Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 23 de abril de 2014

JESÚS MARCHAMALO. TOCAR LOS LIBROS. CORTÁZAR Y LOS LIBROS

Hola, buenas tardes. De nuevo con vosotros, desde Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, que os acerca como cada miércoles una nueva recomendación de lectura. Como venimos haciendo con regularidad a lo largo de los años, bien sea con ocasión del Día del Libro, el 23 de abril, bien sea coincidiendo con la presencia de la Feria del Libro en Salamanca, en la primera quincena del mes de mayo, os ofrezco una sugerencia que se centra en algún libro cuya temática gira, precisamente, en torno al mundo libresco, la lectura, o siendo más estrictos y precisos, los propios libros. Libros, pues, que hablan de libros y que, gozosamente, invitan a adentrarnos en sus placeres.
 
Son dos los títulos que quiero proponeros esta tarde, ambos del mismo autor, ambos publicados por la misma editorial y ambos, como os digo, con un eje central idéntico en el que el protagonismo lo asumen los libros en cuanto objeto, podríamos decir.
 
El primero de ellos es un librito muy breve, no llega a ochenta páginas de un formato muy reducido, contando con numerosas fotografías intercaladas. Su título es Tocar los libros, lo publica, en esta última edición -pues ha habido otras anteriores- la editorial Fórcola siendo su autor un nombre conocido, Jesús Marchamalo, que ha escrito mucho sobre libros y que cuenta con una trayectoria destacada en los medios de comunicación; los menos jóvenes de vosotros quizá aún recordéis Al habla, un programa de literatura en la 2 de radiotelevisión española.
 
Tocar los libros comenzó siendo una conferencia que el autor impartió en Valladolid en el año 2001 y que, tras variadas peripecias entre las que se cuentan dos ediciones preliminares en otras tantas editoriales, y de las que Marchamalo nos habla en la introducción al texto, acabó siendo este librito que ahora os presento. Luis Mateo Díez prologa el breve y ameno relato, en el que, entre fotografías de las bibliotecas de Fernando Savater, el propio Mateo Díez, Ortega y Gasset, Enrique Vila-Matas, Andrés Trapiello, Gustavo Martín Garzo o Luis Alberto de Cuenca, se nos cuentan infinidad de curiosidades librescas: el siempre discutible orden de los libros, su insensata acumulación, la a veces dramática necesidad de deshacerse de ellos, las razones de la lectura, los criterios de selección de los libros, las dedicatorias, las manías de los lectores: quienes guardan su dinero entre sus páginas, quienes los subrayan y garabatean y quienes consideran sacrílego profanar sus páginas, quienes finalizan su lectura dejando intacto el continente y quienes los aman esguardamillados, anacrónico término que complace al autor. Y todo ello trufado con decenas de ejemplos e innumerables anécdotas. En fin, una delicia esta obrita en apariencia (pero sólo en apariencia) menor.
 
Y el diminutivo, obrita, nada peyorativo por cierto, puede aplicarse igualmente al segundo de mis consejos de esta tarde, ya que muy breve es también, con apenas cien páginas, aunque de escueta dimensión y muy aireadas tipográficamente, contando además con numerosas ilustraciones y fotografías que reducen el texto a poco más de la mitad de su limitada extensión; muy corto, pues, como os digo, es también este emocionante Cortázar y los libros que el propio Marchamalo, y de nuevo en Fórcola Ediciones, ofreció al público en el pasado 2011. En este caso, la obra va precedida de un elogioso y bienhumorado preámbulo de Javier Gomá, el penetrante pensador y agudo filósofo de cuya obra ya os he dado cuenta aquí en alguna otra ocasión. Gomá relata con acusado sentido del humor los perniciosos efectos que sobre su propia vida conyugal tienen los libros de Marchamalo, pues la mujer del filósofo tiende a preterir la lectura de los libros de su marido cada vez que aparece alguna novedad editorial de su inconsciente competidor, tal es la cualidad adictiva de esos metalibros balsámicos que se leen con fruición, como denomina el prologuista a la singular obra del prologado. Pero esta vez no voy a cometer el mismo error, finaliza, rotundo e irónico, Javier Gomá, Cortázar y los libros no entrará en casa hasta que yo lo estime conveniente. Estas primeras páginas que abren el libro presentan, además, un atractivo adicional, pues el autor aprovecha la oportunidad que le brinda el prólogo para, cómo no, dejar alguna pincelada -muy ligera y casi inapreciable, muy sutil y subsidiaria de su principal propósito, la introducción de la obra, pero pese a todo significativa- de su muy personal y lúcido pensamiento.
 
La amigable presencia de Javier Gomá en el pórtico del libro del que os hablo se debe sin duda a que desempeña, aparte de otras ocupaciones académicas y profesionales, el cargo de Director de la Fundación Juan March. Y es precisamente a esta institución a la que Aurora Bernárdez, viuda de Cortázar, donó, en abril de 1993, los más de cuatro mil volúmenes de la biblioteca personal del escritor que habían quedado en uno de sus domicilios parisinos, el de la rue Martel, tras su muerte en ese tan lejano 1984 que sin embargo se nos ha aproximado estos días con la conmemoración del trigésimo aniversario de la infeliz desaparición del inolvidable autor de Rayuela. Jesús Marchamalo, entusiasta seguidor del escritor argentino y apasionado lector de su obra -asegura haber leído prácticamente todos sus libros-, se adentra en este fecundo legado y armado de paciencia, curiosidad y, sobre todo, devoción, investiga en esos miles de ejemplares, la mayoría de ellos leídos y releídos, llenos de comentarios, notas y papelitos utilizados como señaladores. Y en Cortázar y los libros nos da cuenta de ese fascinante rastreo por libros subrayados, esquinas dobladas, apostillas y papeles, hojas de calendario, recortes de periódico, un pedazo de cartulina garabateado, anotaciones al margen, firmas y dedicatorias, comentarios y exclamaciones, que acaban dibujando, como señala el autor, un retrato imaginario de su propietario, del propio Cortázar.
 
A través de este repaso por esta biblioteca cortazariana podemos conocer, claro está, las preferencias literarias del escritor: Neruda, Lezama Lima, Alejandra Pizarnik, Vargas Llosa -con varios ejemplares aunque sin rastros de lectura en ellos, como algo malévolamente apunta Marchamalo-, Yourcenar, Calvino, Nabokov, Dostoievski, Scott Fitzgerald, Salinger, Faulkner y tantos otros, entre los que resultan significativas algunas ausencias de nuestros compatriotas, pues no están ni Cela, ni Delibes, ni Umbral, aunque sí Alberti, Cernuda, Aleixandre o Salinas. En muchos de esos casos se recogen sustanciosas notas de lectura escritas por el propio Cortázar bien sea en los mismos libros, bien en todo ese conjunto de materiales heteróclitos -hojas sueltas, billetes de avión, sobres- que os he señalado con anterioridad. Cortázar manejaba todo un código de corchetes, paréntesis, exclamaciones, líneas rectas o serpenteantes, subrayados, interrogantes, cruces, flechas, aspas y círculos que podemos ver en las numerosas fotografías que se nos ofrecen. Otro tanto ocurre con los numerosos comentarios, entregados o irónicos, entusiastas o irritados, aquiescentes o críticos, que glosan con vehemencia sus lecturas. Hay también todo un capítulo -en el que ya no puedo detenerme- centrado en las dedicatorias, las cuales nos permiten calibrar el grado de afinidad o simpatía que los diversos remitentes mantienen con el argentino. Hay también ilustraciones, garabatos y dibujitos varios que el escritor pergeña en los libros y que son mostrados también por Marchamalo como complemento a su honda cala en la biblioteca de Julio Cortázar.
 
No dudéis en leer -si sois devotos del genial escritor la obligación es ineludible- este simpático Cortázar y los libros. Hacedlo también con Tocar los libros, igualmente interesante. Dos estupendos volúmenes de Jesús Marchamalo publicados por la editorial Fórcola.
 
Y si de Cortázar hablamos, el acompañamiento musical no puede ser otro que el jazz, y más en particular, el hondo saxo de Charlie Parker, el referente último de El perseguidor, ese cuento magnífico que encierra las principales claves estilísticas y lo esencial de las preocupaciones literarias del entrañable argentino. Lover man es la pieza escogida -un clásico- para cerrar este comentario.
 
 
Me gusta contar esta historia que leí de Aurora y Julio. Viajaban a mediados de los años cincuenta por Italia, moviéndose en tren de una ciudad a otra. Y para no cargar peso innecesario decidieron comprar los libros en los quioscos de las estaciones. Elegían ediciones baratas, de papel basto y mal encuadernadas, que leían juntos, a medias, durante los trayectos. Comenzaba casi siempre Julio, que, al terminar una página, la arrancaba del libro y se la pasaba a Aurora, que la leía allí a su lado y después la arrojaba por la ventanilla.
 
Siempre me ha parecido una metáfora aquella biblioteca volandera, secreta e invisible de Cortázar; las hojas arrastradas por el viento.
 
Y me tienta la idea de emprender ese viaje por toda Italia arriba, desde el sur, siguiendo las vías férreas salpicadas de páginas de aquel lector, Cortázar, que las dejaba marchar por la ventana abierta perdiendo la mirada en el paisaje, a veces, desde el tren.

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