SEIS POETAS: GIOCONDA BELLI, ANNE SEXTON, CARILDA OLIVER, IDEA VILARIÑO, LOUISE GLÜCK, WISŁAWA SZYMBORSKA
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de reseñas literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta tarde, la emisión aparece como una suerte de continuación de las de los últimos miércoles. Como sabéis quienes nos seguís habitualmente, coincidiendo con la concesión, en las primeras semanas de octubre, del Premio Nobel de Literatura a la surcoreana Han Kang, he dedicado aquí tres programas a repasar algunos libros de autores galardonados por la Academia sueca y que habían aparecido en las dos emisiones radiofónicas que dirijo, esta desde la que ahora hablo/escribo, Todos los libros un libro, y Buscando leones en las nubes, mi otro programa de música y literatura. Así, por las tres anteriores entregas de la serie han desfilado la propia Han Kang, Albert Camus, Kazuo Ishiguro, Mario Vargas Llosa, Alice Munro, John Galsworthy, Thomas Mann, Patrick Modiano, Bob Dylan, Ernest Hemingway, Orhan Pamuk, John Michael Coetzee, Jean-Marie Gustave Le Clézio y también, en un breve recordatorio pues su anterior presencia en el espacio está aún bastante reciente, Rudyard Kipling y John Steinbeck.
Avisaba entonces de que otras dos premiadas por el jurado de Estocolmo y presentes en mis espacios, ambas poetas, no formarían parte de esa “revisión” porque pensaba incluirlas en un especial dedicado a poesía femenina, compartiendo protagonismo con otras escritoras no galardonadas. Pues bien, este es el objeto de la propuesta que ahora estoy presentando: ofreceros la recomendación de seis poemarios de otras tantas mujeres, de épocas, ámbitos geográficos, idiomas y planteamientos literarios muy distintos, que ocupan un lugar destacado en la historia de la poesía (lamentablemente solo una sigue viva). La poesía no tiene habitualmente demasiado protagonismo en Todos los libros un libro, por lo que espero que mis sugerencias de esta tarde sirvan, en parte, para paliar esa significativa carencia. Anticipo, además, que tras las breves palabras con las que introduciré la obra y la figura literaria de cada una de ellas, os dejaré un poema representativo de su labor creativa. Igualmente, os invito a acceder al blog de Buscando leones en las nubes para escuchar en él un total de hasta dieciséis programas dedicados a estas seis poetas.
Empezaré mi recorrido, precisamente, por la única de cuya presencia activa y aún fecundísima podemos disfrutar. Es más, la tuvimos con nosotros en un acto en la Universidad de Salamanca hace un par de meses. En efecto, Gioconda Belli fue protagonista de la jornada de estudios dedicada a su obra y celebrada el pasado 1 de octubre en la Facultad de Filología. Con esa excusa, innecesaria por otra parte, quiero hablaros de una antología poética, Parir el alba, publicada, en edición conjunta, por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional. El libro, aparecido hace ahora poco más de un año, en octubre de 2023, es consecuencia directa de la concesión, meses antes, en mayo de ese mismo año, del XXXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, otorgado por ambas instituciones a la fecunda autora nicaragüense por su expresividad creativa y su libertad y valentía poéticas. En abril de este mismo año, dediqué dos programas a su obra en Buscando leones en las nubes, que están disponibles en buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com.
Parir el alba es una muy completa antología que recoge unos ciento veinte poemas -cuatro de ellos inéditos-, seleccionados, de entre una decena de poemarios de la autora (cubriendo un arco temporal que se extiende entre 1974 y 2023), por la propia Belli y por la profesora de Literatura Española de nuestra Universidad, María José Bruña Bragado, responsable, igualmente, de la edición, que incluye una detallada nota biográfica, un amplio e ilustrativo estudio introductorio, una muy completa bibliografía y un poema manuscrito de la escritora.
Belli, con una muy larga trayectoria literaria, autora de decenas de libros, novelas y poemarios, galardonada con infinidad de premios en España, Iberoamérica y Europa, muy comprometida políticamente, activista en su país durante muchos años de lucha contra la dictadura de Somoza y exiliada ahora en Madrid a causa, paradoja de los tiempos, de su oposición al régimen de Daniel Ortega, que la ha desprovisto, en un proceso fuera de toda legalidad, de su nacionalidad de origen, es una poeta formidable, con una obra en la que afloran sus preocupaciones vitales más destacadas, singularmente esa implicación política, el compromiso, la militancia revolucionaria. Es notoria, igualmente, la presencia en sus libros del feminismo, la reivindicación de la condición y los derechos de las mujeres. En la antología se recogen también numerosos poemas que giran sobre la escritura y la creación, sobre la aventura de las palabras, sobre, particularmente en los versos más recientes, la vejez y el paso del tiempo en una mujer que, muy bella aún a sus setenta y cinco años, resplandecía en su juventud y madurez.
Pero la Gioconda Belli poeta -como la novelista- quedará en el recuerdo de sus lectores, más allá de los versos que aluden a los temas referidos, por la vertiente a mi juicio más interesante de su creación, el erotismo, el sexo, el deseo, que siempre brotan de un modo exuberante, primitivo, salvaje, ubérrimo, transgresor, tórrido y vital, acorde a los excesos de la naturaleza tropical, en unos poemas en los que la pasión, la intensidad amorosa, la exaltación erótica, el gozo, la atracción de los cuerpos, comparecen con un lenguaje muy rico y fecundo, muy claro y transparente.
Esta dimensión cálida y sensual de su poesía alcanza sus mejores logros cuando, más allá del sexo y el deseo, nos habla del amor, uno de los motivos más destacados -sino el principal- de su obra poética. El amor en todas sus variantes, el amor romántico, el sexual, el erótico, el apasionado, el salvaje, el dulce, el intenso, el fogoso, el animal, el exuberante, el volcánico, el atrevido, el voluptuoso, el ardiente, el irracional, el excesivo. El amor siempre presente en unos versos escritos en un lenguaje muy cercano y accesible, y en los que la fecunda realidad del trópico comparece en abundantes metáforas florales, marinas, frutales, arbóreas, animales, de una ardiente voluptuosidad y una poderosa feminidad, de extraordinaria plasticidad, repletas de algas y árboles y conchas y ríos y frutas y olas y animales y lluvia y lágrimas y besos y cantos y truenos y risa y sudor y abrazos. Una poesía esplendorosa y deslumbrante, alborozada y gozosa, sensible, feliz y llena de vida.
Gioconda Belli. Y dios me hizo mujer
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
La segunda invitada de esta semana es Anne Sexton, que también tuvo dos emisiones de Buscando leones en las nubes, radiadas en noviembre de 2013, centradas en su poesía. Tengo en mi biblioteca cuatro libros -y no sé si hay otros traducidos en nuestro país- de Anne Sexton: El asesino y otros poemas, publicado por Icaria en 1996; Vive o muere, que editó Vitruvio en 2008; Poemas de amor, una edición del “salmantino” Ben Clark, aparecida en Linteo en 2009; y el formidable Poesía completa que también en Linteo vio la luz ese mismo año y que, con traducción, introducción y notas de José Luis Reina Palazón, recoge en más de 900 páginas todos los versos de la autora.
Ni hay tiempo, ni este es el lugar, ni yo tengo la competencia suficiente para profundizar demasiado en las interioridades de la destructiva y psíquicamente inestable vida de la escritora ni en su, consiguientemente, depresiva, angustiada, compleja, torturada, conflictiva, turbadora, descarnada y excesiva obra. Diré tan solo que sus poemas, intensos, difíciles, enrevesados a veces, reflejan el desasosiego, la tragedia, el malestar emocional, la vulnerabilidad, y los desequilibrios de su atormentada vida, a la que la escritora puso fin con solo cuarenta y cinco años. Un día de octubre de 1974 Anne Sexton se puso el abrigo de piel que había heredado de su madre, se bebió dos vodkas, y con un tercero en la mano entró en el garaje de su casa, encendió el motor y la radio de su Cougar rojo y se quitó la vida. Un desenlace trágico, por otro lado previsible, dados los numerosos intentos previos, y también el dolor, la enfermedad mental, el desequilibrio psíquico, los excesos con el alcohol y los desarreglos emocionales que jalonaron su vida.
De todas las referencias bibliográficas que acabo de ofreceros, me quedo, para mi propuesta de esta tarde, con la que presenta sus poemas de amor, que la poeta construye con un estilo y una perspectiva que rompen con los cánones tradicionales de la poesía romántica. El amor de Anne Sexton no es nada convencional, nada complaciente; por el contrario es perturbador, turbulento y caótico, melancólico e infeliz. Sus poemas no son meras exaltaciones de un sentimiento idealizado, sino que revelan un enfoque crudo, personal y, a menudo, doloroso de las complejidades emocionales y físicas de un amor que se muestra como fuerza creadora y, a la vez, destructiva, un amor lejos de su plácida versión romántica, sublime, espiritual, lejos de la armonía, la belleza o la felicidad; y sí, por el contrario, vinculado de un modo inseparable con los padecimientos del cuerpo, con el deseo devorador, con la pérdida y la alienación, con el dolor y el sufrimiento, con la devastación, con la autodestrucción, con el sacrificio, con la quiebra, la ruina y la fractura emocional, con la decadencia, la alienación y la muerte.
Si os decidís a leerlos, os encontraréis con versos repletos de menciones al sexo, a la sangre y la menstruación, al aborto y la masturbación, al engaño, el adulterio y la infidelidad, a los tumores y la enfermedad, a los cadáveres, al cuerpo, a la sexualidad descarnada, a los encuentros físicos, a las pulsiones de la carne, a los deseos íntimos y a las emociones crudas, a las lágrimas y al alcohol. Su poesía nos traslada a atmósferas asfixiantes, claustrofóbicas, angustiosas, impregnadas de peligro, en las que la sexualidad femenina aparece, rotunda, poderosa, libre, desafiante incluso, a través de metáforas intensas, el fuego, la cárcel, las jaulas, las cicatrices, la muerte, la asfixia, la naturaleza salvaje, los ríos desbordados. Y todo ello contado con una voz cercana, inmediata, en un enfoque próximo a lo confesional. Os dejo con un poema carente de la crudeza de la mayoría de sus versos, aunque representativo de su obra y, también, bellísimo.
Anne Sexton. Sólo una vez (traducción Ben Clark)
Sólo una vez supe para qué servía la vida.
En Boston, de repente, lo entendí;
caminé junto al río Charles,
observé las luces mimetizándose,
todas de neón, luces estroboscópicas, abriendo
sus bocas como cantantes de ópera;
conté las estrellas, mis pequeñas defensoras,
mis cicatrices de margarita, y comprendí que paseaba mi amor
por la orilla verde noche y lloré
vaciando mi corazón hacia los coches del este y lloré
vaciando mi corazón hacia los coches del oeste y llevé
mi verdad sobre un pequeño puente encorvado
y apresuré mi verdad, su encanto, hacia casa
y atesoré estas constantes hasta el amanecer
sólo para descubrir que se habían ido.
Carilda Oliver, de cuyo nacimiento se cumplieron cien años el pasado 6 de julio, fue doctora en Derecho, abogada, profesora de pintura, dibujo y escultura, promotora cultural y excelente poeta, llegando a obtener en su país el Premio Nacional de Literatura en 1998. Fue una mujer atrevida, transgresora en su vida personal, pródiga en amantes y maridos, libre e independiente en su dimensión social, irreverente, desprejuiciada y hasta escandalosa en la muy conservadora sociedad cubana de su tiempo, con difíciles relaciones con el régimen castrista que intentó proscribirla y hasta invisibilizarla, aunque solo en el ámbito oficial y en de la crítica literaria, pues su reconocimiento entre la gente era extraordinario, siendo sus obras muy leídas y difundidas. Y es que su poesía, popular ya antes de la revolución castrista, era vista por las nuevas autoridades como tibia ideológicamente, al centrarse el espacio privado, en lo cotidiano, lo doméstico, sin que su escritura, como era preceptivo, manifestase una adhesión ideológica explícita al régimen.
Los temas principales de su poesía son la soledad, la independencia personal, la libertad, los hombres, el abandono, la tristeza y, sobre todo, el amor, el erotismo, la sensualidad, los desvaríos de la pasión, el fracaso, las pérdidas y las carencias amorosas, también la muerte, pues Carilda Oliver encarnaba en vida y obra, al decir de sus estudiosos, el tópico de la femme fatale, una suerte de mito erótico que aúna sensualidad y muerte. De ella se decía que traía la muerte consigo, porque muchos de sus seres queridos, morían inexplicablemente, como si la poetisa fuera una suerte de mensajera de “la dama de la guadaña”. Esa mezcla explosiva y letal de talento y de belleza irresistible, aderezó esta leyenda negra que decía que sus parejas estables, amantes y hasta incluso, sus enamorados, terminaban muriendo o padeciendo las suertes más aciagas, como afirma la profesora Bibiana Collado en un esclarecedor artículo sobre la poeta.
En sus versos prima lo coloquial, lo autobiográfico, lo conversacional, la oralidad, rasgos todos que afloran en poemas que, a menudo, se acomodan a la versificación clásica, silvas, redondillas, cuartetas, décimas, sobre todo sonetos. En ellos destacan el ritmo y la musicalidad que proporciona el uso frecuente de la rima consonante. El libro que hoy os recomiendo es Antología poética, publicado en 1997 por la editorial Visor en edición de Marilyn Bobes. De él he entresacado este soneto, una suerte de muy singular retrato personal, de título, obviamente, Carilda.
Carilda Oliver. Carilda
Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.
Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta…
Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.
En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!
Mi cuarta poeta de esta tarde es, quizá mi favorita de entre todas las seleccionadas. El 28 abril de 2009, murió en Montevideo, en donde había nacido ochenta y ocho años antes, Idea Vilariño, la excepcional poeta uruguaya. La poesía completa de Idea Vilariño está disponible a través de una relativamente reciente edición con ese mismo nombre, Poesía completa, presentada por la editorial Lumen en 2016. Hay otra edición anterior, de 2008, también en Lumen, que es la que me dio a conocer la inolvidable obra de una de las más relevantes poetas de la literatura en español en el siglo veinte.
Idea Vilariño es autora de una obra corta, tanto en lo que tiene que ver con la extensión total de su producción, pues al parecer no llegó a escribir más de 300 páginas, como en la propia brevedad y concisión de sus poemas. Con una temática centrada en el cuerpo, el deseo, el sexo, lo femenino, la atracción, la muerte, el fracaso, la soledad y el miedo y, sobre todo, el amor, el amor conflictivo, desesperado, apasionado, frustrado, imposible, sus versos conmueven y emocionan, por su desesperación y su desgarro, por su arrebato, su sufrimiento, por su dolor y su tristeza. Son poemas formalmente muy sencillos y austeros, muy directos y claros, plasmados en unos versos de gran intensidad, afligidos, desconsolados, rabiosos, crudos, sufrientes y descarnados, muy profundos y emotivos, que penetran con facilidad en el lector, al que impresionan, al que perturban y estremecen. Versos breves, entrecortados, desprovistos de puntuación, regidos por una sencillez (aparentemente) franciscana, como ha escrito Leila Guerriero, en los que se presentan “escenas” que muestran separaciones y desencuentros, amenazas y reconciliaciones, en un clima de desgarro, desesperación e impotencia, de dolor y terrible soledad.
Vivió una tortuosa historia de amor, persistentemente adúltera, agónica, sufriente, con el escritor Juan Carlos Onetti, una relación que, de modo soterrado, puede apreciarse en muchos de sus poemas que, al decir de Mario Vargas Llosa, son un testimonio cifrado de la apasionada y conflictiva aventura sentimental y sexual que compartieron, con sus austeros y lacónicos pero desgarrados y lacerantes versos de dolor animal o de goce, exaltación, frustración y nostalgia -todos los estados del amor pasión condensados en una poesía donde cada palabra, a veces cada sílaba, arde como una brasa, lo que convierte a Idea Vilariño, siempre según Vargas Llosa, en una de las voces líricas más puras y ardientes de la poesía erótica moderna.
Idea Vilariño. Ya no
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
De la poeta norteamericana Louise Glück, Premio Nobel en 2020, ya os había hablado aquí en enero de 2021 a raíz de la concesión del galardón sueco. El desencadenante de mi lectura de la poeta premiada fue un regalo que recibí, el del libro Una vida de pueblo, un poemario de 2009, publicado en España en marzo de 2020, en el siempre cuidadoso y elegante sello de la editorial Pre-Textos, que alberga en su catálogo -muerta en sus almacenes, como ahora explicaré- gran parte de su obra. Como comenté en mi reseña de entonces, merece la pena mencionar, siquiera brevemente, la sorprendente y lamentable peripecia editorial en la que se han visto envueltas las versiones españolas de sus poemas. La ejemplar editorial Pre-Textos se lanzó en 2006, de modo humilde pero obstinado, a la difícil tarea de dar a conocer la obra de una poeta entonces -y hasta la repercusión mundial del Nobel- casi desconocida para el público medio. La perseverancia de sus responsables, la calidad de la obra y la belleza de las ediciones (textos bilingües, traducciones cuidadas a cargo de reconocidos poetas -Abraham Gragera, Ruth Miguel, Eduardo Chirinos, Mirta Rosenberg, Andrés Catalán, Adalber Salas o Mariano Peyrou-, delicadas viñetas de Ramón Gaya en la portada, acogedor formato, elegante tipografía) no fueron suficientes para conseguir cubrir gastos, tras la venta, en catorce años, de apenas algunos escasos centenares de los siete títulos, condenados al olvido y a la indiferencia por parte, incluso, de la crítica especializada. La “lotería” del Nobel resultaba, pues, un acto de justicia poética -nunca mejor dicho- que iba a recompensar la esforzada labor de la editorial independiente y su hasta entonces poco valorada apuesta por la escritora neoyorquina… Y a ello parecían apuntar todos los indicios: “En un cuarto de hora vendimos más libros que en 14 años”, confesaban, exultantes, los editores una semana después de darse a conocer el nombre de la premiada, anticipando la inmediata reedición de los libros ya publicados y augurando la traducción de los otros cuatro o cinco escritos por la autora y sin ver aún la luz en nuestro país.
Al poco, no obstante, en noviembre de 2020, transcurrido un mes escaso del premio, conocíamos por los medios de comunicación que el agente literario de Glück, Andrew Wylie, significativamente conocido en los ambientes culturales como El Chacal, por su planteamiento agresivo y hasta despiadado de las negociaciones entre escritores y editoriales, y que cuenta entre sus clientes con una lista interminable de muy afamados autores en el mundo entero, denunciaba el contrato con Pre-Textos, retiraba al sello los derechos de traducción y difusión de las obras, prohibía la venta de los ejemplares que pudieran obrar en su poder y exigía su destrucción (de hecho, en la página de la editorial cualquier posibilidad de compra de los libros resulta estéril). Ofrecida, al parecer, al mejor postor, la obra de Glück ha aparecido desde esas fechas en la editorial Visor, que se ha hecho con sus derechos. Una historia, en fin, que, pese a que las razones de ambos litigantes puedan ser entendidas, resulta muy triste e insatisfactoria.
Louise Glück, fallecida hace ahora poco más de un año, fue miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras y profesora en diversas universidades. Su obra poética, que alcanza la docena de títulos, le proporcionó numerosos premios aparte de este Nobel de su consagración: el Nacional de la Crítica de su país, el muy prestigioso Premio Pulitzer, el de los lectores del New Yorker, la influyente revista cultural norteamericana, el de la Biblioteca del Congreso, entre otros.
Una vida de pueblo es una maravilla. Con un planteamiento aparentemente sencillo y un estilo austero, transparente, Glück muestra, en una especie de monólogos interiores en los que se aprecia el tono autobiográfico, el discurrir de la existencia en un entorno rural norteamericano. En ellos la naturaleza cobra un especial protagonismo, los ciclos vitales, el paso de las estaciones y su reflejo en el paisaje (Cosas verdes seguidas por cosas doradas seguidas por blancura), las montañas y los campos, las cosechas, el río cercano, los árboles -álamos, olivos, pinos, durazneros-, las hojas, el humo de las fogatas, los animales -la lombriz, el zorro, grillos, cigarras, y perros, y gatos, y ratones, y murciélagos, y gaviotas (estas solo imaginadas)-, los olores -limoneros, naranjos, romero, tomillo, menta-, la tierra, dura, fría, poderosa, la luz, el sol que se cuela entre las cortinas, la lluvia, la nieve como silencio cayendo del cielo, las tormentas, el crepúsculo, la oscuridad nocturna, las estrellas reflejándose en las aguas del río. También las desoladas calles de la pequeña ciudad, sus restaurantes, la plaza y su triste fuente, el café, las madres con sus carritos de bebé, la anodina vida de pueblo, sin expectativas (Nadie entiende realmente/ la ferocidad de este lugar,/ la manera en que mata gente sin razón). Y el discurrir del tiempo y sus efectos en las gentes: las adolescentes perdidas en su confuso descubrimiento del mundo, los chicos que se enamoran, la tibia y perturbadora intuición del sexo, los bailes populares y los rituales de acercamiento entre sexos, los matrimonios que se rompen, la derrota del amor (no queda nada del amor,/ sólo extrañamiento y odio), los nacimientos, la tristeza de los que se van, la soledad de quienes se quedan, el silencio, el cansancio vital, la muerte, y de nuevo todo recomienza... Los poemas, bellísimos, son como instantáneas, fotografías que atrapan un momento fugaz: una mujer que mira por la ventana; un hombre que bebe en soledad, abandonado; la madre mortalmente harta de su vida; el amigo enamoradizo, amante de las mujeres, pujante, feliz en su cuerpo; una vecina que sueña con el mar; jóvenes fumando apoyados en la pared de la clínica del pueblo, en domingos crueles, perdida ya toda esperanza; ancianos merodeando entre las mesas de la plaza; la doctora que cena en soledad tras el funesto diagnóstico a un paciente; una vieja que camina a medianoche, invisible ya a los ojos del mundo; un hombre que conversa con el dueño de un oscuro bar, menos sombrío, en cambio que el cuarto solitario… hay algo hopperiano en estas estampas, el mismo tono neutro, casi documental, pero lleno de emoción, de ternura, de delicadeza, de sensibilidad, de una belleza inconmensurable.
Louise Glück. Crepúsculo (traducción Adalber Salas Hernández)
Trabaja todo el día en el molino del primo,
así que al llegar a casa, en la noche, siempre se sienta junto a la ventana,
observa ese momento del día, el crepúsculo.
Debería haber más tiempo así, para sentarse y soñar.
Es como dice su primo:
Vivir-vivir te impide sentarte.
En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado
que representa el mundo. Las estaciones cambian,
cada una visible apenas unas horas al día.
Cosas verdes seguidas por cosas doradas seguidas por blancura,
abstracciones de las que provienen placeres intensos,
como higos en la mesa.
Al atardecer, el sol cae entre dos álamos, en una bruma de fuego rojo.
Cae tarde en el verano, a veces cuesta mantenerse despierto.
Entonces todo se desmorona.
Por un rato más, el mundo
es algo que ver, luego solo algo que escuchar,
grillos, cigarras.
O algo que oler, a veces, aroma de limoneros, de naranjos.
Entonces el sueño también roba esto.
Pero es fácil renunciar a las cosas así, experimentalmente
por una cuestión de horas.
Abro mis dedos,
dejo que todo se vaya.
Mundo visual, lenguaje,
susurro de hojas en la noche
el olor de la hierba alta, de las fogatas.
Lo dejo ir. Entonces enciendo la vela.
Hay una razón de oportunidad en la presencia esta tarde en nuestro espacio de la poeta que cierra por hoy el espacio, la polaca Wisława Szymborska, más allá de la indudable calidad de su poesía, del hecho de que haya obtenido el Nobel en 1996 (por su poesía que con precisión irónica permite que los contextos histórico y biológico salgan a la luz en los fragmentos de la realidad humana) y del protagonismo de sus versos en cuatro programas de Buscando leones en las nubes dedicados a sus poemas, emitidos en abril de 2012, semanas después de su muerte. La escritora vuelve a estar de relativa actualidad en nuestro país porque a finales de 2023, coincidiendo con el centenario del nacimiento de la poeta, la editorial Visor dio a la luz Poesía completa, que recoge por primera vez en una lengua distinta al polaco de origen toda la poesía de Wisława Szymborska, presentada, en 736 bien aprovechadas páginas, en traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Katarzyna Mołoniewicz.
Yo llevo leyendo con pasión a Szymborska desde que descubrí su obra tras el Nobel, a partir de Paisaje con grano de arena, el espléndido libro que publicó en 1997 la editorial Lumen, con la traducción de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski. Esta primera antología aparecida en España de la poeta polaca, altamente recomendable como inicial aproximación a su literatura, reúne cien de sus poemas en los que se muestran los rasgos más destacados de su universo poético: el amor, la ironía, el azar, la condición humana. Muy interesante también, no sólo por los poemas escogidos sino por su esclarecedor estudio introductorio, es El gran número. Fin y principio y otros poemas, que publicó Hiperión en 1997 en una edición al cuidado de Maria Filipowicz-Rudek y Juan Carlos Vidal. El volumen lo componen dos de los libros de Wisława Szymborska, los considerados más valiosos y representativos de su obra, El gran número y Principio y fin, complementados por quince poemas de sus obras anteriores y cinco más que en el momento de la publicación en España aún no habían sido recopilados en libro por su autora. Contiene asimismo el texto El poeta y el mundo, leído por su autora en Estocolmo con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura (cuya lectura os recomiendo), así como un estudio preliminar: Wisława Szymborska, poeta de la conciencia del ser, de la reconocida especialista Malgorzata Baranowska. En Poesía no completa el mexicano Fondo de Cultura Económica propuso, en 2002, una antología de la escritora polaca en la que se recoge una preciosa selección de poemas entresacados de siete de sus libros más algunos otros sueltos. Con introducción de Elena Poniatowska, y la traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano, el libro constituye otra formidable puerta de entrada al peculiar y subyugante mundo de la poeta. Por último, de entre los que yo he leído, Aquí, que vio la luz en Bartleby Editores en 2009, simultáneamente a su aparición en Polonia, presenta, en la traducción -de nuevo- de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano, un puñado de poemas en los que se muestra -como indican sus editores- esa aguda e irónica mirada que caracteriza a la poeta polaca. La memoria, el paso del tiempo, la belleza, el amor o el desamor, el dolor, la soledad, la ausencia, la pérdida, los sueños, el azar, los misterios de lo cotidiano, la ciencia y el conocimiento, la muerte, la naturaleza finita de las cosas y de la existencia, la condición humana, la fragilidad e insignificancia que nos constituyen, todo queda filtrado por una escritura sutil, intimista y clarividente, en apariencia sencilla, que la ha situado entre los poetas europeos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI.
Son muchos, aparte de los ya mencionados, los frentes a los que se abre la poesía de la polaca. Hay, así, a mi juicio, versos en los que puede apreciarse un rastro ligera o abiertamente autobiográfico y en los que, por lo tanto, la voz narradora -literaria- puede confundirse con la de la propia escritora -real-. Fotografías de familia y paisajes de la infancia, descripciones del alma y autorretratos existenciales, dibujos impresionistas de los propios sentimientos e indagación en sus orígenes como ser humano; también alguna exhaustiva enumeración de preferencias y opciones vitales.
Conectado con esta dimensión “íntima” aparecen los muchos poemas que cabe calificar como “de lo cotidiano”, en los que lo común y ordinario alcanzan cualidad poética; los objetos, los gestos, los momentos más simples, adquieren un sentido poético y trascendental; una cebolla, una fotografía o una silla, una prenda de ropa, una brizna de hierba o un gato, pueden convertirse en metáforas (el uso ingenioso y sorprendente de este recurso es uno de los rasgos estilísticos de la escritora) de la vida, del tiempo, del duelo y la pérdida, de la identidad...
Están también los poemas de amor, quizá los más conocidos de su obra, en los que la vivencia del sentimiento amoroso centra el texto, tanto de un modo expreso y principal como de una manera más lateral e indirecta. Poemas como Amor feliz, Nada sucede dos veces, Identificación, Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo, Encuentro inesperado, En la torre de Babel o Amor a primera vista, espléndidos, reflejan el tratamiento del amor en su poesía, abordado de un modo peculiar, muy singular y personal, con una mezcla de ironía, humor y melancolía. Alejada del enfoque romántico o idealizado convencional, la poeta explora el modo en que el amor afecta y transforma a las personas, y cómo las experiencias amorosas pueden ser tanto fuente de consuelo como de conflicto interno. Un amor que comparece, como ya he señalado, en la cotidianidad, las pequeñas cosas y situaciones ordinarias, mostrado en los momentos más mundanos. menos esperados, en las coincidencias y los azares del día a día. Hay, además, como en el resto de su poesía, un tono irónico y desmitificador: el amor de Szymborska no es sublime, ni perfecto, ni fácil, es, por el contrario, incierto, inesperado e imperfecto. Es, también, complejo, ambiguo, dual, fuente de alegría y de sufrimiento, de seguridad como de vulnerabilidad, de intensa transformación y de dolor y sufrimiento, de goce e incomprensión, de belleza y misterio.
Otro de los ejes de su obra es el que podríamos llamar “existencial”, en versos que constituyen un acercamiento a la figura de los hombres y las mujeres que vagamos algo perplejos por este mundo difícil. Poemas más o menos metafísicos, escritos desde una visión de nuestra existencia siempre optimista, siempre lúcida, siempre esperanzada, pero también crítica y, a menudo, irónica. Están también la guerra y sus horrores, muy relevantes en las vivencias de una mujer marcada por la segunda contienda mundial (hoy, con la escritora ya fallecida, se examina con distancia crítica no exenta de una cierta controversia su inclinación por el comunismo, con algún poema dedicado a Stalin, una decena de textos propagandísticos o alguna declaración cuestionable: “Al Partido le debo el pleno conocimiento de la verdad”). Y está también la vertiente científica y filosófica, la política, la democracia, los derechos humanos, el interés por la Historia, en particular la terrible de Polonia en el siglo XX, entre otros.
Y todos ellos se expresan en un estilo sencillo aunque exento de sentimentalidad, humorístico pero sin cinismo. Sus poemas son accesibles, escritos en un lenguaje coloquial, cercano, con un tono vivo e inquisitivo, a menudo provocador. En ellos hay ingenio y perspicacia, y con frecuencia plantean una suerte de interpelación al lector, incorporado de este modo al texto. No hay excesos, ni siquiera en las denuncias; su voz es serena, ecuánime, algo escéptica, con un punto de melancolía. Apreciamos su ingenio, su mirada crítica pero compasiva sobre los pobres seres humanos, desconcertados, perdidos, sufrientes, su ironía suave, su humor no agresivo ni mordaz, sino sutil y amable, una herramienta que utiliza para despojar de solemnidad los grandes temas y acercarlos a la experiencia humana. A propósito de esta sencillez afirma Elena Poniatowska, la escritora mexicana, en el prólogo a una de sus obras traducidas: Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan. Szymborska anda de boca en boca, la tararean, la dicen en voz baja y en voz alta, es parte de la vida cotidiana por su modestia, su sencillez estilística y porque no vuela encima ni debajo de nadie. Y, en el mismo sentido, Fernando Savater, entusiasta de la polaca: Su poesía es reflexiva sin engolamiento ni altisonancia, de forma ligera y fondo grave, directa al sentimiento pero sin chantaje emocional. Breve y precisa, escapa a ese adjetivo alarmante que tanto satisface a los partidarios de que importe el tamaño: torrencial. Sobre todo nos hace a menudo sonreír, sin incurrir en caricaturas ni ceder a la simpleza satírica.
Wisława Szymborska. Amor a primera vista (traducción de Abel. A. Murcia)
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
‒quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono‒,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
Para despedir el programa dejo un espléndido tema musical, Black Coffee, interpretado por Ella Fitzgerald. Wisława Szymborska escribió un poema, Ella Fitzgerald en el cielo, que tenía a la cantante norteamericana de jazz como protagonista. Black coffee, la canción favorita de la escritora polaca, sonó en su entierro, en febrero de 2012.
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