Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 6 de abril de 2022

TED CHIANG. LA HISTORIA DE TU VIDA; EXHALACIÓN

Buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, uno de los espacios literarios de Radio Universidad de Salamanca, sin duda el más longevo, pues quien os habla, Alberto San Segundo, director del programa, lleva ofreciéndoos desde el año 2010 recomendaciones de lectura que escojo siempre, además de por el propio interés que suscitan en mí, por su indudable calidad. Con la emisión de esta tarde llegamos al final del segundo trimestre del curso y nos despedimos por tanto hasta después de las vacaciones de Semana Santa. Y lo hacemos a través de una cuádruple propuesta, dos libros, una película y una exposición, volviendo a incurrir en este casi obsesivo -y, a la postre irrealizable- afán personal por ampliar los límites de mis sugerencias, abriéndome con ellas a mundos que no se agotan en los libros y queriendo explorar los múltiples hilos que nos descubre cada nueva lectura. 

El desencadenante último de la presente edición -y también de la siguiente, que se emitirá el 20 de abril, tras el descanso lectivo- lo constituye mi entusiasta visita a una formidable exposición que desde el pasado 20 de noviembre y hasta el próximo 17 de abril (aún quedan días para verla, pues, y no deberíais dejar de hacerlo) ofrece la Fundación Telefónica, en su espacio de la Gran Vía madrileña, y que con el título de La Gran imaginación: Historias del Futuro, bien explícito con respecto a su contenido, nos sumerge en un fascinante viaje a través de 250 años de ficciones que ilustran el mañana. Desde los orígenes de la novela utópica en la Edad Moderna, pasando por la explosión futurista del siglo XIX y los hitos de la ciencia ficción del siglo XX, la muestra propone un recorrido cronológico y temático en el que dialogan grandes iconos de la literatura, el cine o la arquitectura, volcando tanto los sueños como las pesadillas que ha engendrado la imaginación del futuro. Estas visiones entroncan con los grandes desafíos del presente y conducen al espectador hacia cuatro posibles escenarios situados en el año 2050 [Crecimiento, Colapso, Disciplina, Transformación] que nos invitan a reflexionar sobre el tipo de visiones que pueden ayudarnos a construir y a hacer realidad futuros mejores, según reza la iluminadora Guía práctica que proporciona la Fundación que puede descargarse de su página web. Ante la larga extensión de esta reseña, me limito ahora a invitaros a que os acerquéis a Madrid a disfrutar de las maravillas que podéis encontraros si os decidís recorrer las salas en las que se ofrece la muestra, que, si puedo, os comentaré en detalle en nuestra próxima emisión. 

La apasionante experiencia que constituye la visita a La Gran imaginación; Historias del Futuro, con esa sugerente doble referencia -futuro e imaginación-, me llevó a pensar en dedicar algún programa de Todos los libros un libro a un género, la ciencia-ficción, del que no soy un especial frecuentador y que, por tanto, no ha tenido apenas presencia en los casi doce años de nuestra ya dilatada existencia. Y lo hago con un autor que pasa por ser uno de los más destacados exponentes del género, el norteamericano, de origen chino (sus padres, emigraron, huyendo de la Revolución comunista, a Taiwan y después a Estados Unidos), Ted Chiang. Y ello, su prestigio en la ciencia-ficción, su reconocimiento unánime de crítica y público, su larga lista de premios (el Hugo, el Nébula, el Locus, el Theodore Sturgeon Memorial, el Sidewise, el BSFA británico, el Grand Prix de l'Imaginaire francés, el Kurd Lasswitz alemán, el Seiun japonés, el John W. Campbell, galardones todos de la mayor relevancia en el género, obtenidos además en numerosas ocasiones), habiendo publicado tan sólo dos libros que recogen, entre ambos, apenas una veintena de relatos, una obra escueta desarrollada en más de dos décadas de trayectoria profesional (Chiang nació en 1967 y presentó su primer cuento, el ya deslumbrante La torre de Babilonia, en 1990). 

La brevedad de su producción me permite traérosla aquí en su integridad, tanto el primero de sus libros, La historia de tu vida, que tras su edición originaria en 2002 vio la luz en España un par de años después en la editorial Alamut, siendo objeto de reediciones constantes en distintos formatos y diversas editoriales; como el segundo de ellos, el más reciente Exhalación, de 2019, presentado en nuestro país por Sexto Piso en 2020. La historia de tu vida, que yo tengo en la edición en tapa dura de Alamut, aparece en la traducción del responsable y factótum de la editorial, Luis G. Prado. Los relatos de Exhalación están vertidos al español por Rubén Martín Giráldez. El cuento que da título al primero de los libros inspiró la sobresaliente película La llegada, dirigida en 2016 por Denis Villeneuve, una obra magistral (con ocho nominaciones a los Oscar entre las que no estaba la apreciable interpretación de Amy Adams, finalmente sólo obtuvo uno menor, el de mejor edición de sonido) de la que luego quiero también hablaros. 

Ted Chiang, nacido en Port Jefferson, Nueva York, en 1967, es licenciado en Informática por la Universidad de Brown, dedicándose profesionalmente a la redacción de manuales de software. Como declara en alguna entrevista, empezó a escribir a los once años bajo el influjo de Asimov, aunque pese a lo prematuro de su vocación literaria su ritmo de “producción”, como ya he señalado, es muy lento, porque, también según sus palabras, ojalá pudiera escribir más. Ojalá pudiera escribir con una mayor celeridad, pero me resulta imposible. Tardo meses, a veces, años, en desarrollar una idea. Me asaltan ideas todo el tiempo, pero solo me quedo con las que me atormentan. Las que vuelven una y otra vez. Entonces trato de encontrar la manera de convertirlas en un cuento. Quien haya visto -hay bastante “material” en YouTube- alguna de sus entrevistas o intervenciones orales podrá entender, quizá, esa lentitud, pues también al hablar se manifiesta como alguien pausado y hasta premioso, rumiando de manera demorada sus palabras, como si buscara en su, sin duda, privilegiada mente, la formulación más ajustada para expresar de modo idóneo las ideas exactas que quiere transmitir. 

En una primera instancia las diecisiete narraciones recogidas en ambas obras, ocho en La historia de tu vida y nueve en Exhalación nos obligan a plantearnos la definición y los límites de la ciencia-ficción. Tendemos a asociar el género (así lo hacemos, al menos, los no iniciados) a un universo distópico, poblado de robots finalmente rebeldes frente a sus creadores, escenarios urbanos asfixiantes e improbables, máquinas sofisticadas e inteligentísimas, visitas de torvos alienígenas, en un contexto tecnológico muy distinto al actual, que aparece siempre teñido de un clima apocalíptico. Desde esa lógica, la ciencia-ficción se presenta como un aviso amenazante en torno al porvenir de la humanidad, una advertencia formulada en términos inquietantes sobre el catastrofista futuro al que nos condenaría la peligrosa deriva del irrefrenable ansia de progreso científico y tecnológico que nos mueve, un avance desaforado que se presenta siempre, de un modo u otro, como la causa de todo mal. Sin embargo, el planteamiento de Chiang es distinto. Su pretensión última como escritor no parece tener que ver con la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana, que es como define “distopía” la RAE. El enfoque de sus cuentos es optimista y, en cualquier caso, más filosófico y humanista que tecnológico. No me consideraría filósofo, pero es cierto que escribo sobre cuestiones filosóficas, afirma, en este sentido. Y por supuesto que hay tecnología, claro, y mucha ciencia, en sus relatos (siendo ello un elemento sustancial, para bien y para mal, de los dos libros, como luego comentaré), pero su presencia no surge para fotografiar “desde fuera” un mundo posible aunque improbable, exacerbando algunos de los avances técnicos que ya vivimos en nuestro acelerado presente y aleccionándonos sobre sus riesgos, sino que constituye, en cierto modo, la excusa para que su discurso, su análisis -si puede hablarse así a propósito de una obra literaria-, se desenvuelva en un plano, diríamos, interno, más intelectual, llevando al extremo ciertas derivaciones de la ciencia hoy conocida, ciertas paradojas científicas, para, a través de ellas, reflexionar sobre el sentido de la vida, la humanidad y sus misterios, el origen y el futuro, la identidad, la memoria, los recuerdos, el lenguaje, el tiempo, la belleza y la atracción física, la comunicación entre especies, la existencia de vida inteligente más allá de nuestro mundo, Dios y la religión, las inexploradas posibilidades del cerebro, el determinismo y el libre albedrío, y otras apasionantes cuestiones filosóficas y existenciales que, de un modo muy evidente, entroncan su obra con la de Borges, otro escritor “metafísico”. Y todo ello con un propósito “benéfico”, hacer que el lector modifique la muy limitada perspectiva con la que discurre en su realidad habitual, vea el mundo de otra forma, se persuada de que no somos el centro del universo y se convenza de la necesidad de abrirse a ese permanente cambio que constituye nuestro destino y, por tanto, de la inutilidad de “encerrarse” en premisas, apriorismos, ideas, visiones, juicios y pensamientos estáticos, limitados, fanáticos y reduccionistas. 

Desde este punto de vista, la literatura de Chiang resulta fascinante por un doble motivo, la genial elección de temas científicos de una extraordinaria complejidad pero que permiten mostrar los aparentemente impenetrables enigmas de la naturaleza humana, y, a la vez, la espléndida plasmación de esos abstrusos asuntos del ámbito de la biología molecular, la termodinámica, la física, la geometría, el cálculo y otras áreas de las matemáticas, la ingeniería, la astronomía, la lingüística, la psicología, las ciencias de la computación, la inteligencia artificial, la neurología, la ética, la metafísica y tantos otros, en narraciones más o menos “realistas”, en general identificables por el lector, de una relativa cotidianidad, que se ve, no obstante, transformada hasta el vértigo por las inquietantes hipótesis que las premisas científicas introducen, todas ellas alusivas a los grandes temas de reflexión que acucian desde hace siglos a nuestra especie, de ahí el valor universal -y el éxito mundial- de sus libros. 

El efecto de esta combinación es deslumbrante, los dos libros son magníficos, aunque en más de una ocasión provoquen una reacción contradictoria en el lector, al menos en uno que, como yo, no se desenvuelve con facilidad en los más enrevesados temas de la ciencia. Por un lado, está el entusiasmo arrebatado, la atracción irresistible que suscita lo sorprendente de las historias elegidas y de sus inconcebibles consecuencias, así como lo sugestivo de las derivaciones que los relatos suscitan. Pero, desde otro importante punto de vista -y hablo por mí-, la sensación que nos asalta mientras se lee es la de un cierto desasosiego por no llegar a comprender del todo la profunda base teórica que sustenta los planteamientos de unas narraciones escritas por alguien que posee, de manera muy notoria, una inteligencia excepcional y cuya expresión, cuyas propuestas, se muestran, por ello, inalcanzables e, incluso, en ocasiones, ininteligibles o, al menos, de difícil intelección (al término de ambos libros, Chiang incorpora unas notas explicativas de la génesis y el contenido de cada uno de sus relatos; lo que permite un mejor y más completo acercamiento a ellos). 

He hablado de vértigo, de abismo, y esa es la impresión, la que te asalta cuando estás al borde de un precipicio de profundidad insondable. En muchos de los cuentos, cuando el narrador rebasa un cierto umbral de complejidad, uno no entiende, se le escapan las paradojas y los contrasentidos, le resultan inasibles y hasta absurdos los enigmas, las frías abstracciones, las contradicciones matemáticas, filosóficas, lógicas, físicas, tan difíciles de aprehender en su plenitud como lo sería intentar comprender el infinito; incluso, muchas veces, el léxico es opaco, como si nos hablaran en una extraña lengua extraterrestre. Afortunadamente, los cuentos son, en general, breves porque, como ha escrito un crítico norteamericano, si fueran mucho más largos, la cabeza de los lectores podría estallar. Pero, a la vez, el lector se siente fascinado, roza, llega a vislumbrar, intuye, atisba, un misterio en el fondo humano, sensible, cercano, conmovedor, que llega al espíritu, al alma, que, incluso, emociona. 

En La evolución de la ciencia humana, uno de los cuentos de La historia de tu vida, brevísimo, apenas dos páginas, Chiang postula una situación que no está tan lejos de cumplirse: la “crisis” de las revistas científicas en un tiempo en el que el desarrollo de la TDN (transferencia digital neuronal), sólo al alcance de humanos evolucionados -los “metahumanos”-, habría condenado a la obsolescencia a las investigaciones convencionales hechas por estudiosos “normales” y divulgadas a través de medios igualmente “acostumbrados”: la palabra escrita y el papel. El comienzo del relato pone de manifiesto -imagino que sin pretenderlo de manera expresa- la posición en la que a menudo se encuentra el lector ante las narraciones de Ted Chiang: Hace veinticinco años desde la última vez que un informe de investigación original fue enviado a nuestros editores para su publicación, lo que hace que éste sea un buen momento para revisar una cuestión muy discutida por aquel entonces: ¿cuál es el papel de los científicos humanos en una época en la que las fronteras de la indagación científica han quedado más allá de la comprensión de los humanos? Una pregunta del todo pertinente si la planteamos en relación con lo enrevesado y oscuro, a veces inaccesible, de la obra de Chiang. Y pese a ello, sus dos libros son un éxito de ventas, que, en particular Exhalación, desbordan el estrecho ámbito de los adictos al género de la ficción científica; y si lo son es porque, pese a su complejidad, son altamente estimulantes e intelectualmente provocadores. 

Todos estos rasgos, el atractivo y la perplejidad, el encantamiento y la distancia, lo sugerente y lo impenetrable, están en los ocho cuentos de La historia de tu vida. En La torre de Babilonia se parte del mito bíblico de la construcción de la Torre de Babel para inventar un relato en que la torre es tan alta que toca la bóveda celeste. Si la torre estuviera tumbada sobre la llanura de Shinar, se tardaría dos días en caminar desde un extremo al otro. Pero como la torre se alza en vertical, se tarda un mes y medio en subir de su base a su cima, si quien sube no lleva carga alguna. Pero pocos hombres suben a la torre con las manos vacías; el paso de la mayoría se reduce por la carreta de ladrillos de la que tiran. Transcurren cuatro meses entre el día en que se carga un ladrillo en una carreta y el día en que se toma de ella para que forme parte de la torre. Un grupo de trabajadores escogidos tiene como misión perforar y atravesar dicha bóveda, accediendo a un cielo cuyo conocimiento supondrá una revelación inimaginable (Los hombres imaginaban que el cielo y la tierra eran los extremos de una tablilla, con el firmamento y las estrellas entre ellos; pero el mundo estaba envuelto sobre sí mismo de alguna manera fantástica, de forma que el cielo y la tierra se tocaban). 

El segundo de los cuentos, Comprende, parte de una anécdota más o menos trivial que va desenvolviéndose hasta sus más extremas consecuencias. Un hombre cae bajo una capa de hielo intentando vanamente encontrar una salida. Tras casi una hora en el agua helada, cuando es rescatado, sin vida apenas, se ha convertido en un vegetal, su cerebro dañado, en apariencia, de manera irremisible. Los médicos probarán con él una nueva medicación, la hormona K, que, pronto, revelará unos inesperados efectos secundarios: un inicial aumento de la velocidad y la comprensión lectora y, con nuevas dosis, un desarrollo desmesurado de la inteligencia del paciente. A partir de ahí, su cerebro superior es capaz de “entender” con facilidad el sentido de todo lo que experimenta (Las pautas cotidianas de la sociedad se me revelan sin esfuerzo), de comprender todas las causas de todos mis cambios de ánimo, los motivos tras cada una de mis decisiones, de percibirlo “todo” de manera simultánea con una racionalidad exacerbada, hasta el punto de carecer de nada que pueda calificarse de subconsciente, y controlar todas las funciones de mantenimiento que realiza mi cerebro, debiendo, por ello, lanzarse al diseño de un nuevo idioma en el que pueda expresar la complejidad de los conceptos que maneja y que, en consecuencia, se aleje de la lógica secuencial que no se transcribiría como palabras alineadas linealmente, sino como un ideograma gigante, que debe asimilarse en conjunto. El cuento relata las consecuencias del progresivo crecimiento de esta inteligencia desproporcionada, de la que los más evolucionados ordenadores actuales son un pálido reflejo. 

Dividido entre cero, que se basa en una al parecer conocida ecuación matemática (ei + 1 = 0) que, llevada a su extremos conduce a la protagonista del cuento a probar que la aritmética como sistema formal es inconsistente y que, por tanto, las matemáticas ya no tienen sentido, en una manifestación paradigmática de ese conflicto entre la intuición de la belleza argumentativa y la inquietante sensación de ininteligibilidad que ya he mencionado y que, a mi juicio, es uno de los rasgos definitorios de la literatura de Chiang. El siguiente cuento, La historia de tu vida, es el que da lugar a la película La llegada; prefiero, por ello, hablaros de él al comentar el filme. Setenta y dos letras conecta dos ideas con una larga trayectoria en la literatura y el cine fantásticos. Por un lado, la historia del golem, la estatua de arcilla a la que el rabino Loew de Praga da vida para que sirva como defensor de los judíos, protegiéndolos de las persecuciones. Esa especie de “protorobot” funcionaba escribiendo sobre su figura una palabra sagrada. El talento de Chiang asocia a esa leyenda de siglos la clonación de seres humanos a través de una historia en la que un científico, en la Inglaterra victoriana, replica organismos vivos cultivando “megafetos” a partir de espermatozoides e insuflándoles vida mediante un aporte léxico, una “impresión” de palabras. El antepenúltimo texto del libro es el ya mencionado La evolución de la ciencia humana, que en solo dos páginas especula sobre el advenimiento de la inteligencia superhumana tras la revolución informática. El Infierno es la ausencia de Dios es, desde mi punto de vista, el menos interesante, una historia religiosa con apariciones de ángeles, milagros y el amor a Dios de su protagonista, al que la muerte de su mujer, el acontecimiento fundamental de su vida, lo llevará a un viaje que cambiará su existencia para siempre. El libro se cierra con otra narración excelente, ¿Te gusta lo que ves? (Documental), que, presentando las transcripciones de los intervinientes en un supuesto reportaje televisivo, nos hace reflexionar sobre el “aspectismo”. Durante décadas la gente ha estado dispuesta a hablar de racismo y sexismo, pero aún no se decide a hablar de aspectismo, el prejuicio que “califica” a la gente por su aspecto físico y que, en consecuencia, condena, en múltiples ámbitos -el social, el profesional, el académico, el sentimental-, a las personas poco atractivas. En el escenario en que nos introduce el cuento, los científicos han descubierto un dispositivo que induce en quienes hacen uso de él la caliagnosia, es decir, la imposibilidad -reversible a voluntad y, por tanto, temporal- de apreciar la belleza física, pues el ingenio bloquea las conexiones neuronales que identifican y procesan la sensación de que una persona es hermosa, o fea, o algo intermedio. La idea en sí resulta, como se puede intuir, brillante, y su desarrollo literario a través de la exposición de las distintas posturas en el debate entre los diferentes participantes en la controversia, simplemente magistral. Chiang cuenta, en esas notas finales a las que antes me referí, el desencadenante que provocó la gestación de su cuento: Unos psicólogos llevaron a cabo en cierta ocasión un experimento en el que una y otra vez dejaron una falsa solicitud de ingreso a la universidad en un aeropuerto, supuestamente olvidada por un viajero. Las respuestas en la solicitud eran siempre las mismas, pero a veces cambiaron la foto del solicitante ficticio. Resultó que era más probable que la gente enviase por correo la solicitud si el solicitante era atractivo. Quizá esto no resulte sorprendente, pero ilustra cuan profundamente estamos influidos por el aspecto; favorecemos a las personas atractivas incluso en una situación en la que nunca las conoceremos

Las nueve historias de Exhalación son, si cabe, aún más portentosas y sugerentes que las del primer libro, y con razón han alzado a su autor al primer plano del reconocimiento y el interés literario mundial. El volumen se abre con El comerciante y la puerta del alquimista, una maravilla explícitamente inspirada en Las mil y una noches. Jugando con la estructura del “cuento dentro del cuento”, típica del clásico oriental, Chiang retoma un tópico de la literatura fantástica, los viajes en el tiempo, para mostrarnos la singular peripecia de un comerciante de Bagdad que atravesará la Puerta de los Años, un invento de un viejo alquimista que permite avanzar o retroceder dos décadas para encontrarse con quien se ha sido o quien se acabará por ser. Confiesa el autor en la nota explicativa del relato que en la mayoría de las historias de viajes en el tiempo se da por sentado que es posible cambiar el pasado, y aquéllas en las que no es posible resultan a menudo trágicas. Aunque todos podemos comprender el deseo de cambiar cosas en nuestro pasado, quería intentar escribir un relato de viajes en el tiempo donde la incapacidad para cambiar nada no fuera necesariamente motivo de tristeza. Pensé que un entorno musulmán podría funcionar, porque la aceptación del destino es uno de los artículos básicos de fe en el Islam. Muy original, intelectualmente estimulante (Como siempre, me ha dado usted mucho que pensar, afirmará el personaje, en expresión claramente extrapolable a la literatura entera de su creador) y, como en el resto de sus cuentos, capaz de tocar profundos temas filosóficos (Nada borra el pasado. Existe el arrepentimiento, existe la enmienda, y existe el perdón. No hay más, pero con eso basta). 


El cuento que da título al libro conjuga diversos elementos, a cuál más sorprendentes. Unos pulmones recargables, un atrevido estudiante de anatomía capaz de la autodisección, unos humanos robotizados, un cerebro ocupado por infinidad de extraños engranajes, que incluyen leves láminas de oro en su composición, una extraña aventura hacia los más profundos recónditos de la mente en busca de recuerdos perdidos, un universo, nacido de la exhalación de una enorme bocanada de aliento contenido, y configurado como una cámara sellada en la que los equilibrios de presión del aire condicionan la existencia de sus habitantes, un destino funesto para la humanidad, envuelto todo ello en el habitual mensaje optimista del imaginativo escritor: Contempla la maravilla que constituye la existencia, y alégrate de disfrutar de esa posibilidad

En Lo que se espera de nosotros, otro relato muy breve, aunque tan desconcertante y sugerente como el resto, se nos presenta el Pronostic, un aparatito, como un control remoto para abrir el coche. Consta únicamente de un botón y un gran led verde. Si aprietas el botón, la luz destella. Para ser exactos, la luz destella un segundo antes de que aprietes el botón. En consecuencia, hagas lo que hagas con él, tanto si intentas apretar el botón sin haber visto el destello, adelantándote a él (en cuyo caso el destello aparecerá de inmediato, antes de dar tiempo a pulsarlo), como si esperas al destello con la intención de no llegar a apretar el botón con anterioridad (circunstancia que hace que la ráfaga no llegue a mostrarse), la luz siempre precede al accionamiento del botón. Tal sorprendente hipótesis lleva a Chang a ofrecernos sus subyugantes y provocadoras reflexiones en torno a la inexistencia del libre albedrío (entre ellas la más que probable ola de suicidios que provocaría la conciencia de la inutilidad final de nuestros actos: una tercera parte de los que juegan con un Pronostic tienen que ser hospitalizados porque dejan de comer. El estado final es de mutismo acinético, una especie de coma en plena vigilia) y a dejarnos, una vez más, un consejo bienhumorado: Finjan que tienen libre albedrío. Es esencial que se comporten como si sus decisiones contaran, aun cuando sepan que no es así. La realidad no es importante; lo que es importante es lo que creen, y creer la mentira es la única manera de evitar el coma en vigilia. Ahora la civilización depende del autoengaño. Quizá siempre ha sido así

El ciclo de vida de los elementos de software, con sus más de cien páginas es, más que un cuento, una novela corta, compleja y fascinante, cuya glosa merecería un programa entero. Su lectura atrapa de un modo irremediable, aunque, a la vez, sume al lector en un vértigo fatal de perplejidad e incomprensión, tanto por la ininteligibilidad última del universo recreado (en muchos momentos incomprensible por la abstrusa “jerga” tecnológica) como por las desasosegantes derivaciones éticas y de todo tipo a las que se abre. Inteligencia artificial, creación de digientes, organismos artificiales que viven en entornos virtuales, pero que “saltan” también a nuestro entorno tangible (o no; hay momentos en el relato en los que uno no sabe -literalmente- dónde se encuentra), programación de mascotas de elevado desarrollo cognitivo, genoma reproducible a voluntad desde un ordenador, videojuegos hiperrealistas, pequeños seres, mezcla de humano y robot, fabricados digitalmente, avatares interactivos, muñecos artificiales, tanto virtuales como físicos, para el disfrute sexual, sofisticadas comunidades online, interfaces neuronales, motores genómicos, cócteles oxitocínicos inductores de afecto, dibujan el escenario en el que se desarrolla una trama sorprendente aunque, en el fondo, muy realista, muy cercana a nuestra existencia actual, en la que afloran cuestiones como el modo de afrontar las relaciones emocionales en un mundo de “usar y tirar”, la necesidad del esfuerzo en la educación, la importancia de los valores éticos en la “fabricación” de los nuevos universos tecnológicos “paralelos”, el aislamiento y la socialización que conlleva la vida en estas realidades evanescentes y fantasmagóricas, el debate sobre la necesidad de regular legalmente el estatus jurídico de los individuos virtuales, todas ellas de gran interés y que Chiang presenta con su acostumbrado poso moralizante (sin connotación peyorativa alguna, antes al contrario): ¿Qué es el amor y cómo damos con él? ¿Por qué en el mundo hay maldad, dolor y pérdida? ¿Cómo descubrir la dignidad y la tolerancia? ¿Quién está en el poder y por qué? ¿Cuál es la mejor manera de resolver un conflicto? Si queremos otorgarle a una IA responsabilidades importantes, entonces necesitará buenas respuestas a estas preguntas. Eso no va a suceder cargando las obras de Kant en la memoria de un ordenador; va a requerir el equivalente a una buena crianza de los hijos

En La niñera automática, patentada por Dacey Chiang presenta un texto extraído de un supuesto catálogo de una exposición sobre la infancia en el Museo Nacional de Psicología de Akron, en Ohio, para dar cuenta de un invento, a la par genial y terrorífico, que habría diseñado Reginald Dacey, un matemático nacido en Londres en 1861. De vuelta a la época victoriana, el autor nos da cuenta de esta sorprendente “niñera automática”, un ingenioso artefacto articulado (una máquina subrobótica, diseñada para cuidar bebés) capaz de favorecer el sano crecimiento y la correcta educación de los infantes, soslayando los inconvenientes que, percibidos en su propia experiencia como padre, acechan tras el siempre algo descuidado desempeño de las cuidadoras de carne y hueso. Su inspiradora máxima: Una crianza racional dará como fruto niños racionales, producirá, como puede intuirse, efectos perniciosos. El cuento, muy breve, redactado por encargo para acompañar una antología vertebrada en torno a exposiciones de artefactos imaginarios de museos, vuelve a mostrar el interés de Chiang por la educación y refleja, una vez más, esa acusada vena moralizante que atraviesa la mayor parte de sus relatos. 

De educación habla también La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, otra narración subyugante. En ella se nos presenta el Remem, el vídeo ubicuo, una tecnología que posible conservar una grabación permanente en vídeo de cada momento de nuestras vidas. A través de los proyectores retinianos, la gente puede “traer a su presencia” cualquier imagen del pasado a voluntad. Remem monitoriza tu conversación en busca de referencias a acontecimientos pasados y acto seguido despliega un vídeo de dicho acontecimiento en la esquina inferior izquierda de tu campo de visión. Si dices: «¿Te acuerdas de cuando bailamos la conga en la boda?», Remem recupera el vídeo. Si la persona con la que estás hablando dice: «La última vez que estuvimos en la playa», Remem recupera el vídeo. Y no se utiliza sólo cuando hablas con alguien; Remem también monitoriza tus subvocalizaciones. Si lees las palabras «el primer restaurante chino en el que comí», tus cuerdas vocales se mueven como si lo leyeras en voz alta, y Remem recuperará el vídeo en cuestión. Y aún más, los algoritmos de Remem son capaces de buscar en el pajar antes de que acabes de decir «aguja». Convertidos en ciborgs cognitivos, dueños de una memoria perfecta, un artificio que se integra en los procesos racionales, de modo que las consultas al software pasan a ocupar el acto cotidiano de recordar, las implicaciones tan sorprendente descubrimiento científico son objeto del brillante análisis de Chiang: nuestra vida no está constituida por hechos, sino por sentimientos que reformulamos a nuestro antojo, mezclando recuerdos, sumando olvidos, reconstruyendo vivencias, narrándonos en suma. La gente está hecha de historias, afirma el narrador. Nuestros recuerdos no son la acumulación imparcial de cada uno de los segundos que hemos vivido; son la narrativa que hemos ensamblado a partir de momentos escogidos. Al modo en que la aparición de la escritura -a fin de cuentas, una tecnología- cambió los procesos reflexivos que se producían en la oralidad, la invención de Remen constituye una sugestiva exploración de cómo un nuevo avance tecnológico, en este caso Remen, puede afectar a nuestra actual cognición. Y ello contado mediante un “montaje” en paralelo, en que se contraponen episodios ambientados en el futuro del novedoso ingenio con otros del pasado en una aldea en el territorio tiv, en el centro de África, en la que la llegada de un misionero europeo que enseña a escribir a los aborígenes, permite discurrir sobre los procesos mentales que provoca el paso de una cultura oral a una escrita. Un cuento deslumbrante y muy original. 

Los breves textos que integran el, a su vez, muy corto relato titulado El gran silencio fueron escritos en 2014 para complementar literariamente una instalación de vídeo multipantalla sobre antropomorfismo, tecnología y las conexiones entre el mundo humano y el no humano que se expuso en el Fabric Workshop and Museum de Filadelfia como parte de una exposición de la obra de los artistas Allora & Calzadilla. Un año después, y ya sin el soporte de las imágenes que le daban pie, se publicaron en una revista de arte, presentada en la 56.a Bienal de Venecia. Éste es, pues, el texto que leemos, y en él se exploran, de modo muy sugerente y con un punto de ironía, algunas interesantes ideas, como la existencia de vida inteligente fuera de nuestro planeta, la comunicación entre humanos y animales o las ocultas capacidades cognitivas de los papagayos (unas aves que, en su peculiar lenguaje, nos estarían enviando un amigable mensaje -Sois buenos. Os queremos-, que concuerda con ese espíritu optimista y positivo de Chiang que he venido subrayando en mi reseña. 

En Ónfalo, el penúltimo relato del libro, es la dimensión religiosa, teológica, del ser humano, la que se nos presenta a través de la oración de una científica que reza a Dios para agradecerle los pequeños logros de su rutinaria cotidianidad. Un Dios cuya existencia es admitida con carácter general, tras haber sido probada por, entre otras, dos evidencias irrefutables en apariencia. El hecho incuestionable de que el crecimiento de los anillos del tronco de un árbol nos permite, contando hacia atrás, completar una detallada cronología desde su origen (El pasado ha dejado sus huellas en el mundo, y nosotros sólo tenemos que saber cómo leerlas) y, por otro lado, la igualmente irrebatible conclusión de que el ombligo humano demuestra la preexistencia de una madre anterior, el cuento nos transporta a un mundo en el que aparecen árboles sin anillos de crecimiento y se descubren unas momias (procedentes del chileno desierto de Atacama) carentes de ombligo, hallazgos ambos que apuntan de modo inequívoco a unos seres primigenios, que habrían sido creados ex novo, en un comienzo “repentino”, prueba incuestionable de una acción divina. Un revolucionario hallazgo científico en el campo de la astronomía, parece poner en duda las creencias de la protagonista, amenazando con convulsionar el sustrato espiritual de la humanidad entera. 

La ansiedad es el vértigo de la libertad cierra el volumen de modo magistral. La innovación futurista sobre la que se construye la historia es un pequeño ingenio, un prisma -el nombre era casi un acrónimo de la designación original, «Pasarela intermundos maximizada»-, que permite la divergencia de la propia vida a partir del momento en que se pone en marcha. Al activarlo, el aparato realiza un cálculo cuántico que abre dos líneas temporales, dos “ramas” que pueden comunicarse entre sí. De esta manera, el usuario -los prismas son objeto de tráfico comercial- puede seguir la existencia de su para-yo (o sus para-yos, pues las posibilidades de creación de identidades alternativas son ilimitadas), manteniéndose en contacto con un “sí mismo” modificado porque, en un instante preciso, y ante una determinada decisión, eligió una de las posibles opciones en la vida “real” mientras siguió otro camino diferente en la versión “paralela” creada por el prisma. Los hilos teóricos e intelectuales a los que se abre el desarrollo de tal imaginativo supuesto son incontables: el determinismo, el libre albedrío, la toma de decisiones, la responsabilidad moral que deriva de ellas, la construcción de la propia personalidad… Chiang apunta a todas ellas en una trama con un vago aire a thriller, en la que, además de las cuestiones filosóficas acostumbradas, se nos presenta un caso de estafa propiciada por una de las variantes que propicia el extraño artilugio. 

Y ya sin tiempo para más, desbordada por mucho la extensión de esta desmesurada reseña, os dejo un par de ideas sobre la película La llegada, basada en el cuento La historia de tu vida. El relato explora conceptos como los principios variacionales de la física, el Principio de Tiempo Mínimo de Fermat, la masa de Planck, el cambio de spin del átomo de hidrógeno, la refracción de la luz y otros tantos inextricables enigmas científicos para desarrollar una narración fascinante sobre el tiempo, el destino, el amor, la entrega y el sentido de nuestras vidas. La llegada de unas extrañas naves alienígenas a la tierra (ciento doce en el relato, sólo una docena en la película), unos inmensos artefactos que llenan de inquietud al mundo, lleva a las autoridades a solicitar la colaboración de la doctora Louise Banks, una experta lingüista, para que interprete el incomprensible lenguaje de los extraterrestres, unos seres sorprendentes, unos extraños pulpos heptápodos que emiten unos sonidos inarticulados fuera del alcance del entendimiento humano. La implicación emocional de la doctora con los dos interlocutores de la nave “caída” en Estados Unidos (Aleteo y Pedorreta en el libro, Abbot y Costello en la cinta), su voluntad de comunicación con ellos y su progresiva comprensión de su desconcertante idioma, lleva consigo, también, el entendimiento de su poderoso mundo intelectual, de su singular concepción del tiempo, global y teleológico para los “aliens”, cronológica y causal para los humanos (Nosotros experimentábamos los acontecimientos en un orden, y percibíamos la relación entre ellos como causa y efecto. Ellos experimentaban todos los acontecimientos a la vez, y percibían una intención que los subyacía a todos). Como el resto de los seres humanos, Louise piensa y habla en un tiempo secuencial en que cada momento viene del anterior, las causas y los efectos crean una reacción en cadena que viene del pasado hacia el futuro. Para los heptápodos los acontecimientos tienen sentido sólo con el transcurso de un periodo de tiempo. Para “ver” los acontecimientos “completos” a lo largo de un periodo de tiempo, se deben conocer los estados inicial y final de ese proceso, por lo que en el mundo de los “visitantes” los individuos debían tener conocimiento de los efectos antes de que pudieran producirse las causas. Esa comprensión profunda de la lógica de los entes venidos del espacio, acabará por afectar la mente de la doctora, con importantes repercusiones en su vida familiar y personal (en la entrañable historia con su hijita, que corre en paralelo a las conversaciones y la investigación con los extraterrestres) y con la resolución del conflicto geopolítico entre los distintos gobiernos mundiales que la llegada de los viajeros astrales ha provocado (en una línea argumental, muy poderosa, que sólo está en la película). Louise, que narra la historia, acabará por pensar como los sensibles y muy cooperativos heptápodos, y, así, el relato de la trágica vida de su hija, saltará de atrás a adelante, anticipando unos hechos cuyo conocimiento previo le permite ver -y aceptar- el futuro. Un relato memorable y una película magistral, inteligente y emotiva. 

Os dejo, precisamente, con el comienzo de La historia de tu vida, un texto en el que ya está, sutil pero nítidamente, el juego temporal que nuclea el cuento, así como la inusitada presencia extraterrestre. Tras él, un tema de la banda sonora de la película, enigmática y envolvente, inquietante y evocadora, compuesta por Jóhann Jóhannsson. Kangaru, última pieza de la obra, ilustra musicalmente una idea esencial en el relato y que se formula en él a partir de una anécdota significativa aunque probablemente falsa: En 1770, la nave Endeavour del capitán Cook encalló en la costa de Queensland, Australia. Mientras una parte de sus hombres hacía las reparaciones, Cook encabezó un equipo de exploración y se encontró con los aborígenes. Uno de los marineros señaló a los animales que daban saltos a su alrededor con sus crías metidas en bolsas, y le preguntó a un aborigen cómo se llamaban. El aborigen contestó: «Kanguru». Desde entonces, Cook y sus marineros se refirieron a estos animales con esta palabra. No fue hasta después que supieron que significaba: «¿Qué has dicho?»


Tu padre está a punto de hacerme la pregunta. Éste es el momento más importante de nuestras vidas, y quiero prestar atención, captar cada detalle. Tu padre y yo acabamos de volver de una noche en la ciudad, con cena y espectáculo; es pasada la medianoche. Salimos al patio para mirar la luna llena; luego le dije a tu padre que quería bailar, así que me sigue la corriente y ahora estamos bailando lentamente, un par de treintañeros oscilando de un lado a otro bajo la luz de la luna como niños. No siento el fresco de la noche en absoluto. Y entonces tu padre dice:

—¿Quieres tener un hijo? 

En este momento tu padre y yo llevamos casados unos dos años y vivimos en la avenida Ellis; cuando nos mudemos serás demasiado pequeña para acordarte de la casa, pero te enseñaremos las fotos, te contaremos las historias. Me encantaría contarte la historia de esta noche, la noche en que fuiste concebida, pero el momento adecuado para hacerlo sería cuando estés preparada para tener tus propios hijos, y nunca tendremos esa oportunidad. Contártelo antes no serviría de nada; durante la mayor parte de tu vida no tendrás paciencia para escuchar una historia tan romántica (o cursi, como dirías tú). Recuerdo la idea sobre tu origen que me sugerirás cuando tengas doce años. 

—La única razón por la que me tuvisteis fue para poder conseguir una criada a la que no tuvieseis que pagar —dirás con amargura, sacando la aspiradora del cuarto de las escobas. 

—Efectivamente —diré yo—. Hace trece años supe que las alfombras necesitarían que alguien pasara la aspiradora más o menos por estas fechas, y tener un hijo parecía ser la forma más barata y fácil de solucionar el problema. Ahora ponte a ello, si eres tan amable. 

—Si no fueras mi madre, esto sería ilegal —dirás, indignada, mientras desenrollas el cable y lo metes en el enchufe. 

Eso será en la casa de la calle Belmont. Yo viviré para ver a desconocidos ocupando ambas casas: aquélla en la que fuiste concebida y aquélla en la que creciste. Tu padre y yo venderemos la primera un par de años después de tu llegada. Yo venderé la segunda poco después de tu partida. Para entonces Nelson y yo nos habremos mudado a nuestra granja, y tu padre estará viviendo con esa mujer. 

Sé cómo termina esta historia; pienso mucho en ello. También pienso mucho en cómo comenzó, hace sólo unos años, cuando unas naves aparecieron en órbita y unos artefactos aparecieron en las praderas. El gobierno apenas dijo nada sobre ellos, mientras que la prensa amarilla no dejó casi nada sin decir.
 
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Ted Chiang. La historia de tu vida

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