Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 30 de enero de 2013

JUAN JOSÉ MILLÁS. EL MUNDO. LOS OBJETOS NOS LLAMAN

Hola, buenos días. Hoy en Todos los libros un libro os traigo un autor que aún no había aparecido en nuestra sección aunque tiene ya tras de sí una muy dilatada carrera literaria, siendo además muy prolífico, con una treintena de obras publicadas y con una presencia continua y muy notoria en los medios de comunicación. Se trata de Juan José Millás, un escritor que empezó a publicar a mediados de los años setenta, con algunas novelas muy interesantes, muy exigentes formalmente, con títulos como Cerbero son las sombras o Visión del ahogado, que aunaban una cierta experimentación literaria y un destacado rigor expresivo con las inevitables, dada la época, preocupaciones existenciales, casi metafísicas, intemporales, pero que pese a su relativo atrevimiento formal y a la austera aridez de sus contenidos, o precisamente por ello, encontraron un entusiasta reconocimiento en la crítica especializada, siempre tan sensible a la hora de valorar aventuras poco convencionales, y que nadie encuentre en mis palabras el mínimo asomo de ironía, a mí aquellas novelas me resultaron muy sugestivas. No obstante, en los últimos quince años, más o menos, Millás ha encontrado acomodo, como os decía, en los medios de comunicación, sobre todo en los del grupo Prisa, y con sus columnas semanales en El País, sus reportajes para el suplemento dominical de ese diario y para Canal Plus, sus constantes colaboraciones en la cadena SER, su nombre, e indefectiblemente su obra, se han aproximado al universo mediático. De hecho, este trasvase y esta imbricación de ambos mundos, el literario y el periodístico, se han revelado muy fecundos en la trayectoria novelística de Millás, y la concisión, la austeridad, la ironía, la presencia de efectos sorprendentes que provocan un impacto inmediato, como requiere la urgencia de la actualidad, se han adentrado en su obra literaria hasta tal punto que, con todos los matices, leyendo sus últimos libros el lector tiene la impresión de transitar por el territorio de sus artículos, en una continuidad que constituye, sin duda, ya, un rasgo de estilo, pero que supone quizá, también, un cierto empobrecimiento de su prometedor universo literario. De novelista exigente y riguroso a periodista privilegiado que conoce todos los trucos de la escritura, he ahí un resumen apresurado, y no del todo cierto, por simplista, de la historia literaria de Juan José Millás. Un periodista de excelente escritura, con un muy interesante mundo propio, pero que aparentemente ha rebajado sus exigencias y se limita (aunque su copiosa producción no se aviene demasiado bien con la noción de límite) a repetir una y otra vez una fórmula eficaz y que ha resultado exitosa.

Los dos libros de los que quiero hablaros hoy pertenecen a esta última faceta del escritor y están entre los últimos publicados por su autor, aunque con el formidable ritmo creador, con la fertilidad exuberante de Juan José Millás estoy seguro de que existen ya algunas publicaciones más recientes. Se trata de El mundo, novela que fue premio Planeta en 2007, y de Los objetos nos llaman, que editó Seix Barral el pasado 2009. Siendo la primera una novela autobiográfica y la segunda una colección de relatos muy breves, setenta y cinco en doscientas cuarenta páginas, hay, sin embargo, para mí, una extraordinaria y sutil semejanza entre los dos libros. En ambos hay secretos, misterios, hay introspección, hay ironía, hay ángulos desde los que se contemplan los aspectos más desconcertantes de la existencia, hay esa deconstrucción de la realidad, que diría un crítico pedante, tan típica de Millás, que nos permite transitar por los territorios inexplorados del alma humana, por las obsesiones, por las manías, por las asociaciones insólitas, por los miedos, por las aprensiones, por las neurosis, por las fobias, por los sueños de sus personajes. La obra entera de Juan José Millás está impregnada de elementos oníricos, los surrealistas disfrutarían con ella, los psicoanalistas ya lo hacen, estoy seguro, sin ninguna duda. La omnipresencia del doble, la figura paterna, la madre castradora, las mutilaciones de miembros, los imperceptibles y sin embargo atroces delirios de la normalidad, la paranoia latente, son motivos que aparecen constantemente y que revelan la propia experiencia personal del autor en el terreno del análisis freudiano.

En cualquier caso ambos libros son muy atractivos y recomendables. El mundo ha sido calificada de obra maestra, conmovedora, honda, incluso Iñaki Ezquerra la valora como la mejor novela española de posguerra. Y en ella hay mucha ternura, mucha melancolía, y también piedad, tristeza, humanidad. En los cuentos de Los objetos nos llaman os encontraréis, además de ese universo de Juan José Millás en estado puro, una deslumbrante imaginación, humor a raudales, un humor algo amargo, os encontraréis también con la soledad, el sinsentido, la desesperanza, el hastío y el conformismo de los pobres seres humanos que deambulamos por el mundo desconcertados y perplejos; es decir, os encontraréis, como yo lo he hecho al leerlos, con la propia vida del autor, narrada a través de las muchas veces insospechadas historias de unos personajes siempre angustiados.

Os dejo con un fragmento de El mundo. Leed la novela, leed también los cuentos de Los objetos nos llaman, en ambos libros os esperan unos certeros y esclarecedores acercamientos a la naturaleza humana, y aprenderéis bastantes cosas de ellos, si queréis, sobre nuestro difícil transitar por la vida. Como complemento musical a esta reseña os ofrezco una canción que habla de la infancia interpretada por Michael Jackson (que quizá no sea la elección más adecuada, dadas las peculiaridades del desaparecido artista). Childhood es precisamente su título, y en ella afloran todas las fantasías del polémico cantante, a años luz, por otro lado, del universo, también centrado en el mundo infantil, que describe Juan José Millás en su novela autobiográfica. 


Un día, volviendo del colegio, tropecé con una obra protegida por una valla de hierro. Los obreros, antes de irse, habían colgado un farol de carburo para avisar a los transeúntes del peligro. No había nadie más en ese instante en la calle, de modo que cogí una piedra y la arrojé contra la lámpara de carburo, que cayó al suelo rompiéndose con singular estrépito. En ese instante, se materializó frente a mí un señor que me preguntó por qué lo había hecho. Me quedé mirándolo sin responder. Durante unos instantes terribles el señor y yo nos miramos sin decirnos nada. Finalmente, él hizo un gesto de censura y desapareció.

¿Por qué hice aquello? Tal vez porque mis padres se pasaban la vida discutiendo. Tal vez porque era el último de la clase. Tal vez porque éramos pobres como ratas. Tal vez porque siempre cenábamos acelgas. Tal vez porque no tenía unos guantes con los que evitar los sabañones. Tal vez porque nunca, durante aquellos años, estrené una camisa, unos pantalones, una chaqueta, ni siquiera, creo, unos zapatos. Tal vez porque Dios no se me aparecía. Podría llenar una página de talveces. En la actualidad paseo todas las mañanas por un parque cercano a mi casa. A la entrada del parque hay una marquesina de autobús que los lunes, indefectiblemente, aparece rota a pedradas. La rompen durante el fin de semana los jóvenes que vuelven de divertirse. Es su último acto de afirmación antes de meterse en la cama. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué destrozan al destrozar la marquesina? ¿Qué rompía yo al romper el farol de carburo?

 

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