Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 4 de septiembre de 2019

EDOARDO NESI. LA HISTORIA DE MI GENTE

Hola, buenos días, sed bienvenidos un curso más -y con la emisión de hoy iniciamos nuestra décima temporada- a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca que hoy, al término de las vacaciones de verano y con la generalizada vuelta al trabajo para la comunidad universitaria, os propone una lectura vinculada, precisamente, al mundo laboral. Cerrábamos el curso pasado con un libro que trataba cuestiones de extraordinaria trascendencia para el futuro laboral -¡Sálvese quien pueda!, de Andrés Oppenheimer- y abrimos el actual con otro que refleja las inquietudes, las preocupaciones o la “problemática” que padecen en nuestros días -como en todo tiempo, aunque de modo especial en la actualidad- los trabajadores. (Durante el mes de septiembre, y hasta que la actividad de la emisora no recobre la total normalidad, los programas no serán radiados).

En los últimos años, sin duda como consecuencia de la crisis en la que nos hemos visto envueltos muchos de los países de Occidente desde hace una década larga, se agolpan en las librerías numerosos textos que constituyen aproximaciones, de toda índole (la mayor parte aparecidas en el territorio del ensayo, del análisis sociológico, económico o político pero algunas también estrictamente narrativas o surgidas en el ámbito de la novela), al inclemente proceso, que lleva años produciéndose en nuestras sociedades evolucionadas, de destrucción de los logros alcanzados en los dos últimos siglos de crecimiento y desarrollo. Crisis económica, beneficios y lacras de la globalización, fin del capitalismo, colapso financiero, deterioro del estado del bienestar son nociones que aparecen por doquier en estas descripciones algo apocalípticas del panorama que nos rodea. Así ocurre también en el caso del libro que hoy quiero presentaros, un texto de difícil adscripción a un género determinado, pues no siendo, de modo obvio, como podréis comprobar inmediatamente, una novela, tampoco puede calificarse con sencillez de ensayo, tratándose más bien de un relato autobiográfico, lleno de lirismo y subjetividad, de emoción y de una muy personal visión de las cosas; siendo igualmente un escrito de denuncia política, que rezuma pasión, rabia e indignación, con pasajes que alcanzan incluso, si exagero ligeramente, el tono de un exaltado panfleto. Un libro que por su extraordinaria carga poética, por la implicación sentimental de su autor en el asunto narrado, por su vívida y muy sentida descripción de una experiencia real, intensa y dolorosamente real, resulta muy recomendable se esté o no de acuerdo con las tesis sostenidas, muchas veces discutibles. Se trata, avancemos ya su referencia, de La historia de mi gente, del italiano, italiano de Prato, la pequeña ciudad cercana a Florencia, Edoardo Nesi. El libro lo presentó hace ya siete años, en 2012, la editorial Salamandra en traducción de Teresa Clavel Lledó. 

En septiembre de 2004, concretamente el 7 de septiembre de 2004, vendí la empresa textil de mi familia. Así comienza el relato que hace Edoardo Nesi del auge y decadencia de la tejeduría que sus abuelos habían fundado en los años veinte del pasado siglo y que se convirtió, después de la segunda guerra mundial, en una fábrica de tejidos de lana con la prolija denominación de Fábrica de Tejidos de Lana T.O. Nesi e Hijos S.A. El autor da cuenta de esos ochenta años de actividad empresarial que inician su abuelo Temistocle y el hermano de este, Omero, las iniciales de cuyos nombres son la T y la O que aparecen en la legendaria razón social del negocio familiar. Un negocio que, por desgracia, él mismo se verá obligado a clausurar, último patrono al frente de una aventura empresarial fascinante, una incubadora de sueños, plena de creatividad e imaginación, de impulso emprendedor, de arte y, sobre todo, de vida, aunque, a su término, también dolorosa y triste. Tres generaciones que se suceden al frente de una empresa cuyos avatares a través de las décadas representan de manera paradigmática el modo en que ha cambiado el mundo a lo largo de este último siglo. Los tres telares gigantescos ante los que se fotografían los dos hermanos rodeados de innumerables hombres, mujeres y niños, en 1926, constituyen el germen de un floreciente negocio del que se alimentaron y, no sólo eso, con el que se enriquecieron, las familias de Prato durante años; pero representan, además, el modo habitual de vida para el autor y sus conciudadanos, una vida dedicada a la producción de tejidos con dedicación y primor casi artesanales, una actividad empresarial concebida y realizada de un modo “antiguo” y hoy casi inexistente, caracterizado por la preocupación por la calidad de las telas, la investigación sobre texturas, colores y dibujos, la fiabilidad del servicio, la puntualidad en las entregas, el respeto a la palabra dada, el valor del buen nombre de la empresa por encima de beneficios fáciles, el prudente rechazo de arriesgados endeudamientos. 

Es este el primero de los dos grandes ejes que, a mi juicio, vertebran el libro: la mirada nostálgica sobre un pasado, sobre unas prácticas laborales, sobre unos modos de vida ya desaparecidos y que Edoardo Nesi añora por entenderlos más civilizados, más humanos. Un mundo lamentablemente acabado y ya irrepetible, brutalmente arrancado de nuestra existencia por, entre otras causas, la desalmada y aséptica y falsamente neutral e implacable globalización. Quizá nunca he entendido -escribe en un momento del libro- lo que sucedió en todos estos años en nuestro cavernoso local sin número. Qué se creó aquí dentro que ya no está. Quiénes eran todas esas personas que trabajaron en los telares con el objetivo metafísico de hacerlos funcionar siempre, las veinticuatro horas, y dónde están ahora, y qué recuerdan de los días infinitos pasados trabajando para mí y mi familia. Quizá nunca he entendido de verdad qué es el trabajo. Quizá me he limitado a usarlo, el trabajo de los demás... y el mío. Quizá también me he limitado a usar mi vida en vez de vivirla

Y es que esa añoranza del paraíso perdido, de un edén idílico en el que el trabajo en las fábricas representa una forma superior de ética y hasta de estética, impregna muchas de las páginas de La historia de mi gente. Como en este fragmento, bellísimo, en el que se evoca el ruido de los telares: Quien nunca ha entrado en una tejeduría en funcionamiento no se imagina el estruendo. El ruido de una tejeduría es algo denso, casi sólido. Es una ola que te arrolla, un viento que te encorva. El ruido de una tejeduría te hace entornar los ojos y sonreír, como al correr bajo una nevada. El ruido de una tejeduría te lleva a contener la respiración, igual que los recién nacidos cuando les soplas en la cara. El ruido de una tejeduría es continuo e inhumano, hecho de mil sonidos metálicos superpuestos, y sin embargo a veces parece una carcajada. El ruido de una tejeduría no tiene origen y da la sensación de venir de la tierra o del aire, porque desde lejos los telares parecen inmóviles. El ruido de una tejeduría alcanza y a menudo supera los noventa decibelios, y confunde y ensordece a quienes no se ponen tapones, como el canto de las sirenas que fue la perdición de los compañeros de Ulises. El ruido de una tejeduría se asemeja al clamor de un ejército descomunal que avanza hacia ti, al zumbido de una gigantesca colmena. A veces, cuando es muy lejano, se puede confundir con el rugido de los temporales. El ruido de la tejeduría jamás se interrumpe y es el canto más antiguo de nuestra ciudad, y a los niños pratenses los acuna como una nana. 

Esta dimensión poética se sustenta, pues, en los recuerdos del autor, convencido como está, al enfrentarse a la fría deshumanización del mundo empresarial en nuestros días, de que solo la memoria justifica nuestras vidas. Para siempre -señala, aludiendo al título de uno de sus libros anteriores- significa que a los cuarenta y cuatro años por fin me he dado cuenta de que el coste de la vida son los recuerdos; de que todos los vínculos con mi juventud están ahora sólo en manos de la memoria, monstruo implacable e imposible de silenciar; de que existen cosas, personas, acontecimientos, amores, dolores y dichas lacerantes que nunca conseguiré olvidar y que estarán conmigo precisamente para siempre; de que, en resumen, la pizarra de mi vida ya no puede borrarse y cualquier cosa nueva que se me ocurra escribir en ella tendrá que encontrar sitio en los pocos espacios vacíos

Las cosas nuevas. El mundo moderno, la empresa en el siglo XXI, el egoísmo de los negocios en nuestros días, la injusta economía globalizada, la rentabilidad a cualquier precio pasando por encima del ser humano. Estos son los enemigos a los que se enfrenta Nesi en lo que constituye la segunda -y más extensa, y principal... y a mi juicio menos interesante- vertiente del libro. En un alegato furibundo, que no ahorra las menciones a asuntos de la más inmediata actualidad local: leyes aprobadas, impuestos recién creados, polémicas periodísticas, el escritor y empresario arremete contra la venalidad de los políticos, la arrogancia intelectual de los economistas, la estulticia -o el egoísmo interesado- del periodismo especializado, los descomunales y “vampíricos” grupos extranjeros, los amos del amedrentado mundo global, los supergrupos de dimensión planetaria, los desquiciados adalides de la cruel y asesina liberalización de los mercados. Y, en la misma lógica, pero desde un perspectiva complementaria, nos dibuja una clase empresarial, los pequeños y medianos emprendedores de su ensoñación idealista, atenazada por las deudas, asediada por los impuestos punitivos, obligada a soportar las cargas abrumadoras de las cotizaciones sociales, de los costes laborales, de los intereses de sus deudas, de los gastos de infraestructura, de la luz y el agua y la calefacción y los alquileres de sus locales. Una clase empresarial, en definitiva, hundida además por la competencia feroz de los mercados emergentes, sobre todo el chino. China, que no por azar -dado su papel determinante en la economía mundial- tiene una presencia muy relevante en la obra: en un capítulo espléndido se describen las condiciones de trabajo en las fábricas clandestinas chinas en Prato, instaladas subrepticiamente en los mismos locales que dejaron vacíos las empresas quebradas de sus conciudadanos y objeto de inspecciones y controles rutinarios y absolutamente inoperantes; en otro, Nesi analiza, en relación con la masiva presencia de la comunidad china en Prato, cómo los conceptos de legalidad e ilegalidad, tolerancia e intolerancia, ideología, acogida, racismo e integración, xenofobia e inclusión son ya viejos instrumentos inútiles para comprender lo que sucede en una ciudad invadida por una armada silenciosa y asustada, que muchos temen que sólo sea la avanzadilla de la invasión que vendrá, pero que ya hoy es imposible censar y detener con los controles, las inspecciones, las ordenanzas municipales quisquillosas, los informes de los bomberos, los embargos de los locales, las supresiones de rótulos en chino, los precintos de plástico, las cintas en blanco y rojo y los candados. En un breve fragmento se nos habla del jovencísimo ejército de secuestrados que ni siquiera se dan cuenta de la indignidad de sus condiciones laborales y están muy contentos de vivir y trabajar como viven y trabajan, encerrados en locales mugrientos, porque en la China más profunda de la que proceden estaban mucho, mucho peor. Y otro capítulo, también magnífico y conmovedor -La pesadilla, su título-, nos pone frente a un sueño terrible en el que la convivencia interracial genera monstruos de violencia y odio y locura. Algo, como se ve, de una palpitante actualidad en esta Italia de hoy, cuyos más cerriles dirigentes, no dudando en racionalizar hasta el extremo la línea que marcan sus postulados ideológicos, desafían los más elementales principios de solidaridad y compasión, de decencia y humanidad, condenando a una muerte casi segura a miles de desgraciados que huyen del terror o la pobreza de sus países de origen, en un Mediterráneo que ya ha sido una vasta tumba para tantos semejantes. 

En la vida muchas veces nos sentimos confusos, dice el personaje que interpreta Paul Newman en Veredicto final, la estupenda película de Sidney Lumet que tanto significado tiene en la vida personal de Edoardo Nesi y que, transcrita en un momento del libro, refleja la perplejidad de su autor, y en definitiva de todos nosotros, ante este nuevo mundo emergente que altera radicalmente los parámetros con los que nos hemos desenvuelto hasta ahora. Perplejidad, confusión, y más aún, el desaliento vacío que veía extenderse entre los míos y en mi ciudad, el imparable declive de la ambición, el abandono de los sueños más frágiles, más ingenuos y, sin embargo, vitales, la inmortal propagación de la conciencia de que el futuro iba a ser peor que el presente

En fin, no dejéis de leer este La historia de mi gente escrito por Edoardo Nesi y publicado por Salamandra, seguro que os va a conmover e interesar, en esa doble dimensión lírica y política sobre la que se articula el libro. Os dejo, en una suerte de correlato musical del libro, con Maggie’s farm, la explícita canción de Bob Dylan. 


Así que hoy, en el momento históricamente más difícil del sector textil pratés, y por tanto italiano, y por tanto europeo, cuando no cesan de llegarme noticias de la quiebra en serie de empresas de confección alemanas tiempo atrás sólidas como el granito, cuando en la prensa local se suceden los rumores de graves dificultades de muchos ex colegas industriales, cuando los cientos de artesanos que hicieron grande y único nuestro sector textil se limitan a pedir que no los dejen solos para cerrar con dignidad sus microempresas sin perder lo que ganaron a lo largo de décadas de esfuerzos, cuando todos los años miles de personas pierden su puesto de trabajo en mi ciudad, que no llega ni a doscientos mil habitantes, cuando incluso los desconocidos se me acercan para felicitarse por haber vendido su empresa, no consigo dejar de sentir casi a diario una especie de tristeza vacía que me invade y acaba por desembocar en angustia, y carece de nombre, y me impide experimentar, si no orgullo, al menos alivio por haber probablemente evitado a mi familia y a mí mismo una larga y dolorosísima decadencia que, dado el carácter de los Nesi, habría borrado de la memoria todas las cosas buenas hechas en el pasado. 

No logro quitarme de la cabeza ese “e Hijos” que remata el nombre de la fábrica, ese anuncio de continuidad que era una llamada y un deseo, una promesa hecha hace sesenta años para mí por un abuelo que no conocí. No acabo de ver claro si fui listo o cobarde, si hice bien o traicioné, como si a un empresario industrial se le exigiera el mismo valor que al capitán de un barco y fuera moralmente necesario quedarse hasta el final en la empresa que lleva el nombre de uno. Me pregunto si en verdad se puede amar un trabajo, si se puede amar una empresa. 

Luego eso se pasa, desde luego. Vuelvo a casa y se me pasa. Veo a mi mujer y mis hijos y se me pasa. Pero ahora sé que en mi caso escribir novelas no basta. No puede bastar. Sé que debo tratar de escribir “mi historia y la de los míos”, como escribía Fitzgerald en una de las últimas cartas desesperadas a su agente intentando describir El amor del último magnate, la maravillosa novela sobre el cine, la riqueza y el enamoramiento que no pudo terminar porque el 21 de diciembre de 1940, en aquella Los Ángeles que no lo quería, se le paró el corazón. 

Lo intentaré hacer antes de que se pare también el mío.

  

No hay comentarios: