THOMAS BERNHARD. RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS
Hola, buenos días. Esta semana quiero recomendaros, a través de un libro relativamente reciente, que a su vez reúne cinco novelas autobiográficas de su autor, la obra completa de Thomas Bernhard, fallecido hace algo más de veinte años y que en los quince anteriores a su muerte, en los últimos setenta y primeros ochenta, conoció un extraordinario y sorprendente éxito en nuestro país, en el que se tradujo prácticamente toda su obra novelística, su poesía, su abundante producción teatral, e incluso, dada la fascinación que provocó en un amplio número de lectores, se publicaron obras misceláneas, recopilación de entrevistas, estudios varios. Y aún de manera relativamente reciente, en el pasado 2009, Alianza Literaria presentó algunos escritos inéditos bajo el título de Mis premios, una colección de comentarios del escritor austríaco en torno a las circunstancias que rodearon la concesión, la entrega y las ceremonias de recepción de los galardones literarios recibidos por él en vida. Sin embargo, el libro que me sirve de excusa para esta operación más general de recuperación de Bernhard que hoy quiero hacer en Todos los libros un libro, se titula Relatos autobiográficos y recoge los cinco tomos de su autobiografía que fueron editados por separado y presentados en España por la editorial Anagrama en magnífica traducción de Miguel Sáenz, entre 1984 y 1987, con los títulos de El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño.
Y hablo de sorprendente éxito porque pese a que, a mi juicio, y al más autorizado de sus entusiastas introductores en España -aún recuerdo los apasionados artículos escritos aquellos días por Javier Marías y Félix de Azúa-, Thomas Bernhard es un escritor magnífico, uno de los grandes nombres de la literatura universal en la segunda mitad del siglo XX, es también, sin duda, un escritor difícil. Adentrarse en su obra requiere paciencia, dedicación, voluntad y esfuerzo, aunque superada esa inicial dificultad los réditos son incalculables: innumerables horas de disfrute, de belleza y de placer. Si mi ejemplo y mi palabra os sirven de algo, sabed que rebuscando en mi biblioteca mientras preparaba esta reseña he encontrado cerca de treinta libros de Thomas Bernhard. Espero que mi entusiasmo por su obra pueda resultaros contagioso.
La escritura de Thomas Bernhard es musical, hipnótica, está hecha de repeticiones, de variaciones; de términos, de expresiones, de frases enteras, de grupos de palabras que aparecen y reaparecen una y otra vez a lo largo del texto; un texto siempre sinuoso, un río que fluye poderoso e imparable, con recodos y meandros, un caudal interminable de palabras que no respeta párrafos, ni puntos y aparte, que nos sumerge en una avalancha expresiva, un eterno soliloquio, enloquecido y paranoico, extremadamente lúcido y a la vez delirante, con una minuciosidad y un afán de precisión que, paradójicamente, resultan fuertemente magnéticos en una narración que nos empuja y nos arrasa, que nos desarbola y arrebata, cuya lectura nos deja, literalmente, sin respiración. En Corrección, para mí su obra mayor, una novela que publicó Alianza en 1983, nos asaltan trescientas veinticinco páginas de letra apretada sin un sólo punto, un desmesurado flujo de conciencia, una corriente infatigable y alucinada de pensamientos repetidos una y otra vez con pequeñas fluctuaciones y ligeros cambios al modo de las composiciones musicales minimalistas.
Y si formalmente la prosa de Thomas Bernhard resulta muy singular y atrevida, muy arriesgada y sin embargo muy eficaz, otro tanto ocurre con el objeto de sus narraciones. La locura, el sinsentido de la vida, la soledad, la maldad, la violencia, el absurdo, la crítica de la uniformidad y el gregarismo, el odio furibundo a los nacionalismos, al poder, a la irracionalidad de las iglesias, el pesimismo desesperanzado y nihilista están presentes en todas sus obras, tocadas, sin embargo por un perceptible y sutil humor negro, muy cáustico y corrosivo. Ya sus títulos resultan reveladores de las obsesiones ‘bernhardianas’: El malogrado, Helada, Trastorno, Los locos, Los reclusos, Hambre grande, inconcebible, El ignorante y el demente, entre otros.
Y estos rasgos distintivos de la literatura de Thomas Bernhard están singularmente presentes en cada uno de los cinco libros de sus Relatos autobiográficos. Con el brillante y descarnado estilo que caracteriza su radical propuesta literaria, Bernhard nos cuenta en El origen su educación adolescente en Salzburgo marcada por el nacionalismo y el catolicismo, dos enfermedades, como señala el autor, destructoras de la dignidad humana; en El sótano, el protagonista abandona el colegio y comienza a trabajar en una sórdida tienda de ultramarinos y se inicia en sus estudios de música. En El aliento es una dolencia pulmonar contraída a los dieciocho años la que centraliza su existencia, en contacto permanente con la enfermedad y la muerte. Ese sombrío paseo por hospitales, casas de reposo y sanatorios continúa en El frío, cuarto volumen de una serie que finaliza con El niño, síntesis, resumen y cierre de su desgraciada y traumática infancia. Y en los cinco, apasionadas e intransigentes diatribas contra los educadores y los curas, contra la clase médica, contra el mundo del arte y la cultura que él ve como artificial e impostado, contra los restos del nacionalsocialismo que perdura en los distintos estratos de la burocracia y el poder, contra su ciudad, ese Salzburgo mediocre, mezquino, hipócrita, lesivo para el espíritu que denostó hasta su muerte.
De Salzburgo, precisamente, habla el fragmento con el que quiero despedir mi reseña de hoy. No lo dudéis, leed todo Thomas Bernhard. Adentraos en su obra a través de estos magistrales Relatos autobiográficos que ahora reedita Anagrama, y, estoy seguro, no querréis perderos ninguno de sus libros, pues su narrativa -me interesan menos su poesía y su teatro- es envolvente y adictiva, la escritura genial de uno de los escritores esenciales de la literatura contemporánea universal. Como colofón musical a mi propuesta de hoy, un pequeño fragmento de las Variaciones Goldberg, de Bach, interpretado por Glenn Gould. La pieza es una de las obras favoritas de Thomas Bernhard: su novela El malogrado gira enteramente sobre ella y sobre el propio Glenn Gould. Hasta la semana que viene.
La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas, sólo es habitable para el que aprende o estudia, de forma dolorosa, una forma que turba a cualquier naturaleza, con el tiempo la disturba y perturba y, muy a menudo, sólo de forma alevosa y mortal. Las condiciones meteorológicas extremas, que irritan y debilitan continuamente y, en cualquier caso, enferman siempre a las personas que viven en ella, por una parte, y la arquitectura salzburguesa, que en esas condiciones produce unos efectos cada vez más devastadores en la constitución de las personas, por otra, ese clima prealpino, que oprime a todas esas personas dignas de compasión, de forma consciente o inconsciente pero, en sentido médico, siempre dañina y, en consecuencia, que las oprime en su mente y en su cuerpo y en todo su ser, al fin y al cabo a merced de esas condiciones naturales, y con brutalidad increíble produce una y otra vez esos habitantes irritantes y debilitantes y enfermantes y humillantes e insultantes y dotados de una gran vileza y abyección, engendran una y otra vez a esos salzburgueses de nacimiento o llegados de fuera que, entre sus muros fríos y húmedos, amados con predilección por el aprendiz y estudiante que fui hace treinta años en esa ciudad, pero odiados por experiencia, se entregan a sus estúpidas terquedades, absurdidades, barbaridades, asuntos brutales y melancolías, y constituyen una inagotable fuente de ingresos para todos los médicos y empresarios de pompas fúnebres posibles e imposibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario