Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de abril de 2022

PHILIPPE SANDS. RUTA DE ESCAPE

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Esta semana os traigo un libro magnífico de un autor, Philippe Sands, del que ya os propuse hace tres años largos otro título excepcional, Calle Este-Oeste, con el que mi sugerencia de esta semana guarda muchas concomitancias. Os hablo de Ruta de escape, la última obra publicada en nuestro país por un escritor que a su rigurosa formación académica une un indudable talento literario, cualidades ambas que convierten sus libros en una enriquecedora posibilidad de conocimiento y aprendizaje a partir de la profunda indagación en las materias de las que se ocupa, e igualmente en una muy amena experiencia lectora, apasionante y sugestiva. Ruta de escape se publicó el año pasado en la editorial Anagrama, en traducción de Francisco José Ramos Mena, al igual que su obra anterior. 

Philippe Sands es profesor de Derecho Internacional en el University College de Londres y abogado. En esa doble condición ha desempeñado un importante papel en juicios internacionales celebrados en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en la Corte Penal Internacional de La Haya, y en su experiencia profesional se ha involucrado en los casos de Pinochet, la guerra de Yugoslavia, el genocidio de Ruanda, la invasión de Irak y el espinoso asunto de Guantánamo. Es autor de un par de ensayos sobre la guerra de Irak y sobre el uso de la tortura por parte de la administración Bush. En estos meses se ha mostrado muy presente en relación con la invasión rusa de Ucrania, abogando, en artículos e intervenciones diversas, por la pertinencia de abrir procesos contra Putin, en el dominio de la justicia internacional. Sands colabora también, siempre en el ámbito de su especialidad, con cadenas de televisión, revistas y periódicos británicos y norteamericanos. Además de ello, y en el terreno estrictamente literario, su nombre ha alcanzado una formidable repercusión mundial a raíz de la traducción a múltiples lenguas de su soberbio y ya mencionado Calle Este-Oeste, que ahora aprovecho para volver a recomendaros. 

La trama argumental de un libro en el que la peripecia narrada no es el elemento más destacado es, sin embargo, electrizante. La historia se abre el 13 de julio de 1949 y nos conduce a Roma, al Hospital del Espíritu Santo. Allí, en un camastro en la impresionante Sala Baglivi, del tamaño de una iglesia, yace desde hace cuatro días, aquejado por una afección hepática aguda, consumido por una fiebre intensa, en sus últimas horas, un paciente que en el registro del sanatorio aparece identificado como Reinhardt, sin nombre de pila, cuarenta y cinco años, soltero, carente de domicilio conocido, de profesión escritor. El misterioso personaje recibirá, en su languideciente estancia en el hospital, las visitas de tres personas. Un obispo, muy próximo al papa Pío XII, un médico que en la relativamente reciente guerra mundial había servido en la embajada alemana en Roma, y una dama prusiana casada con un académico italiano, que lo visitaría todos los días, hasta cinco veces en total durante su postrada estancia hospitalaria. Las últimas palabras del enfermo, que moriría el 14 de julio, fueron, al parecer, para el obispo. En ellas afirmó que su enfermedad había sido causada por un acto deliberado, e identificó a la persona que lo había envenenado. Sólo muchos años después esta contundente declaración llegaría a ser conocida por otras personas. 

Sin embargo, los datos identificativos del paciente y toda la información que sobre él se conocía eran totalmente falsos. Se trataba, en realidad, de Otto Wächter, un alto mando nazi, buscado desde el final de la guerra por haber organizado y dirigido diversas operaciones de asesinatos en masa. Mano derecha de Hans Frank, gobernador general de la Polonia ocupada, que había sido ahorcado tres años antes en Núremberg por la matanza de cuatro millones de seres humanos, Wächter estaba acusado del fusilamiento y la ejecución de más de cien mil personas. No tenía cuarenta y cinco años sino tres más. Tampoco era escritor, sino abogado y SS-Gruppenführer (teniente general de las SS), gobernador de Cracovia y del distrito de Galitzia, responsable, a lo largo de su carrera profesional, de la desaparición y el exterminio de miles de personas. Huido en la confusión de los últimos días del nazismo, había logrado llegar a Roma, desde donde confiaba en poder escapar a Sudamérica. 

Y, sobre todo (sobre todo para el desarrollo de la trama), el siniestro individuo tampoco era soltero. Casado con Charlotte Bleckmann -Lotte-, con seis hijos en común, Otto mantuvo un contacto permanente con su esposa, con frecuentes encuentros, desde su “desaparición” tras la contienda; y fue ella la que le ayudó en su dura subsistencia, escondido en las montañas cercanas a Salzburgo, y en su arriesgada travesía de la frontera entre el Tirol e Italia. Clandestino en la capital italiana, acogido en un perdido monasterio en las afueras de la ciudad, la correspondencia con su mujer, muy copiosa, tuvo su “remate” en la carta que la dama que visitaba a Wächter en el que sería su lecho de muerte envió a Charlotte, trasladándole los últimos pensamientos de su marido. La carta estaba fechada el 25 de julio de 1949. Le fue entregada a Charlotte Wächter en Salzburgo, donde ella vivía con sus seis hijos. La conservará durante treinta y seis años. Tras su muerte, en 1985, pasó, junto con otros documentos personales, a su hijo mayor, Otto. Cuando Otto murió a su vez, en 1997, la carta acabaría por llegar a Horst, el cuarto de los hijos del jerarca nazi. 
 
Philippe Sands ya tenía difusa noticia de los hechos, pues en el curso de la extensa investigación que llevó a cabo para la redacción de Calle Este-Oeste había contactado con Niklas Frank, hijo de Hans Frank, del que, como se ha dicho, Otto Wächter había sido colaborador, el cual le puso sobre la pista del ambiguo personaje y de sus novelescas peripecias. Wächter había sido gobernador de Lemberg (la Leópolis ucrania, hoy asediada por las armas rusas), ciudad sobre la que giraba el núcleo central de aquel libro, desde 1942 a 1944. Así pues, interesado en la figura del algo evanescente dirigente nazi, consiguió, a través del propio Niklas, entrevistarse con Horst Wächter, entonces ya un hombre muy mayor, visitándolo en 2012 en el desvencijado castillo en el que vivía, en la aldea austriaca de Hagenberg, y en el que custodiaba una ingente cantidad de documentos de su madre -cartas, diarios, grabaciones, una suerte de memorias- a la que había estado muy unido. 

Después de algunos encuentros entre ellos, y pasados ya cinco años, con su exitoso libro terminado, publicado y mundialmente reconocido, Sands volvió al castillo de Horst. En el curso de la conversación, el hijo del mandatario nazi sorprendió esta vez al escritor con una propuesta tentadora, darle a conocer el original de la carta de la anónima dama prusiana. El ya muy anciano Horst, emocionado al leer la misiva, con la voz quebrada y dejando escapar unas lágrimas, no pudo dejar de comentar, para sorpresa de su visitante: «No es verdad.» Transcribo la respuesta del autor y con ella las palabras finales del prólogo del libro: 

«¿Qué no es verdad?» 
«Que mi padre muriera de una enfermedad.» 
Los troncos de la estufa chisporrotearon. Observé la condensación de su aliento. 
Hacía cinco años que conocía a Horst. Y él eligió ese momento para compartir conmigo un secreto, la creencia de que su padre había sido asesinado. 
«¿Cuál es la verdad entonces?» 
«Es mejor empezar por el principio», respondió Horst. 

Tras este comienzo deslumbrante, “enganchado” irremisiblemente al oscuro enigma que parecen esconder los extraños hechos, el lector no puede hacer otra cosa que avanzar entusiasmado por las páginas de un libro en el que, guiados por la sabia dosificación de la información, el ritmo magnético y el talento narrativo de Philippe Sands, asistiremos a la rigurosa, exhaustiva y palpitante indagación que desarrollará para conocer la verdad de Otto Wächter, las circunstancias y las auténticas causas de su muerte, las interioridades de su vida personal y familiar, y, sobre todo, la realidad última de su trayectoria militar. 

El relato que hace el autor de su investigación es deslumbrante. Tras el contacto con Horst y su ingente arsenal de documentación, Sands crea un equipo de tres ayudantes germanoparlantes elegidos de entre sus alumnos de posgrado para descifrar las cartas y diarios del último período de vida en común de Charlotte y Otto. En un proceso minucioso y metódico, transcribieron los documentos en el alemán original, los digitalizaron y los tradujeron al inglés. A partir de ahí, buscaron patrones, nombres y lugares que se repetían e intentaron descifrar las entradas que estuvieran manifiestamente escritas en clave. Un concienzudo ejercicio de reconstrucción e interpretación para intentar averiguar qué ocurrió desde el final de la guerra, exactamente, desde la tarde del 10 de mayo de 1945, cuando Otto desapareció, hasta el momento en que murió en la cama nueve de la Sala Baglivi del Hospital del Espíritu Santo. La pesquisa recorre diversos escenarios, presenta numerosos personajes -especialmente significativa la “aparición” de John Le Carré, o las de Dame Sue Black y Niamh Nic Daéid, profesoras de anatomía y antropología forense-, aporta una documentación ingente, algunas fotos, y se abre a distintos hilos. Simultáneamente a su labor “detectivesca”, Sands trabajaba con la BBC en la elaboración de un programa radiofónico sobre los papeles de Charlotte, cuya arrolladora personalidad la convierte en otro personaje principal del libro. Del mismo modo, junto a Horst Wächter y Niklas Frank, los hijos de los dos asesinos nazis -con posturas divergentes sobre el papel de sus padres en el exterminio, en otra de las dimensiones relevantes del libro, como luego se verá-, participó en Mi legado nazi, un documental de David Evans de 2015 -de consulta indispensable (puede verse en Filmin)- trasladando a otros medios el resultado de sus averiguaciones. 

La vida de Otto Wächter, recreada en el relato de Sands, resulta apasionante, llena de claroscuros y ambigüedades, tanto en su desenvolvimiento como alta autoridad del Reich, como, sobre todo, en su algo folletinesca peripecia tras el final de la guerra. Ruta de escape nos da cuenta de una desbordante sucesión de intrigas, persecuciones, secretos, ocultaciones, engaños, dobles juegos, desapariciones (por tres veces se perderá la pista del huido), falsas personalidades y maquinaciones políticas. Incluso tras su definitiva extinción, el escurridizo Otto, su cadáver más o menos anónimo, seguirá muy activo, acumulando hasta cinco entierros, en un inquietante recorrido post-morten (Otto fue enterrado en 1949; fue exhumado una década después; pasó unos años en el jardín de Charlotte en Salzburgo; luego su cuerpo se trasladó a Fieberbrunn, donde fue enterrado por cuarta vez, en 1974, en el cementerio local, y finalmente fue trasladado de nuevo en 1985, cuando murió Charlotte), que incluye un último intento de exhumación en busca de posibles muestras de envenenamiento. 

Por el camino, en un libro que es a la vez una muy bien documentada biografía, un ensayo de investigación histórica, un trepidante reportaje periodístico, un thriller de espionaje y una novela de suspense y aventuras, conoceremos algunos acontecimientos relevantes de la historia del siglo XX, fundamentalmente el ambiguo papel del Vaticano y del FBI norteamericano facilitando la huida -la ruta de escape- de significados responsables del nazismo y maniobrando, en cínicas estrategias tras la contienda y durante la guerra fría, para captar “talento” -aunque tuviera las manos manchadas de sangre- de la Alemania derrotada. Y es que, en efecto, desde la terminación del conflicto bélico a Otto lo persiguen (y no siempre con un fin noble: su detención y rendición de cuentas por los crímenes perpetrados) grupos judíos que habían formado “escuadrones de la muerte” para vengar el exterminio padecido, los soviéticos que habían creado tribunales militares para eliminar a los verdugos nazis en las zonas ocupadas -brutalmente ocupadas, en muchos casos- por ellos, los polacos que reclamaban justicia en relación con las atrocidades cometidas por los invasores de su país… y también los estadounidenses, cuya búsqueda de criminales nazis no siempre pretendía llevarlos a juicio sino, en muchas ocasiones, captarlos como espías contra los soviéticos; una labor de reclutamiento en la que tuvo un papel fundamental el “famoso CIC”, Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército. «Occidente está librando una batalla desesperada con el Este –con los soviéticos–, y reclutaremos a cualquier hombre que podamos que nos ayude a derrotar a los soviéticos; a cualquiera, sin importar cuál sea su historial nazi.», en palabras de un destacado oficial de inteligencia de Estados Unidos que se recogen en el libro. Los norteamericanos, pues, reunieron a científicos alemanes y antiguos agentes de inteligencia nazis y los pusieron a trabajar a su servicio. Crearon la “ruta de escape”, una compleja y bien disimulada organización, que incluía la ayuda en los puntos de entrada a Italia, las redes de cooperación en el Tirol del Sur, y la significativa nómina de “actores” en el Vaticano para facilitar el viaje a Sudamérica, en particular a Argentina, Chile, Paraguay o Brasil, o para incorporar a los huidos a sus filas. Escribe Sands: En 1949 el interés de los estadounidenses y los británicos por enjuiciar a los nazis había menguado, y el nuevo objetivo era utilizar a los más valiosos, sacarlos de Europa, tal vez llevarlos a Estados Unidos o introducirlos clandestinamente en la Unión Soviética. Los estadounidenses, me confirmó David [nombre real de John le Carré], conocían la ruta de escape, e incluso es posible que ayudaran a crearla. También él sabía de la existencia de una ruta de fuga, y me mencionó la cifra de diez mil antiguos nazis fugados a Sudamérica, a menudo con ayuda del Vaticano

Y esa derivación vaticana nos pone en contacto con la siniestra figura del obispo Hudal, uno de los visitantes de Wächter en su lecho de muerte y personaje central de esa oscura trama (Había tres hechos claros: el obispo Hudal ayudó a varios nazis a escapar a Sudamérica; ayudó a Otto, y era un agente a sueldo de los estadounidenses). Y así nos lo caracteriza el autor: El temor al comunismo, era el corazón que latía en el centro de sus discursos; un temor que hizo que los cazadores de nazis pasaran a convertirse en reclutadores y que engendró una insólita alianza de clérigos, espías, fascistas y estadounidenses

Una alianza criminal que borraba todo rastro de la existencia de los asesinos protegidos, sacándolos de la circulación, destruyendo sus expedientes o sustituyéndolos por otros absolutamente “inocuos”, y, a menudo, “incorporándolos” al sistema a través de entrevistas de puro trámite en las que se los “blanqueaba”, asegurándose su impunidad y su colaboración. Los alemanes tenían una palabra para designar este proceso: Persilschein, o «Certificado Persil», un término que hacía referencia a una popular marca de detergente para ropa del que se decía que «lavaba más blanco que el blanco». «Cuando consigues ese certificado, estás limpio.» Recordé el gran anuncio metálico de Persil que Horst tenía en uno de sus cuartos de baño, dirá Sands. 

Y entre esta amplia variedad de hilos a los que se abre la historia -de los cuales los comentados son sólo una leve muestra- surgen otras de las cuestiones que, como sustancial telón de fondo, despiertan el interés del lector. En ese sentido, Ruta de escape induce la reflexión sobre algunos aspectos adyacentes al horror nazi: las sólitas consideraciones sobre la banalidad del mal, la necesidad de la búsqueda de la verdad y la justicia, la obligación de no olvidar, de recuperar la memoria de lo ocurrido, un propósito muy bien analizado ya, y comentado en Todos los libros un libro hace unos meses, en otro estupendo libro, Los amnésicos, de Geraldine Schwarz. 

Por un lado, el recurrente tema, tantas veces aludido en el espacio, a propósito de obras referidas a la Segunda guerra mundial, de la “banalidad del mal”, la expresión acuñada por Hannah Arendt para referirse a la anodina normalidad de los asesinos nazis, individuos del común, por así decirlo, no caracterizados por unos especiales rasgos de retorcimiento o de enfermiza y depravada perversidad, aflora, sobre todo, en las páginas del libro en las que se recrea la vida familiar y “profesional” de los Wächter y de los máximos jerarcas del Reich, plácida, despreocupada y hasta feliz en lo personal, y rutinaria y anodina en la “regularidad” burocrática de las obligaciones militares, aparentemente ajenos a lo que ocurre fuera de ese limitado y confortable ámbito: cientos de miles de inocentes que sufrían el dolor que aquellos les infligían o morían a causa de sus “frías” decisiones. Mientras tenía lugar die Grosse Aktion, el exterminio masivo de judíos en el gueto de Varsovia, Otto hacía un recorrido en canoa por el Dniéster, en unos días de acampada, pesca y comida sencilla. La desaparición generalizada de conciudadanos es interpretada por el mandatario de las SS como una enojosa limitación de intendencia: Se está deportando a los judíos en cantidades crecientes, y es difícil conseguir tierra batida para la pista de tenis. En unos días de asesinatos generalizados, de ejecuciones y terror, imposibles de ignorar, Charlotte sin embargo, obviará esos acontecimientos en su diario, mientras sí considera digno de mención la adquisición de una nueva grabación de la Cuarta Sinfonía de Bruckner, la Romántica. Y estos son sólo tres de infinidad de ejemplos que “saltan” apenas perceptibles en el acelerado y subyugante transcurrir de la trama. 

Muy interesante también es el tratamiento en el libro de la espinosa cuestión -y el debate aún no se ha cerrado en nuestro país- entre la memoria (sin adjetivar) y el olvido, entre la asunción por las sociedades actuales de responsabilidades por hechos pretéritos y el blanqueamiento del pasado por instituciones e individuos concretos. Esos dilemas morales -no sólo políticos- se manifiestan en Ruta de escape a través del triángulo formado por el investigador y los dos hijos de Hans Frank y Otto Wächter. Niklas Frank reconoce sin ambages la culpabilidad de su sanguinario padre, cuya figura rechaza. En cambio, Horst Wächter argumenta -de buena fe- en pro de la bondad natural de su padre, de la imposibilidad de su autoría en los hechos que se le imputan, irreductible a las muchas pruebas que lo implican. Y, entre ellos, Sands, en conflicto entre su papel de investigador “neutral”, obligado a la objetividad, y su interés subjetivo y personal en los asuntos tratados, pues, como pudimos conocer en Calle Este-Oeste, parte de su familia murió en los campos de concentración como consecuencia de las decisiones de Wächter y Frank. Incluso podríamos hablar de un cuarto frente en este planteamiento triangular, toda vez que una hija de Horst, Magdalena, comparece brevemente al final del libro, y de ella se nos revela su condición de convertida al islam y, obviamente, furibunda detractora del abuelo genocida. 

En fin, un nuevo libro de Philippe Sands, también, como el anterior aquí reseñado, apasionante e instructivo, aunque, a mi juicio, un escalón por debajo en calidad del insuperable Calle Este-Oeste. Como complemento musical a mi reseña os dejo con un tema que se menciona ya en el primer capítulo del libro. En su viaje en coche desde Viena al pueblito en que vive Horst Wächter, Sands enciende la radio y en ella suena Take this waltz, de Leonard Cohen, judío, como es sabido. Su memorable interpretación, recreando un poema de Lorca, cierra por hoy nuestro espacio. 


Al leer este relato me vino a la memoria un pasaje de una novela titulada Kaputt, publicada en 1944 por Curzio Malaparte, dos años después de que este visitara la Polonia ocupada por encargo del Corriere della Sera, un viaje en el que según parece conoció a los Wächter. «Cena con Wächter», anotaba en su diario en enero de 1942. «Nos recibe su esposa», añadía, en una hermosa casa de campo situada en lo alto de una colina, a unos ocho kilómetros de Cracovia. Un sitio «bonito», observaba. «Wächter también es vienés, fue a la escuela en Trieste, habla italiano.» Las palabras del periodista parecían objetivas y sugerentes. 

Kaputt está escrita en estilo periodístico y basada en experiencias de primera mano, como dejan claro la entrada del diario y tres artículos que Malaparte publicó en el Corriere («El doctor Wächter es vienés, joven, elegante, y habla muy bien el italiano con un dulce acento de Trieste», informaba Malaparte en el periódico). Una escena de la novela describía una lujosa cena celebrada en el palacio Brühl de Varsovia en febrero de 1942, organizada por el gobernador Ludwig Fischer, y a la que también asistieron Charlotte y Otto. En el transcurso de la cena, mientras se sirve el vino, la conversación pasa a girar en torno a los residentes del gueto creado por Otto y al relato de Malaparte acerca de dos judíos con los que se había encontrado allí una mañana, un anciano y un niño de dieciséis años. Ambos estaban desnudos. ¿Es esta conversación realidad o ficción, o una mezcla de ambas? 

El periodista reconvertido en novelista procede a narrar la cortés explicación de Otto de que muchos judíos, cuando la Gestapo iba a buscarlos, se desnudaban y repartían la ropa entre familiares y amigos, puesto que a ellos ya no les serviría para nada. El narrador-Malaparte explica que también él ha estado en el gueto y lo ha encontrado «muy interesante», lo que provoca la reacción de Charlotte: –A mí no me gusta ir al gueto –dijo Frau Wächter–, es muy triste. 

–¿Muy triste? ¿Por qué? –preguntó el gobernador Fischer. 

–So schmutzig, está muy sucio –contestó Frau Brigitte Frank. 

–Ja, so schmutzig –asintió Frau Fischer. 

No cabe duda de que, durante su visita a Polonia, Malaparte conoció a esas personas. Sin embargo, no está claro si las palabras y las emociones que consignó por escrito –incluida la reacción de Charlotte– corresponden de hecho a la realidad. 

–En el gueto de Cracovia –dijo Wächter– he decretado que la familia del muerto deberá correr con los gastos del entierro. Y ha dado buenos resultados. 

–Estoy seguro –dije con ironía– de que la mortalidad ha disminuido de un día para otro. 

–Lo ha adivinado: ha disminuido –dijo Wächter riéndose. 

Luego se explica que el gobernador Fischer relata cómo se enterraba a los judíos en el gueto: una capa de cadáveres y una capa de cal; luego otra capa de cadáveres y otra capa de cal. «Es el sistema más higiénico», declara Wächter mientras comen. 

Unos días más tarde, Malaparte asistió a una segunda cena, en esta ocasión organizada por Hans Frank en el castillo Belvedere de Varsovia en homenaje al campeón mundial de boxeo Max Schmeling. Charlotte también estuvo presente. Después de cenar, el grupo fue a visitar el gueto de Varsovia. «Yo subí en el primer coche, con Frau Fischer, Frau Wächter y el General-gouverneur Frank», escribe Malaparte en la novela, mientras otros invitados les seguían en vehículos separados. Los automóviles se detuvieron ante una puerta abierta en la alta muralla de ladrillos rojos que rodeaba el gueto, la entrada a la «ciudad prohibida», donde los invitados se apearon. 

–En Cracovia –dijo Frau Wächter–, mi marido ha construido en torno al gueto un muro de estilo oriental, con curvas elegantes y unas almenas preciosas. Los judíos de Cracovia no tienen ningún motivo para quejarse. Es un muro de lo más elegante, al estilo judío. 

Según la novela, los invitados rieron, mientras pateaban la nieve helada. 

¿Fue la presencia de Charlotte en aquella visita al gueto, y el orgullo que sentía por el muro de su esposo, un producto de la imaginación de Malaparte? Posiblemente no. El propio diario de Charlotte registraba una visita anterior al gueto de Varsovia, realizada el 2 de abril de 1941. «Terrible nevada y mucho frío», escribió entonces. Más tarde aquel mismo día fue de compras: buscaba unos zapatos, pero no los encontró. Por la noche asistió a un concierto de música clásica. 

Se dice que hay una línea que separa los hechos de la ficción, lo real de lo imaginado. Pero no siempre está del todo claro dónde se encuentra esa línea, ni cómo cambia con el tiempo. 
 Videoconferencia
Philippe Sands. Ruta de escape

No hay comentarios: