Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 15 de febrero de 2012

EMMANUEL CARRÈRE. DE VIDAS AJENAS

Me acuerdo de que, la noche antes de la ola, Hélène y yo habíamos hablado de separarnos. No era complicado: no vivíamos bajo el mismo techo, no teníamos hijos en común, hasta podíamos pensar en seguir siendo amigos; sin embargo, era triste. Conservábamos en la memoria otra noche, justo después de habernos conocido, que pasamos repitiendo que nos habíamos encontrado, que viviríamos juntos el resto de nuestra vida, que envejeceríamos juntos e incluso que tendríamos una niña. Más tarde tuvimos una niña, en el momento en que escribo seguimos esperando envejecer juntos y nos complace pensar que lo comprendimos todo desde el principio. Pero desde aquel comienzo había transcurrido un año complicado, caótico, y lo que nos parecía cierto en el otoño de 2003, en el embeleso del flechazo, lo que nos sigue pareciendo cierto, en todo caso deseable, cinco años más tarde, ya no nos parecía en absoluto cierto ni deseable aquella noche de la Navidad de 2004, en nuestro bungalow del Hotel Eva Lanka. Por el contrario, estábamos seguros de que aquellas vacaciones eran las últimas, y que a pesar de nuestra buena voluntad habían sido un error. Acostados uno junto al otro, no nos atrevíamos a hablar de la primera vez, de aquella promesa en la que los dos habíamos creído con tanto fervor y que era evidente que no se cumpliría. No había hostilidad entre nosotros, simplemente nos veíamos alejarnos con pena: era una lástima. Yo rumiaba mi incapacidad de amar, tanto más patente porque Hélène era una persona muy amable. Pensaba que envejecería solo. Ella pensaba en otras cosas: en su hermana Juliette, que justo antes de partir nosotros había sido hospitalizada a causa de una embolia pulmonar. Hélène tenía miedo de que cayera gravemente enferma, de que se muriera. Yo alegaba que aquel miedo no era racional, pero colonizó enseguida todo el estado de ánimo de Hélène, y yo le reprochaba que se dejase invadir por algo en lo que yo no tenía ninguna participación. Salió a fumar un cigarrillo a la terraza del bungalow. La esperé tumbado en la cama, diciéndome: si vuelve pronto, si hacemos el amor, quizá no nos separemos, quizá envejezcamos juntos. Pero ella no volvió, se quedó sola en la terraza mirando cómo se iluminaba poco a poco el cielo, escuchando los primeros trinos de los pájaros, y yo, por mi lado, me quedé dormido, solo y triste, convencido de que mi vida iba a empeorar cada vez más.

Hola, buenos días. Así, con este sugerente texto, comienza De vidas ajenas, la última novela, aunque no sé si novela es un término adecuado, de Emmanuel Carrère, el escritor y guionista francés. De vidas ajenas ha visto la luz hace algunos meses en la editorial Anagrama, traducido por Jaime Zulaika.

Antes de iniciar mi reseña de hoy, dejadme recordaros que Emmanuel Carrère es autor también de otras obras magníficas, singularmente El adversario, un libro publicado igualmente por Anagrama en el año 2000 y que comparte con el que os presento esta semana al menos un rasgo determinante: ambos podrían inscribirse en un género en alza, las novelas de no ficción, como las llama una parte de la crítica, en particular la norteamericana. Truman Capote, un pionero con su A sangre fría, el malogrado Sebald, el Nobel sudafricano Coetzee o nuestro Javier Cercas, entre otros muchos, escriben libros en los que el mismo autor es protagonista, en los que las tramas novelescas se imbrican en la propia vida del autor, en los que ficción y realidad se mezclan y resultan, a la postre, indiscernibles, en los que las vivencias de sus personajes afectan a la existencia del escritor, en los que éste se adentra en una investigación sobre hechos e individuos reales y da cuenta en el libro de esa indagación, de la que se narran las causas, los procesos, los avances, las conclusiones. El resultado final no se limita a una mera descripción neutra y objetiva de los acontecimientos narrados, lo cual convertiría los libros en manifestaciones destacadas del género periodístico, sino que estamos ante auténticas novelas, porque la voz narrativa es una voz creadora: inventa, imagina, penetra en el alma de los protagonistas, recrea emociones, intuye sentimientos, impregna el relato de fecunda subjetividad. En definitiva, sobre la base de unos hechos realmente producidos, efectivamente existentes, verídicos pues, se instaura una nueva verdad más verdadera podríamos decir, la verdad de la literatura que, si es de calidad, si es auténtica, si es Literatura con mayúsculas, emociona, conmueve, transmite sentimientos y arroja una luz más diáfana y esclarecedora sobre nuestra pobre condición humana.

Así, en El adversario, Emmanuel Carrère reconstruyó una sorprendente y a la vez escalofriante historia real que conmocionó a la opinión pública hace veinte años. En 1993, Jean-Claude Romand, aparentemente un médico francés de vida ordenada y plácida, asesinó a su mujer, a sus dos hijos, a sus padres y después trató, sin éxito, de suicidarse. Juzgado tres años después, fue sentenciado a cadena perpetua. En el libro conocemos las investigaciones judiciales que revelaron el mundo de falsedades que Romand había creado a su alrededor. Matriculado de joven en Medicina, no logró pasar del segundo curso y por no enfrentar ese hecho ante sus padres, construyó una trama de mentiras, cada vez más enrevesadas, para disimular su fracaso. De este modo, su vida real fue progresivamente quedando desplazada por una existencia ficticia que acabó devorando su auténtica personalidad. Sin trabajo, salía a diario a un parque cercano en el que consumía su supuesta jornada de trabajo. Sin dinero, estafaba a propios y extraños en una espiral de engaños. Cuando, tras dieciocho años de ocultaciones y fingimientos, la situación se hizo insostenible y su vida fraudulenta iba a ser descubierta acabó salvajemente con su familia e intentó suicidarse. Emmanuel Carrère se adentra en la siniestra personalidad de este fascinante aunque monstruoso personaje y a través de la correspondencia que mantiene con él, dando cuenta de los protocolos judiciales, de sus propias indagaciones, de las sesiones del juicio, a las que asiste, elabora un libro intensísimo y deslumbrante, de lectura arrebatadora, que nos ayuda a comprender mejor a un ser humano tan brutalmente singular y con él, a conocernos mejor a nosotros mismos.

De vidas ajenas se rige por un principio similar: partir de hechos reales, investigarlos y relatar los resultados de la investigación y de la influencia que lo experimentado, lo conocido, lo indagado ejerce sobre la propia vida del autor. En este caso, el desencadenante es el tsunami que asoló las costas índicas en las navidades de 2004 y al que de modo lateral se alude en el texto que os he ofrecido al comenzar esta reseña. Carrère, que está de vacaciones con su mujer Hélène en Sri Lanka, ve como una pareja vecina y amiga pierde a su hijita que jugaba en la playa en el momento en que irrumpió la devastadora ola. Desde ahí, la novela contiene al menos tres líneas argumentales inicialmente sucesivas, aunque luego acaban interrelacionándose. La primera historia que se nos narra es, pues, la de esos días terribles vividos en la isla destrozada, los miles de cadáveres, la desolación general, la destrucción, el pánico, la tristeza, las iniciales y estériles labores de rescate, la identificación de los cuerpos, las vidas aniquiladas y reducidas a su condición más elemental. A la vuelta de su dramático viaje, Juliette, la hermana de Hélène, es ingresada en un hospital pues le ha sido diagnosticado un cáncer. Juliette ejerce su profesión de juez con compromiso e implicación al lado de Étienne, un compañero con el que además de afinidades profesionales y humanas comparte una condición triste y dolorosa: ambos son cojos, han perdido una pierna en sendas enfermedades juveniles. El segundo núcleo del libro lo constituye el análisis de esas dos vidas entregadas a la justicia, los respectivos dramas vividos en la juventud, las enfermedades padecidas, la toma de postura personal de ambos ante las injusticias que el ejercicio del Derecho lamentablemente permite, las interioridades del sistema judicial francés, la poderosa amistad nacida en esa lucha común, una amistad que no necesita explicaciones ni demasiadas palabras. Por fin, el tercer eje de la novela se desarrolla en torno a la inevitable evolución de la enfermedad de Juliette, su impacto en su bondadoso marido Patrice y en sus tres pequeñas hijitas, su deterioro y su muerte con sólo treinta y tres años.

Pero lo esencial del libro no está en los hechos narrados, en las líneas argumentales, en las vidas ‘externas’ que se cuentan, sino en la profundidad de las almas, en lo íntimo, en las emociones más genuinas de los seres que pasan por la novela: la desesperación de los padres y los abuelos de la niñita arrebatada por las aguas, el padecimiento de los chicos que sufren la terrible mutilación en su juventud, el dolor devastador de sus familias, impotentes ante el cáncer, la dramática aceptación de lo irremisible de la muerte por parte de Juliette y su joven marido. Y, claro está, la repercusión que todas estas vivencias tienen sobre el narrador, sobre su algo egoísta vida, sobre su quizá demasiado rutinaria y algo languideciente relación de pareja, hasta el punto de que el impacto emocional de los hechos que vive y analiza y sobre los que escribe acaba cambiando su vida, mejorándola.

Impacto emocional he escrito, muy ajustadamente. No soy yo muy dado a las confidencias íntimas en un espacio público como es el radiofónico o el que ofrece internet, pero por una vez haré una excepción: yo he llorado leyendo De vidas ajenas, sus últimas sesenta páginas un desbordante y emotivo fluir de lágrimas, lágrimas acongojadas por la tristísima historia leída, presenciada, en cierto sentido -en tanto cuando leemos penetramos realmente en otras existencias- vivida, lágrimas doloridas por la absurda insensatez de la condición humana, lágrimas, en fin, liberadoras y hasta alegres por la belleza y la verdad que la literatura puede comunicar. Os dejo, como muestra de esa esencial belleza del libro, un fragmento bellísimo que recoge los últimos momentos en común del equilibrado Patrice con su joven mujer agonizante.

Leed, pues, este De vidas ajenas de Emmanuel Carrère que publica Anagrama, son muchas las razones para hacerlo: magnífica literatura, extraordinaria belleza, reveladora verdad, profunda, intensa, conmovedora vida. Os dejo, como cierre de la emisión, una canción del vaquero Tim McGraw, Live Like You Were Dying, en la que el cáncer es protagonista. Hasta la semana que viene.

Está de nuevo tendido cerca de ella, pero más cómodamente, casi como si estuvieran en la cama conyugal. Ella respiraba sin tropiezos, parecía no sufrir. Navegaba en un estado crepuscular que en un momento dado iba a convertirse en la muerte, y él la acompañó hasta aquel momento. Se puso a hablarle al oído, muy bajo, y mientras hablaba le tocaba suavemente la mano, la cara, el pecho, a intervalos la besaba con un roce de los labios. Aun sabiendo que su cerebro ya no estaba en condiciones de analizar las vibraciones de su voz ni el contacto de su piel, era seguro que su carne los percibía todavía, que ella entraba en lo desconocido sintiéndose rodeada por algo familiar y amoroso. Él estaba allí. Le contó la vida que habían vivido juntos y la felicidad que ella le había dado. Le dijo cuánto le había gustado reírse con ella, hablar de todo y de cualquier cosa con ella, y hasta pelearse con ella. Le prometió que seguiría adelante sin flaquear, que se ocuparía bien de las niñas, que no debía preocuparse. No olvidaría ponerles las bufandas para que no se resfriasen. Le cantó canciones que a ella le gustaban, le describió el instante de la muerte como un gran fogonazo, una ola de paz de la que no se tiene idea, un retorno bienaventurado a la energía común. Un día él también la conocería y los dos volverían a reunirse. Estas palabras le salían sin dificultad, las enunciaba en voz muy baja, muy serena, le envolvían a él mismo. Es la vida la que duele al resistirte, pero el tormento de estar vivo concluía. La enfermera le había dicho: las personas que luchan mueren más deprisa. Si aquello duraba tanto tiempo, pensaba él, era porque Juliette había dejado de luchar, que lo que quedaba de vivo en ella estaba tranquilo, abandonado. No luches más, mi amor, suelta, suelta, déjate ir.
Hacia medianoche, sin embargo, se dijo que no era posible, no era posible que al día siguiente continuara en este estado. A las cuatro de la mañana, decidió, desconectaría el respirador. Pero a la una ya no aguantaba la espera, pensó que era Juliette quien le comunicaba esta impaciencia y fue a ver a la enfermera de guardia para preguntarle si no podría desconectarlo ella porque creía que había llegado el momento. Ella dijo que no, podría ser brutal, más valía que las cosas siguieran su ritmo. Más tarde, Patrice se durmió. Un helicóptero le despertó un poco antes de las tres. Permaneció suspendido mucho tiempo encima del hospital. A continuación, fijó la mirada en el despertador. A las cuatro menos cuarto, la respiración de Juliette, que ya no era más que un hilo, se detuvo. Él se quedó un momento al acecho pero ya no había nada, el corazón ya no le latía. Se dijo que ella había adivinado lo que él pensaba hacer a las cuatro y se lo había ahorrado.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy fácil interesarse por un libro leyéndote.
Gracias,

Alberto San Segundo dijo...

Te agradezco el comentario, amabilísimo Anónimo, porque eso es exactamente lo que pretendo con estas reseñas: contagiar el entusiasmo, la pasión o, al menos, el interés que la lectura de un libro me ha provocado. De modo que me alegra haberlo conseguido alguna vez.

Gracias de nuevo. Un saludo

Anónimo dijo...

Siempre lo consigues, y provocas que en mi agenda lleve anotados libros y autores que poco a poco voy leyendo. Y generalmente tus recomendaciones resultan buenísimas. Esta vez me avancé y leí el libro en verano, justo antes de leer ‘Los enamoramientos’ de Marias. Comparto tu entrada en el blog, yo me emocioné realmente con los dos. Pero la belleza de las emociones en de ‘De vidas ajenas’, es verdaderamente desbordante.
Gracias Alberto.

Savina

Alberto San Segundo dijo...

Hola, Savina

Qué bien que dejes constancia aquí de tus emociones, aunque yo pueda saber de ellas por otros medios... Gracias.

Un beso