Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 13 de abril de 2011

HIROMI KAWAKAMI. EL CIELO ES AZUL, LA TIERRA BLANCA

Hola, buenos días. En estos días en los que Japón ha ocupado, de manera desgraciada, las portadas de todos los periódicos del mundo; cuando, en Salamanca, no hace aún un mes de la celebración en la Casa de Japón de su habitual e interesantísima semana festivo cultural, Todos los libros un libro quiere sumarse a este espíritu nipón que aflora por muy distintos espacios de la realidad con una recomendación de literatura japonesa. Y digo una recomendación, y en realidad digo mal, porque son tres los libros de los que hoy quiero hablaros. En los tres casos se trata de novelas, en los tres el amor, con distintas variantes, está presente como tema central de cada libro, y los tres han conocido además un extraordinario éxito de ventas en su país de origen y en algún caso, lo que es más sorprendente, también en el nuestro, en donde se suceden las reediciones de una manera no del todo fácil de comprender al tratarse de libros en los que la realidad descrita, las costumbres a las que hacen referencia, pero sobre todo la atmósfera, el estilo, los modos de entender la existencia se encuentran bastante alejados de los nuestros, pero en fin, ya se sabe que la literatura, cuando es buena, tiene la capacidad de traspasar fronteras, de alzarse sobre las diferencias geográficas y culturales.

Pero vayamos ya con los libros. En primer lugar la que para mí es la obra más literariamente interesante de las tres. Se trata de El cielo es azul, la tierra blanca, su autora es Hiromi Kawakami y la presentó la muy selecta Editorial Acantilado en el pasado 2009 en traducción de Marina Bornas Montaña. La obra había alcanzado, antes de su llegada a España, los más reputados premios literarios japoneses y fue igualmente llevada al cine con éxito. Su trayectoria en nuestro país es también muy destacada y se multiplican las ediciones con una extraordinaria aceptación de público y crítica. El libro cuenta, con la delicadeza y la sencillez, con la sensualidad y la sutileza consustanciales al poético mundo japonés, una singular historia de amor entre una mujer solitaria y su viejo maestro de la infancia al que, muchos años después de la etapa escolar, encuentra por casualidad en un bar. Lo más relevante de la obra es, quizá, que la historia va avanzando a través de los encuentros que ambos tienen en bares y restaurantes, y es la proverbial capacidad japonesa para el tratamiento indirecto y la alusión, muy presentes en la escritura de Kawakami, la que permite mostrar con extraordinaria belleza la evolución de su relación.

El segundo libro, también muy interesante, se titula La fórmula preferida del profesor, escrita por Yoko Ogawa, otra novelista muy conocida en Japón, acumula sucesivas ediciones en nuestro país, yo tengo noticia ya de, al menos, la décima, y se publicó en 2008 por la estupenda Editorial Funambulista en traducción de Yoshiko Sugiyama y Héctor Jiménez Ferrer. El libro se cierra con un entusiasta postfacio de León González Soto, profesor de matemáticas de la Universidad de Alcalá. En la novela se narra la relación que se establece entre un genial profesor de matemáticas, que perdió la memoria tras un accidente de tráfico, lo que le impide recordar más allá de ochenta minutos, con su asistenta, una madre soltera, y el hijo de ésta, el pequeño Root. La limitación del viejo profesor no impide sin embargo que pueda aflorar su ternura y que sea capaz de transmitir su saber matemático con sentimiento y emoción. En un contexto común, marcado por los avatares domésticos de la asistenta y por la afición al béisbol del niño y el anciano, surge el cariño recíproco entre éste y el chaval y su madre, y así, entre preparación de comidas, cuidados médicos, tareas escolares, partidos de béisbol en la radio, el anciano es capaz de comunicar su amor, su pasión por los números a partir de los pequeños acontecimientos de esta existencia trivial.

La última referencia de esta semana, resulta ser, al decir de la editorial Alfaguara, que lo presenta en España, la novela japonesa más leída de todos los tiempos. Se titula Un grito de amor desde el centro del mundo. Su autor es Kyoichi Katayama (ya está en las librerías su más reciente obra, El año de Saeko, que aún no he leído) y se publicó en 2008 en versión española de Lourdes Porta, la ejemplar traductora al castellano de la obra del genial Haruki Murakami. Se trata de una especie de Love story a la japonesa protagonizada por adolescentes que, como suele ocurrir con los fenómenos culturales masivos en el país del sol naciente, ha crecido en medios muy diversos y complementarios: versión cinematográfica, serie de televisión e incluso cómic manga. Entre dos jóvenes nace en principio una mera pero inquebrantable amistad que se acaba convirtiendo luego en una pasión enloquecida. Su arrebatado amor durará toda su vida e irá aún más allá de la muerte.

Os dejo, precisamente, con un fragmento de esta última novela, un texto en el que aflora, de un modo a mi juicio preciso y elegante, la japonesidad del libro; un texto, por ello, muy significativo para captar la esencia de unas novelas que, con sus ostensibles diferencias, tienen en común el que además del alma del ser humano universal, sus sentimientos más íntimos y por lo tanto más comunes, reflejan, a la vez, lo más singular del modo de entender el mundo de la cultura nipona. Para cerrar la sección, y después del texto leído, música japonesa una vez más. Hoy os ofrezco a un conocidísimo pianista, Ryuichi Sakamoto, que además de su carrera musical en el mundo del pop y la electrónica, ha compuesto muchas piezas para el cine. La que sonará dentro de un rato es Bibo no aozora, muy apropiada como ambientación sonora para los libros recomendados. Espero que os guste. Hasta la semana próxima.

La luz de cien, doscientas luciérnagas parpadeaba sin descanso entre la hierba y los arbustos. Una que estaba posada en una hoja alzó el vuelo, seguida por dos o tres más, y volvió a ocultarse entre la hierba. Aunque eran muchas, su vuelo era silencioso. A veces parecía que el enjambre entero de luciérnagas flotara en el viento.

Apaga la luz, dijo Aki. Ahora Aki y yo estábamos envueltos en las mismas tinieblas que ellas. Una luciérnaga se separó de sus compañeras y voló hacia nosotros. Se aproximó despacio, con su tenue luz. Se quedó un instante suspendida en el aire junto al sobradillo de la ventana. Acerqué la mano, con la palma vuelta hacia arriba. Entonces, la luciérnaga retrocedió un poco, precavida, y se posó en una hoja, en la punta de una de las ramas que penetraban en el edificio y se quedó allí, inmóvil. Nosotros esperamos. Poco después volvió a alzar el vuelo, empezó a dar vueltas despacio alrededor de Aki y, al final, como un copo de nieve que cae, se posó suavemente en su hombro. Fue como si la luciérnaga la hubiese elegido a ella. Y brilló dos o tres veces como si enviara alguna señal. Miramos la luciérnaga, conteniendo la respiración. Tras brillar unas cuantas veces, abandonó el hombro de Aki. Ahora se dirigió, sin vacilar, como cuando había venido, en línea recta hacia los hierbajos de la colina, junto a sus compañeras. Yo la seguí con la mirada, aguzando la vista. Se reunió con el enjambre. Se mezcló con sus compañeras y, pronto, se perdió de vista confundida entre la multitud de pequeñas luces.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Una recomendación: Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata