New Yorker o Harper’s Magazine, algunas de las cabeceras más destacadas del periodismo cultural -del periodismo a secas- estadounidense, ha escrito una docena de libros, en muchos de los cuales reúne sus columnas, crónicas o artículos, impregnados todos por su singular manera de entender el reporterismo, que le ha llevado a formar, con Truman Capote, Tom Wolfe o Norman Mailer, el cuadro de honor del llamado “nuevo periodismo”. El último de ellos publicado en España es el controvertido El motel del voyeur, que presentó Alfaguara en 2016 y en el que relata la historia del propietario de uno de esos típicos establecimientos hosteleros norteamericanos que, durante años, espió a sus clientes mediante unas cámaras que había instalado en el falso techo de las habitaciones. El repaso que el autor hace de los muy variados hábitos sexuales de los huéspedes, la narración, incluso, de una truculenta historia de muerte por estrangulamiento en uno de los cuartos, pasando por el relato de diversos episodios de espionaje ocurridos en las estancias del motel, provocaron el escándalo en las redes y al debate fuera de ellas por el carácter potencialmente delictivo y, quizá inmoral, de su contenido, pero, sobre todo, por los indicios más que evidentes de que la base sobre la que se escribió el libro era ficticia, multiplicándose las pruebas de la falsedad del relato de dueño del motel. Talese se desmarcó de la polémica alegando haber sido engañado, aunque la ausencia de cotejo de fuentes y la falta de comprobación de la veracidad de la información, han llevado a muchos a cuestionar, cuando el periodista contaba ya 84 años y tras una amplísima y exitosa carrera en la profesión, la pertinencia de sus métodos. 

La introducción que escribe Talese para la edición de Taschen es muy ilustrativa acerca tanto del modo en que se gestó Frank Sinatra está resfriado como, asimismo, de las fórmulas con las que su autor pasó a engrosar las filas del exitoso “nuevo periodismo”. Por de pronto, el reportaje es la muy brillante crónica de una entrevista nunca realizada. En el invierno de 1965 la revista Esquire envió al periodista a Los Ángeles para una entrevista con Sinatra previamente acordada entre su secretario de prensa y el redactor jefe de la publicación. Tras alojarse en una suite del Hotel Beverly Wilshire, en la mítica Rodeo Drive, y pasar su primera noche en ella digiriendo una alta pila de escritos dedicados al cantante, recibió una llamada telefónica de la oficina de Sinatra diciéndole que la entrevista, programada para la tarde siguiente, no se llevaría a cabo. Según su representante, el artista estaba muy molesto por su reciente aparición en los titulares de muchos medios, en los que se especulaba sobre su relación con la mafia, además de que, añadió el portavoz, estaba resfriado. Tal vez cuando se sintiera mejor, continuó el interlocutor, y si la revista accediera a presentar el texto de la entrevista a sus asesores antes de que se publicara, se podría concertar otra cita. Talese se negó cortésmente, apelando a su ética profesional y sugiriendo que podría llamar dentro de unos días por si la salud y el estado de ánimo del cantante hubieran mejorado tanto que fuera factible el encuentro. 

En su segunda semana en Los Ángeles, y tras unas jornadas de entrevistas con diversos personajes del entorno del “divo”, el periodista intentó una nueva cita, pero la oficina del cantante volvió a denegarla con el mismo comentario: Sinatra sigue resfriado. Sin embargo, al día siguiente, Talese recibió una llamada del encargado de relaciones públicas del artista invitándole a asistir, sin opción de conversar con el cantante, a una sesión de grabación de un especial de la NBC, de título Sinatra, el hombre y su música, que se emitiría quince días más tarde. Las dos horas pasadas en el estudio, repleto de una multitud de equipos de televisión, consejeros técnicos, representantes de empresas publicitarias, asistentes, los cuarenta y tres músicos integrantes de la orquesta, jóvenes atractivas, guardaespaldas y simples espectadores, resultaron una formidable fuente de inspiración para un periodista atento a los comentarios, las conversaciones, las miradas, las sensaciones que transmitía aquella fauna heterogénea y singular. 

Fueron tres, por fin, las semanas que Talese pasó en la ciudad angelina -con unos gastos cercanos a los cinco mil dólares, como, dolido, reseña en su texto-, y en ellas, pese a que no llegó a reunirse con el deseado objeto de su interés, sí multiplicó los contactos con infinidad de fuentes cercanas al mito: actores y actrices, músicos, productores discográficos y cinematográficos, el sastre favorito de Beverly Hills, que le hacía las camisas al cantante, uno de sus guardaespaldas (un antiguo jugador profesional de rugby), una mujer de pelo canoso que seguía a Sinatra en sus giras por todo el país con la exclusiva tarea cuidar de sus sesenta peluquines, encargados de restaurantes y numerosas mujeres, amigas o simplemente conocidas, que se habían cruzado con Sinatra en los últimos años. E igualmente contactó con gentes cercanas a los muchos ámbitos de influencia del italoamericano: su compañía discográfica, su productora de cine, su negocio inmobiliario, su fábrica de repuestos de misiles... También habló con personajes más próximos, incluso íntimos, como por ejemplo Frank Jr., su único hijo varón, algo aplastado por el peso de la poderosísima personalidad paterna. 

Con toda esa información, doscientas páginas de notas, de las que el libro incluye alguna reproducción, volvió a Nueva York, donde pasó otro mes y medio dando forma a un reportaje que al final alcanzaría las cincuenta y cinco páginas, incluyendo en él las impresiones extraídas de las conversaciones con los más de cien entrevistados y los detalles recogidos en su observación directa de Sinatra en contextos tan diversos como un bar en Beverly Hills en donde el cantante había estado muy cerca de llegar a las manos con un parroquiano, un casino de Las Vegas donde había perdido una pequeña fortuna jugando al blackjack, o el mencionado estudio de la NBC en donde, tras haber superado su resfriado, había completado una grabación magistral con su voz totalmente recuperada. 

Y es, precisamente, la “ausencia” de la entrevista, la cancelación del cara a cara con Frank Sinatra, que nunca llegaría a producirse, lo que, de manera paradójica, acaba por convertirse en, quizá, el elemento más destacado y singular del reportaje, constitutivo también de lo esencial del método periodístico de Talese, una suerte de acercamiento “envolvente”, un dar vueltas alrededor del personaje, aproximándose a él, rodeándolo, presentándolo de manera indirecta, observándolo en distintas situaciones, y dando cuenta, desde fuera, de lo que esa mirada inteligente y perspicaz, casi objetiva, revela del comportamiento, de la personalidad e, incluso, del alma de su “examinado”. Escribe el autor en su muy ilustrativo prólogo: Qué podría haberme dicho, de hecho, ¿qué me habría dicho, él, una de las figuras públicas más reservadas que existen, que hubiera podido revelarlo mejor que la mirada atenta de un escritor observándolo tanto en el calor de la acción como en situaciones estresantes, escuchando y permaneciendo al margen de su vida? 

Descree Talese de un tipo de reportaje demasiado tradicional, apegado a la literalidad de las palabras del entrevistado, el común en el periodista provisto de magnetofón (en su tiempo) con el que registrar “fielmente” cada una de las expresiones vertidas por su interlocutor (a menudo impostadas, artificiosas, pensadas expresamente para difundir una imagen predeterminada, confortable y edulcorada, de sí mismo). Su opción, llevada a su extremo en la crónica sobre Sinatra, consiste en un incansable trabajo de campo previo, en la escrupulosa precisión en relación con los hechos narrados y, sobre todo, en una extraordinaria agudeza y una afilada perspicacia, capaces de desentrañar, tras el opaco muro revestido de sinceridad que construye el personaje, lo más íntimo de su carácter, lo esencial de su personalidad, su más auténtico modo de pensar. 

Tal modo de proceder aflora de manera ostensible en Frank Sinatra está resfriado. En la edición de Taschen (no así en la de Alfaguara ni en la de Letras Libres), el relato se estructura en torno a seis grandes secciones o “escenas”. En la primera de ellas, En el Daisy, se nos presenta al cantante, a un mes de cumplir los cincuenta, en su club privado de Beverly Hills. Está silencioso, hosco, distante, molesto por su participación en una película que ya no le gustaba y que estaba deseando terminar; harto por su enojosa presencia en los medios a causa de relación con la veinteañera Mia Farrow; enfadado por el documental sobre su vida que estaba a punto de estrenar la CBS y que, al parecer, vertía sospechas sobre su posible amistad con jefes de la mafia; preocupado por su presencia en el ya mencionado programa de la NBC, en el que tendría que cantar dieciocho canciones con una voz comprometida por su resfriado, una dolencia trivial para el común de los mortales, pero que cuando afecta a una estrella como Sinatra puede precipitarlo en un estado de angustia, de profunda depresión, de pánico e incluso de ira. El segundo capítulo, Estudios de la NBC, nos sitúa al cantante en los platós de la emisora televisiva, grabando el espectáculo de sesenta minutos de duración que sería televisado en color a todo el país y que resumiría, a modo de homenaje, los veinticinco años de carrera de Frank Sinatra como artista. Las dificultades de los ensayos, las tomas repetidas, las interrupciones constantes, los desacuerdos con los técnicos, los aplazamientos, puntean la narración. El show, aprovecha la nerviosa y atemorizada presencia ante el televisor del artista y de su familia, expectante ante una pantalla que emite el, a priori controvertido, pero a la postre propicio y hasta halagador, documental de la CBS, para recorrer algunos momentos de la historia de los Sinatra, emigrantes italianos llegados a Estados Unidos a finales del XIX y principios del XX; el padre, Martin, con raíces sicilianas, en Catania, hijo de bombero, la madre, Nancy, hija de un albañil de origen genovés. En Combate en Las Vegas, la cuarta sección de la crónica, Talese muestra a Sinatra, harto de las tres tediosas semanas de grabación, subiendo a su avión privado, dejando atrás las colinas de California, las llanuras de Nevada y la inmensidad de desierto para llegar al hotel The Sands de las Vegas y “desfogarse” un poco asistiendo a la pelea entre Cassius Clay (que ya había cambiado su nombre por el de Muhammad Ali) y Floyd Patterson, un enfrentamiento legendario que concitó el interés del mundo entero (Y es memorable la convincente ambientación con la que se recrea la velada en la que están presentes los apostadores, los viejos campeones, los promotores de boxeo de la Octava Avenida, los periodistas deportivos que critican los grandes combates durante todo el año pero que no se perderían uno solo, los novelistas que parecen identificarse con uno u otro boxeador, las prostitutas locales, con la ayuda de un poco de talento traído de Los Ángeles). El capítulo incluye una escena magistral en la que vemos cómo Sinatra pierde, impertérrito, seiscientos dólares en la mesa de blackjack de The Sands. Asalto a una reina nos lleva, a continuación, a la grabación de la película del mismo título, dirigida por Jack Donohue, en la que un grupo de despreocupados piratas modernos intenta secuestrar y robar el famoso trasatlántico Queen Mary. El rodaje de una tórrida escena entre Sinatra y Virna Lisi centra la acción del capítulo. Por último, en La grabación asistimos a la sesión final de registro de su documental. Con Sinatra en forma, la voz ya en condiciones, la orquesta participa de la excitación del ambiente, los técnicos de sonido asisten entusiasmados desde la cabina de control a un espectáculo electrizante, entregados todos a una suerte de éxtasis provocado por el talento del divo. Todo ha terminado. 

Y con este acercamiento casi “impresionista” a la figura del cantante, el genio del periodista compone -de soslayo, de un modo casi imperceptible, resuelto en una pincelada, en un fogonazo, a través de una mera frase, un adjetivo- un magnífico retrato de Sinatra, de su elegancia, su caballerosidad, su magnetismo sexual y su inmenso atractivo, su generosidad, pero también su ansiedad ante los muchos frentes que ocupan su vida (su propia compañía de cine, su compañía discográfica, su aerolínea privada, su empresa de piezas para misiles, sus bienes raíces en todo el país, su servicio personal de setenta y cinco empleados), sus preocupaciones del momento (el secuestro de su hijo Frank Jr., las expectativas de éxito de sus discos, el temor por la competencia… ¡de los Beatles!, los riesgos que el resfriado entraña para su voz, entre otras muchas), la difícil aceptación de su condición de símbolo, de fenómeno nacional (Frank Sinatra es normal, es el tipo que te tropezarías en cualquier esquina. Pero esa otra cosa, la máscara de superhombre, ha afectado a Frank Sinatra tanto como a cualquiera que vea sus programas de televisión o lea un artículo de revista sobre él), su permanente exposición a la mirada ajena (Frank Sinatra estaba cansado de tanto comentario, tanto chisme, tanta teoría; cansado de leer citas sobre él mismo, de oír lo que la gente decía de él por toda la ciudad), la inquietud por los incipientes síntomas de su decadencia (entre los más jóvenes empieza a ser un desconocido, en ningún caso objeto de adoración), con el límite de los cincuenta años como primera y desoladora frontera de la vejez (los dedos tiesos por la artritis, la “dependencia” del peluquín), su desarraigo (tiene aún algo de muchacho del barrio; sólo que ahora puede llevar consigo el barrio) y su difícil superación del inicial fracaso, su ira, su intransigencia y sus resabios de déspota, sus enfados y su brusca intemperancia, su carácter impredecible, su humor variable, sus accesos de violencia, su impaciencia, su desmesurada y egocéntrica necesidad de atención y reconocimiento, su profunda soledad, pese al abundante círculo de asesores, consejeros y agentes de prensa, de representantes y hombres de negocios ansiosos de dinero, de periodistas y fotógrafos al acecho de titulares (se nos cuenta en el artículo que, en una ocasión, unos paparazzi le hicieron una oferta colectiva de 16.000 dólares para que posara con Ava Gardner; al parecer, Sinatra hizo una contraoferta de 32.000 si le dejaban romperle un brazo y una pierna a uno de ellos), de guardaespaldas y fieles protectores, de muchachas hermosas en busca de la fama o, en el peor de los casos, de una noche con el mito, de buscavidas y aduladores, que lo rodea de continuo. Un séquito que sabe bien que, pese a la atención que de él mendigan, pese a los gestos de simpatía de los que dependen (Él los conoce a todos por el nombre, sabe mucho de su vida personal, desde sus días de solteros hasta sus divorcios, con todos sus altibajos, tal como ellos saben de la de él), hay un abismo entre todos ellos y esa figura en el fondo insondable: No obstante, más les conviene recordar una cosa. Él es Sinatra. El jefe. Il Padrone. Esa faceta “siciliana” de Sinatra queda recogida de modo magistral en una escena que el reportaje ubica en la taberna Jilly's, en Nueva York: Esa noche, decenas de personas, algunas de ellas amistades ocasionales de Sinatra, algunas simples conocidas, algunas ni lo uno ni lo otro, aparecieron a las puertas de la taberna. Se iban acercando como a un santuario. Habían venido a presentar sus respetos. Venían de Nueva York, Brooklyn, Atlantic City, Hoboke. Eran actores viejos, actores jóvenes, antiguos boxeadores profesionales, trompetistas cansados, políticos, un chico con un bastón. Había una señora gorda que decía recordar cuando Sinatra lanzaba el Jersey Observer al porche de su casa allá en 1933. Había parejas de mediana edad que decían haber oído cantar a Sinatra en el Rustic Cabin en 1938, «¡Y supimos que era un triunfador!». O que lo habían oído cuando estaba con la orquesta de Harry James en 1939, o la de Tommy Dorsey en 1941

Subraya Talese, en este sentido, la doble condición de la personalidad de Sinatra. Por un lado, es el hombre mundano, cosmopolita, con sus amigos del espectáculo, del gran mundo de Hollywood, los miembros del llamado Rat Pack -Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford-, Andy Williams, también los Kennedy. Y las mujeres, Liza Minelli, Ava Gardner, Mia Farrow y tantas otras. Por otro, es uno de los que en Sicilia se conoce como uomini rispettati: hombres respetados, hombres que son a un tiempo majestuosos y humildes, hombres amados por todos y muy generosos por naturaleza, hombres cuyas manos son besadas mientras caminan de pueblo en pueblo, hombres que personalmente se afanarían por reparar una injusticia. Y en ambos mundos Sinatra siempre aparece con un aire de extrañamiento, de distancia, ensimismado en una soledad en el fondo desgraciada. Pese a su éxito, pese a su fama, pese al estado de euforia y la exaltada transformación que desprende en sus actuaciones, pese a sus muchos amigos y admiradores, pese a sus innumerables relaciones con mujeres bellísimas, pese al estrecho y amigable contacto que mantiene con su primera mujer (hay, dice Talese, un gran respeto y cariño entre Sinatra y su primera mujer, y desde tiempo atrás él es bienvenido en su casa e incluso se sabe que aparece por allí a cualquier hora, atiza la chimenea, se echa en el sofá y cae dormido), pese al amor de y hacia su hija Nancy, Sinatra está solo y es infeliz (y así, declara: me apunto a cualquier cosa que te ayude a pasar la noche, ya sea una oración, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel's). Provoca ternura el episodio en que, solo en casa (Aunque a Sinatra le encanta estar completamente a solas en casa para poder leer y meditar sin interrupciones, hay ocasiones en las que descubre que pasará la noche solo, y no por elección. Puede llamar a media docena de mujeres y por un motivo u otro ninguna está disponible), se hace servir la cena por su mayordomo, George Jacobs. Terminada la cena, Sinatra le informa que puede irse a casa. Si, en una noche de ésas, Sinatra llegara a pedirle a Jacobs que se quede un poco más o que jueguen unas manos de póquer, él lo haría gustoso. Pero Sinatra nunca se lo pide

Es, precisamente, esa muy notoria sombra de melancolía la impresión última que asalta al lector al finalizar Frank Sinatra está resfriado, una tristeza indefinible que impregna también las opiniones ajenas -de su madre, Dolly, de su hija Nancy, de Ava Gardner, entre otras-, las letras de algunas de sus canciones o los breves apuntes biográficos que Talese incorpora a su texto, intercaladas entre la narración. 

Y melancólico es también el regusto que deja el examen del deslumbrante repaso en blanco y negro a la vida del artista que podemos apreciar en la vertiente fotográfica del excepcional libro de Taschen. Contemplamos así a Sinatra en diversos escenarios de sus películas, en rodajes, viajando en su avión privado, en los instantes de espera entre bastidores, en ensayos, teatros, grabaciones o sesiones en los estudios, en habitaciones de hotel comiendo perritos calientes en alguna pausa laboral o en cenas de gala para recaudar fondos para alguna campaña política, en antesalas de premios o actuaciones, en actos sociales o en los camerinos, concentrado antes de salir a escena. Y se nos muestran también momentos íntimos, aparentemente privados (Phil Stern fue contratado como el “paparazzo” personal del artista y tenía acceso a instantes inaccesibles para el común de los mortales), afeitándose ante el espejo, en la sauna, tomando un tentempié en la cocina, trabajando en su despacho, relajado en su salón con su perro Ringo, bajo el sol en la piscina de alguna de sus mansiones, jugando al golf, o en escenas familiares con sus padres, sus hijas Nancy y Tim o su hijo Frank Jr. Y está, claro, la notable dimensión pública del cantante, que se encuentra -y la cámara de Stern registra todo ello con escrúpulo notarial y maestría técnica- con Nat King Cole, Gene Kelly, Ella Fitzgerald, Harry Belafonte, Leonard Bernstein, Janet Leigh, Tony Curtis, Yul Brynner, Count Basie, Burt Lancaster, Ed Sullivan, John Kennedy, Mia Farrow, o, en una muestra especialmente abundante en el libro, en las muchas ocasiones de fiesta con sus amigos del Rat Pack

Y hay, en un soberbio correlato iconográfico del “espíritu” del texto, muchas imágenes en las que lo vemos solo, reconcentrado, pensativo, ensimismado y con un halo de tristeza, abstraído en un camerino, alejándose en un pasillo, mirando a la cámara en un gesto de profundo desvalimiento. 

Abundantes son también, y espléndidas, las fotografías que recoge el otro libro del que quiero hablaros, al menos brevemente, pues estamos muy fuera de nuestros límites (espaciales, aquí, en el blog, y temporales, de cara a la emisión radiada). Frank Sinatra. La Voz, escrito por Michael Heatley y Mike Gent, se publicó, como he anticipado, en 2012 en la editorial Libros Cúpula. El libro, con un formato voluminoso y en cuidada edición, presenta, en seis grandes capítulos, la biografía del actor y cantante, desde los inicios de su vida y carrera, en los años que van de 1915 a 1940, pasando por la etapa, de 1940 a 1950, de su participación en las Big Bands y su éxito con las baby soxers (las entregadas adolescentes, zapatos planos y cortos calcetines blancos, rendidas histéricas ante el divo), su presencia en Hollywood, de 1950 a 1960, el núcleo del Rat Pack, en la década siguiente, la primera retirada y su regreso a los escenarios, entre 1970 y 1980, y, por fin, hasta 1995 en que daría su último concierto antes de su muerte en 1998. 

La obra responde, pues, a una estructura más convencional que la de la aproximación al personaje que hace Talese, pero igualmente interesante, y, en este sentido, resulta más útil para conocer los pormenores de la vida de Sinatra. Es, además, deslumbrante el aparato documental que ofrece, con infinidad de fotografías (en una muestra más amplia y significativa que la del otro libro), carátulas de discos, escenas de sus películas (algunas de las cuales se analizan y comentan en detalle), letras de sus canciones (“diseccionadas”, en más de un caso, por los autores) e incluso un Cd complementario con dieciocho de sus grandes éxitos. 

No es uno de ellos, sin embargo, el que pone el punto final a esta ya muy larga reseña. El tema elegido es It was a very good year, una de las canciones que, a mi juicio, mejor representa esa melancolía paradigmática de la personalidad del artista. Aquí aparece en una versión de 1965. 


Con un vaso de bourbon en una mano y un cigarrillo en la otra, Frank Sinatra estaba de pie en un rincón oscuro de la barra del bar, entre dos atractivas pero ya algo mustias rubias que esperaban sentadas a que él dijera algo. Pero él no decía nada; había estado callado casi toda la noche, salvo que ahora en este club privado de Beverly Hills parecía todavía más distante, extendiendo la vista entre el humo y la semipenumbra hacia un amplio recinto más allá de la barra donde decenas de jóvenes parejas se apretujaban en torno a unas mesitas o se retorcían en medio de la pista al metálico y estrepitoso ritmo del folk-rock que salía a todo volumen del estéreo. Las dos rubias sabían, como sabían los cuatro amigos de Sinatra que lo acompañaban, que era mala idea forzarlo a conversar cuando él andaba en esa vena de silencio hosco, humor que no había sido nada raro en esa primera semana de noviembre, a un mes apenas de cumplir cincuenta años. 

Sinatra venía trabajando en una película que ya no le gustaba, que no veía la hora de acabar; estaba harto de toda esa publicidad sobre sus salidas con la veinteañera Mia Farrow, que esta noche no había aparecido; estaba molesto porque un documental sobre su vida que iba a estrenar la CBS en dos semanas se inmiscuía en su privacidad e incluso especulaba sobre una posible amistad suya con jefes de la mafia; estaba preocupado por su papel estelar en un programa de una hora de la NBC titulado Sinatra: un hombre y su música, en el que tendría que cantar dieciocho canciones con una voz que en ese preciso momento, a pocas noches de comenzar la grabación, estaba débil, áspera y dubitativa. Sinatra estaba enfermo. Era víctima de un mal tan común que la mayoría de las personas lo consideraría trivial. Pero cuando este mal golpea a Sinatra puede precipitarlo en un estado de angustia, de profunda depresión, de pánico e incluso de ira. Frank Sinatra tenía un resfriado. 

Sinatra con gripe es Picasso sin pintura, Ferrari sin combustible..., sólo que peor. Porque el catarro común le roba a Sinatra esa joya que no se puede asegurar, la voz, socavando hasta el corazón de su confianza; y no sólo le afecta su psique, sino que parece generar una suerte de secreción nasal psicosomática a las docenas de personas que trabajan para él, que beben con él, que lo aman, que dependen de él para su propio bienestar y estabilidad. Sin duda, un Sinatra con gripe puede, en modesta escala, desatar vibraciones por toda la industria del entretenimiento y más allá, tal como un presidente de Estados Unidos con sólo caer enfermo puede estremecer la economía de la nación.
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Gay Talese. Frank Sinatra has a cold

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