Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 14 de noviembre de 2018

 NURIA VIDAL. ESCENARIOS DEL CRIMEN; JIM HEIMANN. DARK CITY. THE REAL LOS ANGELES NOIR

Hola, buenas tardes. Todos los libros un libro sale a vuestro encuentro un miércoles más en la sintonía de Radio Universidad de Salamanca con una nueva recomendación de lectura con la que cerramos por ahora -el género da para mucho más y sin duda volverá a reaparecer en nuestro espacio- una breve serie de propuestas centradas en el ámbito del thriller, de la literatura policial y detectivesca, que os hemos venido ofreciendo desde hace aproximadamente un mes, cuando, con ocasión de la entrega del Premio Princesa de Asturias de las Letras, os hablé aquí de Fred Vargas. En el caso de esta semana, y a diferencia de las emisiones precedentes, no os traigo un libro de ficción en sentido estricto, primero porque serán dos y no una las obras comentadas, y segundo porque ambos libros son ensayos o trabajos de investigación documental e histórica más que creaciones literarias propiamente dichas. Lo noir, sin embargo, el hilo conductor que ha enlazado estos nuestros últimos programas, sí está presente, y de manera destacada, en los dos títulos, altamente recomendables como a continuación podréis comprobar. 

Mi primer consejo de hoy es Escenarios del crimen, un espléndido volumen, presentado en gran formato, con sobrecubierta y encuadernación en cartoné, con una cuidada tipografía a varias tintas sobre un papel de calidad, conformando una edición repleta de formidables ilustraciones fotográficas que incluyen carteles de películas, fotogramas y localizaciones, en un muy sugestivo repaso de los espacios del crimen en el cine. El libro, que publicó la editorial Océano en un lejano 2004 -lo que lo hace prácticamente inencontrable fuera del mercado de segunda mano-, es obra de Nuria Vidal, reconocida crítica de cine y escritora. Nacida en México en 1949, publica regularmente en diversas revistas especializadas, habiendo trabajado en distintos programas de televisión dedicados al cine. Igualmente ha participado con asiduidad -y lo sigue haciendo- en festivales de cine, como Sitges, San Sebastián, Turín, Pesaro, Gijón, Verona, Las Palmas, Oporto, y fue delegada en España de la Berlinale. Desde 2008 imparte clases de Crítica de Cine en la ESCAC, la Escuela de cine de Cataluña. Es, además, autora de más de veinte libros sobre el séptimo arte, razones todas más que convincentes para acercarse a este ambicioso y fascinante Escenarios del crimen en el que, como puede deducirse de su título, la autora repasa el inabarcable tema de los entornos cinematográficos del asesinato, la ingente y variada cantidad de “sitios” en los que tienen lugar los crímenes en las películas. 

Nuria Vidal comienza por delimitar conceptualmente el sentido de su trabajo. Analiza así la noción de “escenario”, los posibles lugares, los espacios físicos -que luego detallaremos- en los que se comete un crimen. Unos lugares que se rastrearán no en el mundo externo a las pantallas sino, como se ha dicho, entre el metraje de los films. En este sentido, su búsqueda se desarrollará principalmente, y así se mostrará en el texto, en películas del género negro, tan parecido a la vida real y fiel reflejo de ella, casi siempre, con su realismo y su contemporaneidad, pero habrá cabida también en el libro para otras cintas no estrictamente pertenecientes al género. 

Con respecto al vocablo “crimen”, que admite en su seno a cualquier delito grave, la autora parte de una posición de principio voluntariamente restrictiva, pues circunscribe su análisis exclusivamente a los asesinatos (una restricción relativa, pues en el cine negro, crimen y asesinato suelen ser términos coincidentes). Dentro de ellos establece también una elemental tipología de las razones que llevan a sus autores a perpetrar sus “fechorías”: se mata -escribe- por amor, por dinero o por poder. A esas tres yo añadiría dos más: por error y por estupidez. Y en todas estas causas indagará en su muy bien documentado ensayo, aunque muchos de los crímenes expuestos en estas páginas -avanza- responden única y exclusivamente a la necedad de quien los comete

Establecido, pues, el amplio universo potencial de sus pesquisas, Vidal se lanza a la investigación, buscando “un crimen en un escenario”, sin más límite teórico que los ya expuestos y sin estrechos apriorismos ideológicos ni propósito alguno de presentar un panorama representativo o académicamente correcto en el que afloraran, fruto de la aplicación de un rígido corsé sistemático, todas las posibles manifestaciones del universo estudiado. Este libro se ha ido haciendo a sí mismo de una forma natural, señala en el prólogo; para añadir: estaba dispuesta a dejarlo crecer solo. Sin embargo, su enorme erudición y su evidente eclecticismo acabaron por conformar una muestra en efecto variada y significativa -yo diría que exhaustiva- de la temática planteada; una extensa y detallada selección en la que se presentan setenta y ocho películas, de las cuales, por razones obvias, dado el auge del cine negro en aquella filmografía, cuarenta y seis son norteamericanas. Hay, además, veintiséis europeas, con una especial presencia, trece títulos, del cine francés -con la notoria relevancia del “polar” entre sus preocupaciones estilísticas-, siete del Reino Unido y seis de España. Igualmente, se reseñan dos cintas de México, una peruana, una japonesa, una de Australia y otra de Nueva Zelanda. Esta diversidad, y un cierto equilibrio, se reflejan también en las épocas a las que se adscriben las películas escogidas, con veintiséis que podríamos situar en el cine clásico (el de la etapa que va de 1930 a 1950), veintinueve del “cine moderno” (de 1960 a 1980), y veintitrés contemporáneas, en una actualidad que, dada la fecha de presentación del libro, se detiene a principios del siglo. 

Las doscientas treinta páginas de Escenarios del crimen se dividen, tras un breve preámbulo introductorio, en siete capítulos centrados en otros tantos “espacios criminales” y que se organizan conforme a una estructura común. La casa, el trabajo, la ciudad, el pueblo, la naturaleza, el viaje y el pasado son los ejes en torno a los que se articula el estudio de la autora. Cada uno de esos frentes se abre con un breve comentario explicativo de la importancia y la significación del espacio elegido. A continuación, y divididas en secciones unidas por un hilo conductor más reducido dentro del criterio general, aparece un listado de películas relacionadas con dicho entorno, de cada una de las cuales se incluye una también sucinta monografía -apenas dos páginas por título- en la que, además de una completa ficha técnica y artística y una muy básica sinopsis argumental, se ofrece el análisis de cada film desde el punto de vista de su escenario, junto a citas, anécdotas, glosas a las fotografías que acompañan al texto, fragmentos de críticas o curiosidades varias. El libro se cierra con un índice de directores -que recoge ochenta y tres referencias-, otro de películas y una bien elegida bibliografía. 

Ante la obvia imposibilidad de dar cuenta, siquiera mínimamente, del inmenso caudal de jugosa información que puebla el libro, os dejo ahora una breve muestra de lo esencial de cada uno de sus capítulos mencionando algunas de las películas más relevantes que aparecen en ellos. Así, la sección dedicada a la casa, presentada como el espacio de la intimidad, se abre a cuatro apartados principales -las inmediaciones, la biblioteca, la cocina y el dormitorio- y uno final de menor extensión que trata de las “mansiones del crimen”. Entre sus páginas podemos encontrar títulos como El crepúsculo de los dioses, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Arsénico por compasión, Instinto básico o Rebeca

El trabajo, que centra el segundo apartado del libro, es, para Nuria Vidal, la oportunidad del crimen, pues son muchas las horas que pasamos en él y por ello entre las paredes de los centros laborales surgen, con frecuencia, ocasiones propicias para el asesinato. En el capítulo recorremos despachos de detectives -cómo no-, agencias de seguros, escuelas, estudios fotográficos, inmobiliarias, casinos y, en general, todo tipo de oficinas siniestras. ¿Qué aficionado al cine no recuerda, en relación con estas tipologías, películas como El halcón maltés, Perdición, Las diabólicas, El fotógrafo del pánico, Vivamente el domingo, Casino o El sueño eterno

En el capítulo dedicado a la ciudad, cuya nota “espacial” distintiva es la que la conceptúa como el territorio de la soledad y el anonimato y, por tanto, de la impunidad, se ofrecen al lector tres subdivisiones: la calle, con títulos como Scarface, Al final de la escapada o Días contados; otros espacios urbanos, con el parque de atracciones de La Dama de Shanghai, el jardín de Blow-up o el almacén vacío de Reservoir dogs, como principales ejemplos; y una coda final, Ciudades peligrosas, que recoge cintas ambientadas en Tokio, Medellín, Roma o Nueva York como destacados escenarios metropolitanos teñidos por la claustrofobia y la violencia. 

El pueblo representa el aislamiento, las vastas extensiones deshabitadas y vacías, el cerrado y a menudo mezquino ambiente rural en el que las envidias, la inquina y la maldad primitiva, ancestral, desencadenan los crímenes. Ranchos, caminos, senderos, campos desiertos, toman el protagonismo en películas como A sangre fría, Malas tierras o Sangre fácil, u otras con escenarios pueblerinos amenazantes, vengativos, violentos, misteriosos, silenciosos, como ocurre con Twin Peaks, Fargo o Perros de paja

Vinculada a lo rural está la naturaleza, objeto de la quinta sección de la obra. El pico de una montaña, los rápidos de un río, la vasta extensión de las aguas de un lago, los rompientes de unas rocas, el silencio de una playa, la profundidad de un bosque entrañan, a juicio de la autora, la dificultad, el acceso complicado, los inconvenientes para los desplazamientos, la lejanía, el abandono, la soledad, la falta de medios idóneos para llevar a cabo el crimen. En esos espacios hostiles se ambientan películas como El último refugio o El tesoro de Sierra Madre, Deliverance o La noche del cazador, Camino a la perdición o Bwana, Muerte entre las flores o Furtivos. El apartado se completa con una selección final de “paisajes letales”: desiertos, cataratas, precipicios, interminables superficies heladas o selvas con importante presencia en las pantallas. 

El viaje, un momento de cambio en el que el tiempo se suspende y que, por lo tanto, supone una situación inestable, provisional, que lleva consigo inseguridad, es otro territorio común para el asesinato cinematográfico. Carreteras, trenes, barcos u hoteles pueblan una división del libro en la que aparecen películas como Bonnie & Clyde, El cartero siempre llama dos veces, Thelma y Louise, Asesinato en el Orient Express, El amigo americano, El cabo del miedo, Calma total, Psicosis o El resplandor. Bajo la rúbrica Lugares exóticos el capítulo se cierra con la mención a films ambientados en espacios legendarios envueltos en misterio como Shangai, Casablanca, Martinica, Egipto o las Islas Reunión. 

Por último, el apartado final del libro recrea el pasado como espacio mental del crimen. La memoria imborrable de ciertos “hechos malvados”, pretéritos pero no olvidados, contamina el presente de los asesinos o de las víctimas inocentes que los han sobrevivido. Ello ocurre, entre otras, en Retorno al pasado, Vértigo, De repente, el último verano, Recuerda o Muerte de un ciclista

Esta dimensión espacial del asesinato, aunque circunscrita en este caso a una única ciudad, Los Ángeles, y referida a su vertiente real y no a la de la ficción cinematográfica -aunque, como se ha dicho, ambos enfoques presentan muchos puntos coincidentes-, constituye el núcleo central de otro espléndido y voluminoso libro, Dark City. The real Los Angeles Noir, que presentó el pasado 2017 la prestigiosa editorial Taschen. Tras una enjundiosa introducción de Jim Heimann, editor ejecutivo de la división americana de la editorial, antropólogo cultural, historiador y ávido coleccionista, la deslumbrante obra recoge en sus 480 inolvidables páginas centenares de fotografías y recuerdos del submundo de la ciudad estadounidense entre la década de 1920 y finales de 1950, en una antología del lado más oscuro de una ciudad que ha sido tantas veces escenario principal de infinidad de novelas y películas del género negro. El libro, como tantos otros de la editorial alemana, es una maravilla en cuanto objeto. Encuadernado en tapa dura, con un formato muy amplio (25 x 27,8 cm.) que permite disfrutar con delectación de las formidables imágenes, presentado en un llamativo estuche e incluyendo entre sus páginas facsímiles de recortes de revistas de la época, archivos de museos, infinidad de fotografías de fuentes diversas -¡¡incluso de depósitos de cadáveres!!- y hasta unos impactos de bala troquelados que acentúan la sensación de realismo que se deduce de su contenido, la obra se presenta en edición plurilingüe, que, por desgracia, no incluye el castellano: alemán, francés e inglés.

Los miles de imágenes que ofrece el libro nos muestran, en capítulos de títulos muy evocadores (En estas calles siniestras, Asesinato y caos, Tierra glamourosa, Locos, chiflados y salvación, Titulares del crimen, Crimen y corrupción), la dimensión más siniestra de una ciudad cuya historia de crimen y delincuencia podemos conocer en el interesante análisis de Heimann en su indispensable preámbulo al libro. En los días que se documentan en la obra, Los Ángeles era -en realidad siempre ha sido- dos ciudades distintas. Por un lado, estaba la gran urbe -creada de la nada en mitad del desierto y crecida de un modo acelerado y fulgurante-, el refulgente paraíso del sol y las playas, del permanente buen tiempo y las interminables hileras de naranjos, la esplendorosa ciudad del dinero y el éxito, de los casinos y la opulencia, de las mansiones y los clubes de moda, de los astros de Hollywood y los rodajes de películas. Pero tras esa imagen luminosa se escondía otra realidad más lóbrega en la que afloraban la depravación y el vicio, la prostitución, los juegos de azar y las drogas, las mafias, la delincuencia y los asesinatos, los cuerpos acribillados, el sensacionalismo de los noticieros, los periodistas a sueldo de los grupos criminales, los fotógrafos de prensa venales, los jueces comprados y las fuerzas policiales notoriamente corruptas. La magnífica obra que nos ofrece Taschen con su consabida pulcritud formal nos permite apreciar, con el rigor y la verosimilitud de una excelente crónica documental, las escenas del crimen, las morgues y los peligrosos barrios marginales en los que apenas nadie podía entrar, la suciedad y la mugre urbana, los cadáveres aparecidos entre escombros o a la puerta de un garito, el terror en las caras de las víctimas supervivientes, en un recorrido completísimo por la abyección y la miseria moral más descarnadas.

Desde su nacimiento, Los Ángeles siempre arrastró una pésima reputación de ciudad infernal. A mediados del siglo XIX, escribe Heinmann, la ciudad estaba llena de asesinos, vigilantes, ladrones y prostitutas. Las calles eran caminos de baches por los que deambulaban los perros mil razas y en los que a cada poco aparecían animales muertos. Ya en esas fechas las crónicas periodísticas daban cuenta de diversos hechos espeluznantes sucedidos en sus calles, pobladas por una multitud abigarrada, una masa de aluvión que viajaba a California imantada por el brillo de las luces, en busca de dinero fácil, atraída, codiciosa, por la quimera del oro y el petróleo, por la rica fecundidad de los desbordantes recursos naturales. Desde muy pronto pueden datarse masacres de inmigrantes chinos, peleas cruentas, estafas, falsificaciones, fraudes, escándalos varios, negocios turbios, en un ambiente general que mezclaba la especulación, las fortunas rápidas, el crecimiento desmesurado y las posibilidades de lucro con los delitos, las extorsiones, los ajusticiamientos, los saqueos, los sobornos, los chantajes, las torturas, las ejecuciones sumarias, el envilecimiento y el vicio, la podredumbre y la sordidez.

Dark City repasa en imágenes esas intensas décadas de la ciudad, tanto en su somero recorrido histórico -en el texto inicial de Jim Heinmann- como, sobre todo, en las muy reveladoras instantáneas que constituyen el elemento principal del libro. Y así, avanzando entre sus páginas, vemos esos tortuosos inicios, ya comentados, marcados por el conflicto derivado de la llegada masiva de gentes a la ciudad, la explosión demográfica, el auge inmobiliario. Más tarde, en los años veinte, las sangrientas consecuencias de la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas: la profusión de bares, tabernas y tugurios clandestinos, los almacenes de elaboración de alcohol, las rutas de importación y distribución; también la proliferación de automóviles como consecuencia de la vasta extensión de su topografía inacabable, prácticamente ilimitada -800 kilómetros cuadrados, en su origen, cruzados por infinidad de carreteras, aprovechadas, por la distancia, por la lejanía, por la impunidad que proporcionan, como escenarios del crimen-; los nuevos espacios de entretenimiento y ocio: casas de apuestas y salas de juegos, hipódromos y canódromos, pistas de carreras y salones de boxeo, fuentes todos de delitos; la locura hollywoodiense, el reino del lujo y el glamour, la sofisticación de las estrellas, pero también las amoralidad desenfrenada, las orgías, los escándalos sexuales, y con ellos las cohortes de facinerosos, hampones y maleantes que sacaban tajada de los ignominiosos excesos de los lujuriosos actores, las insaciables divas y las celebridades degeneradas; y como reacción a tanta desmesura, la multiplicación de predicadores y evangelistas, reverendos, sermoneadores y propagandistas varios, con frecuencia tan deshonestos y licenciosos como aquellos a quienes pretendían denunciar, aunque aparecían a veces reformistas íntegros capaces de ayudar a la regeneración de la ciudad.

Los años treinta son los de la expansión de la gran ciudad, convertida ya en el emblema del sueño californiano. Llegan gentes de todo tipo y condición: estrellas potenciales, víctimas de la Gran Depresión, vagabundos desplazados, buscadores de quimeras, un caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de la criminalidad. Conjuras políticas, turbias tramas policiales, asesinatos racistas, encarnizadas luchas entre bandas de gánsteres locales y estatales, florecimiento del mercado negro en vísperas de la segunda guerra mundial acompañan el crecimiento de la ya entonces gran megaurbe.

La presencia de soldados y marineros de permiso en los primeros años de la década de los cuarenta, con la contienda mundial en su apogeo, y la inmigración masiva, sobre todo mexicana, acrecientan las tensiones raciales, los enfrentamientos entre pandilleros, tribus urbanas y grupos de jóvenes. La relativa decadencia de Hollywood, coincidente con la simultánea eclosión de Las Vegas, queda “compensada” con el incipiente crecimiento de los clubes de jazz, los juke joints, los antros de música, los oscuros ambientes cool frecuentados por negros. Crecen los locales de striptease y las ambiguas salas de burlesque, las casas de juego y los clubes de naipes, muchos de ellos ilegales. Aparecen y prosperan entretenimientos novedosos que acaban lindando con lo criminal: colonias nudistas que se convertirán en focos de pornografía, peleas de gallos que acabarán en refriegas entre sus dueños. Se mantienen la prostitución y el comercio sexual. Se dispara el consumo de marihuana y, en consecuencia, los muchos delitos adyacentes.

Con el correr de los años cincuenta se incrementa la criminalidad por el desmesurado crecimiento de unos suburbios -barrios enormes de hormigón entrecruzados por autopistas- que albergaban a millones de desplazados del sur del Estados Unidos, víctimas de la posguerra. La siniestra fama de Los Ángeles ha trascendido los límites de la ciudad real -esa que se muestra en las páginas del libro- y puebla ya -estilizada, convertida en ficción- los títulos cinematográficos y las novelas policiacas, ámbitos en los que se acuña y empieza a reconocerse el sello “L.A. Noir”. Pese a que, como señala Heinmann, a partir de la década de los sesenta casi todas las ciudades importantes de los Estados Unidos podrían competir con el récord criminal de L.A., las obras de James Ellroy o Walter Mosley -reciente ganador del Premio RBA de novela negra en nuestro país-, o películas como Chinatown y L.A. Confidential, entre infinidad de ejemplos, han recuperado la condición mítica -tristemente mítica- de una ciudad que ha sido considerada durante mucho tiempo la cuna del delito y del vicio, del pecado y el crimen. Todo ello está en este magnífico Dark City. The real Los Angeles noir, el espléndido reflejo, el trasunto “verdadero”, histórico, palpitante y real de esa legendaria ciudad que tantas veces hemos visto en el cine o leído en los relatos del género negro.

Como acompañamiento musical a mi reseña de hoy os dejo The lady is a tramp, un clásico interpretado por el Gerry Mulligan Quartet en la banda sonora de la excelente película de Curtis Hanson, ya mencionada, L. A. Confidential.


LOS ANGELES

Su solo nombre evoca visiones de amores y aventuras: Hollywood, el sol, las playas y las interminables hileras de naranjos. Reproducida hasta el infinito durante más de un siglo, esta resplandeciente y brillante imagen que presentaban al mundo los impulsores de la ciudad y la cámara de comercio formaba parte de una muy bien preparada campaña promocional. Mientras tanto, burbujeando bajo la superficie de esta campaña de relaciones públicas la Ciudad de los Ángeles disimulaba su otro rostro. La cara oscura de Los Ángeles se corrompía como naranjas pudriéndose bajo el perpetuo sol. 

Los fotógrafos comerciales y de la prensa desempeñaron un papel primordial en la construcción de la imagen de la ciudad. En el curso de los años que enmarcaron su intenso desarrollo, capturaron un retrato preciso de una ciudad en proceso de invención. Las fotografías de la década de 1920 hasta la década de 1950 ofrecían un paisaje cambiante de calles en obras, colinas niveladas y edificios construidos y luego eliminados para dejar espacio a nuevas estructuras. Las fotos también detallaban los clubes nocturnos y los bares, los cadáveres enterrados, las formas sin vida sobre las camillas de las salas de autopsias, las celebridades de Hollywood, los políticos, los vagabundos de los bulevares y los autoproclamados salvadores del alma. Estas imágenes mostraban los lados luminosos y sombríos de una ciudad absorta en el presente y mirando hacia el futuro. Documentaban una ciudad en constante cambio, evolucionando rápidamente de las chozas de adobe a la 'Maravilla del Oeste'. 

Los fotógrafos podían dar una imagen positiva o negativa de la ciudad. Las fotos glamourosas ayudaron a traer a miles de nuevos residentes a la región. Las imágenes promocionales de las montañas, el sol y las playas prometían una vida mejor de posibilidades ilimitadas, pero los periódicos y los tabloides mostraban a los recién llegados que la visión seductora no daba cuenta de toda la realidad. La otra cara de la moneda escondía una California del sur diferente, en la que florecían las drogas, los delincuentes, los asesinatos sórdidos, las prostitutas, los cuerpos acribillados y una fuerza policial notoriamente corrupta. Era el otro Los Ángeles, una ciudad inundada de corrupción y pecado. La foto de estudio y la instantánea captando el momento. Lo bueno y lo malo. La ciudad que hace soñar y la ciudad de la que escapar. Ambas versiones fueron responsables de crear la mítica Ciudad de los Ángeles. Las fotos y los artículos contaban la historia de una ciudad en su reverso, documentada en blanco y negro y proporcionando la realidad que iba a estar detrás de la ficción de las novelas.

  
Nuria Vidal. Escenarios del crimen

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