JOAQUÍN BERGES. VIVE COMO PUEDAS
Hola, buenos días, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. ¿Habéis pensado -perdonad que os interrogue así, a tumba abierta, antes, casi, de empezar- en la finalidad última, en el objeto, en la pretensión que nos mueve a quienes irrumpimos en los medios de comunicación, sean escritos o hablados, recomendándoos, como hago yo ahora mismo, la lectura de un libro? ¿Habéis pensado si se trata en realidad de un acto transitivo, esto es, que espera una recepción activa, que pretende tener una continuidad en vosotros y vuestras vidas, o es sólo un ejercicio solipsista en el que uno da rienda suelta a sus propios intereses, a sus propios afanes, incluso a sus propias obsesiones, sin que en realidad importe el impacto que ello pueda tener en los oyentes o en los lectores? Viene esta duda a cuento de una significativa experiencia vivida por mí en relación al libro que hoy os comentaré. Hace unos meses, en su artículo quincenal en el suplemento del domingo del diario El País, Almudena Grandes narraba su peculiar relación con una novela cuyo manuscrito ella había leído en tanto miembro de un jurado literario del que formó parte, creo recordar que en el año 2002, y que, tras diversas vicisitudes de las que daba cuenta en su colaboración periodística, había reaparecido, casi diez años después, publicada formalmente como libro por la editorial Tusquets. La escritora madrileña hablaba maravillas de la novela en su artículo y urgía a los lectores a que no dejáramos de adquirirla ni, por supuesto, de leerla pues, aseguraba, nuestro entusiasmo al hacerlo no habría de ser menor al suyo propio, entregada apasionadamente a los encantos del libro. Tan vehemente recomendación hizo efecto en mí, y un día después, el lunes de esa misma semana, estaba en mi librería favorita solicitando el libro. Obviamente, y como podéis imaginar, no quedaba ni un sólo ejemplar, ni en mi ‘suministrador habitual’ (la lectura como droga, el librero como dealer) ni en ningún otro establecimiento librero de los que frecuento. Un día después, en cambio, habían desembarcado en las librerías salmantinas decenas de volúmenes de lo que no dejaba de ser un título más o menos ignoto de un autor prácticamente desconocido por el gran público. ¿Hasta tal punto es importante, pues, una mención en los medios? Es cierto que se trata, en el caso que os cuento, de un consejo de Almudena Grandes, una autora de prestigio y muy considerada, con un público fiel y con una legión de seguidores para los que su palabra resulta casi un dogma. Es cierto que la tribuna era ni más ni menos que el dominical de El País, que asegura más de medio millón de ejemplares vendidos (probablemente muchos más los domingos, no tengo a mano ahora el dato) y una difusión cuatro veces mayor: dos millones de personas que serían potenciales destinatarios de la recomendación lectora de la escritora madrileña... Es cierto todo ello, pero ¿tanta potencia tiene una crítica periodística o televisiva o radiofónica? O saltando ahora a nuestra modesta dimensión: ¿apreciáis vosotros mis consejos con similar, aunque probablemente más limitado, fervor?, ¿compra alguien un libro por haberlo citado yo en esta humilde tribuna? Y de ahí a mis propias dudas: ¿con qué objeto debo escribir -con qué objeto de hecho escribo- mis reseñas? ¿Pretendo persuadiros, comunicaros mis entusiasmos literarios, influir en vuestros hábitos lectores? En fin... queden aquí mis incertidumbres 'existenciales' irresolubles y pasemos ya a hablar del libro de hoy, aunque mi sugerencia será, claro está, bastante prescindible, pues la mayoría de vosotros también habrá leído a Almudena Grandes en su articulito de marras...
El libro al que me refiero lleva por título Vive como puedas, su autor es Joaquín Berges, autor de una única novela antes de esta, ambas publicadas en Tusquets, y sin duda es formidable. Interesante, ingenioso, divertidísimo, lleno de reflexiones sugestivas sobre la vida en nuestros acelerados días, inteligente, repleto de situaciones desopilantes, profundo y a la vez ameno, narrado con una extraordinaria fluidez que propicia una lectura arrebatada, en muchos pasajes emotivo e intensamente conmovedor... Yo he disfrutado enormemente leyéndolo, me he reconocido en algunos de los sentimientos de su peculiar protagonista, me he emocionado con algunas de sus tristísimas vivencias, y, sobre todo, me he reído hasta las lágrimas, incapaz de contener las carcajadas, por las disparatadas peripecias que constituyen el día a día habitual de la extravagante familia que rodea a Luis Ruiz, el cuarentón que es la voz narrativa -en un doble juego de perspectivas, como ahora veremos- de la novela.
Vive como puedas es una cita inequívoca, que se recoge en el propio libro -de hecho el pasaje que he seleccionado como cierre para hoy es el fragmento en que se menciona expresamente- de la película casi homónima de Frank Capra, Vive como quieras, estrenada en 1938 con James Stewart, Jean Arthur y Lionel Barrymore en sus papeles principales. La película, que ganó los Oscar al mejor film y al mejor director de ese año, es también divertidísima y constituye el retrato de una familia muy singular compuesta por unos excéntricos miembros que viven volcados en sus disparatadas aficiones, al margen de cualquier convención social y tratando de alcanzar sus sueños sin dar la más mínima importancia a los comunes aspectos prácticos que a todos nos importan y, aun más, nos encadenan.
En la novela, Luis Ruiz es un ingeniero y ejecutivo con una vida aparentemente normal y hasta exitosa, con un excelente trabajo, una joven mujer, una exmujer con la que se lleva razonablemente bien, cuatro hijos, dos de ese primer matrimonio, uno del segundo y una hija de diez años que aporta su segunda esposa. Tiene amigos, posee una casa espaciosa y confortable para dar cobijo a su amplia prole (un elenco al que hay que sumar su hipocondríaca madre, su jovencísima y casual amante, su torturado vecino, el disociado novio de su hija, y su jefe, que es también la nueva pareja de su exmujer), está sano y es moderadamente feliz. Sin embargo, hay un poso permanente de insatisfacción en su vida, una vida que se resuelve en infinidad de líos y malentendidos, de enredos y embrollos y episodios enmarañados en un caótico desbarajuste -siempre hilarante- digno de un vodevil, al que -y no sólo por la referencia a la película de Capra o a las persecuciones y peleas de las del antihéroe Harold Lloyd, también citado- la novela remite.
Y es que, de entrada, la troupe de los Ruiz es especialísima y desternillante. Veamos. Comencemos con Sandra, la actual esposa, la esposa alternativa, como la llama Luis. Todo para ella es alternativo: la medicina, la alimentación, le educación, la música y hasta las energías. Sandra no se maquilla, no se peina, usa ropa holgada que no se corresponde con su talla, es patosa y torpe, si bien sabe dar unos indescriptibles masajes en los pies, aunque con fines exclusivamente terapéuticos. También riñe constantemente a su marido por no saber usar de modo correcto las bolsas de basura. El pobre Luis, que ha trabajado siempre en una central nuclear, aunque afortunadamente para su convivencia marital se ha reconvertido al mundo de los generadores eólicos de electricidad, se ve obligado a seguir las prescripciones de su naturista mujer y por ello ingiere diariamente doscientos miligramos de magnesio para fortalecer su corazón, un vaso de leche de soja para equilibrar sus hormonas, una infusión de hojas de olivo para la tensión arterial, tintura de gingko, vitamina E, cardo mariano, salvado de trigo y uno o dos píldoras de kava kava para mitigar el estrés que le produce tener que acordarse de tomar todo lo anterior. Por el contrario, su exmujer, Carmen, es la antítesis de su vagarosa esposa, un torbellino que se maquilla y se viste con la explícita pretensión de gustar y el inequívoco deseo de provocar. Egoísta y desconsiderada, atractiva y decidida, Luis sigue enamorado de ella.
Vayamos con los hijos. Los que comparte con Carmen son Álex y Cris. Álex tiene quince años y, entre otras ocupaciones propias de la edad, parece dedicarse al tráfico de drogas de diseño. Cris, dejando atrás también la adolescencia, esgrime como principal peculiaridad el tener un novio que son dos. Por un lado, un confundido pediatra con coleta, Pablo, que oculta en el bolsillo de su bata médica los postizos con los que ejerce en secreto de payaso, el payaso Dumbo, su otro yo que provisto de zapatones y una nariz de goma espuma divierte a los niños que sufren en los hospitales. Lo más sorprendente es que las existencias de Pablo y Dumbo son, inverosímilmente, simultáneas. Everest, con diez años, es fruto de su relación con Sandra. Se trata de un pequeño monstruo que interroga de continuo a su progenitor, provocando su irritación con preguntas capciosas e imposibles, del estilo de ¿qué diferencia hay entre el pelo cortado y el corto? o ¿ahora es antes o después? o ¿cómo es el tiempo? y otras abstrusas incógnitas de índole similar, otros inextricables porqués que sumen a su padre en las más absolutas impotencia y perplejidad. Everest, que debe su nombre -en realidad Everest del Himalaya- a las tendencias naturistas de su madre, se hace acompañar, entre otras rarezas propias de su corta edad, de una invisible unidad terminator a la que su padre debe dotar de estatuto real so pena de provocar, en caso de no hacerlo, las iras de toda su parentela. En alguna ocasión, por ello, el bueno de Luis se ha visto obligado, reprimiendo su airada impaciencia, a reparar el condensador electrolítico de neutrinos que según el niño tiene averiado el engendro imaginario que le acompaña. Valle, Valle del Indo su nombre completo, es hija de un anterior matrimonio de Sandra con un difunto exhippy trasnochado que inoculó en la ahora mujer de Luis su esotérica cosmogonía, su particular visión de la vida. Antes de su fallecimiento Sandra le prometió que pondría a sus hijos los nombres del valle y la montaña más hermosos de la tierra, de ahí lo singular de los apelativos con los que designan a sus retoños. Valle es una niña inteligentísima, genial, su padrastro dice que debiera llamarse Valle-Inclán, capaz de resumir en aforismos esclarecedores, en sentencias iluminadas y magníficas, las ideas más complejas: la precocidad es el reverso de la voluntad, le espeta a su padre, o lo que en unos es carácter en otros es idiotez, afirma algo críptica en otro momento del libro.
La familia se completa con la madre de Luis que, obsesionada con la salud, llama a su hijo por teléfono varias veces al día para relatarle, en inconsistente letanía, los valores de su presión diastólica y sistólica y sus agitadas pulsaciones. Su obediente vástago registra en una hoja de cálculo tales instructivos datos y sueña con la vengativa posibilidad de elaborar un informe completo con medias aritméticas semanales, mensuales y anuales y castigar a su familia con su completa explicación el día de Nochebuena, por ejemplo. Además, fantasea con donar a la ciencia su corazón, el de su madre, cuando ésta muera, con el fin de que en algún laboratorio lo corten en filetes muy finos y lo estudien al microscopio para felicidad póstuma de su aprensiva madre.
Junto a este núcleo central de personajes excepcionales pulula una cohorte de espléndidos e igualmente disparatados secundarios. Óscar es, además de primo de Luis, un auténtico imbécil, un trepa descarado que aparte de quitarle el puesto al que aspiraba con más méritos nuestro pobre protagonista, le arrebata también a Carmen, a la que, para más humillación, Luis encuentra en la cama con su primo en los mismos días de su derrota profesional. Óscar es el actual marido de Carmen, lo que no cambia, más bien acentúa, la escasa consideración que le merece a Luis. Carles es vecino y amigo de la estrafalaria familia. Médico de profesión, aunque por desgracia no especializado en los desequilibrios del alma, defiende un modo de vida relajado frente al estrés atosigado en el que vive sumido el bueno de Luis. Sus complejas relaciones amorosas tendrán una influencia decisiva en la historia. Lucía es la joven profesora de Everest con la que Luis tendrá un breve pero enrevesado escarceo amoroso. Y está Andrés, uno de los mejores abogados civilistas de la ciudad, novio de Lucía y también relacionado con Carles. Y, por supuesto, no puedo dejar de mencionar a un sarcástico guardia de tráfico que comparece puntualmente en diversos momentos del libro.
Entre esta fauna entrañable se desarrolla la enloquecida existencia de Luis, de la que el libro nos da cuenta en dos planos que se suceden en epígrafes alternativos. En unos, los impares, es la voz de Luis la que relata la acción, en primera persona del singular pues, a través de fragmentos de su diario a los que tenemos acceso mediante un expediente que sólo al final del libro se desvelará. En otros, los pares, la voz narrativa habla en tercera persona y esa conjunción del distanciamiento objetivo que esta fórmula impone y la implicación del relato subjetivo, esta estructura dual es, a mi juicio, uno de los grandes aciertos de la novela.
En definitiva, Vive como puedas nos habla, desde esta perspectiva humorística y repleta de sutil comicidad, de la aspiración y la búsqueda de una vida mejor, más auténtica, un canto amargo y a la vez feliz a unos valores que nuestras apresuradas y cínicas sociedades, nuestras materialistas sociedades parecen haber relegado al olvido: la noble amistad, el amor genuino, la ternura, la inocencia, la felicidad. Ésta es la última respuesta que existe, dice Valle a su preguntón hermano Everest, dando con la clave final del libro, para todos los interrogantes que puedas imaginar. No falla nunca. Siempre se acaba en el mismo punto, el objetivo de cualquier ser humano, el sueño imposible de la vida: la felicidad.
Os aseguro, creedme, unas cuantas horas de absoluta felicidad si os decidís a adentraros en este Vive como puedas de Joaquín Berges publicado por Tusquets. Leedlo, no os arrepentiréis. Como vídeo de cierre de esta entrada os ofrezco la estupenda secuencia final de Vive como quieras, la entrañable película (que también os aconsejo; la tenéis íntegra en Youtube) de Frank Capra. En ella podéis escuchar Polly Wolly Doodle, una pieza del folklore tradicional, que aquí nace de las armónicas de un dúo de actores espléndidos, Lionel Barrymore y Edward Arnold. Hasta la semana que viene.
He sido incapaz de recordar el título exacto de la película de Dumbo. Por suerte, la dependienta del video-club estaba de buen humor y ha tenido la suficiente paciencia para buscar en su base de datos todos los títulos de películas que contuvieran la palabra ‘vive’. Incluso me ha hecho una oferta especial y me he llevado las tres películas que ha encontrado por el precio de dos, como si se tratara de los tetrabriks de tomate frito del supermercado.
Ahora que ya las he visto comprendo que Dumbo se refería a Vive como quieras, el retrato de una familia muy singular compuesta por unos extravagantes miembros que viven por y para sus aficiones, sin someterse a las normas laborales y sociales del sistema. Más bien al contrario, tratan de alcanzar sus sueños sin preocuparse de si son lo suficientemente prácticos para proporcionarles un medio de vida. Muy en la línea de Dumbo y hasta en la de Carles y su rollo de trabajar menos. Ahora bien, si la película tratara sobre mi familia debería titularse Vive como puedas, porque la voluntad de vivir es inmensamente proporcional al número de bocas que dependen de tu sueldo. Y del mío dependen demasiadas como para que la voluntad prevalezca sobre la potencia.
Es una película estrafalaria y deliciosa. El final ha llegado a emocionarme, contagiándome una dosis de fugaz optimismo que por desgracia no he podido compartir con nadie. Supongo que mi organismo me ha proporcionado un chute de endorfinas que ha equilibrado temporalmente mi estado anímico. Según Carles, la felicidad es una relación de equilibrio entre las sustancias que regulan el coco, una fórmula mágica y secreta, como la de la coca-cola, que se alimenta de nuestros recuerdos, vivencias y esperanzas. Es probable que ese equilibrio sea parametrizable y pueda analizarse en un laboratorio, igual que se analiza el número de hematíes, leucocitos o el tipo de colesterol que recorre nuestra sangre. Quién sabe. Tal vez fuera un próspero negocio que podría llevarse a cabo en las farmacias. Bastaría con recoger una pequeña muestra de sangre y esperar unos minutos para procesar los datos. Tiene usted el nivel de serotonina algo bajo y la adrenalina demasiado alta. Haga más ejercicio, tómese unas cápsulas de neurotransmisores de la risa, vea una comedia de Capra y no se olvide de llorar de vez en cuando.
Hay que llorar más, como hacen los niños. Por algo son los seres más felices de la creación, siempre y cuando estén sanos y bien alimentados. No hace falta ningún análisis para saber que los niños apenas sufren enfermedades psiquiátricas. No arrastran traumas del pasado (quizá porque apenas tienen pasado). No padecen insomnio ni depresiones ni desórdenes de la personalidad. No toman ansiolíticos, hipnóticos, ni relajantes naturales como la valeriana y la pasiflora. Y sin embargo se pasan el día llorando, a veces a lágrima viva y moco tendido, y otras con mohines de disgusto, hipando, tosiendo o haciendo pucheros. Y son felices. Lo que significa que todo ser vivo que aspire a la felicidad debe aprender a llorar (yo no incluiría a los vegetales en esta intrépida sentencia).
Los adultos lloramos poco, especialmente los hombres. Yo, por ejemplo, hace años que no derramo una sola lágrima. Ni siquiera recuerdo la última vez que lo hice. Quizá por eso no encuentro el camino hacia la satisfacción personal, porque le estoy negando a mi cerebro la posibilidad de desahogarse y eliminar las toxinas del espíritu. Pero ¿cómo se hace?, ¿cómo se llora? Tal vez necesite recibir clases de llanto. Concéntrese, encoja la frente, cierre los ojos, respire por la nariz un par de veces, espire entrecortadamente, tápese el rostro con las manos, diga que no con la cabeza, coloque los dedos pulgar e índice entre las cejas, sorba los mocos, otra vez, diga ‘ay’, más despacio, añada ‘dios mío’, no, no tan alto, dígalo mientras suspira, así, tiéndase sobre la cama en posición decúbito prono, autocompadézcase, vamos, más, sienta cómo se le humedecen los lagrimales, siéntalo, apriete los ojos, deje que las lágrimas resbalen por las mejillas, continúe, un dos, un dos...
7 comentarios:
¿Cómo se llora? jajaja... me ha recordado a otras instrucciones para llorar.Las de Cortazar,claro.
Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
¡Qué pretensiones! Ni en mil vidas que tuvieses. Tú no eres Almudena Grandes.
El artículo es honesto, Anónimo de las 15:03. Dice textualmente: "O saltando ahora a nuestra modesta dimensión..."
¿no?
Saludos
Anónimo de las 16:31
Gracias, Anónimo de las 09.59 y Anónimo de las 16.31. Al primero, por el oportuno recordatorio de esas 'Instrucciones para llorar' de Cortázar. Al segundo, por salir en mi defensa (una prueba más -y hay varias, propias y ajenas- de que, en efecto, no es descabellado pensar en un ataque previo). Gracias a ambos.
Con respecto al obtuso Anónimo de las 15.03, sólo un consejo: ¡¡aprende a leer!!
Sigo a Alberto San Segundo desde hace relativamente poco tiempo. Desde mi MODESTA opinión (que tampoco entiendo por qué ha de ser más modesta que la de Almudena Grandes) me parece que tiene un gusto y una sensibilidad exquisita para dar a conocer sus preferencias musicales y literarias.
Estoy terminando este libro. Me he reído a carcajada limpia y me he emocionado.
Gracias, Al (Alberto, no Almudena).
¿Anónimo obtuso?¿A quien no nos dice lo que quieren leer nuestros ojos se le llama así?Parece que en este blog las críticas han de ser siempre positivas. Es mi MODESTA opinión.
Saludos (también para los seguidores NO-críticos)
Gracias, "reciente seguidor anónimo", por tu amable comentario. Me alegro de que disfrutes de los programas, de la música, de las recomendaciones de lectura.
Y, claro, tendré que volver a terciar en relación con el "Anónimo obtuso". Veamos. Seré breve. He calificado de obtuso al obtuso, no porque discrepe de mis planteamientos o critique mis enfoques o mi blog o hasta a mi persona (algo que, con respeto, todo el mundo puede hacer), sino por su torpeza al leerme. Si de mis palabras ha deducido que me comparo a Almudena Grandes y que abrigo esas ridículas pretensiones es que, simplemente, no sabe leer, es torpe en su comprensión de un texto; ergo, es un obtuso.
Podía haberlo "despachado" con un comentario menor, con un tono humorístico, no darle mayor importancia. Pero si he utilizado un término con connotaciones claramente despectivas es porque todas las personas que han leído su intervención (yo entre ellas) han apreciado en sus palabras un cobarde (pues se escuda en el anonimato) ánimo de ofender, de menospreciar... de ahí el "obtuso", ahora no sólo literal sino también tenuemente insultante.
Un último inciso a propósito del anonimato. Por definición, no cabe polémica o discusión, de altura intelectual o zafiamente barriobajera, sin equilibrio. Y no lo hay si uno de los "contendientes" tiene nombre y apellidos reales y los muestra en público y el otro se esconde tras un "anónimo" que le permite decir cualquier barbaridad sin que nadie responda de ello. En consecuencia, no terciaré en más polémicas (ligeras como ésta o de más calado, intelectualmente estimulantes o ridículas como las provocadas por un lectorzuelo enfurruñado) con quien no dé la cara. Eliminaré los comentarios de quien, escondido tras un anonimato cobarde, pretenda ofender -aunque sea levemente- y cobrarse presuntas deudas surgidas en otros ámbitos.
¡¡Ah, pobre libertad!!... ¡¡cuánto imbécil se agazapa a tu sombra!!
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