Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 23 de febrero de 2022

HIDEO YOKOYAMA. 64

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. En esta última emisión del mes de febrero quiero el ciclo "detectivesco" que hemos venido desarrollando estas últimas semanas completando el muy apetecible elenco de muestras del género que ha incluido hasta ahora, en un recorrido cosmopolita, al indio Abir Mukherjee, con su El hombre de Calcuta; a Ian Manook, el seudónimo literario del francés Patrick Manoukian, del que presenté su trilogía del comisario Yeruldelgger, ambientada en Mongolia; al israelí Dror Mishani, con Expediente de desaparición y Tres, dos títulos magníficos; y, por fin, el miércoles pasado, a la muy notable trilogía del norteamericano Colin Harrison que incluye Havana Room, Un mapa para un crimen y Manhattan nocturne. Ahora le llega el turno, en este interesante viaje repleto de exóticas escalas por el universo criminal, a una novela japonesa, 64, un best-seller internacional de Hideo Yokoyama, que vio la luz el pasado 2021 en la Editorial Salamandra. 

Hideo Yokoyama, nacido en Tokio en 1957, pasa por ser el autor con más ventas en Japón. Con 64 llegó al millón de libros sólo en la primera semana de su publicación en su país, en 2012, obteniendo al año siguiente el premio a la mejor novela negra japonesa del año. Tras su aparición en lengua inglesa recibiría también el premio Dagger de la Crime Writer’s Association. Es precisamente de la versión inglesa de la novela de la que parte la traducción de Jofre Homedes Beutnagel para Salamandra. Antes de dedicarse a la literatura policial fue redactor de sucesos en el Jomo Shimbun, un periódico regional. Confiesa el autor -así se lo he leído en alguna entrevista promocional- haber dedicado diez años de su vida, con altibajos, lagunas, interrupciones varias (una debida a un infarto) y obsesivas reescrituras, a la redacción de su ópera magna. El resultado final, 650 páginas de demorada literatura, merece desde luego el esfuerzo, pues se trata de una novela intensa, de redacción muy cuidada, inusual capacidad de penetración psicológica, acusado gusto por el detalle, magnética tensión narrativa, extraordinario talento en la captación de los aspectos más representativos de la sociedad y la cultura japonesas y formidable agudeza en la descripción de los entresijos de los organismos policiales encargados de la investigación criminal en Japón. Con una trama argumental en la que la investigación policiaca aparece muy “adelgazada”, hasta el punto de que el lector puede llegar -casi- a olvidarla, embebido, sin embargo, en los restantes planos de la obra, 64 es una novela muy original, muy distinta a las manifestaciones más habituales del género, de tal manera que, en ocasiones, una cierta perplejidad -o hasta un relativo desconcierto- acompaña a su lectura, una sensación a la que también puede contribuir el hecho de la confusión que genera la semejanza (o casi homonimia) entre los nombres propios de varios de los personajes (Mikami, Mikumo, Minako, Ikoma, Mikura, Akami, Ikoma), lo abstruso, para un lector occidental, de la mayor parte de ellos (Toshikazu Nonomura, Akikawa, Yamashina, Yoshio Amamiya, Shinji Futawatari, Michio Osakabe, Katsutoshi Matsuoka, Takeshi Tsuchigane) y la proliferación de cargos, departamentos, prefecturas, negociados policiales, órganos administrativos y medios de comunicación que se suceden en la narración obligando una y otra vez a la comprobación de la referencia respectiva. 

La novela se abre con el inspector y jefe de prensa policial de la prefectura D -una ciudad de casi dos millones de habitantes lejos de las grandes urbes niponas y rodeada de un entorno montañoso-, Yoshinobu Mikami, de cuarenta y seis años, que, acompañado de su taciturna mujer, Minako, se enfrenta a la identificación del cadáver de una joven. La única hija de ambos, Ayumi, había desaparecido tres meses atrás, huida sin explicaciones del hogar familiar tras un largo tiempo de conflictos con sus padres, en una persistente crisis adolescente que incluía el rechazo al contacto social, encierros en su habitación, noches en vela, aislamiento personal y escolar, gritos y lloros frecuentes, mutismo y enclaustramiento, autoagresiones, repudio de la figura paterna y, en definitiva, una conducta cada vez más excéntrica que obliga a sus progenitores a llevarla al psicólogo, que diagnosticará un trastorno dismórfico corporal, la imposibilidad de aceptar la propia fisonomía, exagerando de modo obsesivo los ligeros defectos físicos reales o erróneamente percibidos. Desaparecida con una pequeña mochila, unas pocas monedas y un único billete de diez mil yenes -su escaso patrimonio-, la bicicleta que usó para fugarse apareció a los cuatro días, tirada en la acera junto a la estación de tren. Los padres, reacios a aceptar la hipótesis de su muerte, acuden, sin embargo, a la morgue, de la que salen aliviados al comprobar que el cuerpo examinado no es el de su hija. 

Este incidente, que se relata en las primeras páginas, parece dibujarse como el núcleo central de la trama. Sin embargo -en una más de las “rarezas” del libro-, no es así y aunque la ausencia de la chica permea la novela entera, la investigación y búsqueda no constituyen su elemento más destacado. Y es que en la cotidianidad profesional de Mikami se abren pronto otros frentes que, en cambio, sí ocuparán el eje principal. Simultáneamente a la tragedia familiar que le aflige, el comisario deberá afrontar la reapertura del caso 64, el secuestro y posterior asesinato, ocurridos catorce años atrás, de una niña llamada Shoko Amamiya, un suceso cuyo sumario está a punto de cerrarse de manera definitiva al acercarse la fecha de su próxima prescripción. La policía aprovecha la coyuntura para revisar las actuaciones e intentar de nuevo, pese al mucho tiempo transcurrido, esclarecer los hechos. Con esa intención, la comisaría de la prefectura D, de la que Mikami es Jefe de prensa e Inspector del Departamento de Asuntos Administrativos, recibirá la visita inopinada del Comisionado general, la máxima autoridad policial del país, que rige los destinos de los doscientos sesenta mil integrantes del Cuerpo (Para la policía era como un emperador). El inspector visitará a Yoshio Amamiya, el padre de la niña asesinada, para solicitar su participación en los actos incluidos en la visita oficial del alto dirigente, y la conversación con él, doblemente apesadumbrado por la ya lejana e imposible de olvidar desaparición de su hija y por el reciente fallecimiento de su mujer, abre en Mikami la sospecha de que la investigación que se llevó a cabo en aquel momento había incurrido en deficiencias ostensibles, cuando no en negligencias, ocultamientos o irregularidades sospechosas. 

Por cierto, y a modo de muestra de los muchos ejemplos de “color local” que impregnan la novela, un extraordinario espejo de la sociedad nipona, quiero comentar que el 64 con el que se denomina el expediente de la infortunada Shoko, hace referencia al último año de la era de Hirohito. Como es sabido, en Japón, el reinado de cada emperador recibe una especial denominación, y los años por los que avanza su dominio, un número. El mandato de Hirohito abrió la era Shōwa, que se inició en 1926. Seis cuatro significa Shōwa 64, el último año de la era Shōwa, pues el longevo emperador murió el 7 de enero de 1989. A partir de ese mismo día, con el acceso al trono de su hijo Akihito, empezó el reinado Heisei, que llegó a los treinta y un años, tras la abdicación de Akihito el 30 de abril de 2019, y la sucesión de su hijo Naruhito en el trono imperial, abriendo la actual era Reiwa. Lo significativo del Shōwa 64 es que ese año sólo tuvo siete días, que, como resalta el propio Yokoyama en una reciente entrevista, desaparecieron de golpe en un extraño limbo. Me pareció una injusticia. Aunque solo hubiera durado siete días, la gente había celebrado el Año Nuevo como Shōwa 64, y había habido muertes y nacimientos. De ahí me vino la idea de resucitar Shōwa 64. Si en esos siete días perdidos hubiera habido un caso de secuestro con asesinato, habida cuenta de que en esa época los delitos prescribían en Japón al cabo de 15 años, el último antes de que prescribiera el delito en cuestión, y el último para resolverlo, habría sido 2002, aportando una esclarecedora luz sobre el título y el desencadenante de la “acción” del libro). 

La indagación de lo realmente sucedido en ese cada vez más oscuro episodio del pasado provocará las suspicacias, los recelos, las intrigas y rivalidades políticas y, a la postre, la enconada oposición entre distintos departamentos policiales, tanto en un plano interno, local, singularmente el de Investigaciones Criminales, al que Mikami perteneció años atrás y que se vio obligado a abandonar de un modo algo abrupto, y el de Asuntos Administrativos, del que ahora forma parte como Jefe de Prensa, como nacional. Los investigadores de ambas divisiones, con compañeros y amistades en un y otro bando, hacen la guerra por su cuenta, ocultan información, se debaten entre el interés personal y el respeto a la organización y a sus gerifaltes y burócratas, solo preocupados por el medro y el ascenso profesional, en un conflicto, el que se manifiesta entre la ética individual y la aceptación de la jerarquía, que constituye uno de los grandes temas de fondo de la novela. 

Por otro lado, la visita del importante responsable tokiota dispara la actividad, ya de por sí frenética, de los periodistas y reporteros locales, habitualmente enfrentados a la policía en relación con el acceso a la información sobre los delitos, crímenes, secuestros, accidentes y violaciones en curso de investigación por los funcionarios policiales. Los propietarios de los medios de comunicación “aprietan” a sus redactores y gacetilleros de sucesos para que presionen de continuo a los inspectores reclamando datos sobre los casos de mayor repercusión, en un pulso en el que el derecho a la información -teñido de tintes “amarillentos” y sensacionalistas- entra en colisión con el derecho a la intimidad de las víctimas. La “reviviscencia” del expediente 64, que, en su momento, tanta repercusión tuvo en todo el Japón, propiciará el “desembarco” en la de costumbre tranquila prefectura D de una multitud de medios nacionales, que se suman a los de por sí beligerantes periódicos locales, y exacerbará el conflicto, en el que Mikami, como Jefe de Prensa, deberá lidiar, entre los insaciables informadores que se agolpan, tumultuosos, en una estridente sala de prensa habilitada para ellos en la comisaría, y los desbordados agentes, cuyo trabajo nuestro protagonista debe proteger junto con la privacidad de los ciudadanos, impidiendo la difusión de determinadas informaciones “sensibles” y limitando, por tanto, su cobertura mediática. 

La novela avanza de manera demorada, lentísima, siguiendo estas diferentes vertientes, en una trama en la que, salvo en una cincuentena de páginas finales, no parece haber acción ni movimiento, o al menos no los derivados de la investigación policial propiamente dicha, siendo la descripción -minuciosa, detallada, cuidadosa- de las interioridades de los departamentos policiales y de sus luchas de poder, de la pugna entre periodistas e investigadores, de la tortuosa e intrincada personalidad del muy íntegro Mikami las facetas que centran la novela, de ahí que hable de la “rareza” del libro frente a las manifestaciones más consabidas de la literatura policial, marcadas por el ritmo frenético, la sucesión de descubrimientos y peripecias, la multiplicación de pistas, la aparición de nuevos cadáveres y los constantes giros “de guion”. En su lento deambular acompañando el día a día de su protagonista, Yokoyama nos presenta una serie de temas subyacentes de extraordinario interés, como son, en una muy atractiva “inmersión cultural” en la realidad del Japón, la frialdad en las relaciones personales, la cortesía y hasta la asepsia en el trato profesional, la rigurosa aceptación de la jerarquía, el respeto por las tradiciones, la difícil convivencia entre el sometimiento y la sumisión a las distintas “organizaciones” de las que se forma parte -familia, empresa, sociedad, estado- y el cultivo de la propia individualidad, entre los impulsos, las emociones, los modos de sentir y de pensar privados y las reglas, las exigencias, las directrices “convenientes” en el ámbito público. Con un alcance más universal -no circunscrito, por tanto, a las peculiaridades de la cultura japonesa-, 64 se ocupa también de los excesos del poder, de la opacidad de la información por parte de los gestores públicos, de los límites de la libertad de expresión, de los excesos las prácticas periodísticas sensacionalistas, así como del asunto -inevitable en la novela negra en general- de los rasgos que definen la personalidad “malvada”, en un país que, sin embargo, mantiene uno de los índices de criminalidad más bajos del mundo. 

Y por entre todo ello, más allá del escenario “exterior” de la novela, a Yokoyama le interesa sobre todo el interior de las personas, en particular la compleja psicología de su principal protagonista, Mikami. Sus dudas profesionales sobre los métodos de investigación policiales, su cuestionamiento de las jerarquías administrativas y políticas, su sentido cívico, que se impone por encima de los intereses personales, su conciliadora postura en la relación con los periodistas, opuesta a la sugerida por las autoridades, el drama íntimo al que le conduce la desaparición de su hija, la crisis que se cierne sobre su languideciente matrimonio, la dificultad de crear vínculos con sus compañeros y subordinados (A Mikami le gustaba cada vez menos la gente. Le daba miedo. Estaba harto), la somatización de sus preocupaciones en sus recurrentes ataques de vértigo, son circunstancias que acaban por configurar un personaje complejo y muy sugestivo, muy humano y cercano, que se aleja de los rasgos “heroicos” típicos del detective clásico de novela negra, del que, por su carácter íntegro, por sus dudas, por vulnerabilidad, por su sufrimiento, el lector puede sentirse muy próximo. 

Para la ambientación sonora de mi comentario, os dejo con Beautiful love, una pieza de jazz de un pianista japonés, Makoto Ozone, que creo que puede reflejar, aunque sea de un modo algo cogido por los pelos, la atmósfera de la novela.

Los copos de nieve danzaban en la penumbra del anochecer.

Tenía las piernas tan entumecidas que le costó bajar del taxi. En la entrada de la comisaría los esperaba un miembro de la policía científica cobijado en el abrigo reglamentario. Éste los condujo al interior. Cruzaron el despacho donde trabajaban los agentes de guardia y por un pasillo apenas iluminado llegaron a una puerta que daba al aparcamiento para el personal.

Al fondo del recinto se alzaba la morgue, un edificio aislado sin ventanas y con tejado de zinc. El ronroneo del extractor le reveló que dentro había un cadáver. El agente de la científica abrió con llave y se apartó indicándoles con la mirada que esperaría fuera como muestra de respeto.

«No me he acordado de rezar...»

Yoshinobu Mikami abrió la puerta. Las bisagras chirriaron, sus ojos y su olfato registraron de inmediato la presencia de cresol. A través del abrigo sintió en su codo la presión de los dedos de Minako. El techo arrojaba una luz de neón; la mesa de autopsias, que le llegaba a la cintura, estaba cubierta de vinilo azul. Sobre ella se reconocía una forma humana bajo una sábana blanca. Su incierto tamaño, menor que el de un adulto, pero a todas luces mayor que el de un niño, estremeció a Mikami.
Ayumi...

Se tragó el nombre temiendo que, por el mero hecho de pronunciarlo, pudiera convertir aquel cuerpo en el de su hija.

Empezó a retirar la tela blanca.

Pelo, frente, ojos cerrados... Nariz, labios... Mentón...

La cara lívida de una chica muerta apareció ante sus ojos. A partir de ese momento, el aire helado de la morgue pareció circular de nuevo. Minako apoyó la frente en su hombro. Sus dedos ya no se le clavaban en el codo con la misma fuerza.

Mikami respiró desde lo más profundo de su ser dejando que la mirada se le perdiera en el techo de zinc. No hacía falta prolongar el examen. Habían tardado cuatro horas en llegar desde la prefectura D (primero en tren bala y luego en taxi), pero la identificación duró apenas unos segundos. Una chica ahogada, posible suicidio. Salieron sin pérdida de tiempo cuando recibieron la llamada. La joven, según les dijeron, fue encontrada en un lago poco después del mediodía.

Su pelo castaño aún estaba húmedo. Tenía unos quince o dieciséis años, quizá algo más. No había estado mucho tiempo en el agua, su cuerpo aún no había empezado a hincharse. El delicado perfil de su frente y sus mejillas se mantenía intacto al igual que sus labios infantiles, como si aún viviera.

¡Qué amarga ironía! Su hija siempre había ansiado tener unos rasgos tan finos como aquéllos. Aunque ya habían pasado tres meses, Mikami aún era incapaz de recordar la escena con serenidad.
  Videoconferencia
Hideo Yokoyama. 64

No hay comentarios: