Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 21 de noviembre de 2012

DAVID MONTEAGUDO. FIN

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, desde donde, como todos los miércoles, os ofrecemos una nueva recomendación de lectura. Hoy os traigo una novela que ha concitado una inusual unanimidad, o casi, no sólo de la crítica, que en general la ha saludado de un modo extraordinariamente favorable, con abundancia de expresiones elogiosas del tipo de literatura mayúscula, enorme calidad literaria, novela sorprendente, libro del año o absorbente artilugio literario, sino también por el público, por los lectores, que han agotado hasta la fecha más de una decena de ediciones. Se trata de Fin, la opera prima, la insólita opera prima, como la ha calificado algún periodista, de David Monteagudo, un gallego residente en Cataluña y que con casi cincuenta años se estrena en el mercado editorial aunque asegura tener otros diez libros prestos para su publicación. De hecho estos días se publica El edificio, su última obra. El libro ha visto la luz en la editorial Acantilado. Pasado mañana se estrena en los cines españoles la película del mismo título basada en la novela. Dirigida por Jorge Torregrossa y con las interpretaciones de, entre otros actores y actrices, Maribel Verdú y Clara Lago, su presentación como “thriller apocalíptico” no parece prometer nada demasiado bueno. Y ello aunque en el libro haya más de un extremo que podría encajar en una calificación tan truculenta.

Resulta imposible daros cuenta de lo esencial de la novela sin dar a conocer aspectos fundamentales de su trama (algo que, no obstante, hace impunemente el trailer del film), una trama repleta de enigmas, de tensión, de misterio, de obsesivo suspense. Un grupo de antiguos amigos, nueve cuarentones que ya no tienen nada en común excepto un turbio y oscuro episodio del pasado que gravitará, ominoso, sin aclararse del todo, sobre el desarrollo de la novela, se reúne en un refugio de montaña para pasar un fin de semana que pretenden sea de recuerdo y celebración de la amistad juvenil, interrumpida en casi todos los casos veinticinco años antes. La reunión sigue fielmente el guión habitual de estos casos, pero, en plena fiesta, un sorprendente acontecimiento externo alterará por completo sus planes. El suministro eléctrico en el precario alojamiento que comparten se ve interrumpido de modo inexplicable. Los intentos por conectar los teléfonos móviles, los relojes digitales, los mecanismos de puesta en marcha de los automóviles con los que han llegado al aislado refugio que han elegido para su reencuentro -incluso, por poner un ejemplo trivial, los encendedores no mecánicos-, se revelan inútiles. Progresivamente empiezan a producirse efectos y situaciones a cual más inquietante. Sometidos a una creciente presión, cada individuo interpretará los acontecimientos según sus particulares obsesiones; y entre confesiones y rencillas largamente incubadas se irá recomponiendo un esquema sórdido e intrincado de las relaciones que los habían unido en el pasado, todo ello bajo la sombra de una amenaza cada vez más cercana y palpable, en expresión literal del editor en la contraportada del libro.

El libro, de lectura ciertamente absorbente, se articula sobre una estructura dialogada, siendo las conversaciones entre los cada vez más asustados protagonistas el elemento central de la mayor parte de la novela. Es por ello, pienso, que la crítica ha relacionado el libro con la obra de Sánchez Ferlosio, y lo cierto es que durante su lectura -y desconociendo yo esas referencias críticas- a mí me ha asaltado  el recuerdo de El Jarama -sin que pretenda yo equiparar una meramente estimable novela a esa obra maestra-. Sin embargo, a mi juicio, claramente discrepante en este caso de la opinión mayoritaria, el desarrollo de esta fórmula dialogada me parece pobre e incluso, intercambiables las frases de unos y otros personajes, carentes así, pues, de voz propia, algo que, por cierto, el autor señala, no sé si con ironía autocrítica, en un momento de la obra. Lo que resulta evidente es que el peso de los diálogos, siendo inmenso, potencia la fluidez de la narración, y ello, supongo, debe de ser considerado un logro.

Logros son, sin ninguna duda, el clima de terror psicológico, el ambiente opresivo y amenazante, la sensación de inquietud y aun de descarnado pavor que transmite, el ansia simultánea que provoca por avanzar en la trama y por frenar su transcurso, atemorizado el lector por lo que pueda encontrarse al pasar la página. Desde estos puntos de vista, y además por la notable mezcla de géneros, las referencias cinematográficas y literarias, las connotaciones filosóficas y metafísicas, el eficaz retrato de una generación, se trata de un libro más que estimable, aunque en mi valoración no cabe la exaltación algo desmesurada con la que ha sido recibido. Más realista parece la publicidad de la película, que se multiplica en estos días, y que se refiere a Monteagudo como el Stephen King español, lo cual no parece precisamente un elogio entusiasmado; no creo que la comparación satisfaga al autor. Una curiosa novela, sin duda, pero no, como quiere la a menudo sospechosa crítica una obra maestra, esta Fin, de David Monteagudo, publicada por Acantilado, que hoy os recomiendo y de la que os ofrezco a continuación un fragmento como despedida. A su término, y tomando el toro del Apocalipsis por los cuernos, una canción que habla del fin de los tiempos: It’s the end of the world as we know it (and I feel fine), el ya clásico tema de REM.

La autopista asciende en suave pendiente, en una interminable recta flanqueada a ambos lados por el verde pulcro y ajardinado, por los edificios de viviendas o de oficinas de los primeros suburbios residenciales. Las rayas que dividen la cinta oscura de la autopista convergen en la lejanía hasta perderse de vista en el remoto cambio de rasante, allí donde el asfalto reverbera bajo el sol abrasador del mediodía con un vapor tembloroso, como si el horizonte ardiera con un fuego limpio y transparente. Pero el espejismo sólo se produce a ras de suelo; más arriba el aire es diáfano, sin asomo de contaminación, y los bloques de pisos, los cerros de los alrededores, se dibujan nítidamente en la pureza del aire, con todos sus detalles y sus colores. La quietud es total, insólita en este paisaje, tanto que da la impresión de estar viendo una foto, una imagen fija. En el silencio denso, envolvente, surcado tan sólo por la brisa, se transmite de pronto, con estremecedora nitidez, el chillido de algún ave rapaz que vuela en lentos círculos, muy arriba, en el azul del cielo.

Eva avanza trabajosamente por la subida, caminando por el centro del asfalto. No es que ande muy despacio, pero su marcha se eterniza en las dilatadas proporciones de la autopista. Concebida -por su anchura, por el tamaño ciclópeo de sus rótulos, por la longitud de sus rectas- para vehículos que circulan a gran velocidad.

No sabemos qué ha hecho con la bicicleta que montaba hace apenas dos horas; no sabemos si tuvo un pinchazo, una caída, o simplemente se cansó de pedalear, de castigarse las posaderas, y ha optado por hacer andando los últimos kilómetros que la separan de la ciudad, en los que además predomina la subida. Lo cierto es que camina por el asfalto recalentado, bajo un sol de justicia, llevando por todo equipaje la pistola que cuelga de su mano derecha, y la munición que abulta sus bolsillos. Nada más: ni una botella de agua, ni comida, ni siquiera sus gafas de sol. Va con el pelo suelto, seco y alborotado; sus codos y sus rodillas, castigados por el camino, blanquean ásperos, calizos, entre la satinada suavidad de su piel morena y lustrosa. Ya le queda poco sudor, pero éste todavía empapa su camiseta con una breve mancha en las axilas, sobre otros sudores ya resecos, convertidos en salitre por el sol; del mismo modo que las gotas que nacen en su frente resbalan por los regueros enjutos que las lágrimas dejaron en el polvo adherido a la piel.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegra encontrar una opinión razonable sobre esta floja novela, que, efectivamente, se lee muy rápidamente (las de Marcial Lafuente Estefanía también "atrapan")y los diálogos son absolutamente insustanciales cuando no estúpidos. El final no es un final abierto, es que no tiene. Sorprendentes las críticas que ha recibido.
Gracias.