Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 25 de octubre de 2023

NUCCIO ORDINE. LOS HOMBRES NO SON ISLAS
  
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de reseñas literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta tarde quiero hablaros de un excelente libro que comparece aquí por una doble razón de oportunidad. En primer lugar porque, como sabéis quienes nos seguís habitualmente, en este mes de octubre, y coincidiendo con la celebración de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias correspondientes a 2023, que tuvo lugar en Oviedo hace unos días, el pasado 20 de octubre, estamos dedicando nuestras emisiones a autores premiados tanto en convocatorias anteriores como en la actual. Así, iniciábamos el mes con el recordatorio de Fred Vargas, la espléndida escritora francesa, que obtuvo el galardón, en su categoría de Letras, en el año 2018. Continuábamos la serie, hace quince días, con Leonardo Padura, que lo consiguió, en el mismo apartado, en 2015. Y cerrábamos el repaso en nuestro programa del miércoles pasado con Haruki Murakami, al que se le concedió, siempre en la misma sección literaria de los premios, en la edición de este mismo año. Esta tarde, y siguiendo la pauta marcada, clausuramos el ciclo trayendo aquí a otro premiado de 2023, aunque esta vez en la categoría de Comunicación y Humanidades, el infortunado Nuccio Ordine. Y la presencia del crítico, ensayista, erudito y muy sabio profesor de Calabria obedece también a una segunda razón, además de la ya referida, y es mi voluntad de homenajear desde aquí a una figura muy querida por mí, que, por desgracia, falleció en junio de este año, cuando ya se le había concedido el Premio, que se falló en mayo, por lo que, como es obvio, no pudo recibir los muy merecidos honores que se le tributaron, lamentablemente “in absentia”, en la capital asturiana. 

Nuccio Ordine ya “estuvo” en Todos los libros un libro hace ahora tres años, en octubre de 2020, cuando presenté dos de sus obras más conocidas, sin duda las más divulgadas y traducidas, la magistral La utilidad de lo inútil, y la también espléndida Clásicos para la vida, ambas publicadas en nuestro país en la editorial Acantilado en traducción de Jordi Bayod. Ahora quiero recomendaros la lectura de su, por ahora, último libro aparecido en España, en la misma editorial y con idéntico traductor, Los hombres no son islas. Acantilado acaba de poner en las librerías otro libro del italiano, unas en apariencia muy sugestivas conversaciones con el filósofo George Steiner, que han visto la luz con el título de George Steiner, el huésped incómodo, que aún no he podido leer. Además, desde hace diez días y en tres lunes consecutivos, os estoy ofreciendo en mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes, una serie de programas centrados en cada uno de los libros de Ordine que acabo de mencionar. Así, fragmentos de La utilidad de lo inútil, envueltos en la absorbente música de Cassandra Wilson, constituyeron el centro de la primera emisión, que salió al aire el 16 de octubre. Anteayer, día 23, fue Clásicos para la vida el que protagonizó el espacio, con mi lectura de trece textos extraídos del libro y complementados con la música de Stacey Kent, otra formidable cantante de jazz. Kent es la responsable también de la banda sonora del tercer programa del ciclo, que se emitirá el próximo lunes 30 de octubre y en el que os presentaré doce breves fragmentos de Los hombres no son islas, mi propuesta de esta tarde, aquí, en Todos los libros un libro

Nuccio Ordine, nacido en Diamante, un pequeño pueblo calabrés, fue profesor en numerosas universidades, incluyendo Yale, la Universidad de Nueva York, la Sorbona, el Instituto Warburg, la Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt y, por supuesto la de su Calabria natal. Fue miembro honorario también del Instituto de Filosofía de la Academia Rusa de Ciencias y miembro de la Académie Royale de Belgique. Responsable de una muy nutrida obra ensayística y de pensamiento, se hizo acreedor a una treintena de prestigiosos premios, le fueron concedidos numerosos doctorados honoris causa y fue nombrado Comendador y Caballero de diferentes Órdenes, la del Mérito de la República Italiana y la Legión de Honor francesa entre otras. Fue, igualmente, colaborador habitual en las páginas culturales de El País y el Corriere della Sera, periódico este último que le brindó una columna semanal en la que vieron la luz por primera vez los textos de Clásicos para la vida, del que os hablé hace tres años y con el que este Los hombres no son islas que hoy quiero recomendaros guarda muchas concomitancias. Pero no solo con él, también hay muchos vínculos con La utilidad de lo inútil porque las tres obras mencionadas tienen bastantes puntos en común. 

La tesis de fondo de La utilidad de lo inútil, que aflora en muchos de los capítulos de Los hombres no son islas, es que en este mundo productivista y “eficiente”, economicista y utilitario, en el que casi cualquier dimensión de nuestras vidas está, de un modo u otro, subordinada al rendimiento y el dinero, al beneficio y el éxito comercial, al interés y al poder, a lo lucrativo y la rentabilidad, en este brutal contexto que nos asfixia por doquier, resulta necesario -más aún, indispensable- defender la utilidad de los saberes que no producen resultados inmediatos, tangibles, constatables en las cuentas de resultados de gobiernos, empresas e instituciones (en particular las académicas). Las humanidades, el arte, la literatura, la filosofía, la poesía, la historia, la música, las ciencias no aplicadas, la cultura, la imaginación, la curiosidad, la reflexión, el razonamiento y el pensamiento crítico, el profundo saber y el conocimiento verdadero, el cultivo del espíritu, en fin, deben formar parte de las enseñanzas que se imparten en las aulas y, obviamente, “impregnar” la vida de todos los ciudadanos. 

Pero es en relación con Clásicos para la vida en donde las confluencias con el libro que nos ocupa resultan más evidentes. El cuerpo principal de Clásicos para la vida lo constituye la selección, impecable, de cincuenta fragmentos de otros tantos grandes autores clásicos, a los que de manera muy sucinta -un par de páginas en la mayor parte de los casos- el antólogo incorpora algunas notas significativas, profundas glosas, interesantes comentarios, en los que su inteligencia y su sensibilidad resaltan enfoques, ideas, explicaciones, siempre sabias, que amplían los ecos de unos textos ya de por sí cautivadores. En el estudio preliminar del libro Ordine confiesa que durante más de quince años leía en clase a sus estudiantes, una vez por semana, citas de obras en verso o en prosa no necesariamente vinculadas al programa de la asignatura que impartía. Esa experiencia, muy fructífera, se prolongó, por así decirlo, en una columna, de título ControVerso, en el semanario Sette, del Corriere della Sera, en el que fueron apareciendo algunos de esos fragmentos acompañados de las reflexiones del filósofo y profesor sobre los temas evocados en los textos. Y, como ya he señalado, algunas de esas colaboraciones, las publicadas entre septiembre de 2014 y agosto de 2015, integraron su libro, del mismo modo y con idéntico esquema que este Los hombres no son islas, que consiste, tras un largo estudio preliminar, en la selección de otros cincuenta textos clásicos, cuyos comentarios aparecieron en el Corriere en la temporada siguiente a aquella, esto es entre septiembre de 2015 y agosto de 2016. En ambos casos estamos ante una categórica reivindicación de la lectura de los clásicos, por la belleza, la inteligencia y la sensibilidad intrínsecas a las diferentes obras, pero también por su “perdurabilidad”, es decir por su capacidad, tantos siglos después, para sugerir, enseñar, iluminar, interpelarnos y hacernos reflexionar sobre algunos asuntos esenciales de la vida humana de hoy en día: la libertad, la sencillez, la dignidad, la honradez y el desapego de los bienes materiales, la igualdad y la justicia, la lucha contra la discriminación, la solidaridad y el compromiso, la fraternidad, el paso del tiempo, la fragilidad de la existencia, la sabiduría y el afán de conocimiento, la enseñanza, la educación y la institución escolar, la lectura y sus dones, la importancia del esfuerzo y el trabajo, el rechazo al egoísmo y el repudio de la hipocresía, las peligrosas pulsiones identitarias y nacionalistas, la búsqueda del bienestar, de la paz, de la convivencia civil, el valor del humanismo, de la ciencia, de la cultura, el amor y el sexo, la reivindicación del papel de la mujer en sociedad, el racismo, la inmigración, la violencia, la muerte. 

Los clásicos nos ayudan a vivir es el explícito y significativo subtítulo de un libro que se abre con un amplio estudio preliminar en el que se parte de un muy célebre fragmento de Devociones para circunstancias inminentes, la obra de John Donne, el poeta inglés de finales del XVI y comienzos del XVII: Ningún hombre es una isla, ni se basta a sí mismo; todo hombre es una parte del continente, una parte del océano. Si una porción de tierra fuera desgajada por el mar, Europa entera se vería menguada, como ocurriría con un promontorio donde se hallara la casa de tu amigo o la tuya: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte por quién doblan las campanas; están doblando por ti. En este largo preámbulo, que ocupa cien de las casi trescientas páginas del libro, Ordine reflexiona sobre los temas mencionados partiendo de una muy bien hilvanada trabazón entre las ideas de los autores que luego recogerá en su selección (y de algunos otros que no aparecen en ella pero sí han tenido un espacio en Clásicos para la vida, como por ejemplo Walt Whitman, Antoine de Saint-Exupéry, Montaigne, Baudelaire o Tolstói, entre otros). Según confesión propia -no del todo fácil de creer-, Ordine no escogió los textos siguiendo una pauta establecida, ateniéndose a cánones, categorías, jerarquizaciones o cualquier otra preocupación clasificatoria, sino dejándose llevar por los intereses de sus estudiantes, las lecturas y relecturas que le ocupaban en cada momento o en los temas de la actualidad más inmediata. Explica también el profesor italiano en su introducción la oportunidad de un texto como el suyo, teniendo en cuenta lo que ocurre en Europa y en el mundo en estos momentos: se construyen muros, se levantan barreras, se extienden cientos de kilómetros de alambre de púa, con el despiadado objetivo de cerrar el paso a una humanidad pobre y sufriente que, arriesgando la vida, intenta escapar de la guerra, del hambre, de los tormentos de las dictaduras y del fanatismo religioso. Miles de personas sin voz, privadas de toda dignidad humana, desafían la aridez de los desiertos, los mares embravecidos y la nieve de las montañas buscando desesperadamente un refugio, un lugar seguro, un cobijo donde poder cultivar la esperanza de un futuro digno. El Mediterráneo—que durante siglos había favorecido los intercambios de mercancías, de lenguas, de cultos, de obras de arte, de manuscritos y de culturas—se ha convertido, en los últimos años, en un féretro líquido en el que se acumulan miles de cadáveres de migrantes adultos y de niños inocentes. Hoy, el Mare Nostrum—y esto vale para cualquier extensión de agua, dulce o salada—es percibido por los partidos xenófobos europeos como una frontera natural y no como una oportunidad para facilitar tránsitos y comunicaciones de un territorio a otro. Perdóneseme la extensión de la cita en aras de su elocuente clarividencia. En esas palabras se puede atisbar también la, a mi juicio, única leve limitación del libro, constatable de continuo a lo largo de sus páginas: la toma de partido por una determinada opción ideológica que, más allá del carácter universal -y por tanto incuestionable- de la mayor parte de sus propuestas, se revela deudora de una muy particular interpretación de la realidad social y política. Peccatta minuta, en cualquier caso, si el lector se logra deshacerse de esas no tan relevantes adherencias ideológicas y se centra en la validez de unas ideas que, en el fondo, no representan otra cosa que los más sustanciales valores de la noble humanidad. 

Más allá de esta introducción, el libro interesa fundamentalmente por el medio centenar de fragmentos seleccionados y comentados, de manera breve pero enjundiosa, por el autor italiano. Unos textos, con extraordinario interés en sí mismos, pues encierran valiosas enseñanzas que la inteligencia, la sabiduría y la lucidez de su “intérprete” saben descubrir, sino que, a la vez, constituyen una formidable invitación y una espléndida puerta de entrada para la lectura completa de las obras de las que están entresacados. Por citar solo alguno de ellos, el que abre la antología es un apólogo de Ludovico Ariosto, que aparece en sus Sátiras, publicadas póstumamente en 1534. En él reelabora la fábula del zorro y la comadreja, narrada por Horacio. En cinco tercetos nos cuenta cómo el asno famélico que se cuela por una grieta en un almacén de grano y come en exceso ante la desbordante tentación que se le presenta, imposibilitado de salir por el hueco con la barriga hinchada como un tonel, se encuentra a un ratoncillo que le aconseja vaciar la tripa, vomitar lo tragado y enflaquecer si quiere volver a atravesar la grieta. Ordine interpreta el apólogo subrayando el alto precio que siempre se paga en el trato con los poderosos y el contacto con la corte y el dinero, y defendiendo una vida libre de ataduras, pues quien quiere conservar su libertad, debe saber renunciar a dones y privilegios. Un texto de la Metafísica de Aristóteles introduce la reflexión sobre el deseo de conocer y la búsqueda del saber a partir del asombro, un afán de sabiduría que no tiene utilidad alguna pues el auténtico conocimiento «no sirve», porque no es servil, porque nos ayuda a hacernos mujeres y hombres libres. De la Nueva Atlántida de Francis Bacon, una obra utópica publicada, también tras la muerte de su autor en la primera mitad del siglo XVII, escoge Ordine un fragmento en el que se relata cómo una nave inglesa, que viaja rumbo a la China y al Japón, se extravía tras una tempestad en el Océano Pacífico. Al borde de la desesperación, los marineros llegan a la pequeña isla de Bensalem, son recibidos con extrema amabilidad por sus autoridades. Cuando, agradecidos por la buena acogida y queriendo demostrar su amabilidad, los náufragos ofrecen regalos a los funcionarios que los atienden se encuentran con que éstos los rechazan, pues el rigor de sus reglas morales impide que quien ya recibe un salario del Estado lo vea incrementado sin necesidad, porque al hombre dos veces pagado se le mira con suspicacia. La mirada humanista de Ordine se detiene en la idea de conjugar humanidad y política, en una concepción del estudio, de la ciencia y del comercio independientes de la política y la religión, y puestos al servicio de los hombres y de su bienestar. La presencia en el libro de El Jardín de senderos que se bifurcan, el ensayo/relato de Jorge Luis Borges presente en Ficciones, su libro de 1944, es la excusa para la introducción de comentarios sobre la naturaleza del tiempo y sobre la relación entre literatura y ciencia, resaltándose los vínculos entre el cuento borgiano y las teorías de dos científicos premios Nobel, Richard Feynman e Ilya Prigogine. Una de las preocupaciones más frecuentes del escritor italiano, el abusivo dominio del dinero en nuestras modernas sociedades comparece en el texto de La ópera de cuatro cuartos, escrita por Bertold Brecht y representada en Berlín en 1928. Bajo una provocadora rúbrica, paráfrasis de las palabras de Brecht, ¿es mejor fundar un banco o desvalijarlo?, el comentario resalta la injusticia que supone la siniestra codicia de bancos y financieros explotando la pobreza de los trabajadores honrados o el drama de los inmigrantes. 

Un texto de la Expulsión de la bestia triunfante, de Giordano Bruno, de cuya obra Ordine era experto sirve al autor para criticar la hipocresía religiosa, que privilegia las ceremonias y rituales de las iglesias frente a la ayuda a los débiles. Los dioses de Bruno, nos dice, se opondrán a un alcalde corrupto, a un político vendido a la mafia, a un prelado que se enriquece con fraudes o a un empresario que oculta cuentas en un paraíso fiscal y no a los cónyuges divorciados, a las parejas que conviven sin matrimonio, a personas del mismo sexo que se aman, o a quien elige la eutanasia cuando ya no puede vivir una vida digna. También contra la corrupción, las ganancias injustas, la venalidad de los gobernantes, la avidez del comercio y los beneficios, clama el profesor italiano en su comentario a los versos de Los Lusiadas, de Luís Vaz de Camões, seleccionados para el libro. E igualmente, en su análisis del soneto de Tommaso Campanella, No es rey quien posee un reino, sino quien sabe reinar, su diatriba se vuelve contra la hipocresía del gran teatro de mundo, contra el oropel y las apariencias que encubren la ignorancia: Podemos llamarnos pintores, monjes o reyes sólo si sabemos mostrar nuestras cualidades pintando, siguiendo la virtud divina y reinando como se debe (…) no cuentan los hábitos, los privilegios de sangre o la herencia: sólo nuestra obra debería permitirnos conquistar prestigio y estima. De la conocida carta de Albert Camus a su maestro de la infancia Louis Germain, enviada cuando el escritor recibió el premio Nobel de Literatura, una misiva emotiva y bellísima que ya había aparecido en Clásicos para la vida, resalta ahora Ordine las que, a su juicio, deben ser las virtudes del buen profesor, alguien capaz de descubrir el talento de sus alumnos y ayudarlos en la búsqueda de su propia verdad, defendiendo a ultranza de la escuela laica. Una defensa, la de la razón y la libertad frente al fanatismo y la intolerancia, que brota de nuevo en el capítulo dedicado a Sebastián Castellion y su panfleto Contra el libelo de Calvino, cuya tesis principal se recoge en el fragmento seleccionado: Afirmar la propia fe no es quemar a un hombre, sino más bien quemarse en ella […] Matar a un hombre no es defender una doctrina, es sólo matar a un hombre. Cuando los ginebrinos mataron a Servet no defendieron una doctrina: mataron a un hombre

Hay una valiosa enseñanza, la que tiene que ver con la humildad intelectual, en el breve párrafo de El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov, que Nuccio Ordine elige para integrar su libro, y es que ni en el teatro ni en la vida podemos pretender la evidencia de lo absoluto, el mismo personaje puede ser negativo o positivo, tal y como la misma escena puede ser considerada tragedia o comedia. Todo depende del punto de vista desde el que se observa. Y los valores humanistas afloran también en Fuga de la muerte, el famoso poema escrito en 1945 por Paul Celan y que es un testimonio dramático del brutal exterminio de millones de judíos y, precisamente por ello, un contundente alegato en pro de la palabra frente a la negación de las pruebas, frente al silencio de los exterminadores. El fragmento de El orador, la última obra de una trilogía de Marco Tulio Cicerón dedicada a la retórica, subraya cómo un discurso que se quede en la mera apariencia seductora, en el ornamento, en el maquillaje, sin llevar detrás argumentación, pensamiento y filosofía, no será nunca elocuente. Junto al arte de decir se hace necesario el arte de pensar, reflexión que Ordine traslada al ámbito educativo, en su particular y muy estimable cruzada en contra de la actual banalización de la enseñanza: En contraste con la preeminencia de la didáctica (por desgracia, vigente hoy en las escuelas y universidades), el conocimiento de la disciplina es anterior a todo manual que enseñe a enseñar. La alerta ante, una vez más, la intolerancia y la barbarie, las tentaciones totalitarias de algunas posiciones que, setenta años después del nacismo y el estalinismo, vuelven a amenazar a una Europa extraviada e inhumana, resuena, totalmente vigente en nuestros días, en las palabras de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas que avisan de los peligros de la fuerza bruta: Se apoderaban de todo lo que podían sólo porque podían. Aquello no era más que un robo con violencia, asesinatos con agravantes cometidos a gran escala, y los hombres entregándose ciegamente a ello, como suele suceder con quien se enfrenta a una oscuridad. La conquista de la tierra, que en realidad significa arrebatársela a los que tienen otro color de piel o narices más chatas que las nuestras, no es algo muy bello si lo mira uno de cerca

Entre las muchas referencias que Los hombres no son islas contiene en relación con el valor de los libros y la importancia de la lectura, destacan unos bellísimos versos del canto V del Infierno de Dante en los que los amantes, Francesca da Polenta y Paolo Malatesta, cuñados, adúlteros y asesinados por causa de su amor prohibido, leen una novela francesa en la que se relata el enamoramiento de Lanzarote y Ginebra. Arrebatados por las palabras leídas, se abandonan a su propia pasión y Paolo besará a Francesca bajo el influjo del libro. La literatura puede inspirar a la vida, igual que la vida inspira a la literatura, concluye Ordine, que añade: Lo han enseñado, en contextos muy diferentes, también don Quijote (ávido lector de libros de caballería) y madame Bovary (enamorada de los relatos de amor). El dictamen final es categórico: Un libro puede cambiar la vida. El precioso poema de Emily Dickinson Ninguna fragata, que se glosa en el libro, establece un elocuente paralelismo entre la lectura y el viaje, No hay fragata como un Libro / Para llevarnos por esos Mundos. Y es que, en efecto, la lectura, los libros, la poesía, la escritura, nos transportan y, a un precio muy asequible -Esta Travesía la puede realizar el más pobre / Sin la presión del Peaje-, nos permiten acceder a los más recónditos rincones del alma humana. Una muy juiciosa diatriba contra las absurdas cadenas que impone el matrimonio a la libertad del individuo se halla en un convincente párrafo del Suplemento al viaje de Bougainville, de Denis Diderot que Nuccio Ordine pone ante nuestros ojos: ¿No te parece que nada es más insensato que un precepto que proscribe el cambio que hay en nosotros, que impone una constancia que no puede existir, y que viola la libertad del varón y la mujer, encadenándolos para siempre el uno al otro, que una fidelidad que limita el más caprichoso de los placeres a un mismo individuo, que un juramento de inmutabilidad de dos seres de carne, ante un cielo que no es ni por un instante el mismo? De la obra de John Donne, Devociones para circunstancias inminentes, que constituye la base, como ya se ha señalado, desde la que se levantan las tesis del libro y que da explicación de su título, el profesor italiano subraya el famoso “por quién doblan las campanas” para reflexionar acerca de la fraternidad, pues, como rezan las palabras del poeta isabelino, ningún hombre es una isla, ni se basta a sí mismo; todo hombre es una parte del continente, una parte del océano. (…) la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad. Un nuevo poema muy bello, Las antigüedades de Roma, de Joachim du Bellay, en que se ponen en contraste lo efímero de lo que en su tiempo fue sólido y firme, las murallas, los palacios, las estatuas, los monumentos de Roma, hoy destruidos y en ruina, con la tenaz persistencia de las aguas del Tíber que aún siguen fluyendo hacia el mar, suscita las consideraciones acerca de la fragilidad de las construcciones humanas y la terca resistencia del tiempo. Y del tiempo hablan también, de la eterna circularidad de las estaciones, de la vida y de la muerte, de la luz y de las tinieblas, del renacimiento y la permanencia y la exploración y la experiencia, los versos de los Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot que se recogen en el libro. Y ya desde el título de la obra que las acoge, Lamento de la paz, de Erasmo de Róterdam, queda clara la voluntad de su autor, que Ordine comparte, de rechazar el egoísmo, buscar el bienestar de la humanidad, combatir el fanatismo y favorecer la paz y la convivencia civil, frente a las guerras que, por el contrario, solo destruyen a vencidos y vencedores. La figura de Galileo Galilei, en un texto de su Carta a Cristina de Lorena, sirve para poner de manifiesto el conflicto entre los mitos de la religión y las verdades de la ciencia, subrayando que no se debe confundir una afirmación metafórica con una demostración científica. La ciencia, apostilla Ordine, no se estudia en los libros sagrados

El poder de la palabra, instrumento de vida y de muerte, es el tema subyacente al fragmento de Encomio de Helena, del filósofo grecorromano Gorgias. Y otro filósofo, el marxista Gramsci, formula su iracunda soflama contra la indiferencia y el conformismo. En Oda contra los indiferentes clama contra quienes no se implican, no participan, no “ven”: Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. El relato más popular de Ernest Hemingway, El viejo y el mar, es leído por Ordine en términos de defensa del esfuerzo, del aliento, de la lucha personal, del coraje, del sufrimiento con dignidad, frente a la espera perezosa de la suerte: La fortuna no se compra (…), sino que se conquista. El agónico combate entre un viejo pescador y un gigantesco marlín en las aguas frente a La Habana conforma un extraordinario himno a la valentía, a la obstinación, al honor, a la piedad, a la esperanza, a la vida como perpetuo teatro de inevitables agonismos. Como el clásico de Hemingway, Siddhartha, de Herman Hesse, fue para mí también una lectura impactante en mi primera juventud. Los hombres no son islas recoge un fragmento del libro, en el que se destaca la importancia de la búsqueda de la sabiduría, del viaje al encuentro con lo esencial de uno mismo, de la errancia intelectual y vital: Sólo estoy en camino. Soy un peregrino. El anticipatorio discurso feminista de Nora, la mujer que en Casa de muñecas, el drama de Ibsen de 1879, abandona, contra los dictados y las costumbres de la época, a su mezquino marido, que la engaña entre vacías declaraciones de amor, escenifica, en la lúcida interpretación de Ordine, escenifica las hipocresías del matrimonio, la duplicidad de las relaciones humanas, el trágico destino de las mujeres condenadas a hacer felices a los hombres, la autoconciencia como opción de libertad. El muy conocido Discurso sobre la servidumbre voluntaria, del gran amigo de Montaigne Étienne de la Boétie, al que ya me referí en Todos los libros un libro en las emisiones dedicadas a Azahara Alonso y Byung-Chul Han, tiene también un capítulo en el libro de Ordine, a partir de un fragmento que sirve al italiano para denunciar las modernas formas de la tiranía y la opresión y enaltecer los valores de la libertad y la rebeldía, frente a la sumisión y el sometimiento que, tantas veces, aceptamos de manera voluntaria. El análisis de La Princesa de Clèves, de Madame de Lafayette, que forma parte de un trabajo más extenso del autor sobre la figura de la aristócrata del siglo XVII francés, se detiene en los temas de la verdad, de la confesión y de los celos. En el amor, en el matrimonio y la pareja, a veces, el no saber, la disimulación honesta, el refrenar la curiosidad, el mantener zonas de sombra puede resultar útil de cara a la recíproca tolerancia

La presencia de “nuestro” Fray Bartolomé de las Casas y su indispensable aunque hoy controvertida Brevísima relación de la destrucción de las Indias, la implacable aunque, insisto, hoy en parte cuestionada denuncia del fraile dominico -exageraciones, datos falsos, cierta generosa inventiva-, en la que, muy pronto, a mediados del siglo XVI, cuando la “conquista” estaba en su pleno apogeo, puso por escrito las masacres que los españoles estaban cometiendo entre los pueblos nativos, permite poner de relieve los abusos del colonialismo, de la explotación, de la codicia asesina y depredadora que, por desgracia, siempre reaparece, en tiempos y lugares distintos, a lo largo de la historia de una Humanidad que con dramática frecuencia no hace honor a su nombre. Por el contrario, la tolerancia, el respeto a todas las creencias, la pacífica convivencia de las distintas religiones, el rechazo a los abusos y las imposiciones, al fanatismo basado en las ideas excluyentes, asoman en el fragmento de una obra y un autor para mí desconocidos, Nathan el sabio, de Gotthold Ephraim Lessing, escritor de la Ilustración alemana del XVIII. Una nueva vuelta al mundo grecolatino se produce con Alejandro o el falso profeta, de Luciano de Samósata, que encierra valiosas enseñanzas sobre la impostura y los falsos profetas, que explotan la esperanza y el miedo de los hombres, siempre temerosos ante la incertidumbre del futuro y proclives, por tanto, a aceptar los engañosos discursos de los embaucadores profesionales, tantas veces hoy encarnados en pensadores y periodistas, en líderes de opinión, en gurús religiosos y dirigentes políticos. Otro libro que también tuvo su espacio en nuestro programa, el Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre, propicia las reflexiones sobre el silencio, la lentitud, el sosiego y la quietud, también sobre la imaginación, la filosofía y la lectura. De esta última, de, un vez más, la importancia de los libros, habla el fragmento escogido de Recomendaciones para la formación de una biblioteca, escrito por el libertino y erudito francés Gabriel Naudé en 1627. Su texto sobre el contenido y la apariencia externa de los libros provoca la contundente, aunque acertada, afirmación de Ordine: Se precisan muchos siglos para formar una biblioteca. Pero se necesita muy poco para dejarla morir en el silencio y la indiferencia. E igualmente, el “buen leer”, lento y reposado, el aprendizaje con calma y morosidad, con detenimiento y profundidad, tan alejado de la prisa superficial, de la ansiosa celeridad de nuestros tiempos, protagoniza los comentarios en torno al texto extraído de Aurora. Pensamientos acerca de los prejuicios morales, obra de Friedrich Nietzsche. Las reflexiones de Blaise Pascal sobre la objetividad en el arte, presentes en un fragmento de sus Pensamientos, lleva a Ordine a contraponer al filósofo francés y su pesar por no poder hallar un centro absoluto desde el que contemplar el mundo con seguridad, con el enfoque ilusionado de Giordano Bruno que ve en este hecho una fuente de entusiasmo y de gozo: es propiamente la imposibilidad de establecer un centro absoluto, eliminando toda rígida jerarquía, lo que hace de todo ser viviente el verdadero centro del universo. Y son ahora las Cartas familiares, de Francesco Petrarca, las que se traen a colación para reivindicar, como tantas otras veces a lo largo de la obra que hoy os presento, el silencio y el esfuerzo como presupuestos indispensables para la lectura y el estudio, en abierta oposición de las modernas y hedonistas teorías pedagógicas: Un texto, un cuadro, una pieza musical requieren silencio, concentración, dedicación. Sólo las «bellezas fáciles», aquellas que no dejan huella, pueden consumarse en medio del ruido y de la distracción. El rechazo al poder omnímodo del dinero, al lujo superfluo que inútilmente pretende disimular con oropeles la estulticia, a la obscena ostentación y la zafia ordinariez del nuevo rico, aparece en el muy caricaturesco retrato de un patán enriquecido e ignorante, que protagoniza un episodio de la cena de Trimalción, que recoge Petronio en El Satiricón

Del poder de la música, la educación y la cultura para luchar contra la violencia y la intolerancia, ejemplificado en la labor de Claudio Abbado en los barrios de chabolas venezolanos y en el trabajo de Daniel Barenboim con su orquesta de músicos palestinos e israelíes, nos habla Ordine en un capítulo en el que el desencadenante de sus reflexiones es un elocuente fragmento de La música, de Plutarco. Y, siguiendo con el clásico latino, en un texto, esta vez, de su Teseo, aflora la defensa del carácter flexible y dúctil de la identidad, un complejo conjunto de mutaciones y permanencias, de continuas ósmosis entre lo idéntico y lo diverso, y no un rígido, estático e incontaminado conjunto de valores que se esgrimen para discriminar al “otro”, al diferente, al extranjero. Con una nueva cala en el ámbito educativo, tan querido a su autor, el libro nos presenta ahora unos párrafos de las Cartas a un joven poeta, en los que el maestro Rainer Maria Rilke alienta en su interlocutor la búsqueda de la dificultad y la necesidad de “mantenernos en lo difícil”, pues solo así sabremos que nuestra voluntad, nuestros propósitos, nuestros deseos e intenciones, están guiados por una fuerza genuina que no se arredra ante los obstáculos. La apostilla final de Ordine es magistral: ¡Es una lástima que las pedagogías modernas de lo fácil y lo rápido estén corrompiendo a las nuevas generaciones! Sin sacrificio, sin lo «difícil», ¿cómo puede uno conocer y conocerse? Igualmente interesante resulta también el apartado en el que se glosan un muy breve texto de El gallo de oro, de Juan Rulfo, en el que el profesor italiano encuentra valiosas apreciaciones sobre la soledad, la repetición, el destino, las mutaciones repentinas de la fortuna, la miseria, la esperanza, el amor, la arrogancia del dinero y del poder, la muerte, el sedentarismo y el nomadismo. 

No podía faltar, en este exhaustivo repaso por los grandes temas que afectan al ser humano, la presencia del amor, que se muestra, en la dimensión apasionada y turbadora, exaltada e incontenible del enamoramiento, en el bellísimo poema -e inconcluso como tantas otras veces en la poetisa helena- de Safo de Lesbos. En su muy manifiesta voluntad de celebración de los valores democráticos y los derechos universales, Ordine aprovecha los versos de Safo para reivindicar el amor plural, las uniones entre personas del mismo sexo y la sexualidad no necesariamente vinculada a la función reproductiva, frente a la intolerancia de quienes solo conciben una única visión -limitada y represora- de las relaciones afectivas y sexuales. En el mismo orden de cosas, el pronunciamiento contra el fanatismo, la censura, las prohibiciones, esta vez con los libros como protagonistas, está presente en la nota en torno a Sobre la función de la inquisición, el ardiente alegato del fraile del XVII Paolo Sarpi, contrario a la Contrarreforma y el poder clerical, que en su texto fustiga la labor de los censores, inútil a la postre, pues las llamas podrán aniquilar los libros, pero no la fuerza de las palabras. Como parece inexcusable en una antología de este género, las palabras de Séneca están también presentes en la compilación. En concreto, un breve texto de sus Epístolas morales a Lucilio, en el que se nos habla del error -que pasados veinte siglos de la desaparición del filósofo cordobés el ser humano sigue cometiendo- de juzgar a los demás no por quienes son realidad, “desnudos”, sino por su apariencia: a nadie valoramos por lo que realmente es, sino que le añadimos también sus atavíos. Como parece también evidente, en este intenso y muy completo repaso por los clásicos sería imperdonable la ausencia de Shakespeare. En los versos del Rey Lear seleccionados, en los que el monarca, privado de sus privilegios regios, pobre y castigado por la locura, percibe por primera vez en su vida, la carne famélica, la pelada cabeza y los andrajos rotos y raídos de los pobres, la lúcida lectura de Ordine entrevé una enseñanza sustancial: la caída en la pobreza material ayuda a hacerse rico en el espíritu, de la misma manera que la pérdida de la autoridad regia ayuda a conquistar la autoridad moral, y aboga por el despojamiento y la eliminación de lo mucho superfluo de nuestras vidas para así contribuir a la construcción de un mundo más equilibrado y más justo. La Defensa de la poesía de un para mí desconocido Philip Sidney, publicada póstumamente en 1595, una década después de la muerte de su autor, constituye una apasionada apología de la imaginación, de las artes en general y de la función moral de la literatura, a partir de la diferenciación entre el poeta “burócrata”, el mero versificador, que compone con gélida inanidad versos y rimas, y el poeta verdadero, que asienta sus creaciones en la búsqueda del conocimiento. Precisamente esa idea, la que defiende el afán por el saber, la razón y la instrucción, el enciclopedismo, el cuestionamiento crítico de los dogmas, el “impulso heroico” en pro de la verdad y la felicidad del género humano, está en la base del discurso Sobre la mente heroica, que Giambattista Vico dirigió a los estudiantes universitarios en 1732, en Nápoles, con motivo de la inauguración del año académico. El último fragmento presentado está extraído de Las olas, una de las obras mayores de Virginia Woolf. En las palabras de la escritora británica se explicita la gran metáfora que permea Los hombres no son islas: al modo en que las olas reafirman su individualidad en cada nueva acometida de la marea para, luego, reincorporarse al universo común del mar al que pertenecen, y al igual que, siguiendo a John Donne, ningún hombre es una isla sino que forma parte de una entidad múltiple, un “pedazo de continente”, así la lectura que hace Ordine del texto de Woolf subraya el ”mensaje” esencial de su obra con el que ahora, tras su muerte, recordamos al sabio profesor italiano: de la misma manera que el individuo es a la humanidad y la ola al océano, aquí, una ola muere mientras que en otro sitio, de aquella misma agua, nace otra

En fin, cincuenta interesantes motivos, cincuenta textos fundamentales, cincuenta apreciables excusas para adentrarse en otras tantas obras clásicas y, también, para leer este Los hombres no son islas, de un Nuccio Ordine al que esta emisión quiere homenajear con ocasión de su prematura y triste muerte. Os dejo con un fragmento de las notas para el discurso de aceptación del Premio Princesa de Asturias que Ordine había escrito y que no pudo revisar por culpa de su muerte prematura. Este muy avanzado esbozo de conferencia fue distribuido por su viuda y su hermana entre los invitados al acto. Como complemento musical os ofrezco un tema que me ha venido a la memoria a partir de la presencia central de John Donne en el libro comentado. Se trata de una canción magnífica de Van Morrison, Rave on, John Donne, de su álbum de 1983, Inarticulate Speech of the Heart, cuya letra el poeta londinense aparece acompañado de otros grandes nombres de la poesía universal Walt Whitman, Omar Khayyam, William Butler Yeats, Kahlil Gibran.


En abril, al haber sido invitado a la Feria del Libro de Bogotá, tuve la oportunidad de visitar los míticos lugares de la infancia de Gabriel García Márquez: en Aracataca, en Cartagena de Indias, en Barranquilla y en las fincas bananeras de Prado Sevilla redescubrí muchas piezas que ayudaron a componer el rompecabezas de las mágicas Macondo relatadas por Gabo en sus extraordinarias novelas. Allí viví una experiencia humana e intelectual inolvidable: con la ayuda de mis colegas de la Universidad del Magdalena en Santa Marta, visité un pequeño pueblo palafito en la laguna de Ciénaga. A dos horas en barco de tierra firme, muchas familias de pescadores viven en Buenavista. Entre las casas coloridas, suspendidas sobre el agua, se encuentra también la escuela pública. El encuentro con los niños en esas aulas austeras y soleadas, pero rebosantes de vida, me resultó especialmente conmovedor. Vi en los destellos de sus miradas y en sus sonrisas festivas las esperanzas y los miedos, los sueños y las dificultades de quienes se preparan para afrontar la aventura de la vida. Me trajeron a la memoria mis primeros años en la escuela primaria cuando, en mi pueblo natal, al no haberse construido aún la escuela, unos maestros habían convertido unas habitaciones de sus propias casas en improvisadas aulas. Desde 1964 hasta 1967, la escuela pública se reducía a una habitación en la vivienda de mi maestra Ofelia Brancati. Aquellos escasos metros cuadrados encerraban casi toda mi vida: mi profesora, mis libros, mi compañero de pupitre y mis compañeros de clase. Fue allí donde, por primera vez, experimenté la alegría de aprender, la pasión de mis primeros amores, el misterio y el carácter indispensable de la amistad. Allí empecé a cultivar mis sueños: a planificar mis primeros viajes físicos e imaginarios y a pensar en una vida más allá de los estrechos confines de mi lugar de nacimiento. Al haber nacido en un pueblo sin librerías ni bibliotecas, en una casa sin libros y de padres que no habían tenido la oportunidad de cursar estudios de secundaria, sin la escuela pública, sin la Universidad pública y sin mis profesores, seguramente no habría llegado a ser lo que soy hoy en día. La fundación en la década de 1970 de la Universidad de Calabria en una de las regiones más pobres de Italia permitió a miles de jóvenes estudiantes locales acceder a una educación superior de la que nunca habrían podido disfrutar.

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Nuccio Ordine. Los hombres no son islas

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