Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 10 de octubre de 2012

IÑAKI URIARTE. DIARIOS

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta semana quiero proponeros la lectura de un par de libritos, breves pero muy enjundiosos, que constituyen los dos primeros tomos de los diarios de Iñaki Uriarte, un vasco muy singular, de penetrante inteligencia, lúcido, sociable pero asocial, dotado de un profundo sentido del humor, divertidísimo, gran lector, furibundo crítico de los lugares comunes, irónico, una rara avis en el panorama literario, político, social de nuestro país, si es que él mismo, en su radical independencia, pudiera aceptar su presencia en algún tipo de clasificación. Tanto el primer tomo, Diarios, 1999-2003, como el segundo, Diarios, 2004-2007, han sido publicados recientemente, en 2010 y 2011 respectivamente, por la riojana editorial Pepitas de Calabaza. Os confieso que espero con auténtica impaciencia las nuevas entregas de estos excepcionales cuadernos de un personaje genial, capaz, en cada frase, de hacernos pensar, reír, aprender, preguntarnos por nuestra propia vida, filosofar, conocer, iluminarnos, sentir, crecer... logros todos absolutamente ajenos a los modestos propósitos del autor, cuya sencillez, cuya ausencia de pretensiones, cuya huída de planteamientos “nobles” o elevados, resultan ostensibles -como veremos- a lo largo de sus escritos.
 
Iñaki Uriarte nació en 1946 en Nueva York, a los nueve meses justos de que sus padres, vascos de toda la vida, nacionalistas notoriamente enfrentados a Franco, gente acaudalada y de orden, pasaran allí su luna de miel, en la que concibieron -ni más ni menos que en el Waldorf Astoria- a su retoño. Siendo muy niño los padres se trasladaron a San Sebastián e Iñaki, estudiante en Deusto y conservando la nacionalidad estadounidense -mantenida por huir de la mili, en un rasgo típico de la personalidad desapegada del autor-, acabó por instalarse en Bilbao en donde reside en la actualidad.
 
He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos. Así, sin especial énfasis, sin darse importancia -algo tan ajeno a la mayor parte de quienes se mueven en el mundo de la literatura, el arte o el pensamiento, siempre dispuestos a utilizar cualquier anécdota menor, banal, de sus anodinas vidas para construirse una personalidad literaria- describe su curiosa existencia nuestro invitado de hoy. Una vida “pacífica y sin sobresaltos” caracterizada por un principio inamovible: no trabajar. Al terminar la Universidad Uriarte proclama, rotundo: yo no me vuelvo a levantar a las ocho de la mañana en la vida, y decide no trabajar en aquello para lo que supuestamente estaba preparado, economista o abogado. He seguido -dice en otra ocasión- el lema de mayo del 68: Ne travaillez jamais. Confiesa abiertamente encarar su vida con una cierta seguridad de rico: Yo siempre conté con que mis padres me proporcionarían comida, casa y algo de dinero en un caso de apuro. Me parecía que era su deber y no un capricho mío, y declara también estar orgulloso de no haber perdido su tiempo en ocupaciones absurdas, tan indispensables para el resto de los mortales: A nada de lo que he hecho después de la única semana que trabajé en serio en mi vida para ganar dinero (de pinche de cocina en Londres; put the potatoes in the machine, era el sonsonete con el que le aturdía su jefe hasta que al cortarse un dedo, a poco de ingresar en el trabajo, abandonó su puesto), le puedo llamar en serio trabajar. Algunas tardes en la Biblioteca del Carmen en Barcelona, ciertas noches en el servicio de documentación del periódico Pueblo de Madrid, ocasionales actividades de redactor de enciclopedias, no son consideradas propiamente laborales por nuestro lúcido perezoso. Nunca he tenido un salario, ni horarios, ni he estado en nómina. Nunca he sido un ciudadano de la sociedad política capitalista. Y eso ha tenido muchas ventajas y algunos inconvenientes. Vivo de la renta de un piso heredado, alguna ayuda de la familia y el trabajo de crítico literario en El Correo.
 
En consonancia con este propósito elemental pero inflexible, Uriarte vive en Bilbao, donde todo está a mano, en Toni Etxea, el edificio familiar de varias plantas, alguno de cuyos pisos arrienda, con su mujer, María, profesora de Instituto, casi igual a él (pienso que ya no tenemos opiniones individuales) aunque a la vez afortunada y a veces sorprendentemente diferente, y el adorado gato Borges (Dios hizo a los gatos para que los hombres puedan acariciar a los tigres) tan indiferente a los placeres del mundo como su dueño: No quiere ver a nadie salvo a nosotros -dice del muy sosegado animal-. Se parece a mí.
 
Diabético, adicto al tabaquismo y fiel a la Real Sociedad, hace suya la libertad del Quijote, a la que siempre aspiró y que en buena parte ha logrado: un poco de dinero, un pedazo de pan, una rentita que te libere de amos, jefes y demás pelmazos. Carente de sueños, de afanes, de ambiciones, de fines, de metas, Iñaki Uriarte se “limita” a vivir, se levanta cuando quiere, pasea, se encuentra con amigos, viaja de vez en cuando -de modo reiterado, en otro rasgo de rareza, a Benidorm, siendo inefables las páginas que dedica a glosar las ventajas de la en apariencia nada atractiva localidad mediterránea-, se ocupa en actividades elementales pero intensamente satisfactorias: Otro acto mínimo que casi no es un acto, de los que a mí me gustan: tomar el sol, o también: ¿Qué has hecho hoy? Fumar.
 
Por supuesto lee, claro, mucho y bien, lecturas enjundiosas y muy atractivas, ensayos biográficos y diarios mejor que novelas. Se me acumulan los libros por leer como si fueran recados por hacer. Se me amontonan. Me abruman, dice. Pero incluso su “quietud existencial” -me gusta el tiempo lento, no presionado por ninguna urgencia, casi diría que al borde del aburrimiento- puede resistir la ansiedad, las exigencias, que a los devotos impone la pasión por la lectura. Así recuerda -y retiene como referencia aplicable a su vida- a su tía Mariángeles la cual, cuando se agobiaba, apuntaba con mucho cuidado en un papel una lista con todo lo que tenía que hacer... y luego la rompía. De referencias y citas varias de estas lecturas están llenas estas páginas, en las que nos encontramos, entre otros muchos, a Schopenhauer, Nietzsche, Séneca, Baudelaire, Borges, Proust, Kafka, Kant, Steiner, Tolstoi y, sobre todo, su admirado Montaigne, cuyos Ensayos -con los que estos Diarios guardan tantos paralelismos- son su permanente libro de cabecera. También, en otro plano, sigue a Sánchez Ferlosio, Muñoz Molina, Atxaga, Vila-Matas.
 
Y, obviamente, en esta vida de ocio (aunque no tanto; dice su sobrina María: el tío Iñaki no hace nada pero no tiene tiempo para nada) hay espacio para la escritura. Relativamente tarde, a partir de sus cincuenta y dos años de plácida existencia, empieza a tomar apuntes en un cuaderno y a pasarlos luego al ordenador. Sin someterse -en consonancia con sus relajados ideales de vida- a imposición alguna, y a razón de unos descansados diez folios por mes, comienza a recopilar pensamientos, comentarios sobre libros, breves relatos de encuentros con amigos y conocidos, glosas a acontecimientos de la realidad tales como declaraciones de políticos, noticias de prensa o pequeños incidentes de la vida cotidiana, retazos de memoria, anécdotas, intuiciones, fogonazos intelectuales, divagaciones, ironías, aforismos, disquisiciones varias sobre política, educación, viajes, conformando el resultado final el autorretrato emotivo y vivísimo de un tipo estrafalario, inteligente, difícil de tratar -como él mismo indica a propósito de Mi vida, escrito en 1576 por Girolamo Cardamo. Hay, además, más menciones explícitas a otros textos autobiográficos y diarísticos de índole similar a sus propios escritos, en los que se reconoce, y que os pueden permitir situar su propia producción literaria. Además del ya mencionado Montaigne, Uriarte cita el estudio que hace Foucault de los Hypomnemata, los cuadernos de escritura o anotaciones que se generalizaron durante la época de Platón, que constituían instrumentos para construir una relación permanente con uno mismo, y eran usados como libros para la vida, como guías de conducta, conteniendo citas, fragmentos de trabajo, ejemplos o acciones de las cuales uno había sido testigo o que había leído o escuchado en otra parte o que habían sido pensados por uno mismo. Textos que eran una memoria material de cosas leídas, escuchadas o pensadas, que se ofrecían como un tesoro acumulado para la relectura o futuras meditaciones, un resumen de tesis susceptibles de ser utilizadas para la constitución del yo. Todo ello es, sin duda y sin cambiar ni una coma, aplicable a estos Diarios.
 
El propio autor reflexiona constantemente sobre el sentido y el carácter de su escritura: Estos apuntes son como un juguete, como esos trenes eléctricos que algunos adultos instalan en una habitación entera. Me parecen páginas juveniles de alguien con una mente sin cuajar, desordenada, inmadura. De alguien del que me reiré con benevolencia en el futuro, cuando me haga mayor. E igualmente: No está claro por qué o para qué escribo estas páginas. Para calmar los nervios, para leerme más adelante, mañana mismo o dentro de diez años. Para que no sólo queden fotos mías sino también algo de lo que pensé. Para que persistan en una balda de Toni Etxea, por si a alguien le interesa en un día lejano echarles un vistazo. Para enseñárselas a algún amigo. Porque me entretiene mucho hacerlo. Porque es como un gran tren de juguete que me he montado en este cuarto, al que voy añadiendo piezas. Porque un día miré para atrás y vi que no me acordaba de nada y desde entonces decidí guardar algo, como quien acumula monedas en una hucha. Y también: escribo para intentar circunscribir un mundo que con la edad se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible.
 
Como se deduce de estas palabras, y de acuerdo con el propio temperamento del autor, no hay nada de sublime y sí mucho de normalidad, de sencillez, de ausencia de afectación y solemnidad en estos diarios escritos aspirando a lo que en el Renacimiento llamaban en italiano sprezzatura. Ese efecto de aparente desatención, ausencia de esfuerzo, escasa preocupación por las apariencias e incluso casi desdén al escribir. Una naturalidad algo desaliñada que en el fondo es el mayor artificio. Y así nos encontramos con unos textos redactados no ya como se escribe una carta a la familia, tal y como recomendaba Josep Pla, otro diarista eminente, citado por Uriarte, sino como si las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo, apostilla el autor.
 
El pensamiento que aflora tras las anotaciones de estos Diarios es fragmentario, Uriarte huye de desarrollar las ideas, de crear sistemas, de formar un cuerpo teórico, como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo. Hablo a trompicones y escribo de la misma manera. Es, también, contradictorio: ser de una pieza, coherente, con personalidad propia... tonterías. A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Cita, consecuentemente, a Machado: Nunca estoy más cerca de pensar una cosa que cuando he escrito lo contrario. La libérrima existencia del personaje, sin el sometimiento a las rigideces del orden laboral, se traduce en un cierto caos en sus lecturas y, por tanto, en su escritura, que salta -sin ataduras- de un tema a otro sin estructura definida, sin hilo argumental nítido, más allá del acontecer de la propia vida. El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que surja de inmediato otra cosa que también me interesa y me desvíe. Así soy, incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. Y en consecuencia: Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primero o segundo piso. Estaría llena de portales, escalinatas de acceso, montones de ladrillo y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, ni un sólo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe.
 
Y desde esta libertad formal, desde esta ausencia de sistemática, huyendo de toda tentación de construir un pensamiento ordenado, Uriarte escribe también con absoluta libertad de fondo, sin casarse con nadie y contra todo. Pese a que su personalidad no es especialmente fogosa ni combativa -no me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas-, y aunque se mueve, por lo tanto, en un tono tranquilo y relajado, no especialmente agresivo, en sus escritos hay meditados y muy serios y a la vez desternillantes aldabonazos contra el ejercicio físico, contra la exaltación de la voluntad (tener voluntad es estar haciendo todo el rato cosas que no te apetece hacer), contra los valores del esfuerzo y el sacrificio (ante la gente que repite el tópico de “a mí nadie me ha regalado nunca nada. Si estoy aquí es porque me he pasado la vida luchando y trabajando”, contesta: Pues yo estoy aquí y no he trabajado en la puta vida), contra los grandes propósitos (a veces al principio de un viaje me acomete un sentimiento de culpa por no estar haciendo algo para mejorar el mundo. Al segundo día de viaje se evapora), contra el feminismo (mientras no desaparezcan las joyerías habrá que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo), contra la muchedumbre insulsa (uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente), contra la cultura banalizada (he estado en tantos museos donde lo más excitante que he visto ha sido el culo de alguna visitante...), contra el hecho de traer niños al mundo, contra los mayores (a partir de cierta edad la gente empieza a tener teorías para todo), contra el aceptado fanatismo partidista (no consiento que una discrepancia política rompa una relación personal), contra la imposición del euskera, contra cualquier nacionalismo (ni abertzale, que me suena a burro, ni constitucionalista, que me suena a catedrático. Tertium datur), contra España (una semana lejos de España es un reconstituyente de primera). Todo cuanto suene a solemne, a convención, a principio indiscutible, a, como he señalado, lugar común unánimemente aceptado, pasa por el filtro crítico de Uriarte, que de modo permanente hace gala -expresión incorrecta dado el caso, pues nada más alejado de las galas, de los oropeles, del narcisismo, del pavonearse, que estos libros, escritos como en sordina, en voz baja, muy tenuemente, como para pasar desapercibido- de una inteligencia lúcida y nada acomodaticia, muy independiente y atractiva, deslumbrante.
 
¿Cómo vivir?, ésa es la gran pregunta. Y está mal planteada. Es como preguntar: ¿existe una única buena manera de pasar la tarde? He aquí una muestra más, muy significativa, del tono -profundo, penetrante, irónico, inteligente- que impregna estos Diarios de Iñaki Uriarte que publica la editorial Pepitas de Calabaza. No deberíais dejar de leerlos, pues son formidables, una magnífica fuente de reflexión y placer, de intensidad y alegría, de lucidez y sentido del humor.
 
Para completar musicalmente mi recomendación os dejo I want you, de un Bob Dylan cuya obra no atrae especialmente al autor, aunque la escucha de sus canciones -confiesa- sí puede hacerle llorar, por cuanto la música del de Minessota constituyó la banda sonora de su juventud y al escucharla, lo que imaginábamos y decíamos y hacíamos entonces, regresa a mi cerebro y a mi corazón. Una I want you que tan significativa ha sido para mí (la escuché, arrobado, por primera vez en... ¡¡¡1972!!!), siendo todavía esencial y muy relevante en mi vida. Aquí aparece entre apasionadas, entrañables, emotivas y muy románticas imágenes de I’m not there, la película de Todd Haynes sobre el legendario músico. Con ella me despido hasta dentro de siete días.
 
 
Una vez escribí para el periódico:
“La observación es de Nietzsche: Se aprende antes a escribir con grandilocuencia que con sencillez. Ello incumbe a la moral. Es fácil señalar unos cuantos defectos morales que empujan a ser grandilocuente. El primero es la falta de aplicación. A quien escribe con descuido se le llena la página de expresiones que tal vez fueron elocuentes en su origen pero que hoy soy tópicos grandilocuentes. Otros enemigos de la escritura sencilla son la vanidad y el miedo. Quien escribe para publicar y ser leído tiende a adornar o proteger sus pensamientos con grandes palabras. Y esto de las grandes palabras hay que entenderlo literalmente. Gracias a un artilugio del ordenador, veo que el tamaño medio de los vocablos de los Puntos de vista que publico a veces en El Correo es de 4,6 letras. Las mismas teclas aseguran que el tamaño medio de los que empleo en otros textos que escribo y guardo en privado, sin pensar en su publicación, es de 4,3 letras. He aquí un 0,3 de grandilocuencia añadida del que podría corregirme. Por ejemplo, siendo más fiel al consejo dado una vez por Valéry a un aprendiz de escritor: Entre dos palabras semejantes, escriba usted la más corta. Todo un precepto ético.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un tipo muy original. Pero algo no cuadra o quizás sí, porque explica mejor el personaje: “Uriarte vive en Bilbao, donde todo está a mano, en Toni Etxea, el edificio familiar de varias plantas, alguno de cuyos pisos arrienda, con su mujer”
Es mucho más fácil vivir con algo que te han dado. Desde luego eso no quita nada a su talento pero...