PAUL TORDAY. LA PESCA DE SALMÓN EN YEMEN
Hola, buenos días, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca en el que cada miércoles os hacemos una recomendación de lectura que pueda ser de vuestro agrado. Hoy os traigo un nuevo libro, una nueva novela, de la editorial Salamandra, que tanta presencia tiene en nuestro programa. Y ello es debido, sobre todo, a una política de publicaciones que a mi juicio resulta excelente, con novelas de calidad de autores no siempre conocidos, una política que ha podido sustentarse y mantenerse, entre otras razones, debido al éxito de la serie de Harry Potter que, publicada por la misma editorial, le ha permitido a ésta una holgura económica favorecedora de apuestas literarias más atrevidas. No obstante, debo reconocer igualmente que la asiduidad con la que las publicaciones de la editorial Salamandra aparecen en Todos los libros un libro se debe también a que los criterios de la editorial coinciden en gran medida con mis particulares preferencias, mis pautas personales de lectura. Imagino que vosotros, como yo, leéis por múltiples y diversas aunque complementarias razones: para aprender sobre otros mundos y otras vidas; para divertiros y alejaros de los problemas cotidianos; para ampliar vuestro conocimiento de la realidad, de la naturaleza humana; para pasar un rato agradable; para experimentar emociones; para trascender la existencia… y así, de todas estas formas, os acercáis -como yo- a ensayos, poemarios, textos divulgativos, libros de viajes, novelas experimentales, tratados filosóficos. Pero estoy seguro de que también leéis por la fascinación que las narraciones, los cuentos, las historias han tenido y siguen teniendo sobre el alma humana, por el encantamiento, la magia que supone adentrarse en las peripecias vitales de unos personajes cuya existencia, diez minutos antes de abrir el libro, no podíamos ni imaginar. Los libros de editorial Salamandra, en general, cuentan historias, son narraciones normalmente lineales, aunque no simples, con un enorme poder de atracción, que capturan, que nos hacen partícipes, que nos contagian, desde las primeras páginas, el interés por las vidas ajenas. Confieso sin rubor que ese tipo de literatura, la que podríamos llamar decimonónica, la que, como ya creo haber contado aquí, Cortázar consideraba propia de lo que él llamaba lectores-hembra, que se pliegan a las exigencias del narrador, que se dejan llevar dócilmente por él, la de las historias encantadoras, la de los relatos torrenciales que envuelven, que atrapan, que arrastran a los que encuentran en su camino, este tipo de literatura en la que nos sumergimos y con la que nos dejamos fluir, meciéndonos al ritmo de una prosa arrebatadora y de una trama subyugante, lleva seduciéndome y atrayéndome enormemente desde mis ya lejanas adolescencia y juventud. Pues bien, al libro que hoy os presento le conviene doblemente esta imagen fluvial, esta metáfora de la literatura como torrente desbordado, primero porque en efecto se trata de una historia que ‘engancha’ desde su inicio y nos obliga a seguir leyendo y nos impulsa sin freno hacia su término como el avance irrefrenable de un río caudaloso, y también porque los ríos ocupan en ella, en su argumento y desarrollo, un papel esencial, como veréis a continuación. Se trata de La pesca de salmón en Yemen, su autor es un para mí desconocido Paul Torday y lo ha traducido para Salamandra Luis Murillo Fort. El libro se editó hace ahora cinco años, y por esas fechas lo leí yo, y también entonces escribí esta reseña que ahora he desempolvado y que os ofrezco, actualizada, debido al hecho de que hace algunas semanas se ha estrenado en nuestro país la película basada en el libro y que con idéntico título está dirigida por Lasse Hallström y protagonizada por Ewan McGregor, Emily Blunt y Kristin Scott-Thomas.
El doctor Alfred Jones es un anodino, gris y bastante aburrido científico que desarrolla su vida personal -está casado con la igualmente fría, aséptica, egoísta e insoportable Mary- por los descoloridos cauces de la más estricta racionalidad, de un orden escrupuloso y de una rutina sistemática que no dejan sitio al mínimo atisbo no ya de locura, pasión o aventura en su vida, sino ni siquiera al menor, al más trivial acontecimiento inesperado, al azar, a lo espontáneo. Así, y a modo de ejemplo de unas costumbres que definen una personalidad, anota puntualmente en su diario la calidad y frecuencia de sus deposiciones, controla el tiempo medio previo al fallo de sus calcetines y pijamas, con el objeto de poder prever con exactitud cuándo deben de ser sustituidos por prendas nuevas, somete las relaciones sexuales con su mujer a un calendario estricto y austero, acepta y hasta considera signo de normalidad marital las insufribles veladas con su esposa, charlando de las oscilaciones del mercado de valores u otro tema igual de neutro y distante. Del mismo modo, en lo profesional su trayectoria se circunscribe a un escasamente interesante trabajo en las oficinas y laboratorios del Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura, organismo vinculado a la Administración medioambiental británica, en el que ha llegado a ser considerado como una autoridad en el difuso asunto de la reproducción de ciertos moluscos.
Un buen día recibe -a través de la intermediación de algunos dirigentes políticos que pretenden rentabilizar la operación- el encargo, tutelado por un jeque yemení, de estudiar la viabilidad, primero, y desarrollar después, un proyecto de implantación del salmón en el árido desierto de
Yemen, con la finalidad de despertar en los ciudadanos de ese país la afición por la pesca del salmón. El jeque -un personaje entrañable- abriga la esperanza de que las virtudes que la pesca del salmón encierra -tolerancia, paciencia, respeto, superación de las diferencias personales y sociales, equilibrio- puedan arraigar en Oriente Medio, y no concibe medio mejor para ello que el poner en marcha una complejísima y muy cara iniciativa que lleva consigo la construcción de un hábitat artificial para los salmones en los cauces secos de los ríos yemeníes, los wadi, y el traslado hasta allí de miles de estos peces desde las heladas aguas de Escocia, Islandia o Groenlandia. Este encargo, aparentemente descabellado, que el siempre sensato Dr. Jones se verá obligado a aceptar, hará tambalear los pobres cimientos en los que fundamentó su vida, la irá cambiando gradual e imperceptiblemente, y acabará mostrándole las vertientes más apasionadas y emotivas de la existencia, que habían hasta entonces pasado desapercibidas para él.
La novela relata la evolución del insólito proyecto a la par que la transformación personal del doctor Jones, con un estilo indirecto, pues todo es contado a partir de, por así decirlo, documentos objetivos: el diario del propio doctor, cartas que se entrecruzan el científico y su esposa o las diversas autoridades que se inmiscuyen en el asunto, correos electrónicos varios (hay incluso algunos de Al-Qaeda, que considera la implantación del salmón en Yemen contraria al espíritu del Islam y decide intervenir), actas de las sesiones en el Parlamento británico, que acaba interesándose por la cuestión, transcripciones de declaraciones de diversos personajes ante comisiones de investigación, extractos también transcritos de programas televisivos…
No tengo tiempo para más comentarios, leed la novela, la disfrutaréis; pese a cierta previsibilidad en la trama y unos personajes algo esquemáticos y estereotipados, el libro es divertido, se lee con interés y nos traslada un mensaje optimista y esperanzador que creo puede resultar fecundo en nuestras a veces muy materialistas almas. No he visto aún la película, por lo que no puedo aventurar si será o no fiel al espíritu del libro o, si al margen de él, resultará interesante o prescindible. La larga y casi siempre convincente trayectoria de su director y la solvencia de sus intérpretes principales permiten predecir que no nos resultará decepcionante.
Os dejo una canción, como cierre de mi reseña, que nos habla, también con humor y desde una perspectiva irónica, del mundo de la pesca. En I’m gonna miss her el vaquero Brad Paisley desatiende a su mujer por culpa de su afición por los peces.
Antes, un revelador fragmento del libro en el que el adorable jeque plantea las razones últimas de su disparatado proyecto. Hasta la semana próxima.
He llegado a la conclusión de que crear un río salmonero en Yemen sería en todos los sentidos una bendición para mi país y mis compatriotas. Soy consciente de que, si llegara a hacerse realidad, sería un milagro divino. Mi dinero y su ciencia, doctor Alfred, no podrían lograrlo sin la ayuda de Dios, pero del mismo modo que Moisés halló agua en el desierto, quizá logremos que haya salmones en las aguas del wadi Aleyn. Si Dios lo quiere, los wadi se llenarán con las lluvias de verano, bombearemos agua de los acuíferos y los salmones nadarán en el río. Y después, mis compatriotas de las diversas tribus (sayyid, nukka, jazr), hombres de toda clase y condición, se alinearán en las riberas, codo con codo, y pescarán salmones. Y su manera de ser cambiará también. Experimentarán el hechizo de este pez plateado y el irresistible amor que tanto usted, doctor Alfred, como yo sentimos por el salmón y por el río en que habita. Y así, cuando la conversación derive hacia lo que dijo la tribu tal o hizo la tribu cual, o que si los israelíes o los americanos, y la cosa suba de tono, alguien dirá: Levantémonos y vayamos a pescar.
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