DANIEL PENNAC. MAL DE ESCUELA
Hola, bienvenidos un curso más a Todos los libros un libro. Tras nuestro debut el año pasado en Radio Universidad -recordad que el programa lleva emitiéndose desde hace muchas temporadas en Onda Cero Salamanca-, volveremos, a partir de octubre, todos los miércoles a las diez de la mañana y los viernes en redifusión a las cinco de la tarde, a la emisora universitaria salmantina. Mientras tanto, a lo largo de septiembre, dejo aquí, en el blog, las reseñas previstas para este mes que no serán radiadas ya que las emisiones de la radio universitaria no comienzan hasta octubre.
Hoy, la sugerencia de lectura que quiero ofreceros está vinculada al inminente comienzo del curso académico; un comienzo que a lo largo de las próximas semanas irá produciéndose en los diferentes niveles educativos desde la enseñanza infantil hasta la universitaria. Y esa proximidad al inicio de las actividades lectivas es lo que hace especialmente oportuna la recomendación de este Mal de escuela que, escrito por Daniel Pennac y editado por Mondadori en traducción de Manuel Serrat Crespo, ha visto la luz en nuestro país hace algunos años. Casualmente en estas pasadas fechas veraniegas, Mondadori publicaba un nuevo libro del francés con el título de Señores niños.
Daniel Pennac es un escritor muy popular en Francia, en donde tiene infinidad de seguidores que lo adoran y en donde la aparición de sus obras se acompaña siempre de espectaculares cifras de venta. Mal de escuela, que ha vendido setecientos mil ejemplares en su país, una reflexión sobre sus experiencias como docente, unas experiencias que por estar contadas por alguien que conoce la realidad de la que habla, por alguien que es protagonista directo de la vida escolar, y que es, además, extraordinariamente sensible ante los problemas de la enseñanza, resultan muy esclarecedoras e interesantes.
Lo más significativo de Mal de escuela es, de entrada, la perspectiva que adopta su autor para narrarnos sus impresiones sobre el mundo escolar. El libro contiene, claro, un análisis, una serie de reflexiones, una amplia variedad de pensamientos sobre la educación en la Francia, y por extensión en el mundo desarrollado del siglo veintiuno. Ello lo acercaría, en una primera impresión, al territorio del ensayo. Sin embargo, al escoger el punto de vista autobiográfico, al contarnos su propia trayectoria como alumno, primero, y como profesor después, Daniel Pennac sitúa su texto en el ámbito de la narración literaria, de la ficción casi, un libro que se lee como una novela.
El autor, en sus años de escolaridad, en su infancia y en gran parte de su juventud, fue un zoquete, el término que el traductor del libro ha elegido para referirse al intraducible cancre que usa Pennac en el libro. Un alumno desastroso, no un gamberro, no un provocador, no un asocial, ni siquiera un chico poco inteligente, ni vago, ni escasamente atraído por los libros; un chico que no entiende apenas nada de lo que cuentan sus profesores, ajeno a las reglas de la ortografía, de la gramática, de la aritmética, pero que además, y sobre todo, sufre el dolor de no comprender. Los boletines de notas del niño Pennac, de los cuales se ofrece uno como muestra en la contraportada del libro, son muy significativos de la personalidad de este zoquete: Dibuja perfecto, salvo en clase, dice de él su profesor de Artes Plásticas. Alegre como compañero, mediocre como alumno, es el tajante dictamen del profesor de Gramática. Habla mucho, pero ni una palabra en inglés, ironiza el maestro responsable de la enseñanza de ese idioma… y así en todas las demás asignaturas. Pero Daniel Pennac cree en su zoquete, no lo considera un idiota. Los padres pueden, podemos ser idiotas, la televisión, los libros, los grupos, pero los chavales no lo son. Los hay más vivos, más atrevidos, más rápidos, nos dice, pero ningún zoquete es idiota, escribe.
Partiendo de esta declaración de principios, de este acto de voluntad, de confianza y reconocimiento en las potencialidades de este chico, Pennac recorre, con el zoquete que él mismo fue y con muestras de muchos otros con los que se topó en su carrera como profesor, recorre, digo, todos los grandes temas relacionados directa o indirectamente con el mundo de la enseñanza: la nostalgia de la infancia, las dificultades del aprendizaje, los problemas de la educación en el mundo multicultural y globalizado, los barrios de aluvión, la inmigración, la integración de quienes llegan a nuestras sociedades prósperas desde el tercer mundo, el aburrimiento de las clases, los profesores que viven con pasión su difícil tarea, las teorías pedagógicas modernas, la vigencia de las viejas prácticas docentes, el influjo en la escuela pública del mayo del 68 y sus proclamas libertarias, el advenimiento de la sociedad de consumo y la conversión de los niños y los jóvenes en clientes y consumidores, la mercantilización de la escuela y la fecunda inutilidad del saber, el olvido de la cultura del esfuerzo y su sustitución por el disfrute inmediato, la irrupción de las tecnologías del ocio, ipod y playstation, móviles y dvds, en el hábitat cotidiano de los jóvenes, la violencia en la escuela, la depresión y la falta de estímulo de los profesores, el narcisismo de la cultura actual, la juvenilización del mundo, el placer y la aventura y el sacrificio que supone el conocimiento, y tantas otras cuestiones interesantísimas que casi todos nosotros hemos vivido y experimentamos hoy día, como profesionales, como padres, como ciudadanos.
E impregnándolo todo, el amor, el amor por la profesión, el amor por la enseñanza, el amor por los chicos, el amor del que entrega su vida a la preciada labor de salvar a cada uno de estos zoquetes, el amor del que los conforta con cariño, del que los respeta, del que intenta comprenderlos, del que los ayuda, el amor de los profesores responsables y conscientes: una golondrina aturdida es una golondrina que hay que intentar reanimar, en la excelente metáfora que cierra el libro.
Leed este interesantísimo y muy bien escrito Mal de escuela, de Daniel Pennac que publica la editorial Mondadori. Os hará reflexionar y disfrutaréis enormemente. Es, además, más allá de su valor intemporal, extraordinariamente actual, en estas fechas en las que los medios de comunicación nos informan de las enésimas reformas en la normativa educativa, en las que oímos hablar de centros de excelencia, reducción de plazas docentes, restricciones presupuestarias en la educación, reformulación de los sistemas de acceso a la profesión docente, del MIR para profesores, de las cifras del fracaso escolar, de las nuevas vías para cursar la ESO, del relanzamiento de la formación profesional, de la sobrecualificación de muchos jóvenes desempleados y de tantos otros temas que ponen a la educación en la primera plana de los periódicos, tantos otros temas que podréis ver reflejados, en mayor o menor medida en este magnífico libro.
Os dejo con un texto que tiene a la memoria, otra de las cuestiones polémicas en el mundo escolar, como protagonista. Tras él, un tema clásico con temática escolar: Another brick in the wall, de Pink Floyd. We don’t need no education...
¿Pero cómo, señor Pennacchioni, les hace usted aprender textos de memoria? ¡Mi hijo ya no es un niño! Su hijo, querida señora, no dejará nunca de ser un niño de la lengua; y usted misma un bebé muy pequeño; y yo un ridículo mocoso; y todos juntos, pura pescadilla acarreada por el gran río que brota de la fuente oral de las Letras; y a su hijo le gustará saber en qué lengua nada, lo que le sustenta, sacia su sed y le nutre, y convertirse él mismo en portador de esa belleza, y con qué orgullo. Adorará, confíe en él, el sabor de las palabras en su boca, las bengalas que iluminan en su cabeza esos pensamientos, y descubrir la prodigiosa capacidad de su memoria, su infinita flexibilidad, esa caja de resonancia, ese inaudito volumen donde lograr que canten las más hermosas frases, suenen las más claras ideas. Le encantará esa natación sublingüística cuando haya descubierto la insaciable gruta de su memoria, adorará sumergirse en la lengua, pescar los textos en sus profundidades, y a lo largo de toda su vida saberlos allí, constitutivos de su ser, poder recitarlos de improviso, decírselos a sí mismo por el sabor de las palabras. Portador de una tradición escrita que vuelve a ser oral gracias a él, tal vez llegue incluso a decírselas a otro, para compartirlas, por los juegos de la seducción, o para hacerse el pedante, es un riesgo que hay que correr. Al hacerlo, recuperará el vínculo con aquellos tiempos previos a la escritura en los que la supervivencia del pensamiento dependía sólo de nuestra voz. Si me habla usted de regresión yo le responderé reencuentro. El saber es primero carnal. Son nuestros oídos y nuestros ojos los que lo captan, nuestra boca la que lo transmite. Nos llega por los libros, es cierto, pero los libros salen de nosotros mismos. Un pensamiento hace ruido, y el placer de leer es una herencia de la necesidad de decir.
1 comentario:
Un tema muy apropiado dadas las fechas.
Lo curioso es que la realidad del docente parece ser muy subjetiva, ¿no?
Gracias por la recomendación.Todavía no lo he leído. Lo anoto en mi haber...
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