Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 8 de febrero de 2012

LAURENT BINET. HHhH

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro. Un miércoles más salimos a vuestro encuentro en Radio Universidad de Salamanca con una nueva sugerencia de lectura. Y os aseguro que con respecto a mi propuesta de hoy no puedo conformarme con un mero consejo o una más o menos tibia recomendación, no, hoy mi reseña viene envuelta en una auténtica conminación, os planteo una exigencia, una obligación, una verdadera necesidad. No deberíais dejar de leer, bajo ningún concepto, la genial novela que hoy os comento, pues aparte de ser una obra genial desde el punto de vista literario, es interesante, es adictiva, es intensa, es conmovedora, es original -pese a moverse en un terreno ciertamente trillado-, es comprometida, es emocionante, es intelectualmente sugestiva.

Se trata -desvelaré ya su título, porque con un preámbulo así imagino que ardéis en deseos de que desvele por fin la referencia- de HHhH, la primera novela del escritor francés Laurent Binet, con la que ha cosechado infinidad de muestras de reconocimiento y admiración en el mundo entero, el premio Goncourt de primera novela en su país, y un entusiasmo unánime en lectores y críticos. El libro fue publicado en España en el pasado 2011 por la editorial Seix Barral en traducción de Adolfo García Ortega.

Vayamos, de entrada, con el núcleo central de la novela, con su trama argumental. El cerebro de Himmler se llama Heydrich. Esta frase, recurrente en distintos círculos de la Alemania nazi y que en la lengua germánica se dice Himmlers Hirn heisst Heydrich, da título, con sus cuatro haches iniciales, al libro. Himmler es, claro, el comandante en jefe de las SS, uno de los mayores responsables del terror nazi. Menos conocido es, en cambio, Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, considerado el hombre más peligroso del Tercer Reich y una de las figuras más enigmáticas del nazismo. Su discreto segundo plano en los libros de historia no debe confundirnos acerca de su capital importancia en el proyecto político hitleriano. Es increíble hasta qué punto, en lo concerniente a la política del tercer Reich, y especialmente en lo que tiene de más aterradora, nos dice Binet en un momento de su obra, siempre podemos encontrar a Heydrich en pleno centro.

Heydrich, el carnicero de Praga, siniestro apodo con el que era conocido, el máximo encargado del vertedero de la basura del Tercer Reich, como él mismo se denominaba, fue también el principal impulsor, el inventor en realidad, de la Solución final, el monstruoso, el diabólico plan de aniquilación sistemática y organizada del pueblo judío. Tras la ocupación nazi de Polonia comenzaron las ejecuciones masivas en ese país y en la URSS, pero se confiaron inicialmente a los comandos de exterminio de los Einsatzgruppen, los escuadrones de ejecución itinerantes, que se limitaban a concentrar a sus víctimas por centenas, incluso por millares, a menudo en un campo o en un bosque, antes de ametrallarlos. El problema de este método era que sometía los nervios de los verdugos a una dura prueba y dañaba la moral de las tropas, hasta de las más curtidas, como la SD, el Servicio de Seguridad, o la Gestapo; el propio Himmler llegó a desmayarse cuando asistió a una de esas ejecuciones en masa. Más adelante, los SS se habituaron a asfixiar a sus víctimas en unos camiones repletos de gente en su interior, hacia donde conectaban el tubo de escape, en una técnica que no pasaba de ser algo relativamente artesanal. De este modo no se resentía el equilibrio psíquico de los ejecutores, pero la supuesta asepsia de la operación presentaba un inconveniente adicional: en palabras de Binet: las personas, cuando se asfixian, tienen tendencia a defecar, y hay que limpiar los excrementos que alfombran el suelo del camión después de cada gaseado. Por fin, y aquí es donde aparece la cruel mano de Heydrich, el exterminio de los judíos fue administrado como un proyecto logístico, social y económico completo, es decir, como una operación de gran envergadura, la solución final, los campos de concentración y exterminio. Desde un punto de vista literario, Heydrich, escribe Binet, es un buen personaje. Es como si un doctor Frankestein novelista hubiera alumbrado una criatura terrorífica a partir de los monstruos más grandes de la literatura. Con la excepción de que Heydrich no es un monstruo de papel.

El odio que suscitaba el personaje en la Europa ocupada, junto al innegable valor estratégico de la posición de Heydrich como máxima autoridad nazi en el Protectorado de Bohemia y Moravia, que incluía a las actuales Repúblicas Checa y Eslovaca, provocaron que la resistencia checa y las autoridades británicas idearan la operación Antropoide, un intento de acabar con el brutal carnicero alemán. En 1942, dos miembros de la Resistencia, Jozef Gabčik y Jan Kubiš, aterrizan en paracaídas en Praga con la misión de asesinarlo. Pese a las muchas dificultades que encuentran para acceder a su presa logran por fin su cometido con la ayuda de un tercer hombre, Josef Valčik. Refugiados tras el atentado en una iglesia, son delatados por un compañero traidor, suicidándose ante el asedio de setecientos hombres de las SS. Las furibunda reacción de Hitler tras el atentado se traduce en la completa liquidación de la localidad de Lídice, de donde era natural uno de los resistentes, aunque la represalia se centró en ese pueblo por azar, sin que la organización nazi fuera consciente de esa circunstancia. En una sola noche, un escuadrón de las SS arrasó la población acabando enteramente con sus habitantes.

Estos son los hechos, la verdad histórica, acontecimientos, nombres, episodios, fechas, personajes reales, de existencia contrastada, verdaderos. Y ésta es también la novela, que incluye estos hechos, los recrea, y los enriquece hasta convertirlos en literatura, aunque en este caso, la frontera entre sucesos reales y ficción literaria es ciertamente difusa. El resultado de esta ejemplar reconstrucción de hechos históricos, muy documentados, es una narración apasionante que empieza en una ciudad del norte de Alemania, prosigue en Kiel, Múnich, Berlín, luego se desplaza por la Eslovaquia oriental, pasa muy brevemente por Francia, continúa en Londres, en Kiev, vuelve a Berlín y va a terminar en Praga, la ciudad de las cien torres, el corazón del mundo, el ojo del huracán de mi imaginario, la Praga de dedos de lluvia, sueño barroco del emperador, hogar pétreo de la Edad Media, música del ama fluyendo bajo los puentes, como poéticamente la describe el narrador.

Laurent Binet acomete su excepcional tarea llevado, en primer lugar, por el recuerdo de su padre, para devolverle, dice, algo de lo que me dio, el resultado de unas pocas palabras ofrecidas a un adolescente por ese padre que, en aquel entonces, no era todavía profesor de historia pero que, con unas cuantas frases imperfectas, sabía contarla muy bien. Le mueve también la voluntad de rendir un homenaje a los participantes en uno de los mayores actos de resistencia de la historia humana e, incontestablemente, el mayor hecho de resistencia de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, señala el autor en un momento de su novela, Gabčik, Kubiš y Valčik son héroes en su país, donde su memoria se celebra con regularidad. Cada uno de ellos tiene una calle con su nombre en las cercanías del lugar del atentado, y existe en Eslovaquia un pueblecito llamado Gabčikovo. Quienes los ayudaron directa o indirectamente no son tan conocidos y, agotado por el desordenado esfuerzo con que he tratado de rendir homenaje a todas esas personas, me estremezco de culpabilidad al imaginar los cientos, los miles que he dejado morir en el anonimato, pero quiero pensar que la gente existe aunque no se hable de ella.

Y mientras cuenta la historia, presenta los personajes, describe los escenarios, muestra las intrigas políticas, las acciones militares, los encuentros diplomáticos, los avances de la acción, los distintos episodios de la preparación y la puesta en práctica del atentado, Binet se interroga, en un poderoso y muy atractivo ejercicio de metaliteratura, acerca del sentido de su proyecto literario. Extraordinariamente escrupuloso con la verdad, no quiere en ningún momento, por respeto a los protagonistas, literaturizar unos hechos y unos personajes de tan formidable entidad histórica. Y así, la novela está surcada por infinidad de momentos en los que la inflexible atención del autor detecta peligrosos deslizamientos hacia la 'ficcionalización' de la historia. Por ejemplo, Natacha, su novia, lee un capítulo recién terminado en el que se describe una determinada reacción de Himmler. A la segunda frase, dice Binet, ella exclama: ¿Qué es eso de ‘la sangre le enciende las mejillas’, ‘su cerebro se hincha dentro de la caja craneal’? ¡Te lo estás inventando! Y entonces, reflexiona: Hace ya varios años que la fatigo con mis teorías sobre el carácter pueril y ridículo de la invención novelesca, herencia de mis lecturas de juventud, y es justo, supongo, que no deje pasar esta historia de la caja craneal. Por mi parte, me creía muy decidido a evitar ese tipo de menciones que, a priori, no tienen más interés que dar al texto el colorido de la novela, lo que es bastante feo, Además, aunque disponga de indicios sobre la reacción de Himmler y su turbación, no puedo estar verdaderamente seguro de los síntomas de esa turbación: quizá se puso todo rojo (y así es como yo me lo imagino), pero también pudo haberse puesto todo blanco. Vamos, que el asunto me parece bastante grave. O en otro momento, a propósito de la película sobre el general norteamericano Patton: En resumidas cuentas, la película habla de un personaje ficticio cuya vida está muy inspirada en la carrera de Patton, pero claramente no es él. Y sin embargo, la película se titula Patton. Y eso no le choca a nadie, todo el mundo ve como algo normal hacer bricolaje con la realidad para así poder ensalzar un guión; o dar una coherencia a la trayectoria de un personaje cuyo recorrido real comportaba, sin duda alguna, demasiados tumbos azarosos, y bastante poco significativos. Por culpa de gente así, que le hace trampas a la eternidad con la verdad histórica con tal de vender su propio caldo, un viejo amigo, curtido en todo género de ficciones y por tanto fatalmente habituado a esos procedimientos de normalizada falsificación, puede asombrarse inocentemente y preguntarme: “¿Entonces no es inventado?”. No, no es inventado. Por otra parte, ¿qué interés habría en “inventar” el nazismo? Incluso, en el paroxismo de este íntegro rigor intelectual, interrumpe su narración al escribir: Cuando su amo se ausenta, el perro lo espera prudentemente echado debajo de la mesa del salón, sin moverse durante horas. Y, escrupuloso con los límites que separan la literatura de la historia, señala a continuación: La verdad es que el animal no tendrá ningún papel decisivo en la operación Antropoide, pero prefiero contar un detalle inútil antes que correr el riesgo de que se me pase un detalle esencial.

En fin, no deberíais dejar pasar esta magnífica novela, tras cuya torrencial prosa se esconde una ingente labor de documentación. De nuevo cito al autor: Los anaqueles de mi departamento de cubren de libros sobre la segunda guerra mundial, devoro cuanto cae en mis manos en todas las lenguas posibles, voy a ver todas las películas que salen -El pianista, El hundimiento, Los falsificadores, The black book- y mi tele queda bloqueada en el canal Historia. La amplitud del saber que llego a acumular termina por asustarme, Escribo dos páginas cada mil que leo. Pues bien, esta HHhH de Laurent Binet publicada por Seix Barral es la espléndida punta de ese inmenso iceberg de información que maneja su autor sobre una época, sobre unos episodios, sobre unos seres humanos fascinantes en sí mismos pero que la memorable voz narrativa del escritor convierte en simplemente inolvidables. No os lo perdáis.

En el apartado musical y como despedida por hoy, una canción traída de manera algo forzada a partir de la nacionalidad de su intérprete, la checa Marketa Irglova. Se trata de If you want me y formó parte de la banda sonora de la magnífica y oscarizada Once. Con ella os dejamos hasta la semana que viene.


Llegó a mis oídos una historia extraordinaria que sucedió en Kiev durante la guerra. Tuvo lugar en el verano de 1942 y no guarda relación con ninguno de los actores de “Antropoide”; no cabe, por tanto, a priori en mi novela. Pero una de las grandes ventajas del género es la libertad casi ilimitada que confiere al narrador.
Así, pues, en el verano de 1942, Ucrania es administrada por los nazis con la brutalidad que los caracteriza. Sin embargo, los alemanes han querido organizar unos partidos de fútbol entre los diferentes países ocupados o satelizados en el Este. Enseguida hay un equipo que se distingue, engarzando una victoria tras otra contra sus adversarios rumanos o húngaros: el FC Start, creado de prisa y corriendo a partir de los restos de un difunto Dynamo de Kiev, prohibido desde el principio de la ocupación pero cuyos jugadores fueron llamados para tal evento.
La fama del éxito de este equipo llega a los alemanes, que deciden organizar un partido de prestigio en Kiev, entre el equipo local y el equipo de la Luftwaffe. Durante la presentación de los equipos, los jugadores ucranianos son obligados a hacer el saludo nazi.
El día del partido, los dos equipos entran en el estadio, lleno a rebosar, y los jugadores alemanes extienden el brazo gritando: “¡Heil Hitler!” Los jugadores ucranianos extienden también el brazo, lo que supone sin duda una gran decepción para el público que, evidentemente, veía en ese partido la oportunidad de demostrar una resistencia simbólica al invasor. Pero en vez de apostillar su gesto con el “Heil Hitler” convenido, los jugadores cierran el puño, cruzan su brazo sobre el pecho y gritan: “¡Viva la cultura física!” El eslogan, impregnado de connotaciones soviéticas, entusiasma al público.
Apenas empezado el partido, un jugador alemán le fractura la pierna a un atacante ucraniano. En esa época no había sustituciones. El FC Start deberá jugar el resto del partido con diez. En superioridad numérica, los alemanes abren el marcador. La cosa se presenta muy mal. Sin embargo, los jugadores de Kiev se niegan a rendirse. Empatan entre los vítores de la multitud. Un poco más tarde marcan un segundo tanto y el estadio se viene abajo.
En el descanso, el general Ebherdardt, superintendente de Kiev, visita a los jugadores ucranianos en su vestuario y les echa este discurso; “Bravo, habéis practicado un juego excelente y a todos nos ha gustado mucho. Pero ocurre que ahora, durante el segundo tiempo, tenéis que perder. ¡Debéis hacerlo! El equipo de la Luftwaffe no ha perdido jamás, sobre todo en territorios ocupados. ¡Es una orden! Si no perdéis, seréis ejecutados”.
Los jugadores han escuchado en silencio. De regreso al terreno de juego, sin que se pusieran de acuerdo previamente, después de una breve incertidumbre, toman la decisión de seguir jugando. Marcan otro gol, y luego otro, hasta acabar ganando 5-1. Para el público ucraniano es el delirio. La parte alemana gruñe. Hay disparos al aire. Pero ninguno de los jugadores se inquieta todavía, porque piensan que los alemanes querrán lavar su afrenta sobre el terreno de juego.
Tres días más tarde se organiza un partido de revancha cuya promoción se hace con un gran despliegue de carteles. Mientras tanto, los alemanes mandan venir de emergencia desde Berlín a jugadores profesionales para reforzar el equipo.
El segundo partido comienza. El estadio está nuevamente lleno a rebosar, pero esta vez se han desplegado alrededor tropas de las SS, con le excusa oficial de mantener el orden. Los alemanes abren una vez más el marcador. Pero los ucranianos no se amilanan y vencen 5-3. Al acabar el partido, los seguidores ucranianos estallan de alegría, pero los jugadores están lívidos. Los alemanes disparan algunos tiros. El césped se invade. En la confusión, tres jugadores ucranianos desaparecen entre la multitud. Sobrevivirán a la guerra. El resto del equipo es arrestado y cuatro jugadores son llevados inmediatamente a Babi Yar, donde se les ejecuta. De rodillas delante del barranco, el capitán y guardameta, Nikolai Trusevich, tiene tiempo de gritar, antes de recibir una bala en la nuca: “¡El deporte rojo no morirá jamás!” A continuación, los demás jugadores serán asesinados también. Hoy en día hay un monumento dedicado a ellos delante del estadio del Dynamo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué sorpresa, Alberto! Cuando he visto tu última referencia, de hoy mismo, recientita, puedo asegurarte que he alucinado... las casualidades existen o tenemos amigos comunes que nos recomiendan los mismos libros, jajaja! Llevo tres días colgada de esta novela, a punto ya de terminarla, sin dejar de leer salvo para las obligaciones más indispensables. Estaba esperando a terminarla para recomendártela encarecidamente: desde la primera página no he dejado de pensar que es un excelente y valioso material para trabajar con los alumnos del master de profesorado...(sobre todo de historia, pero no de forma excluyente a las demás especialidades). Seguro que a tí también se te han ocurrido mil y una aplicaciones metodológicas. Más allá de la innegable aplicación didáctica, comparto contigo la misma pasión por esta novela y mi más profundo respeto por un escritor, que a pesar de su juventud, está demostrando unas inmejorables cualidades.
Recibe un cordial saludo. Pepa.

Alberto San Segundo dijo...

Gracias, Pepa, por tu participación y tus sugerencias didácticas... La verdad es que sí que es una casualidad... pero bueno... las recomendaciones de los medios de comunicación nos llegan a todos; los canales, pese a parecer múltiples, tienden a ser estrechos... y las coincidencias previsibles.

En fin, me alegro de que sigas siendo asidua de estas páginas. Espero que podamos compartir más lecturas.

Un saludo con cariño

Alberto