Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 30 de mayo de 2012

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA. JOAN BROSSA. CHEMA MADOZ. POESÍA VISUAL

Hola, buenos días. Sed bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio que Radio Universidad de Salamanca dedica a los libros, fiel a su cita con vosotros como todas las mañanas de los miércoles. Nuestra sugerencia de hoy no es sólo literaria, aunque esta vertiente se muestra en una dimensión, como veréis, sumamente interesante, sino que se adentra también en los territorios del arte, tan cercanos a menudo a los de la literatura. El libro -los libros, en realidad, pues se trata de dos, reunidos en un manejable estuche- del que quiero hablaros, que participa, pues, como os digo, de ambas esferas artísticas, se titula Poesía visual, y su autor, por decirlo así, aunque el término requiere una aclaración posterior, es el fotógrafo Chema Madoz. Esta Poesía visual que presenta La Fábrica Editorial recoge dos libros que habían sido publicados por separado con anterioridad. El primero, de título Nuevas greguerías -y una rúbrica tan elocuente nos remite a todos a su autor, a uno de sus autores, más exactamente, el clásico Ramón Gómez de la Serna-, contiene una selección, una peculiar selección de greguerías del incontestable maestro madrileño de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, Gómez de la Serna, el genial Ramón, es sólo uno de los dos protagonistas del libro. El otro, otro artista deslumbrante, aunque no disponemos todavía de suficiente perspectiva temporal como para evaluar plenamente la magnitud de su obra, es el citado fotógrafo, también madrileño, aunque contemporáneo nuestro, Chema Madoz. El segundo libro, llamado Fotopoemario, incluye poemas del catalán Joan Brossa, complementados, como en el caso anterior, con fotografías del excepcional Madoz.

Quizá alguno de los oyentes pueda recordar esa frase, que ha pasado a la pequeña historia de la literatura, escrita por Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, en su obra maestra, Los Cantos de Maldoror, en la que señalaba, a propósito de un adolescente, que era bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección. Desde que apareció en el libro de Ducasse, en 1869, la cita hizo fortuna y fue utilizada sobre todo por los surrealistas como emblema de una cierta forma de concebir la existencia acorde con los postulados de su irreverente movimiento. El encanto del azar y lo inesperado, las extrañas coincidencias de los sueños, las asociaciones aparentemente irracionales, el conocimiento alcanzado a través de lo no previsible, de lo no convencional, la belleza de lo extravagante, de lo bizarro, de lo marginal, las emocionantes sorpresas que deparan los encuentros fortuitos, el misterioso atractivo de la locura, la libertad sin trabas, los hallazgos que proporcionan los automatismos psíquicos, ajenos a las dictatoriales bridas de la razón, el libre fluir del inconsciente, fueron postulados del surrealismo (y aún lo son, en tanto que en las artes plásticas, en las letras e incluso en el cine existen manifestaciones actuales de esta cada vez menos revolucionaria tendencia).

Acaso también os preguntéis a qué obedece este paréntesis acerca de los principios definitorios del movimiento surrealista que irrumpe bruscamente en mi presentación del libro de hoy. Pero es que, a mi juicio, tanto las greguerías de Gómez de la Serna como los poemas de Joan Brossa y, singularmente, las fotografías de Chema Madoz y, sobre todo, la confrontación de textos y fotos que se hace en los volúmenes que encierra el precioso estuche que esta mañana quiero aconsejaros, participan de esta muy singular y extrañamente penetrante y radicalmente poética visión de la existencia, que encarnó durante el primer tercio del siglo pasado el círculo de líder surrealista André Breton y sus allegados, o más bien, dado el carácter del personaje, de sus súbditos.

Vayamos con el primero de los libros. Si se piensa bien, las greguerías representan, en lo literario, algo semejante a la máquina de coser y el paraguas coincidentes de un modo bellísimo sobre una mesa de quirófano. Las greguerías son una vuelta de tuerca a la realidad esperada, son el encuentro improbable y feliz de imágenes contrapuestas e incluso contradictorias, son concentrados de poesía que resultan de la agregación, aparentemente insostenible, de elementos disímiles, de infrecuente (por no decir imposible) coincidencia. Cuando Gómez de la Serna inventa estas píldoras contundentes, estos concentrados de belleza algo incómoda por imprevista, pero insólita y hermosísima, está apelando a la búsqueda de una verdad más profunda, más auténtica quizá, y que no vemos por nuestro sometimiento a las previsibles rutinas del día a día, a un día a día que nos pasa por delante de un modo anodino, sin que seamos capaces de penetrar en todo el sentido oculto en esos rituales convencionales. Cuando Ramón escribe Las flores tienen las manos frías, o Las hormigas le pican al jardín, o Viaje en avión: gente que se atraca de nubes, o El ancla se sonríe en el fondo del mar, nos está mostrando algo que está ahí de continuo pero que nosotros ignoramos, atenazados por la roma y apresurada y limitada y parcial visión de la realidad que nos acompaña en nuestras vidas poco atentas a estos otros mundos que están en éste y que la sabia maestría del escritor nos descubre con alborozo y alegría, con inmenso humor y magnífica poesía. En el libro Nuevas greguerías se recogen cuatrocientas veintiocho inéditas recuperadas por la hispanista Laurie-Anne Laget que concentran lo esencial del gran hallazgo literario de Gómez de la Serna.

Y esa misma capacidad para descubrir universos deslumbrantes en los muy humildes y limitados y prosaicos y repetidos objetos cotidianos se muestra en la genialidad presente en todas, sin excepción, en todas las fotografías de Chema Madoz. ¿Cómo puedo describiros, con mis torpes palabras, las fotografías de este artista esencial, una decena de las cuales os encontraréis si os decidís a adentraros en el libro? El cuello de camisa del que cuelgan, a modo de agobiante lazo, unas tenazas; la cuchara mellada como si el primer bocado ansioso le hubiera arrancado una parte; las hojas de afeitar haciendo las funciones de marcapáginas; la afilada hoja de cuchillo que corta el tiempo en rodajas y tantas otras imágenes sorprendentes, enigmáticas, intranquilizadoras incluso. Cada una de ellas plantea un reto a la inteligencia, un acertijo inquietante que cuestiona nuestras ideas preconcebidas, un misterio existencial si me apuráis. El paralelismo de algunas de las frases y las fotos enfrentadas es asombroso, pese a nacer unas y otras con muchas décadas de diferencia y en ámbitos diferentes.

En el segundo libro incluido en el precioso cofre, y de idéntico modo a lo reseñado en el caso anterior, los poemas de Joan Brossa se confrontan con la fotografía de Madoz, en ese mismo juego especular de emparejamientos, en la superficie absurdos, entre objetos heteróclitos. Cartas, antifaces, utensilios varios, pelucas, horquillas, gafas, plumines, partituras, sombreros, alfileres, relojes y notas musicales, aparecen en las fotos misteriosas de Chema Madoz y se complementan con los no menos intrigantes versos del excéntrico poeta catalán. En este caso, el diálogo entre ambos artistas se planteó sin distancia espacio-temporal. A pesar de la avanzada edad de Brossa (que murió con cerca de ochenta años) y de su precario estado de salud, el poeta, a partir de la sugerencia de las poderosas imágenes del fotógrafo, con el que, pese a la diferencia generacional, le unía una amistad intensa y recíproca, creó de modo expreso los poemas como comentario verbal a la magia poética de las fotos. De esta manera, en el libro podréis observar un diálogo magnífico y fecundo, lleno de sugerencias y evocaciones entre doce poemas y otras tantas fotografías de cada uno de los artistas, que se interrelacionan, se imbrican, se funden casi, de tal manera que uno no llega a saber qué fue primero, si la imagen o la palabra, si ésta explica a aquella o si, por el contrario, la foto ilustra los versos. Y como ocurría con las greguerías, el resultado de ese choque, de ese contraste, es una nueva realidad, transformada, más rica, más profunda, más iluminadora de algunos de los misterios del alma humana.

Debéis leer y mirar y disfrutar del contenido de este magnífico estuche que encierra dos libros muy interesantes, Nuevas greguerías, de Ramón Gómez de la Serna, con el estupendo acompañamiento de las fotografías de Chema Madoz. Y Fotopoemario, en donde las fotos del propio Madoz se enfrentan a los poemas de Joan Brossa. Publicado por La Fábrica Editorial es, insisto, una auténtica y doble delicia. Os dejo con una canción que habla de fotografías, Kodachrome, un clásico de Paul Simon (que en el vídeo aparece en un medley con Gone at last), y tras ella una breve selección de algunas de las a mi juicio más atractivas nuevas greguerías de Gómez de la Serna.


Si no hubiese luna, los ríos equivocarían su camino.

Ya a sus ojos los rodeaban encajes de sombra.

La poesía agujerea el techo para que veamos el cielo.

Amor: que unos ojos encajen exactamente con otros ojos.

A veces sentimos un apretón de manos en el corazón.

Soñar es bailar. El mar está lleno de escalofríos.

La suerte es que pasen las nubes por los ojos, pero no se quede en ellos ninguna.

Hay estrellas que se caen de la cama.

Golondrinas: lazos del pelo del cielo.

El lazo del beso enseguida se desata.

Es dura la almohada porque está llena de ilusiones muertas.

La vida que pasa y que vuelve es abrochar y desabrochar botones de camisa. ¿Por qué tienen tantos botones las camisas?

Cuando caen los pétalos amarillos muere un recuerdo de los soles que se fueron.

No miréis fijamente las goteras de las cornisas de los balcones porque os llenaréis de la melancolía de ver la caída fatal de lo monótono.


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