Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

ÁLVARO CUNQUEIRO. LAS HISTORIAS GALLEGAS

Hola, buenos días, sed bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Permitidme que hoy sea especialmente breve pues quiero leeros, como colofón a mi reseña, un texto algo más extenso de lo habitual pero que describe mejor que mis muy pobres palabras el espíritu del libro que quiero presentaros esta semana. De modo que vayamos al grano. El libro escogido para hoy se titula Las historias gallegas, su autor es el genial Álvaro Cunqueiro, uno de los nombres mayores, si no el mayor, de la literatura gallega de todos los tiempos, y me atrevo a decir que una de las figuras señeras de la literatura española en general. El libro está publicado por la editorial Paréntesis, en una edición que, más allá del enorme interés de los textos, resulta ser bastante descuidada, con innumerables erratas, fallos tipográficos y hasta de ortografía, pero, insisto, la calidad de los textos nos permite sobreponernos a tanta deficiencia.

Álvaro Cunqueiro nació el 22 de diciembre de 1911, celebramos ahora su centenario. Y murió en 1981, hace unos meses se cumplieron los treinta años, y ello, quizá -lo lejano de su muerte-, pueda ser la explicación, nunca la justificación, de que su impresionante estatura literaria no resulte suficientemente apreciada en estos días en los que sólo se valora el presente, en estos días de ‘rabiosa actualidad’, como señala el tópico periodístico. Pero ni siquiera en vida fue considerado como se merece, pues sus ideas políticas abiertamente derechistas, su cercanía al régimen de Franco, le supusieron la repulsa y el descrédito de los intelectuales y del mundo de la cultura de la época, clara y razonablemente antifranquistas. Y qué tendrá que ver la política con la calidad literaria, podréis decir, pero ya veis, como decía Andrés Trapiello de los escritores del bando nacional en nuestra contienda civil, ellos ganaron la guerra pero perdieron su sitio en la historia de la literatura. Cunqueiro era un escritor cultísimo, profundo conocedor de la literatura universal, amante de la buena vida, de la gastronomía, de los viajes, de la historia; escribió novelas, teatro, poesía, miles de artículos, libros misceláneos; un hombre renacentista en su cultura, dueño de una imaginación portentosa, con una obra polifacética llena de humor y erudición, de sabiduría y magia, de inteligencia y melancolía; un portento estilístico incluso en sus piezas menores, como lo son, sin duda, ¡pero que enorme pieza menor!, estas historias gallegas.

El libro recoge sesenta y siete semblanzas de personajes gallegos imaginarios, pero muy reales en tanto Cunqueiro supo captar y concentró en ellos el espíritu esencial de la galleguidad, por decirlo así. Son individuos muy tiernos, humildes, sencillos, desbordantes sin embargo de sabiduría popular. Son gentes de una Galicia que ya no existe (de hecho, de una España que ya no existe), de un mundo rural en el que conviven con naturalidad paisanos de las aldeas, vacas que ahuyentan el mal de ojo porque se llaman Teodora, meigas que haberlas haylas, mirlos que resuelven pleitos de lindes, tesoros ocultos que hablan y cuentan su emplazamiento a quien quiera escucharlos, fadas, mitos y ritos ancestrales, mujeres que permiten a las futuras madres escoger el color de ojos de sus niños por el sencillo expediente de hacerlas dormir con un ojo de cristal sobre el ombligo, animales prodigiosos, espíritus caprichosos, fantasmas traviesos. Unos gallegos que son, a la vez, creedores y escépticos, mágicos pero racionalistas, supersticiosos y espirituales… En definitiva, un mundo lleno de magia, el mundo de lo fantástico, de los sueños, aunque anclado en un paisaje físico y humano muy reconocible hasta hace pocos años en el interior de Galicia. El hombre necesita, como quien bebe agua, beber sueños, dice Cunqueiro en el prólogo. ¡Qué gran verdad!

Publicados originariamente en febrero de 1981, pocos días antes de la muerte de su autor, fueron emitidos en la radio ese mismo verano, tras su muerte. Cierro aquí ya mi reseña para que podáis comprobar, precisamente, la enorme potencia radiofónica de esos cuentos, pues quiero que disfrutéis del texto íntegro de uno de ellos, un ejemplo extraordinario de una de esas semblanzas, la historia sorprendente y muy triste, muy tierna también, de Tristán García. Espero que disfrutéis con ella. Volveré otro día, con más paciencia, a la inmensa obra, que os recomiendo íntegramente, de este escritor magnífico: sus novelas repletas de fantasía, sus eruditos artículos periodísticos, sus sorprendentes obras teatrales, sus líricos poemas. Empezad, quizá, por esta obra relativamente menor, Las historias gallegas, publicada por Editorial Paréntesis, seguro que os entrarán ganas de abordar todos sus escritos. Música gallega también para cerrar el espacio tras el texto leído: Luar na lubre interpreta Camariñas, una preciosa delicia (aunque el vídeo presenta un sonido por momentos deficiente).

Este Tristán del que cuento, nunca supo por qué le habían puesto Tristán en el sacramento el bautismo, ni conocía a nadie que se llamara como él. Un tío suyo de Soutomaior, que trabajaba como camarero en un restaurante muy famoso de Lisboa, le decía que en Portugal conocía a dos o tres Tristanes, y todos ellos eran de la aristocracia. Tristán fue a cumplir el servicio militar a León, y allí, en un quiosco compró La verdadera historia de Tristán e Isolda con los amantes muy abrazados en la portada, por una peseta y cincuenta céntimos. Al fin iba a saber quien era aquel Tristán cuyo nombre llevaba. Cuando llegó al terrible final de la historia, con la muerte de ambos enamorados, Tristán García no pudo evitar las lágrimas. Y dio en imaginar que andando por el mundo encontraba a una mujer llamada Isolda, y ambos se gustaban, se hacían novios, se casaban, y vivían muy felices en la aldea cercana a Viana do Bolo de donde Tristán era natural. A todos sus compañeros del Regimiento de Burgos 38 les preguntaba si había en sus pueblos una muchacha que se llamase Isolda. No la había. Había alguna Isolina suelta, pero Isolina no era lo mismo que Isolda. Tristán se lamentaba consigo mismo de no dar con una Isolda, porque si no la encontraba en León, donde había tanta familia, ya no la encontraría nunca, dedicado a la labranza en su aldea de Viana do Bolo.
Un día lo mandó llamar un sargento que se llamaba Recuero.
-¿Tú eres el que anda buscando una Isolda? Pues en Venta de Baños hay una viuda de este nombre.
-¿Joven o vieja?, preguntó Tristán emocionado.
-No lo sé. Es churrera, le comentó el sargento.
Tanto tenía metida en su magín la novela famosa nuestro Tristán, que no pudo dudar un instante de que aquella Isolda de Venta de Baños fuese joven y hermosa, y si era churrera, podía seguir con el negocio en Viana, o en Orense capital, donde servían chocolate con churros en los cafés. También consideraba Tristán que si la viuda era vieja, lo más seguro era que tuviese una hija o sobrina joven que se llamase como ella. Tuvo un permiso, y con veinte duros que tenía ahorrados, tomó en León el tren para Venta de Baños. Ya en aquel empalme, preguntó por la churrería de la señora Isolda. Estaba allí al lado, y la señora Isolda despachando churros a un señor cura. Era la señora Isolda una anciana con el pelo blanco, con hermosos ojos negros, la piel tersa, las manos muy graciosas echando azúcar y envolviendo los churros en papel de estraza. Tristán vaciló en dirigirse a ella, pero ya había gastado cincuenta y cuatro pesetas en el billete de ida y vuelta.
-Buenos, días. ¿Es usted la señora Isolda?
-¡Servidora!, respondió la amable viejecita sonriendo. -¿Cuántos le pongo?
-¡Es que yo soy Tristán! ¡Venía a conocerla!
La viejecita cerró los ojos, y se agarró al mostrador para no caer. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
-¡Tristán!¡Tristán querido!, pudo decir al fin. ¡Toda mi juventud esperando a conocer a un mozo que se llamase Tristán, como el de Isolda! ¡Y como no venía me casé con un tal Ismael!
Tristán saludó militarmente y se retiró hacia la estación, a esperar el primer tren para León. Cuando llegó y subía al vagón de tercera, apareció la señora Isolda, quien le entregó un paquete de churros. No se dijeron nada. Cosas así sólo pasan en los grandes amores.

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