Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 30 de abril de 2014

HANS-JÜRGEN SCHAAL Y ROBERT NIPPOLDT. JAZZ. NUEVA YORK EN LOS LOCOS AÑOS VEINTE 

A mediados de la década de 1920 se produjo un cambio apenas perceptible en el mundo neoyorquino del jazz: el boom de Harlem empezó a perder fuelle. El público de Broadway llevaba mucho tiempo viendo musicales sobre negros -Dixie to Broadway, Chocolate Dandies, Lulu Belle- y visitando los clubes de Harlem. Había que subir el listón. La Nueva York blanca deseaba ver un universo negro más salvaje, exaltado, bárbaro, selvático y exclusivo de lo que el verdadero Harlem podía ofrecerle.
 
Convertidos en exclusivos y carísimos templos del pecado, con sus sensacionales revistas de variedades, los clubes de Harlem se volvieron interesantes también para los gánsteres que traficaban con alcohol. Ya en 1925 había 11 clubes en Harlem pertenecientes a bandas criminales. Los más afamados eran el Connie’s Inn y el Cotton Club, ambos inaugurados el mismo año, 1923, y ambos enfrascados en una dura competencia, financiados y protegidos por las dos mayores bandas de gánsteres de Nueva York: la de Dutch Schultz y la de Owney Madden. Los blancos famosos y adinerados de Nueva York acudían en masa a estos clubes, y los más afamados músicos negros tocaban allí. Los negocios en Harlem florecían, y el glamour de las grandes salas de fiestas, como el Savoy o la Alhambra, podía ocultar el hecho de que Harlem pertenecía cada vez menos a los propios habitantes del barrio. Hasta las loterías ilegales en las calles del barrio habían sido asumidas en 1928 por la organización de Dutch Schultz. Black Swan, el único sello discográfico dirigido por personas de raza negra, fundado en Harlem en 1921, cerró en 1926. En la Nueva York de la década de 1929 no hubo, por cierto, ni un sólo banco afroamericano, a diferencia de los que sucedía en Chicago, Detroit, Baltimore o en muchas otras ciudades.
 
A finales de la década los espectáculos de Harlem superaban a todo lo demás que había en la ciudad. La revista del mundo del espectáculo, Variety, escribía por entonces: La vida nocturna de Harlem supera al mismísimo Broadway. Sin embargo, este comentario pasaba por alto que Harlem -al margen de los elegantes palacios del espectáculo- se había transformado en pocos años en un barrio marginal. Había infinidad de clubes de música y baile para los ricos, pero sólo un hospital para los 200.000 habitantes del barrio. Los casos de tuberculosis, pulmonía, tifus y sífilis eran varias veces más frecuentes que en la Nueva York blanca, y lo mismo sucedía con la mortalidad infantil y materna. Cuando en octubre de 1929 se desató la Gran Depresión, los más afectados fueron los afroamericanos: las rentas en Harlem se redujeron a la mitad, en 1934 un 50% de los habitantes de Harlem estaban en el paro. La sala Alhambra tuvo que cerrar, y el teatro Lincoln se convirtió en una iglesia bautista, los periódicos negros Crisis y Opportunity estaban al borde de la quiebra. Las más grandes estrellas entre los músicos de jazz -Amstrong, Ellington, Hawkins- se marcharon a Europa por un tiempo y otros hasta dejaron la profesión. Los locos años veinte empezaron con la prohibición y acabaron con el hundimiento de la Bolsa. En los años intermedios, Nueva York vivió una insólita revolución de las costumbres, del lenguaje, de la música. El jazz llegó a la ciudad, la cambió, se cambió a sí mismo y luego cambió al mundo entero. Con razón se ha mantenido vivo hasta hoy el mito de los felices y desmedidos años veinte, en los que todo parecía posible.
 
 
Hola, buenas tardes. Con este interesante y significativo texto introductorio os presento mi propuesta de esta semana, un libro excepcional por muchos motivos, como luego os comentaré, y que, girando sobre el universo del jazz -lo cual habréis deducido a partir de la lectura del fragmento preliminar-, traigo a nuestro espacio con ocasión del Día internacional de este género musical que se celebra en todo el mundo hoy, 30 de abril. Me refiero a Jazz. Nueva York en los locos años veinte, un libro de Hans-Jürgen Schaal y Robert Nippoldt, publicado el pasado 2013 en una edición bellísima, que merece su compra ya sólo por su perfección formal, de la que es responsable la editorial Taschen, un sello alemán, bien conocido en el ámbito de las publicaciones de arte, con un amplio catálogo de libros extraordinarios centrados en la música, la pintura, la fotografía, la moda o la publicidad. La “marca” Taschen es siempre -y mi recomendación de esta tarde no se aleja de esa pauta- garantía de calidad, de rigor, de pulcritud y de belleza en sus producciones.
 
Este Jazz. Nueva York en los locos años veinte está editado originariamente en Alemania e impreso en Italia, aunque la redacción y la maquetación en español se hayan hecho en Barcelona. La traducción al castellano es de José Aníbal Campos González. Se trata de un libro que, contra lo que pudiera parecer, no se dirige sólo a los seguidores del jazz, sino que entre sus destinatarios yo veo también a los amantes de los libros, a quienes se interesan por la Historia, a personas con curiosidad intelectual e inquietudes culturales y, en general, a todos cuantos disfrutan de la belleza.
 
El volumen -de gran formato e, insisto, deslumbrante como objeto- nos ofrece una historia ilustrada -preciosamente ilustrada- de la vida en Nueva York en la segunda década del siglo pasado, una época decisiva, como acabáis de escuchar, en el crecimiento de la ciudad, en su conversión en centro neurálgico de la cultura, el arte y la música, en icono del siglo veinte. Una historia que se relata de modo tangencial pero muy esclarecedor a través de las biografías de veinticuatro grandes músicos de jazz: Bessie Smith, Cab Calloway, Sydney Bechet, Ethel Waters, Glenn Miller, Benny Goodman, Fats Waller, Alberta Hunter, Coleman Hawkins, Louis Amstrong y Duke Ellington entre otros. Imbricando lo particular y lo general, y sobre la base de los sucintos retratos de los músicos -meros esbozos- en los que sin embargo se da cuenta de manera resumida pero eficaz, a través de numerosas anécdotas llamativas, de los aspectos esenciales de su personalidad humana y artística, nos adentramos en esos momentos iniciales de la gran eclosión de Nueva York como referente de la cultura universal. Partiendo del origen del jazz en Nueva Orleans, con menciones a la música nacida en las plantaciones de algodón, y siguiendo luego el desplazamiento de gran parte de la población negra hacia el norte, a Detroit y Chicago, en busca de mejores condiciones de vida, el libro nos traslada a la gran metrópoli americana mostrándonos su efervescente vida nocturna, el ambiente de las salas de fiesta, los clubes de jazz y los salones de baile, la efervescencia de las Big Bands, el crecimiento y posterior esplendor del sórdido Harlem, el oscuro -y tan conocido para nosotros por su recreación reiterada en el cine negro- mundo del hampa, de los gánsteres, las guerras de bandas mafiosas, los diversos grupos del crimen organizado, los siniestros negocios de la prostitución, el tráfico de alcohol o las apuestas ilegales, la progresiva presencia de los negros en la sociedad neoyorquina gracias, entre otras causas, a la poderosa influencia de su música, y tantas otras “fotografías” de la vida de Nueva York que afloran en un segundo plano, nítido sin embargo, detrás de las atractivas estampas de los músicos elegidos. Hans-Jürgen Schaal, filólogo, autor de numerosos libros de jazz y colaborador de un sello discográfico de Munich es el autor de los textos del libro.
 
Pero, siendo interesante el contenido de este Jazz. Nueva York en los locos años veinte, es su presentación formal, su condición de hermoso objeto artístico (que le ha valido numerosos premios: el European Design Award de 2008 en Estocolmo, el del Institute for Book Arts, en Francfort, también en 2008, y algunos otros) lo que lo hace especialmente recomendable. Por de pronto, su formato alargado, su gran tamaño, su amorosa encuadernación en tela, la calidad del papel, hacen del volumen una obra estimable en sí misma, casi sin necesidad de adentrarse en sus páginas.
 
Aunque los grandes motivos para el disfrute nos asaltan una vez abierto el libro, al toparnos con la multitud de ilustraciones (algunas de las cuales podéis ver aquí) que lo surcan. No se trata sólo de los correspondientes dibujos de los músicos que, cubriendo casi siempre una página entera, nos dan idea de los rasgos más significativos de cada uno de ellos, sino también de imágenes -en muchas ocasiones a doble página- que recrean el ambiente de los clubes, escenas de la vida de noche, orquestas en acción, actuaciones musicales, descripciones detalladas de los pasos de algún baile de moda, vinilos (o quizá discos de pizarra), instrumentos varios, calles neoyorquinas, planos de Manhattan con la señalización de los principales locales de diversión, y muchos más. Pero es que además el texto escrito está “invadido” por infinidad de pequeños detalles gráficos, mínimos, casi inapreciables, se diría que escondidos, pero que atraviesan la obra poblándola de figuritas que acompañan y cuentan con imágenes, en paralelo al relato narrado, los distintos episodios de la historia que se desarrolla a lo largo del volumen. Y así, cuando se habla de un determinado estilo de danza, nos asalta, entre las palabras, las frases o el párrafo, una ilustración, muy leve, ligera, reducida a lo primordial, de una pareja bailando. O una pistolita, o un coche, o unos toneles de alcohol, o una medalla al valor, o cualquier otra figura alusiva al texto escrito. Y cada vez que se cita a un músico surge al lado de su nombre su representación iconográfica, muy liviana y esencial. Y cualquier alusión a alguno de los más de treinta instrumentos musicales mencionados en el libro lleva consigo el correspondiente símbolo, como digo muy tenue y sin embargo nítido, descriptivo y revelador. Y de este prodigio del dibujo, de la perfección y el virtuosismo de los trazos -muy limpios, muy línea clara, un blanco y negro muy puro, con prudentes y muy bien escogidos añadidos de color- es responsable el diseñador gráfico, ilustrador y autor alemán Robert Nippoldt, a quien se deben algunos otros libros galardonados, en particular dos aparentemente muy interesantes, Gangster y Hollywood, centrados igualmente en los Estados Unidos de las décadas de 1920 y 1930, y a los que podéis acceder, con nuestro Jazz de esta tarde, en un cofre de tres tomos, que se vende -no en España, donde no han sido traducidos- por el módico precio de 260 euros, 40 cuesta el Jazz. Nueva York en los locos años veinte que ahora comento. Un Robert Nippoldt que construye su obra sobre la base de una ingente documentación, del manejo exhaustivo de etiquetas de discos, portadas, firmas originales de los músicos y tantos otros objetos de la pasión coleccionista, de la visita a numerosos archivos y la consulta de una importante bibliografía, en definitiva, de la impregnación en el mundo del jazz y en el Nueva York de la fascinante época elegida.
 
Hay, por otro lado, un a mi juicio evidente tono didáctico en el diseñador, que se manifiesta en algunas otras ilustraciones aparte de las ya reseñadas: se nos muestran de continuo, para cada músico, unas elegantes fichas, también dibujadas, que contienen los datos de su nacimiento y muerte, los instrumentos en cuya ejecución desenvolvió su carrera... y hasta las sesiones de grabación en las que llegó a intervenir cada uno de ellos. También nos encontramos con un sociograma que en un par de páginas recoge esas sesiones de grabación en las que participó cada uno de los artistas elegidos, y en las que podemos ver las interrelaciones entre unos músicos y otros, incluyendo, con claves gráficas muy sencillas y asequibles, las grabaciones en las que coincidieron dos, tres o más intérpretes. Con esta misma voluntad pedagógica, se nos ofrece una bibliografía sucinta pero interesante acerca de la música de la época.
 
Por último, el libro aporta una discografía que incluye la ficha exhaustiva, completísima, de las veinte piezas que integran un CD que acompaña la edición, en las que se da cuenta de su autor, de la fecha de grabación y de la identidad de todos y cada uno de los músicos participantes. Aparte de su relación pormenorizada en las páginas finales del libro, cada uno de estos temas musicales se integra muy bien en el texto, pues en los capítulos correspondientes a los distintos músicos que las interpretan aparece un nuevo icono, esta vez reproduciendo la etiqueta del vinilo, que nos “lleva” al disco para facilitar su escucha simultánea a la lectura. Hay también un sonograma -de nuevo dibujado-, la representación gráfica que recoge las frecuencias, el tono, el volumen del sonido de cada una de esas veinte canciones.
 
En fin, un libro memorable, altamente recomendable, fuente de placer, de disfrute, de deleite y alegría sin cuento. No dejéis de comprarlo. Os dejo, cómo no, con una de las piezas del CD mencionado, Black and Blue, en la voz y la trompeta de Louis Armstrong.
 

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