Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 9 de febrero de 2022

DROR MISHANI. TRES; EXPEDIENTE DE DESAPARICIÓN

Hola, buenas tardes. Todos los libros un libro sale a vuestro encuentro una semana más con una nueva propuesta de lectura que espero resulte de vuestro agrado. Esta tarde continuamos con la serie, que iniciamos a la vuelta de Navidades, y que por tanto llega hoy a su tercera entrega, de novelas policiacas que, además de su común inclusión en el género negro, participan de otra característica coincidente, la variada nacionalidad de sus autores y, como corolario de ello, el diverso entorno geográfico en el que se desarrollan sus tramas, por otro lado apasionantes. Tras los exóticos viajes a la India, siguiendo los pasos de Sam Wyndham, el protagonista de El hombre de Calcuta, la novela del angloindio Abir Mukherjee, y a Mongolia, escenario de la trilogía de Ian Manook, creador del muy singular comisario Yeruldelgger, hoy conoceremos el Israel de Dror Mishani, un muy interesante escritor de ese país, autor también de una serie detectivesca, que cuenta ya con varios títulos en su haber, aunque en España sólo ha visto la luz el primero de ellos, Expediente de desaparición. Pero no sólo de este libro quiero hablaros esta tarde, si no también de su segunda y última novela traducida entre nosotros, la excepcional Tres. Escrito originariamente en 2011, Expediente de desaparición, fue presentado cuatro años después en la editorial Destino, en traducción del hebreo de Marta Lapides. Tres, en cambio, apareció en 2020 en la editorial Anagrama, trasladado al español por Sonia de Pedro. Hay una película francesa, dirigida en 2018 por Érik Zonca, con Vincent Cassel en su papel principal basada en el primer libro. Y el segundo, al parecer, va a ser recreado también en la gran pantalla por los productores de la serie Homeland

El inspector Avraham Avraham, de la policía de Holon, una pequeña ciudad cercana a Tel Aviv (de donde es originario el propio Mishani), recibe la visita en comisaría de la señora Sharabi que viene a denunciar la desaparición de su hijo Ofer. Así da comienzo Expediente de desaparición, un thriller muy distinto a lo acostumbrado. El chico, de dieciséis años, salió por la mañana al Instituto, como de costumbre, pero no volvió a casa al terminar sus clases. Su madre, Hana, inquieta en principio por la extraña ausencia, preocupada después al encontrar en la habitación de su hijo su móvil, del que nunca se desprendía, abrumada además al tener que hacerse cargo sola de sus otros dos hijos, más pequeños que Ofer, pues su marido trabaja embarcado y en esos momentos navega rumbo a Trieste, decide pedir ayuda a la policía. El inspector la escucha, intenta tranquilizarla y la “despacha”, convencido -y así se lo hace saber a la mujer- de que se trata de una situación normal en un adolescente: 

Mire, señora, estoy intentando ayudarla. Su hijo no tiene antecedentes penales y usted afirma que no está involucrado en ningún asunto fuera de lo común. Los chicos normales no desaparecen. A veces no van a clase, se escapan de casa durante unas horas o les avergüenza volver porque les ha pasado algo que consideran terrible y creen que no se lo van a perdonar, aunque por lo general sea algo insignificante. Pero no desaparecen. Permítame que conjeture qué ha sucedido: su hijo decidió que hoy no iría al instituto porque tenía un examen importante y no había estudiado. ¿Sabe usted si tenía algún examen? Podría preguntárselo a su amigo. Supongamos que no estaba preparado y, como está acostumbrado a sacar buenas notas y no quería defraudar a sus padres, no ha ido al instituto y ha optado por deambular por las calles, o por meterse en un centro comercial, y al tropezarse con un profesor o algún conocido, se ha asustado, convencido de que todo el mundo sabría que había hecho novillos, y por eso no ha vuelto a casa. Es lo que les ocurre a los chicos normales. Por lo tanto, si no me oculta usted ningún dato relevante, no tiene por qué preocuparse. 

Al día siguiente, y ante la falta de noticias del muchacho, se pondrá en marcha la maquinaria policial al mando de un Avraham abatido y consternado por su aparente negligencia del día anterior, al no haber activado el protocolo desde el primer momento. El libro narra el desarrollo de la investigación de esa extraña ausencia, en un relato que me ha resultado atrayente por cuatro motivos principales: las peculiaridades de una trama que no se acomoda del todo a las convenciones del género negro; la construcción de la figura del inspector, que incide en algunos de esos tópicos, pero que, pese a ello, presenta aspectos singulares de interés; un elemento de la estructura de la novela, ciertamente original, al menos para mí; y un cierto juego metaliterario que permea un texto en el que son abundantes las reflexiones sobre la propia literatura policial. 

El desarrollo argumental no se asemeja a los más comunes en las creaciones de esta naturaleza. No hay apenas acción, ni ritmo endiablado, ni adrenalina, ni grandes crímenes, ni asesinos despiadados, ni sangre, ni sorpresas constantes en la evolución de los acontecimientos. Podríamos decir que estamos ante una historia gris, cotidiana, “hogareña”, que se desarrolla en la insulsa normalidad de una familia de clase media. Además, la investigación no parece avanzar, la actuación de la policía, y de Avraham en particular, es funcionarial, poco eficiente, muy alejada de las intervenciones inteligentes, atrevidas, eficientes y resolutivas, heroicas a veces, siempre deslumbrantes, de los detectives e investigadores de la ficción. El inspector no sabe a qué atenerse, no hay apenas pistas y, cuando surgen, no aportan datos sustanciales, las hipótesis explicativas no funcionan, e incluso -y no quiero desvelar nada relevante- el desenlace, el esclarecimiento final de los hechos es ambiguo y abierto y admitirá en su seno versiones divergentes. La perplejidad y la incertidumbre afectan también al equipo de comisarios -la inspectora jefe Ilana, una mujer de carrera y vieja amiga del protagonista, el joven, intrigante y descaradamente trepa Sharpstein, el fiel ayudante Eliahu Malul- y hay disputas y rencillas enquistadas y luchas de poder entre alguno de ellos, todo muy burocrático, convencional, aburrido. Y sin embargo, y este es el primer logro de Expediente de desaparición, la historia se sostiene, se lee con mucho interés, pese a estar construida sobre una base tan banal, vulgar incluso. En cualquier caso, que nadie piense que con estos modestos mimbres Mishani ha elaborado una novela plana, simplista y carente de complejidades. No es así en absoluto, como se verá al analizar otros de sus rasgos destacados. Debo subrayar, además, que hablo con todas las cautelas posibles pues sólo conozco la mera muestra de este primer título, que en su explícito “Continuará…” final deja abierta la prolongación de la serie, lo que efectivamente ha tenido lugar con otras dos novelas, A Possibility of Violence, como se tradujo al inglés, de 2013, y The Man who wanted to know, de 2015. Una doble continuación que, al no estar traducida en nuestro país, yo no he podido leer, de modo que no sé si este rasgo de anodina normalidad es, en verdad, definitorio del ciclo entero. 

El inspector Avraham tampoco responde a los estereotipos de la literatura negra y no tiene demasiados puntos en común con sus predecesores más destacados en el género. Con sólo treinta y ocho años, “suena” avejentado. En consonancia con la atmósfera que impregna la novela, es un individuo desesperadamente aburrido (Encendió las luces del apartamento, observó el televisor apagado y, acto seguido, se fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. ¿Ésa era su manera de celebrar su cumpleaños? Se rio para sus adentros y tardó mucho en quedarse dormido), soso (¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había salido a disfrutar de un bar o de un restaurante?), triste, melancólico, tranquilo, solitario (visita muy de vez en cuando a sus padres, un abogado y una profesora de literatura ya jubilados), ausente, al margen, en cierto modo, de cuanto acontece, recluido en su apartamento de soltero, anclado a sus rutinas, rumiando su soledad (Generalmente se levantaba a las seis de la mañana, sin despertador; se cepillaba los dientes mientras deambulaba por el apartamento iluminado por una tenue claridad, calentaba agua en la cocina y pasaba a la sala, abría las persianas, seguía cepillándose los dientes frente a la calzada oscura sin apenas tráfico, tan sólo unos coches aparcados en dos filas a los lados), pero sin que el autor enfatice la condición de “perdedor” (no sabemos si lo es, en realidad). Profesionalmente no es dinámico ni resolutivo; en “jerga” de hoy diríamos que tiende, sin demasiada convicción, a procrastinar. Parece, también, indeciso, duda de continuo, y lo vemos sumido en la desazón, la culpa incluso. Me atrevo a definirlo como detective existencialista: no es que no entienda las complejidades del caso y que las incertidumbres que presenta lo lleven al abatimiento, es el mundo entero lo que le parece inexplicable, incapaz de comprender las motivaciones, las intenciones, los propósitos, los comportamientos de aquellos a los que investiga. Está, además, aquejado de nostalgia, le asaltan recuerdos de su juventud, de las calles que conoció de niño, se sorprende de las nuevas costumbres sociales de chicos y chicas. En este sentido, y a mi juicio, no hay, más allá de la indagación en la vida familiar, una perspectiva sociológica en el libro. Así como en las novelas anteriores de la serie el telón de fondo geográfico era más que un escenario, y en Un hombre en Calcuta “conocíamos” la India, y leyendo la trilogía de Manook podíamos captar una imagen verosímil de la Mongolia actual, no hay excesivo “color local” en Expediente de desaparición

Otro elemento relevante del libro es cierta pirueta estructural algo insólita sobre la que quiero llamar la atención sin, a poder ser, destripar la novela. Y es que hay un vecino del niño desaparecido, Zeev Avni, que interferirá de manera sorprendente en la investigación. Zeev, que desde hace un año, por circunstancias personales, ha dejado arrumbada su vocación como escritor, paralela a su labor docente, acaba de retomar su afición, se ha incorporado a un taller de escritura y encara la redacción de una novela, para lo cual, para “construir” la trama de su historia, decide intervenir en el caso de Ofer, telefoneando de modo anónimo a la policía para ofrecer pistas inventadas pero plausibles en su imaginación literaria, y enviando a la familia cartas del chico, también fruto de su libre creación, en las que el muchacho interpela a sus padres y aporta, en parte, los motivos de su ausencia. ¿Cómo sabes lo que ha pasado?, le preguntará, perpleja, su mujer, Mijal, cuando su marido le cuenta la delirante conducta que, de una manera tan inconsciente, ha llevado a cabo. —No lo sé. Intento imaginármelo, ésa es la gracia. Trato de meterme en su cabeza y comprender qué pensaba, responderá él. Y ante la réplica de ella: —Pero ¿cómo puedes escribir eso sin saber lo que pasó en realidad?, Zeev contestará con un razonamiento que resume el proceso creativo de cualquier escritor de ficción: —Pues claro que puedo. No es un thriller ni un artículo de prensa. A mí no me importa lo que haya pasado. Me interesan sus procesos psicológicos o, mejor dicho, los procesos por los que yo me imagino que pasó y que desembocaron en su desaparición

Y ello me permite apuntar la presencia en la novela de esos elementos metaliterarios que antes adelantaba. En el texto comparecen a menudo especulaciones sobre los métodos y la práctica de la escritura, suscitadas por el extraño expediente “creativo” usado por el imprudente vecino, y también, reflexiones sobre la literatura policial, no en vano Dror Mishani es profesor de novela criminal en la Universidad de Tel Aviv. Así, Abraham sostiene una muy original y algo estrambótica tesis sobre la ausencia de novela negra en Israel ¿Por qué en Israel nadie escribe libros como los de Agatha Christie o Los hombres que no amaban a las mujeres? Y a lo largo de la historia leeremos algunas de sus peculiares respuestas a la cuestión: Nosotros simplemente no tenemos misterios; Esclarecer un crimen siempre es sencillo; O esta aún más jugosa: Los policías de este país tienen a su cargo investigaciones tan triviales y son tan poco listos que nadie se molestaría en leerlas o escribirlas en forma de libro. Las investigaciones importantes están en manos de los investigadores de los servicios de inteligencia, y de nosotros no se sabe nada, y quien sabe algo tiene prohibido escribirlo. 

Por otro lado, el inspector es un furibundo crítico de los argumentos, los personajes y, sobre todo, la resolución de los casos en las principales creaciones del género: Cuando leo una novela policíaca, realizo una investigación por mi cuenta, y demuestro que el detective de la novela se ha equivocado o engaña al lector deliberadamente, y que el verdadero desenlace es distinto al del libro. Al final de Expediente de desaparición parecen confirmarse -y dejo la incertidumbre en el aire para no desvelar el misterio del libro- los extraños postulados del policía: 

¿Te acuerdas de que me dijiste que siempre podías demostrar que el detective se equivocaba, que el verdadero desenlace era distinto a lo que se había descubierto? Pues a ti también te ha pasado. 
—En la vida real eso no pasa. Sólo en las novelas —dijo, pero deseó estar equivocado. 

Tres se mueve en otro contexto diferente y obedece a unas pautas bien distintas. Se trata, por de pronto, de una novela de mucha más enjundia, a mi juicio, que Expediente de desaparición, con la que coincide, sin embargo, en la aparente banalidad de los acontecimientos descritos, al menos hasta bien avanzada la primera mitad del libro; aunque una vez desencadenada la, por así llamarla, “acción”, el ritmo narrativo, que es inicialmente lento, se acelera progresivamente hasta el frenético final, en lo que resulta un logro mayor del talento literario del autor, la magistral gradación de la intensidad en el relato de los hechos. Tres es así, por tanto, un thriller psicológico espléndido y muy original, pues como digo, nada en él apunta a que estemos ante una novela del género -más allá de la información previa de la editorial con la que se presenta el libro-, pues al lector no le asalta la inquietud o la sospecha de que algo “extraño” pueda presagiarse en los sucesos referidos hasta la página 60 (de un total de 264), en la que Orna, una de las tres mujeres protagonistas, tiene una vaga intuición de que algo “no encaja” en la historia que está viviendo, sintiéndose amenazada -de modo también aparentemente irracional- por un miedo cada vez mayor, sin que ni ella misma, mucho menos el lector, pueda explicar del todo las razones de esa desazón. Por otro lado, la presencia de la policía, de algo que se asemeje a una pesquisa detectivesca, brilla por su ausencia hasta la página 188, en la que da comienzo la investigación policial para el esclarecimiento de unos hechos criminales que, una vez más, el genio literario de Mishani ha ido presentando de una manera indirecta, fragmentaria, apuntando esbozos, sugerencias, atisbos parciales que de un modo paulatino y oblicuo o colateral al relato, pero muy eficaz, siembran la intranquilidad, la inquietud y hasta la congoja y la aprensión del, ahora ya sí, desasosegado lector. 

Pese a que Tres es una novela, como ya he señalado, de mayor calidad que la anteriormente reseñada, y que se abre a aspectos que merecerían aquí un mayor desarrollo, mi comentario, sin embargo, va a ser mucho más sucinto. Y ello no sólo por la necesidad de acomodar mi crítica a los límites de espacio -en el blog- y tiempo -en la emisión radiofónica y audiovisual-, sino porque me confieso absolutamente incapaz de apuntar siquiera algún elemento de análisis sin destripar su trama y, sobre todo, sin privar a quien me lee (o me escucha), del placer de adentrarse -inocente e “indefenso”- en esa prodigiosa construcción con la que el autor va graduando sabiamente las dosis de intriga y secreto, de misterio y sospecha, con las que hace evolucionar el desarrollo de su historia. 

Me limitaré, pues, a presentar, del modo más aséptico posible, algunas generalidades sobre el libro, encareciendo a quien nos siga su lectura, a la que deberá acercarse sin más apriorismos inducidos por mi modesta prescripción que los derivados de esta afirmación categórica: Tres es una novela singularísima y excepcional, que asegura a quien se adentre en sus páginas unas horas de apasionante literatura en contacto con una obra de indudable calidad literaria. 

Pero vayamos ya con lo “contable” del libro. Dividida en tres grandes capítulos, la obra nos presenta en cada uno de ellos a una mujer diferente, de la que se nos describen ciertos episodios de sus existencias ordinarias, sin, de entrada, especiales motivos de interés novelesco. La primera en aparecer es Orna Azrán, una profesora de instituto, recientemente separada de su marido Ronén. Su vida es solitaria, algo triste y gris, con sus horas repartidas entre el trabajo y al cuidado de su pequeño hijo Erán, un niño especial, introvertido y vulnerable que, sin haber cumplido aún los nueve años y desde el divorcio de sus padres, acude a terapia con un psicólogo. Orna conocerá en una página de citas a un hombre también divorciado, con dos hijas, con el que comenzará una relación esporádica, no demasiado convencional, que la mujer ocultará parcialmente a sus allegados. Emilia es una mujer letona de cuarenta y seis años, que abandonó Riga, sin dejar atrás familiares, amigos ni conocidos, para instalarse en Tel Aviv. Cuando, tras dos años a su servicio, el anciano a quien cuida, y al que se sentía muy unida, fallece, buscará trabajo en una residencia, como asistente de otra mujer mayor, aunque el cambio la hace replantearse su vida en Israel y considerar su vuelta a Letonia. En sus gestiones para tramitar el permiso de trabajo y renovar su pasaporte entra en contacto con un abogado para el empezará a trabajar como limpiadora y con el que mantendrá algunos ocasionales y discretos encuentros sexuales. Por último, Ella tiene treinta y ocho años, está felizmente casada y tiene tres hijas, de seis, cuatro y apenas un año. La tensión derivada del cuidado de sus pequeñas, sin ayuda de su marido, un oficial en el departamento de investigación del ejército que vuelve a casa pasadas ya las nueve de la noche, la lleva a intentar “desconectar” de sus asfixiantes rutinas matriculándose en un máster en la universidad, contratando a una baby-sitter para atender a las niñas y entregándose a la redacción de una tesis doctoral sobre el gueto de Lodz entre los años 1941 y 1944, tarea en la que se enfrasca a diario, sentada ante un ordenador portátil, en una mesa de un café en Guivataim, una ciudad en el área metropolitana de Tel Aviv. Allí comenzará a hablar con un hombre, como ella casado, con el que parece surgir una tenue atracción mutua. 

Ni que decir tiene que las tres historias -y con esto ya estoy revelando más de lo que debiera- están conectadas entre sí, y que habrá algún crimen, y que entrarán en acción los inspectores de policía (entre ellos, y de manera tangencial, Ilana Lis, que en Expediente de desaparición era, como ya he señalado, inspectora jefe y ejerce ahora como directora del departamento de investigación e inteligencia del distrito de Tel Aviv), y que en unas páginas finales vertiginosas, que incluyen varios giros inesperados (alguno de una brillantez admirable), el lector respirará aliviado tras la tensión (no sólo intelectual, también física) a la que se ha visto sometido a causa del portentoso artefacto construido por Mishani. 

Además, resaltan algunos detalles técnicos interesantes, como la interlocución que hace el narrador (en la tercera parte del libro) con las mujeres que protagonizaron las dos primeras, en un cambio de registro (quien narra ya sabe que “sabemos”) que abunda en este juego metaliterario que resaltaba ya en Expediente de desaparición. Hay aquí, por otro lado, una mayor presencia del contexto, con la presencia, siquiera indirecta, de la realidad sociológica israelí, las playas, la vida urbana de la capital, el ocio nocturno, la inmigración, las festividades religiosas, la sombra aún presente del Holocausto. 

En fin, un autor, este Dror Mishani, absolutamente recomendable en cualquiera de las dos obras traducidas en España, Expediente de desaparición y Tres. Casi al final de la primera novela, en una tierna y emotiva escena “romántica” suena el Absolute Beginners, uno de los más reconocidos títulos de David Bowie, que será el tema elegido para cerrar el espacio tras un inquietante fragmento de Tres que os dejo como complemento final a mi reseña. 


Cuando entraba, no obstante, en el sitio web de contactos y miraba el perfil de Guil, casi lo hacía por pura curiosidad para ver si había algún cambio. En una ocasión, pensó incluso en abrirse una nueva cuenta con un nombre y una fotografía falsas, con el fin de ponerse en contacto con él y ver cómo reaccionaba, si intentaba entablar conversación de la misma manera y si le contaba las mismas historias que le había contado casi medio año antes. Pero supuso que él la reconocería por su forma de hablar en el chat y, además, era algo que carecía de sentido, al igual que ir a su casa –se creía capaz de encontrarla pese a que no recordaba su dirección– y hacer guardia y observar, idea que también se le ocurrió en una ocasión. Recordaba que la única vez que estuvo en casa de Guil percibió que algo no encajaba, si bien no sabría decir qué era exactamente. ¿De qué se trataba en realidad? ¿Que no era su casa? ¿Quizá que nadie vivía en ella? En la puerta de su casa no se indicaba su nombre, sino solo el número de la vivienda, y en el frigorífico no había nada de comida. Guil se disculpó diciendo que casi siempre comía fuera, aunque antes le había contado que sus hijas iban a veces a cenar a su casa. La pastilla de jabón en el lavabo del cuarto de baño estaba ennegrecida y seca, como si no se hubiese usado desde hacía semanas, y en cambio Guil se lavaba muy a menudo las manos. Y había otras cosas que ya observó entonces, como el hecho de que no hubiera rastro de la bicicleta de la que le había hablado, ni en la casa ni en el portal de la vivienda.
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Dror Mishani. Tres

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