Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 2 de febrero de 2011


STEFAN ZWEIG. CARTA DE UNA DESCONOCIDA

Hola, buenos días. Aquí estamos de nuevo en Todos los libros un libro y desde aquí, desde Radio Universidad de Salamanca os saludo una semana más con la esperanza de que el libro que hoy os presento pueda gustaros. Mi recomendación de hoy es Carta de una desconocida, una novelita breve, poco más de sesenta páginas, de Stefan Zweig, publicada por la primorosa Editorial Acantilado, hace ya algunos años, en 2002 exactamente, en Barcelona, en traducción de Berta Conill.

Tanto Stefan Zweig como Carta de una desconocida son, creo, suficientemente conocidos por el gran público, no sólo por el especialista. Zweig ha sido muy traducido ya desde los años cincuenta, y toda su obra, su abundante obra, puede ser encontrada sin demasiada dificultad. Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, o esta Carta de una desconocida, son títulos populares desde hace varias décadas, y algunos de ellos, entre los que se cuenta el libro que hoy presentamos, han sido incluso llevados al cine. Quizá aquellos de nuestros oyentes más interesados por el séptimo arte podáis conocer una versión china reciente, del director Xu Jing Lei, que se presentó en el Festival de San Sebastian de 2004, o hasta recordéis la versión de 1948 de Max Ophüls que ha sido ofrecida por las televisiones en más de una ocasión.

Carta de una desconocida cuenta una historia trágica, terrible, melodramática. Una mañana, el día de su cumpleaños, un famoso novelista, prestigioso y con éxito, recibe una carta de unos veinticinco folios, sin remitente ni firma y con un escueto encabezamiento, casi un título: A ti, que nunca me has conocido. Y así, de un modo tan enigmático, comienza la novela que en su mayor parte es la mera transcripción de la carta mencionada. Tras ella, tras la carta, descubriremos a una mujer, que de joven, casi de niña, fue vecina del novelista y que desde ese momento y durante el resto de su vida, le profesó, de un modo secreto, un amor apasionado de cuya existencia y de cuyas consecuencias da noticia en su misiva.

La densa, contenida y magistral obra de Zweig nos presenta lo que a mi juicio podríamos considerar diversos ángulos de la pasión amorosa. Está en primer lugar, el amor genuino, fecundo, noble, el sentimiento de atracción, de admiración, de encantamiento, de seducción que siente una muchacha muy joven e inocente ante el atractivo de un hombre adulto que aparece nimbado por la magia y el misterio de su condición de artista, su fama de hombre de éxito, su reconocimiento público, su vida de lujo, su capacidad de cautivar a las mujeres. Pero ese instinto original que despierta en la chica, pasa a convertirse en un segundo momento en una pulsión destructiva, no olvidéis otro de los significados del término pasión, el que lo asocia a padecimiento, sufrimiento, tortura. Zweig nos cuenta a través de la carta, cómo la joven enamorada y no correspondida (y no sólo no correspondida, es que el objeto de su amor ni siquiera sabe de su existencia), cómo esta joven destruye su vida, sufre hasta lo indecible por no lograr ver logrado su amor. Y hay aún una tercera manifestación de ese sentimiento amoroso descrita en la novela, aunque en este caso se trate ya de una deformación de tal sentimiento. La joven enloquece, llega, podría decirse, hasta el delirio a causa de su amor, pues delirio es construir durante décadas una realidad paralela, existente sólo en su propia mente y sin que el destinatario de su pasión tenga la más mínima noticia de ella.

Novela sobre la pasión amorosa, pues, en sus diversas vertientes, y ya penséis que el amor es algo puro y hermoso, o creáis que se trata de un sentimiento irracional que sólo lleva al sufrimiento y, en último término, a la locura, seguro que vais a disfrutar con este libro extraordinario, del que, para terminar, voy a leeros un fragmento de la carta de la desconocida en el que la anónima remitente se presenta ante su interlocutor. Recordad la referencia por si estáis interesados en acercaros a una biblioteca para leer el libro, o a una librería y adquirirlo: Carta de una desconocida. Stefan Zweig. Editorial Acantilado.

Y como la obra reseñada habla de amor apasionado, os dejo, tras la lectura del texto, con una estupenda canción de amor, enfebrecida y suspirante, tórrida y sensual, un clásico escrito en 1956 por unos casi desconocidos Eddie Cooley y John Davenport, pero que os ofrezco ahora en una intensa y magnífica versión de Lalah Hataway con Joe Sample. Hasta el miércoles próximo.

Quiero descubrirte toda mi vida, la verdadera, que empezó el día en que te conocí. Antes había sido sólo algo turbio y confuso, una época en la que mi memoria nunca ha vuelto a sumergirse. Debía de ser como un sótano polvoriento, lleno de cosas y personas cubiertas de telarañas, tan confusas que mi corazón las ha olvidado. Cuando llegaste, yo tenía trece años y vivía en el mismo edificio donde tú vives ahora, en el mismo edificio donde estás leyendo esta carta, mi último aliento de vida. Vivía en el mismo rellano, frente a tu puerta. Juraría que ya ni te acuerdas de nosotros, de la pobre viuda de un funcionario administrativo (iba siempre de luto) y de su escuálida hija adolescente. Era como si nos hubiéramos ido hundiendo en una miseria pequeñoburguesa. Quizá no has oído nunca nuestros nombres porque, además de no tener ninguna placa en la puerta, nadie venía a vernos, nadie preguntaba por nosotros. Hace ya tanto tiempo de aquello, quince o dieciséis años; no, seguro que no te acuerdas, querido. Pero yo, ¡oh!, recuerdo cada detalle con fervor, recuerdo como si fuese hoy el día, no, la hora en que oí hablar de ti por primera vez y cuando por primera vez te vi. Y cómo no habría de recordarlo, si fue entonces cuando el mundo empezó a existir para mí. Permíteme, querido, que te lo cuente todo desde el principio. Espero que no te canses durante este cuarto de hora que vas a oír hablar de mí, igual que yo no me he cansado de ti a lo largo de mi vida.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi primer contacto con el señor Zweig lo tuve a los 12 años con la biografía de Maria Antonieta que me leí de una sentada. Me han regalado la semana pasada 'La impaciencia del corazón' y el que reseñas lo leí en un ratito hace tiempo. Recuerdo algunas de las escenas (no lo tengo aquí). Me acuerdo de la relación, que encontraba la protagonista y que explicaba a su amado, entre la fugacidad en la visión que tenía para un hombre el rostro de una mujer y la imagen que se refleja en un espejo. Todas las caras al final serían caras difusas. No serían ninguna cara. Caras sin importancia. Lo que también recuerdo es el final. Sombras, sólo sombras. El escritor, a mi juicio y analizando lo que recuerdo del relato, era un tipo de los que no tienen conciencia de lo que sucede en su derredor. Se acoplaba a la realidad según le iba llegando. Él giraba el tornillo de esa realidad a conveniencia. Lo que yo denomino un psicópata de los sentimientos porque su modus operandi es similar al de un psicópata social. Alguien encantador, con reconocimiento, el perfecto vecino, pero sin ningún vestigio de culpabilidad. ¿Otra criatura rapaz nocturna?... quizá. Sin ser Hemingway ni Sherezade (aquí no toca) me podría imaginar un diálogo entre los personajes masculino y femenino del fondo del cuadro (sin salida) de Hopper que has dicho que usarías en Leones la próxima semana. Podrían ser perfectamente el escritor y la desconocida. Ah, el camarero indiscutiblemente una figura que pasa de soslayo pero que seguro que tendría mucho que contar: el mayordomo (no recuerdo el nombre).

De todas formas, creo que a Zweig se lo rifarían ahora mismo como guionista de culebrones en Venezuela. Me resulta un poco ñoño. No sé si 'me podrá' el libro que me han regalado. Probablemente lo abandone por "Tantas maneras de empezar" que ya me está esperando.
En fin, que amablemente me has invitado a regresar a comentarte (no sabes lo que has hecho...) y yo soy incapaz de sintetizar. Lo de 'menos es más' no va conmigo. Perdón.